miércoles, 12 de junio de 2013

DE LAS INCLEMENCIAS DEL TIEMPO.

Ando una vez más, sumido en el desasosiego que me produce tratar de encontrar en los demás, la clave que me permita no ya descifrar el enigma que su conducta, sino sencillamente recuperar la esperanza de saberme digno, algún día, de posicionarme en el camino adecuado para lograr tal efecto.

Es así que, proclive al desaliento, y abandonado quién sabe si de manera irrevocable, decido una vez más vincular mis aciertos y mis errores a la Historia, convencido en el caso que nos obra, de que habiendo de abandonar mis ineptitudes creativas, posea al menos la humildad suficiente como para ser capaz de reconocer en otros, y en el pasado, las excelencias que Minerva hoy escatima conmigo.

¡Cuán lejos quedan los tiempos aquéllos en los que regabas sin piedad y a borbotones los campos! Tiempos en los que el logos fluía entre los campos, como el néctar de los dioses lo hacía entre los pliegues de la papada del cercano Baco.

Y es como entonces que, a punto de sucumbir, abandonando la Episteme, para sustituirla por mera y frugal Doxa, que mi moral se resiente, se sulfura, para nada aquiescente.

Es por ello que, decidido, como siempre, emprendo una vez más el camino que de guijarros ha sembrado para mí la razón, convencido como estoy, de que la única realidad que separa el hecho de la opinión, es su capacidad para no someterse a los desaires del Tiempo. Es por ello que agradezco el detalle de las piedras, al menos éstas no serán presa de los pájaros.

Recuerdo entonces, lo que una vez dijera Wilde: “Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima.”

La frase, de por sí, es única, incomparable, en tanto que inconmensurable, toda vez que de una y por todas, quién sabe, parece unificar las múltiples tesis que en pos de definir al Hombre, naufragan una tras otra en la servidumbre del relativismo.
Sin embargo, ésta afirmación reúne a priori los requisitos que resultan imprescindibles para toda afirmación que se precie:
Es sincera, asequible, y cuenta con el refuerzo de la veracidad fundamentado en la experiencia.

A pesar de todo, me niego, y me atrevo a decir que lo hago por responsabilidad; a aceptar, cuando no abiertamente a permitir, que la envidia, que es lo que en último término subyace a la anterior afirmación, pueda ni tan siquiera osar erigirse en protagonista de una sola de mis líneas.
Por ello, y casi amparado en éste caso por la necesidad, rebusco en mi atestado baúl, hasta hallar la certeza de saber que conozco aquello que en realidad Wilde quería expresar, y que tal vez el barro de lo vulgar, quién sabe si incrustado en los zapatos de lo rutinario, se ha empeñado en arrojar como mediocre contenido, como desperdicios arrebujados en pos de que los perros coman, en un último intento de que al menos, dejen de ladrar.

Recuerdo entonces, a Thomas KEJEALLY, quien en una de las obras más conocidas, y a la sazón probablemente peor interpretadas, viene a decir que: es ésta la historia del triunfo pragmático del bien sobre el mal, un triunfo en términos eminentemente mensurables y estadísticos, y nada sutiles. Cuando se trabaja en la dirección opuesta, y se narra el éxito mensurable y predecible que el mal suele alcanzar, es fácil mostrarse agudo, y sarcástico, y evitar el sentimentalismo. Es muy fácil demostrar cómo, inexorable, el mal terminará por apoderarse de lo que llamaríamos bienes inmuebles del relato, aunque en poder del bien queden algunos escasos imponderables como la dignidad y el conocimiento de sí mismo.
La fatal maldad humana es la materia prima de los narradores, el pecado original, su leche materna.
Pero escribir sobre la virtud es empresa ardua.

Y si ahora, para definitivamente abstraerme del todo, contextualizo lo anterior vinculando al autor con su obra, o más concretamente con la biografía de aquél industrial arruinado en la fabricación de tractores, que se reconvierte al esmaltado de cacerolas y enseres de campaña, al abrigo del ente nazi en los albores de 1938; es probable que una mitad vez cómo se le enciende la bombilla, mientras que la otra mitad, tal vez con razón, se eche a temblar.

