Resulta en extremo difícil, y hoy por hoy resulta cada día
si cabe más complicado hacerlo, el conjugar de manera coherente, con las
delicadas piezas de las que disponemos, un esquema lo suficientemente duradero
en el que la suma fragilidad no sea detonante expreso el base al cual no
constatemos sino la destrucción del incipiente equilibrio sobre el que cada día
depositamos nuestras esperanzas, viviendo.
Vivimos en una ensoñación. A la vista de las circunstancias
que convergen desde los lugares más inusitados, para dar lugar a las
connotaciones más sorprendentes, lo cierto es que la realidad virtual en la que nos hallamos confortablemente
instalados, no puede sino aportarnos una componenda
de realidad conformada a partir de poco más que de retazos, de fragmentos,
procedentes unos del recuerdo, y otros de la vana creación forjada desde la
escabrosa imaginación destinados, tanto los unos como los otros, a irrigar de falsas emociones, un territorio que a
estas alturas ya ha hecho presa de la desazón, cuando no del misticismo
utópico, o a lo peor apocalíptico.
Y como denominador común, el pensamiento. Elemento destinado
unas veces a ser fiel testigo de la realidad, precursor otras de los más
fervientes deseos, de aquéllos que una vez fueron capaces de iluminar la senda
que cambió el mundo; lo único cierto es
que solo desde el pensamiento podremos constatar el triunfo o la debacle de la
actual corriente de no pensamiento que para nuestra desgracia asola cuanto
nos rodea, amenazando además con destruirlo para siempre.
“El Pensamiento piensa
Ideas.” Semejante
máxima, la cual subyace por derecho propio a las bases más profundas de los
precursores mismos de la
Cultura Clásica sobre la que se apoya la totalidad de nuestro
mundo occidental, en tanto en cuanto forma parte del canon básico Presocrático; sirve a su vez como
catalizador del presupuesto a nuestro entender fundamental que pasa por
entender la condición imprescindible del otro gran invitado en el día de hoy a
saber el Lenguaje, como constatación práctica de ése y quién sabe si de, por
supuesto, cualquier pensamiento.
Encierra el Pensamiento todas las máximas esenciales a
partir de las cuales explicar sin parangón la
totalidad de los considerandos que integran al Hombre, no solo como idea, sino
como verdadera y única realidad.
Supera así pues, y a mi entender el Lenguaje al Pensamiento,
no solo como capacidad, sino como verdadera realidad; al converger en el Lenguaje,
entendido bien como complejo logro, o como simple desarrollo de una capacidad;
toda una serie de principios que se resumen en el hecho definitivo en base al
cual todo lo pensado queda subyugado
al filtro de lo traducido a Lenguaje al
constatarse de manera efectiva cómo no todo lo pensado es en realidad
escenificado es decir, el Lenguaje en sí mismo puede erigirse en modificador de
la realidad, ya sea ésta de contenido social, o individual.
Dicho lo cual creo queda suficientemente argumentado el propósito
en base al cual hemos de aportar al Lenguaje la importancia que merece, no solo
como canal de pensamiento, sino muchas veces como contenedor a veces
involuntario incluso de emociones y por supuesto de otras subjetividades; lo
cierto es que del análisis detenido del Lenguaje, podemos sin duda obtener
multitud de información mucha de la cual posee un insospechado viso de verdad
procedente de constatar que el marcado carácter de involuntariedad de la misma
convierte en poco menos que en imposible cualquier intento de manipulación, por
inusitado que éste sea.
Y cuando el objeto del análisis no es individual sino social
esto es que el objeto sobre el que desarrollamos nuestras acciones es un grupo,
comprobamos que haciendo bueno el principio estadístico, cuanto mayor es la muestra sobre la que ejercemos nuestra
acción, mejores por más exactos son nuestros resultados.
Podemos así pues constatar cómo tanto el grado del impacto
de la crisis, como la manera que éste ha tenido de manifestarse entre los que
la padecemos, es propenso de ser analizada no solo revisando la manera mediante
la que la misma se escenifica en nuestro pensamiento, sino más concretamente
prestando atención a la manera que tiene
de exteriorizarse.
