miércoles, 10 de julio de 2013

DE QUE LAS COSAS EN REALIDAD NO HAN CAMBIADO TANTO, SI HEMOS DE SEGUIR CITANDO A CROMWELL.

Habéis estado demasiado tiempo aquí sentado, para el bien que habéis hecho. Marchad os digo, y liberadnos de vos. ¡En el nombre de Dios, marchad!

Tales fueron las palabras que Lord Chamberlain, hasta ese preciso momento Primer Ministro de Inglaterra hubo de escuchar precisamente en boca de uno de sus compañeros y a la sazón correligionarios, la noche en la que el debate vinculado a la entrada o no de Inglaterra en la II Guerra Mundial fue ya del todo inevitable.

Y como suele ocurrir siempre que el Política las cosas se llevan hasta el terreno de lo inevitable, las consecuencias fueron desastrosas para el Lord, y lamentables en líneas generales para el país.

Tal y como sin duda a estas alturas a nadie se le habrá escapado, la elección del pasaje no es para nada banal, ni atribuye su consideración a aspectos en ningún caso superfluos. Más bien al contrario, y como a ningún observador atento se le escapará, el extracto responde, una vez más, a otro de los grandes momentos en los que la Historia no se reserva el menor recato, ni mucho menos muestra el menor pudor, a la hora poco menos que de anticiparse a los grandes acontecimientos; demostrando por otro lado, y una vez más la aparente certeza de la afirmación según la cual la Historia tiende en realidad a repetirse, al menos en lo concerniente a los grandes acontecimientos.

Pero la constatación de lo evidente, no nos salva de nuestras responsabilidades. Más bien, en el caso que nos ocupa, no sirve sino para amplificarlas, tanto si hacemos mención a lo concerniente al terreno ignoto de las responsabilidades, como si por otro lado dirigimos nuestros pasos hacia las consideraciones propias de las consecuencias.

Desde tales apreturas no se considerará reiterativo, sino que más bien se convertirá en un ejercicio de responsabilidad, traer de nuevo a colación es este medio certezas tantas veces repetidas según las cuales España, o la idea que tenemos de lo que es España, no es ya ni tan siquiera un circo.
El tiempo de la conmiseración pasó. Así, desde la convicción de que la constatación de la existencia de la dolencia constituye el paso previo otrosí imprescindible para comenzar el tratamiento, es desde donde comenzaremos ya el análisis del momento y del lugar que nos ha tocado vivir.

Y digo bien espacio y lugar porque, si nos detenemos aunque solo sea el tiempo justo para hacer una parada técnica, ésta sin duda nos servirá para avalar que lo que ocurre en España, precisamente ahora, no tiene cabida, constatación ni posibilidad de réplica en ningún otro lugar del occidente moderado y conocido.

Que España es diferente, es algo a lo que por otra parte nos hemos acostumbrado sobradamente. Y lo malo no es tanto precisamente esto, como más bien la obligación surgida casi en paralelo según la cual nuestras particularidades, o debería mejor decir en pos del mantenimiento de la coherencia semántica, nuestras circunstancias diferenciadoras; no solo han de ser asumidas, sino que éstas han de serlo en un contexto comprensible así mismo por un entorno europeo que, abocado a otras direcciones, si no abducido por otras realidades; se muestra sorprendido en grado sumo a tales ejemplos de tipificación diferencial.

Y cuando en esas estábamos van, y nos cambian una vez más las preguntas.