Viene a mi memoria, de manera exigua todo hay que decirlo, la publicación va a hacer ahora catorce años, por parte de un por entonces amigo; de un más que brillante artículo de fondo que gráficamente tuvo a bien titular Algo se mueve en Europa.
Retrotrayéndonos en el tiempo, en la forma por otro lado adecuada; podremos sin mucho esfuerzo ubicarnos en una Europa implícitamente embebida, en los proyectos de la Europa Social, propiamente dicha.
Como puede desprenderse del contenido cínico que en algunos extremos enarbolaban aquellas acertadas líneas; el objetivo no era otro que el de promover entre los ilusos votantes de izquierdas, una vez más convencidos de que la inexorable certeza de que el bien triunfará, la convicción de que, otra vez, la derecha no necesitaría de hacer las cosas ni medio bien. Una vez más sería suficiente con que se sentara paciente, a esperar.

Tal y como resulta de la comprobación empírica, el grado de acierto de la afirmación es tal, que verdaderamente hace imprescindible la redefinición inmediata de ciertos contenidos procedimentales.
Sin embargo, lejos de redundar aquí en protocolos de acción, la cuestión a revisar es evidente. ¿Por qué una vez más, nos vemos donde nos vemos?

Se me enciende la sangre, y antes de perder el control, me veo en la obligación de citar a otro clásico del XVI español cuando dijo “…Hay así España, cómo te ves una vez más, por tu mala cabeza, y quién sabe si peor gobernanza.”

Llegados a este punto, toca ya el momento de las felicitaciones, los elogios, y los epílogos cariñosos.

Felicidades, de verdad, sois unos genios. ¿Alguien puede decirme seriamente que ni tan siquiera en sus mejores sueños contábais con promover un teatro de operaciones cuyo grado de certeza e intensidad pudiera ni de lejos compararse con el que hoy habéis sido capaces de definir?

Revisando desde un exhaustivo punto de vista objetivo, la realidad nos dice que, una vez la comparativa respecto del transcurrir por los meridianos históricos les ha demostrado lo insuficiente de las derivas religiosas (inquisición), políticas (absolutismos) y sociales (restauraciones etc.) Lo cierto es que tan solo les quedaba por explorar la deriva propuesta desde la semántica económica.
Pero he aquí el problema. La traducción que en España se hace de variables por aquel entonces ya habituales en el resto de Europa, no son para nada mesurables en España. En otras palabras, nos encontramos ante la circunstancia eminentemente práctica del fenómeno al que tantas veces hemos hecho alusión, cual es la no existencia en España de una verdadera Revolución Industrial, lo cual impide la correcta trasposición en términos de paralelismo, de hechos que tienen el rango de certeza práctica conforme a los silogismos propios de esos países.

El descalabro conceptual que supone, en términos de tiempo histórico, la no existencia ni por asomo, de un escenario en el que `pudiera llevarse a cabo ni tan siquiera a escala proporcionada, una Revolución Industrial, constituye una realidad cuyas consecuencias se desarrollarán en el tiempo, pero que hunde en el propio origen de los tiempos las raíces de las que se alimenta.
Tenemos así un hecho co-substancial en la medida en que tiene implicaciones pretéritas desde las que justifica indolentemente su pasado; a la par que reubica en términos de proyección de futuro las imprescindibles constataciones de los hechos que habrán de ser sobrevenidos, toda vez que son constatables.

Es así que, como decimos, una vez que la revisión certera de la Historia ha proporcionado lecturas con datos no solo atinentes, sino también, obviamente, precursores de las partes adecuadas; lo cierto es que, hoy por hoy, y sembrando en territorio abonado, toda vez que nuestra sociedad, como todas las que son recordadas, ha hecho de la amnesia su particular fabricante de antidepresivos.
El triunfo del olvido ha abierto un camino largo de transitar, y la falacia y la mentira han sido los primeros en formar tándem. De esta manera, Europa ha iniciado, de manera ciertamente indolente, un camino a la  perdición en el que, sinceramente, no se aprecia la menor posibilidad de retorno.

Al final, la solución, como tantas otras veces, está dentro. Como dijo Anaxágoras de Clazomene “llegado el momento de retomar un problema demasiado arduo, es a veces que me siento a pensar, y la solución termina por aparecer por sí misma.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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