Acudimos así al grado del tiempo verbal el cual, tal y
comprobaremos, se erige en uno de los elementos más fidedignos a la hora de
constatar el estado de una persona o, como en el caso de lo que constituye hoy
el objeto de nuestro análisis, de una sociedad.
Aplicado de manera más o menos directa en dirección a
constatar el grado de implantación que hasta el momento habían ido logrando los
respectivos elementos de la crisis, aceptando por supuesto ya llegado este
momento el que la crisis es en realidad el resultado de un compendio de
variables perfectamente ordenadas y preconizadas destinadas en la mayoría de
ocasiones a converger dentro de un modelo absolutamente estudiado, y diseñado
para lograr en muy poco tiempo la
aceptación de una serie de reformas, modificaciones y pérdidas en general de
carácter entre otros, social; sin la cual la aceptación de esas modificaciones,
por estar casi siempre ligadas a aspectos tales como los recortes, cuando no
abiertamente la pérdida de derechos generalmente sociales; hubieran hecho del
todo imposible su aceptación de manera tranquila, o cuando menos pacífica; lo
cierto es que la constatación de las modificaciones en el uso de los mentados
tiempos verbales, bien puede servir como medidor del grado de éxito de toda
esta farsa.
Así si nos detenemos objetivamente unos segundos podremos
sin grandes esfuerzos poner de manifiesto el grado de correlación que existe
entre los cambios que se producen en el cambio de tiempo verbal desde el que
expresamos nuestro parecer respecto del grado de implementación de la crisis, y
la evolución que sufre la percepción que de la misma tenemos.
Queda así pues perfectamente constatado un hecho que se
escenifica al ver cómo el uso del presente ha ido ganando terreno,
escenificando con ello mejor casi que cualquier otra cosa el grado de éxito,
cuando no de marcado triunfo, que avala a aquéllos que han sido inductores a
título de responsables directos del presente que hoy confecciona nuestra
realidad habitual.
Cada vez que hablamos en presente de la crisis,
escenificamos en su totalidad, o al menos en parte, elementos de la misma
destinados a configurar un escenario de pensamiento para cuya implantación
exitosa se requiere de manera imprescindible un estado mental determinado. Un
estado mental a partir del cual el individuo manifiesta de manera eficaz la
constatación de que efectivamente, en mayor o menor cuantía las variables del
sistema han sido satisfactoriamente implementadas.
Y del valor ético, individual, como siempre al valor moral,
y por ende social. Cada vez que hablamos en presente de la crisis nos
convertimos en cooperadores necesarios de un proceder destinado a extender la
concepción de que inexorablemente ése ha de ser el camino que nos queda a todos
por recorrer.
La constatación efectiva del uso del presente como tiempo
verbal preferido a la hora de hacer mención de los estragos que la crisis
causa, nos muestra pues, aunque en la mayoría de los casos sea de manera
involuntaria, como preconizadores más o menos sumisos de una serie de
percepciones que en la mayoría de los casos no se muestran como realmente
eficaces a la hora de preservar una muestra lo suficientemente válida como para
dar un resultado óptimo en términos estadísticos. Mas aunque ésa parezca ser su
justificación, lo cierto es que el mero efecto que causa en los grupos,
justifica ya de por sí su existencia al mostrarse como sobradamente eficaz en
pos de lograr un ambiente inmejorable.
En consecuencia, visto lo visto, y a la espera de lo que sin
duda está por venir, lo cierto es que parece claro lo importante que resulta el
que tanto nuestro pensamiento, como nuestro Lenguaje, guarden una verdadera
coherencia. De no ser así, es más que posible el que quedemos subyugados por cualquiera de las múltiples tendencias
que emergen aparentemente de la nada, destinadas sin duda a continuar el
proceso de alineación que otros, de manera tan brillante comenzaron.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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