Me sorprendo por primera vez, siendo víctima manifiesta
cuando no expresa, de las delaciones propias de aquéllos a los que hasta hoy,
identificaba tan solo como víctimas reales de los denuedos de los que, semana
tras semana, vengo a dejar constancia.
Y es así entonces que, por primera vez en los últimos cuatro
años, ayer me ví del todo incapaz de acudir a mi cita semanal para con estas
breves líneas, al reconocer en mi incapacidad para el desarrollo mesurado, las
huellas de la desazón derivada de comprobar que tal vez, como algunos se
empeñan casi a diario en recordarme, la situación actual no solo no tiene
remedio, sino que en realidad, el contexto no merece ser salvado.
Lo radical del comentario, convierte en obligación
inexorable al hecho de buscar debidamente las causas de precisamente semejante
radicalidad. Por ello, y con el afán meramente constructivo que procede de
deducir que tan solo a partir del conocimiento expreso del detonante del
problema, cabe la ilusión expresa de toparnos con la solución, que procedo, una
vez más, a sumergirme en las procelosas aguas de la ignominia que me rodea, con
la esperanza no tanto de hallar el
camino de salvación, sino más bien con la mera intención de que mi conceptual
ingenuidad pueda retornar una vez más, intacta.
Acudo pues, a las fuentes. Y es entonces, aunque de nuevo,
que me veo obligado a sortear los múltiples obstáculos que cual legión, salen a
mi paso acometiéndome con sus pesadas armas. Corrupción, violencia conceptual,
nepotismo, tráfico de influencias…vienen a constituir en sí mismos, y por ende
mucho más en tanto que asociados, un camino por cuyo penoso transitar no es
extraño que hayan perecido, perezcan y sin duda perecerán, cuantos tengan a
bien osar rememorar tales tránsitos, sin venir debidamente pertrechados.
Pero ¿Qué composición ha de tener el arsenal de aquél, loco,
valiente, o tal vez osado sin más, que se atreva tan siquiera a hacer frente a
semejante recua de contingencias, hábilmente dispuestas todas ellas para hacer
sucumbir a las almas, por fuertes que
sean?
Inmerso me hallo pues en el plebiscito de la duda, cuando
una vez más la Historia recopilada, bien sea con tal finalidad, o como ocurre
en este caso, edulcorada en parte por los beneficios de la Literatura, que me
topo con la solución, haciendo bueno otra vez el aforismo atribuido a
Empédocles de AGRIGENTO: “Así que cuando
me enfrento a cuestión capital, de irresoluble gestión, al menos en apariencia;
es entonces que me siento a pensar, y la solución no es primera vez que aparece
sola, clara y cristalina, por sí misma.”
“Ha llegado el momento
de entender que la responsabilidad pasa por asumir que nuestra obligación va
más allá de sumar columnas de cifras. La Ética es mucho más compleja y ardua
que el Álgebra.”
Esta afirmación, directamente extraída de las memorias de
Óskar SCHLINDTER, nos enfrenta una vez más, con la eterna controversia que
procede de tener que someter a juicio, la disposición de cada uno de nosotros,
cuando llegan las grandes ocasiones.
Ética, Mora, En una palabra, conceptos, y por ende
arbitrarios, destinados a poco más que permitir la manipulación conceptual adecuada de algunos de los condicionantes
que a la larga condicionan por definición la constitución del ser humanos en
tanto que elemento integrador de una sociedad; los cuales, como ocurre con la
mayoría de las cosas importantes de la vida, acuden a nosotros con denodada
fuerza cuando nos topamos con esos momentos que esencialmente denominamos históricos, tal vez, o quién sabe si de
manera netamente precisa, porque su identificación en la época que constituye
nuestro presente, nos adelanta la previsible e inevitable llegada de instantes
que, efectivamente, serán juzgados por la Historia.
Y con ella, lo serán nuestros actos. Actos que merecerán
validación o reproche, no solo por su consumación activa, sino que más bien
serán analizados desde en punto de vista de la prevaricación y el cohecho, manifestados en su materialización más
mezquina, la que procede de la omisión.
Omisión que se da, se está dando y se dará, igualmente a
partir del planteamiento de la variable más desasosegante a la par que
extendida que podemos encontrarnos. La variable del silencio.
Callar es, en sí mismo, y hoy por hoy, constitutivo de
delito moral.
Es delito callar ante las políticas generales de las que
estamos siendo víctimas, fruto no lo olvidemos de la mayor estafa política de la que este país ha tenido constancia en su
historia moderna.
Es delito por ende permitir, auspiciando con nuestro
silencio insisto, el triunfo en forma de pasividad generalizada de las campañas
de desinformación generalizada a las que este gobierno nos somete día a día,
consciente y sabedor de que solo desde las mismas puede albergar el menor
género de esperanza, constituido en esta ocasión en la esperanza de mantenerse
aferrado en el poder, protagonizando con ello el grotesco melodrama destinado a
convencerse a sí mismo, y quién sabe si todavía a algunos de los demás, de cara a las próximas citas
electorales.
¿Alguien se cree que va a poder evitar el adelanto
electoral?
Pero el mayor de los delitos pasa, una vez más, por permitir
la labor que a más largo plazo se está llevando a cabo.
Una labor ideológica, con un claro y marcado carácter dogmático,
elaborada por aquéllos que siempre vivieron cercanos a los lemas de los
absolutismos, de la fe y de la permanencia de las cosas, convencidos por ende y
en coherencia de que la responsabilidad del individuo se juzga en proyección a
las aportaciones que éste hace no tanto y por supuesto al día a día, sino más
bien a las grandes cuestiones, las
que, curiosamente y por otra parte, huyen del fino tapiz que encierra a las
pocas nociones sobre las que el Hombre tiene, o cree tener, alguna clase de
control.
Dibujamos con ello una escenografía neta y absolutamente
anómala, ajena por definición al control de los parámetros de lo sensible, y
constituida ad doc para poder ser
manipulada mediante el ejercicio exclusivo de la razón, reduciendo por ende el
índice de activos que pueden tener acción sobre ella.
Reducción, elitismo, redistribución de riquezas,
meritocracia. Constituyen así poco a poco, pero igualmente de manera afín, el
listado de aptitudes, cuando no de buenas
maneras, a las que ha de ceñirse a partir de ahora todo aquél que desee
jugar, ahora o peor aún, en el futuro, el más mínimo papel en el mundo que
éstos ingentes hijos de la ideología
capitalista, han tenido a bien diseñarnos.
Porque en el fondo, de eso y de nada más que de eso se
trata. Del triunfo de una opción ideológica por todos bien conocida, que tiene
sus repercusiones en la elaboración de un marco competencial asumible el cual
necesita inexorablemente de asegurarse su propia pervivencia, para lo cual ha
de acudir al sistema educativo con la esperanza de hallar en el mismo el mejor
aliado de cara a poner en marcha cuantas reformas sean imprescindibles para
asegurar que el amoldamiento conceptual al que mediante la manipulación ha
reducido todos y cada uno de los marcos de competencia de la Educación,
terminen por generar individuos pragmáticamente predefinidos para asumir de
buen grado mañana, situaciones y realidades que hoy resultan del todo infumables.
Y es así que a eso, nada más, y nada más que a eso, se
reduce la actual lucha.
En definitiva, otra constatación más de que nos hallamos
inmersos en un momento histórico.
¿Es lícito reducir nuestra acción a sumar columnas?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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