Habéis estado
demasiado tiempo aquí sentado, para el bien que habéis hecho. Marchad os digo,
y liberadnos de vos. ¡En el nombre de Dios, marchad!
Tales fueron las palabras que Lord Chamberlain, hasta ese preciso momento Primer Ministro de
Inglaterra hubo de escuchar precisamente en boca de uno de sus compañeros y a
la sazón correligionarios, la noche en la que el debate vinculado a la entrada
o no de Inglaterra en la II Guerra Mundial
fue ya del todo inevitable.
Y como suele ocurrir siempre que el Política las cosas se
llevan hasta el terreno de lo inevitable, las consecuencias fueron desastrosas
para el Lord, y lamentables en líneas generales para el país.
Tal y como sin duda a estas alturas a nadie se le habrá
escapado, la elección del pasaje no es para nada banal, ni atribuye su
consideración a aspectos en ningún caso superfluos. Más bien al contrario, y
como a ningún observador atento se le escapará, el extracto responde, una vez
más, a otro de los grandes momentos en los que la Historia no se reserva el
menor recato, ni mucho menos muestra el menor pudor, a la hora poco menos que
de anticiparse a los grandes acontecimientos; demostrando por otro lado, y una
vez más la aparente certeza de la afirmación según la cual la Historia tiende en realidad a repetirse, al menos en lo concerniente
a los grandes acontecimientos.
Pero la constatación de lo evidente, no nos salva de
nuestras responsabilidades. Más bien, en el caso que nos ocupa, no sirve sino
para amplificarlas, tanto si hacemos mención a lo concerniente al terreno
ignoto de las responsabilidades, como si por otro lado dirigimos nuestros pasos
hacia las consideraciones propias de las consecuencias.
Desde tales apreturas no se considerará reiterativo, sino
que más bien se convertirá en un ejercicio de responsabilidad, traer de nuevo a
colación es este medio certezas tantas veces repetidas según las cuales España,
o la idea que tenemos de lo que es España, no es ya ni tan siquiera un circo.
El tiempo de la conmiseración pasó. Así, desde la convicción
de que la constatación de la existencia de la dolencia constituye el paso
previo otrosí imprescindible para comenzar el tratamiento, es desde donde
comenzaremos ya el análisis del momento y del lugar que nos ha tocado vivir.
Y digo bien espacio y lugar porque, si nos detenemos aunque
solo sea el tiempo justo para hacer una parada técnica, ésta sin duda nos
servirá para avalar que lo que ocurre en España, precisamente ahora, no tiene
cabida, constatación ni posibilidad de réplica en ningún otro lugar del
occidente moderado y conocido.
Que España es diferente, es algo a lo que por otra parte nos
hemos acostumbrado sobradamente. Y lo malo no es tanto precisamente esto, como
más bien la obligación surgida casi en paralelo según la cual nuestras
particularidades, o debería mejor decir en pos del mantenimiento de la
coherencia semántica, nuestras circunstancias diferenciadoras; no solo han de
ser asumidas, sino que éstas han de serlo en un contexto comprensible así mismo
por un entorno europeo que, abocado a
otras direcciones, si no abducido por otras realidades; se muestra sorprendido
en grado sumo a tales ejemplos de tipificación diferencial.
Y cuando en esas estábamos van, y nos cambian una vez más
las preguntas.
Cómo si no de otra manera habríamos de entender precisamente
que sea entre los dirigentes del Gobierno, pertenecientes todos a la casta moral preconizada desde los más
rancios sectores de la
Derecha Cavernaria , donde precisamente surjan los
actuales casos no ya de corrupción tanto política y económica, como sí los
mayores ejemplos conocidos en la Historia Moderna de España, de procederes destinados, o
al menos competentes para lograr el menoscabo de la integridad de la otrora su querida España
Puede alguien explicarnos, no ya tanto a mí, como sí por
otra parte a esos varios millones de honrados votantes que hoy por hoy se
sienten abochornados, como por otra parte también les ocurre a esos varios
millares de personas que, convencidas de la honorabilidad del ejercicio político, han puesto su tiempo
y sus conocimientos al servicio de sus congéneres mediante la adscripción a los
más diversos cargos, entre los que pueden destacar los de alcaldes y ediles en sus respectivos municipios; que en realidad
todo es poco menos que una farsa destinada a crear una vana ilusión detrás de
la que, como vulgares ilusionistas, esconder las verdaderas prioridades, las
cuales tal y como se va descubriendo pasan por poco más que el mero y
desquiciante enriquecimiento de una cúpula obscena y la sazón, rocambolesca.
