miércoles, 3 de julio de 2013

DE CUANDO LOS GOLPES NOS DESPIERTAN DEL SILENCIO ATRONADOR.

Se convierte a menudo, el silencio, en el más estrepitoso de los clamores, sobre todo cuando se halla amparado en la indigencia moral, que por otra parte se expresa de manera inequívoca, precisamente, a través de la desazón propiciatoria, a saber esa suerte de fórmula creada a modo de manejo, manipulación y en resumidas cuentas, manipulación; orquestada por las fuerzas de poder, o por aquéllas que las sustentan; y que tienen desde mediados de mitad del pasado siglo XX, un amplio y abonado campo, fruto de la constatación que las mencionadas fuerzas hacen del hecho a partir del cual la psicología pasa a ser, un terreno y un arma tan adecuada como podría serlo cualquier otra, en pos de las cuales canalizar, desarrollar o por qué no, gestar, un conflicto manipulado, en tanto que gestado.

Largas son las calendas, y cada vez más lacerante el efecto que recorrer el camino de retorno a las mismas en el tiempo nos provoca; que acudimos a estas humildes páginas no tanto a contar, como sí más bien a constatar, el para nosotros por otra parte inequívoco hecho del incondicional carácter de histórico que por el tipo, así como fundamentalmente por las consecuencias que los mismos desencadenarán en el futuro; permiten catalogar como de históricos los para nosotros poco más en realidad que momentos, que vienen a confirmar nuestra rutina.

Tal y como ocurre una vez más, y haciendo por ende bueno el presagio de saber que lo histórico tiende a repetirse; podemos hoy acudir aquí con la seguridad de que lo que digamos se apoya, curiosamente, en argumentos que si bien aún no se han desarrollado en todo su esplendor no es menos veraz que el conocimiento y constatación de las premisas que otrora les precedieron, nos permiten acordar con un grado de certeza próximo al de la realidad expresa, las consecuencias que el cumplimiento de las mismas traerán, inexorablemente, aparejadas.

Apliquemos pues, desnudo de pasión, y carente así de cualquier elemento precoz de generar zozobra sobre los considerandos, y conformaremos sin el menor género de dudas un canal de comunicación claro que, a modo a lo que ocurre en las profundidades remotas de los océanos con las corrientes térmicas, promueva la aparición de un canal realmente eficaz en el caso que nos ocupa de comunicación, destinado a permitir si no a abordar, los códices propios de desarrollo e intercambio de la información; siempre expresada en pos del enriquecimiento del escuchante atento, por definición.

Consideramos así pues, suficientemente trillados un día más los campos necesarios para poder ya afirmar, de manera no por reiterada menos contundente que, efectivamente, volvemos a participar a todas luces de la certeza de que, pese a quien pese, vivimos tiempos históricos.
Históricos tanto en el fondo y en las consecuencias propiamente atribuibles a los mismos, de lo cual no cabe duda; pero que atendiendo a otro orden de cosas, en este caso más cercanas a la forma que al fondo, si bien no por ello menos constatables o incluso importantes, nos arrojan a la comprobación una vez más de que la velocidad a la que hoy por hoy transitan los espacios y los tiempos, bien pueden convertirse en el catalizador que en este caso, rompiendo con ello la máxima conceptual que rige la constatación de todo elemento de esta naturaleza, no solo influye en el resultado, sino que además en este caso lo determina plenamente.

Y la comprobación acude a nosotros, como suele ocurrir en el caso de las grandes citas, de improviso, incluso podríamos decir que por sorpresa.

No sorprendemos hoy, más o menos, con la constatación expresa de la ejecución de la amenaza que las Fuerzas Armadas de Egipto lanzaron hace escasas jornadas contra el Gobierno, y en especial contra aquél que lo presidía.
Se trata de la última constatación expresa, de que la por otro lado tantas veces traída y llevada circunstancia de la cuestión militar, en resumidas cuentas el dilema que subyace en toda sociedad desde el preciso momento en el que el ejército se empeña en desarrollar una función para la que no fue concebido; no solo no ha sido realmente debatido sino que, tal y como está quedando puesto de manifiesto en los últimos tiempos, quién sabe si igualmente afecto por la efervescencia de los momentos que compartimos, tiende a manifestarse de manera cada vez más abrupta, trayendo por otro lado a nuestra memoria pensamientos y recuerdos quién sabe por otro lado por todos olvidados, aunque sin duda  por muchos no condenados.

Y traigo esto a colación, no tanto por el hecho en sí mismo, como sí en realidad por la veleidad que he podido comprobar a la hora de someter a análisis tanto al hecho en sí mismo, como por supuesto a las consecuencias que le son propias, en virtud de una primera derivada a título de corolario.
Porque ¿alguien en su sano juicio puede llegar a poner en duda que un movimiento organizado por el ejército, con el firme propósito de derrocar a un Presidente legítimamente elegido mediante sufragio, no constituye Golpe de Estado?
Pues a lo largo de toda la tarde me he devanado los sesos tratando de entender los argumentos de los que han defendido tal afirmación.

Traigo esto a colación, porque solo en un país en el que tales desinencias son plausibles, resulta igualmente comprensible ubicar el efecto, por no decir las consecuencias que protocolos como el abierto contra Bárcenas, asuntos como los ERES de Andalucía, o autos como el de la Jueza Alaya, no solo tienen sentido sino que hallan múltiples espacios en los que son coreados.

Sin duda, las cosas acaecen a velocidad realmente desmesurada.


Luis Jonás VEGAS.

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