No se trata de un error, ni mucho menos de una redundancia.
Sencillamente, comprobar desde la menos violenta de las desazones cómo, muy a
nuestro pesar, se cumplen no solo los protocolos, sino para peor las conclusiones
sobre las que cimentamos nuestros argumentos, y por ende nuestras certezas se
convierte, en contra de lo que una minoría malintencionada pueda pensar, en un
verdadero suplicio.
Porque, definitivamente, y una vez más por supuesto sin
pasión, necesitamos volver sobre nuestros pasos, o por qué no, sobre los de quien corresponda, para
tratar de dilucidar no ya las causas de la debacle en la que nos hallamos
inmersos, sino más bien para tratar de comprender el grado de cumplimiento en
el que se halla el plan de los que,
indefectiblemente, han tejido semejante maraña.
Comulgo activamente con los que afirman que el actual estado de las cosas responde de
manera inequívoca, a un plan perfectamente preconcebido. Me desmarco, no
obstante de la mayoría de las fuentes cuando éstas se dedican a repartir culpas. Así, en un mero
ejercicio de economía exponencial, ahorraré
al amable lector el esfuerzo de revisar, compartiendo o no, largas listas de
acusación semejantes en estructura a las
de Los Juicios de Nuremberg, para por
el contrario resumir mi certeza, a la sazón que vórtice de mi diferenciación,
diciendo que allí donde algunos ubican las causas, yo no hago sino ubicar los
preceptos conceptuales.
Así, en definitiva, el
aspecto financiero de esta crisis no es, en resumidas cuentas, sino la válvula
de la olla a presión la cual, a base de girar y girar, no hace sino liberar
presión del interior de la propia olla, impidiendo en consecuencia que la
mencionada estalle.
Pero una vez más, y como no me canso de afirmar, lo que
incluso Julián MARÍAS constató no sin pudor, es que España es diferente.
Y lo es no solo por
el hecho de que no estalle. Lo es más bien porque, como dirían los personajes
de Cartas Marruecas, “…estallaremos dónde
y cuándo lo creamos oportuno (…) que no así habrá de nacer nadie que nos venga
a decir cómo habemos de hacer las cosas en este confín de España.”
¿Les suena? A propósito que hoy mismo la Comisión Permanente del Congreso, otra estructura más que, cómo no, ha sucumbido de la
mano de las Mayorías Absolutas de la Derecha Reaccionaria
(¿PP?) Ha tenido a bien despreciar la
petición de comparecencia que a efectos
se pedía en sede parlamentaria, y que
viene a reclamar a la excelsa figura del Sr. Presidente del Gobierno se digne a
presentarse en la mentada plaza con
el fin de que deje de hurtarnos ni por un segundo más a todos los españoles cuáles son sus opiniones a tenor de lo que
todo el mundo, menos él al parecer conoce ya no solo como “el caso Bárcenas”, sino
más bien como el caso que bien podría
estar en condiciones de llevarse por delante ¿este sueño? De Democracia en el
que creemos firmemente hallarnos instalados.
Porque es de eso, y no de otra cosa de lo que llegados a la
presente hemos de comenzar a hablar.
De cómo un partido político puede llevar más de veinte años
financiándose de manera aparentemente ilegal. De cómo sus dirigentes ajustaban el detrimento que habían sufrido
en capacidad económica, pasando ésta a ser “sobrada”. De cómo grandes
compañías, algunas procedentes de la privatización
post’96 volvían al mercado mediante el pago previo de comisiones que
acababan sirviendo para financiar campañas electorales que pasaban así a estar “enmerdadas” hasta el extremo de
justificar el que tratemos de ilícito cualquier resultado por las mismas
obtenido. Sí, por otro lado lo mismo que el PP ha hecho de manera evidente en
lo concerniente a la puesta en práctica del Programa Electoral que lo encumbró.
Y es entonces que, una vez analizado todo lo anterior, hemos
de volver inexorablemente al principio de todo nuestro entramado, para tratar de comprender en este caso cómo la
realidad, supera con mucho a la ficción.
O más concretamente a cómo la ficción lo envuelve todo,
sumiendo con ello a la realidad en toda una suerte de penuria incapaz ni tan
siquiera de hacerse digna de sí misma.
Nos arroja así la actualidad a la necesidad de la mentira en pos de constatar desde la misma la
posible verdad de la realidad.
Experimentamos con ello toda esa suerte de emociones solo
concebibles desde la convicción de que, más pronto que tarde habremos de
despertar de lo que solo puede ser un sueño.
Sueño, ficción, ilusión. Nostalgia, en una palabra, basada
en una interpretación fraudulenta de un pasado que, de forma crédula, hemos
llegado a asumir que siempre fue mejor.
Así, desde la filosofía del conejo que huye del incendio,
nos hemos acostumbrado a decretar no ya como adecuado, sino realmente como
maravilloso, toda una suerte de acontecimientos, realidades e incluso de
estructuras, que no es ya que sean falacias, es que se acaban por revelar como
burdas patrañas.
Y así no es que se caiga, es que se desmorona, todo un
edificio fraudulento que entre todos, unos por acción, y otros por omisión,
hemos permitido se construya.
Es así, nuestra realidad, un proceso abocado diariamente a
la frustración, y al desasosiego. Emociones éstas solo comparables a las que
sintió Ulises cuando retornó a casa.
Es por entonces que llegado el momento debido, tan solo el parnasianismo, interpretado en su vertiente política como el proceso del
disfrute político en tanto que tal, o
sea carente de motivación ajena; pueda garantizar la supervivencia de ciertos
procederes.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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