¿Van a poder? Yo creo que, llegados a las horas que ya son,
con poco más que la sucesión de incongruentes declaraciones protagonizadas por
el cúmulo de mequetrefes que hoy han
salido a la palestra, muchos de los
cuales mañana bien podrían hallarse inmersos en la causa, no constituyen para
nada un colchón fiable de cara a que el Sr. Presidente auspicie a los mismos
su continuidad.
Porque de eso y de nada más es de lo que se trata todo esto,
llegado a estas alturas. De que a algunos se nos antoja surrealista el que con
todo lo que ya ha quedado suficientemente probado, nadie se permita el lujo moral de dar por hecho que, aunque
sea en calidad preventiva, a título de cortafuegos, va haciendo falta que
alguien dimita.
Porque ya han pasado más de seis meses desde las famosas
declaraciones del todo es mentira, salvo
algunas cosas. Y desde entonces solo hemos hallado consuelo en el en relación a la segunda ya, tal.
Porque no podemos, ni mucho menos debemos aguantar un solo
segundo más, la desvergüenza de esta caterva zarrapastrosa que a estas alturas
se cree en disposición de seguir gobernando no ya tanto en su predisposición
técnica o política, como más bien en las innumerables muestras de estulticia e
idiotez que según siempre atendiendo a sus propias fuentes, les proporcionamos la población. Esa
misma a la que a lo mejor dentro de mucho menos de lo que unos imaginamos, y
otros esperan, han de volverse para pedirnos, una vez más el voto.
Para pedirnos un voto con el que, una vez más, alimentar a
sus ídolos, forjar de nuevo sus armas y, en definitiva, llevar a cabo otro de
sus rituales destinados a consagrarse en pos del mantenimiento, si es posible
hasta el infinito, de este pábulo de ficción al que han reducido el sistema.
Porque es precisamente llegados a este momento, a este aquí,
y por qué no, a este ahora, donde precisamente hemos de congraciarnos para
reiterar de nuevo que nuestro país es una ficción. Una falacia montada sobre los
incipientes cimientos de la autocomplacencia y el autobombo, destinados no
obstante, y sin el menor género de dudas, a albergar la idea de que de verdad,
habíamos pasado del blanco y negro a
la alta definición, sin tener que
pagar el elevado coste que en este caso constituyen los televisores de plasma.
Y es entonces y solo así que hemos de reiterarnos, en la
constatación explícita de que de nuevo la responsabilidad, o la ausencia de la
misma, se convierte en el último baluarte no a ser derribado, sino curiosamente
aquél al que se aferran los actuales espectros
políticos que por otro lado pueblan Moncloa, El Congreso, y lugares por el
estilo. Solo desde semejante perspectiva podemos no ya comprender sino a lo
sumo intuir, la ficción en la que se encuentran instalados los que todavía a
día de hoy siguen apostando por D. Mariano RAJOY BREY.
Y mientras tanto, no es ya que España sea un chiste, un circo o en el mejor
de los casos un sainete. Es que sencillamente hasta D. Ramón Mª del
Valle-Inclán ha pedido encarecidamente que nos abstengamos de usar sus queridos
esperpentos la hora de tratar de sintetizar el maremágnum de emociones que se equiparan
a la hora de enfrentarnos a la procelosa labor de tratar de entender qué es,
hoy por hoy, España.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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