Cómo si no de otra manera habríamos de entender precisamente que sea entre los dirigentes del Gobierno, pertenecientes todos a la casta moral preconizada desde los más rancios sectores de la Derecha Cavernaria, donde precisamente surjan los actuales casos no ya de corrupción tanto política y económica, como sí los mayores ejemplos conocidos en la Historia Moderna de España, de procederes destinados, o al menos competentes para lograr el menoscabo de la integridad de la otrora su querida España

Puede alguien explicarnos, no ya tanto a mí, como sí por otra parte a esos varios millones de honrados votantes que hoy por hoy se sienten abochornados, como por otra parte también les ocurre a esos varios millares de personas que, convencidas de la honorabilidad del ejercicio político, han puesto su tiempo y sus conocimientos al servicio de sus congéneres mediante la adscripción a los más diversos cargos, entre los que pueden destacar los de alcaldes y ediles en sus respectivos municipios; que en realidad todo es poco menos que una farsa destinada a crear una vana ilusión detrás de la que, como vulgares ilusionistas, esconder las verdaderas prioridades, las cuales tal y como se va descubriendo pasan por poco más que el mero y desquiciante enriquecimiento de una cúpula obscena y la sazón, rocambolesca.

¿Van a poder? Yo creo que, llegados a las horas que ya son, con poco más que la sucesión de incongruentes declaraciones protagonizadas por el cúmulo de mequetrefes que hoy han salido a la palestra, muchos de los cuales mañana bien podrían hallarse inmersos en la causa, no constituyen para nada un colchón fiable de cara a que el Sr. Presidente auspicie a los mismos su continuidad.

Porque de eso y de nada más es de lo que se trata todo esto, llegado a estas alturas. De que a algunos se nos antoja surrealista el que con todo lo que ya ha quedado suficientemente probado, nadie se permita el lujo moral de dar por hecho que, aunque sea en calidad preventiva, a título de cortafuegos, va haciendo falta que alguien dimita.

Porque ya han pasado más de seis meses desde las famosas declaraciones del todo es mentira, salvo algunas cosas. Y desde entonces solo hemos hallado consuelo en el en relación a la segunda ya, tal.

Porque no podemos, ni mucho menos debemos aguantar un solo segundo más, la desvergüenza de esta caterva zarrapastrosa que a estas alturas se cree en disposición de seguir gobernando no ya tanto en su predisposición técnica o política, como más bien en las innumerables muestras de estulticia e idiotez que según siempre atendiendo a sus propias fuentes, les proporcionamos la población. Esa misma a la que a lo mejor dentro de mucho menos de lo que unos imaginamos, y otros esperan, han de volverse para pedirnos, una vez más el voto.

Para pedirnos un voto con el que, una vez más, alimentar a sus ídolos, forjar de nuevo sus armas y, en definitiva, llevar a cabo otro de sus rituales destinados a consagrarse en pos del mantenimiento, si es posible hasta el infinito, de este pábulo de ficción al que han reducido el sistema.

Porque es precisamente llegados a este momento, a este aquí, y por qué no, a este ahora, donde precisamente hemos de congraciarnos para reiterar de nuevo que nuestro país es una ficción. Una falacia montada sobre los incipientes cimientos de la autocomplacencia y el autobombo, destinados no obstante, y sin el menor género de dudas, a albergar la idea de que de verdad, habíamos pasado del blanco y negro a la alta definición, sin tener que pagar el elevado coste que en este caso constituyen los televisores de plasma.

Y es entonces y solo así que hemos de reiterarnos, en la constatación explícita de que de nuevo la responsabilidad, o la ausencia de la misma, se convierte en el último baluarte no a ser derribado, sino curiosamente aquél al que se aferran los actuales espectros políticos que por otro lado pueblan Moncloa, El Congreso, y lugares por el estilo. Solo desde semejante perspectiva podemos no ya comprender sino a lo sumo intuir, la ficción en la que se encuentran instalados los que todavía a día de hoy siguen apostando por D. Mariano RAJOY BREY.

Y mientras tanto, no es ya que  España sea un chiste, un circo o en el mejor de los casos un sainete. Es que sencillamente hasta D. Ramón Mª del Valle-Inclán ha pedido encarecidamente que nos abstengamos de usar sus queridos esperpentos  la hora de tratar de sintetizar el maremágnum de emociones que se equiparan a la hora de enfrentarnos a la procelosa labor de tratar de entender qué es, hoy por hoy, España.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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