miércoles, 6 de noviembre de 2013

DE LAS EXCELENCIAS, LAS EXCEPCIONES, Y LAS MARCAS QUE NO DEBERÍAN SER CRUZADAS NUNCA.

“El español ha sido siempre, y todavía hoy sigue siéndolo, uno de los hombres que más fácilmente está dispuesto a jugarse la vida. Pero tiene cierta pereza para jugarse algo menos que la vida….el español “tarda” algún tiempo en decidirse a jugarse la vida, sobre todo cuando lo ha hecho con demasiada intensidad hace relativamente poco tiempo. Ese tiempo que transcurre hasta la decisión final acaba de manera incomprensiblemente corta, quizá ilógica, y a menudo incluso injustificada.
El español está dispuesto a jugarse la vida “de una vez”, pero nunca lo hará a plazos.”
Julián MARÍAS “SER ESPAÑOL”.
. Ed.  PLANETA AÑO 2000

Y de nuevo, una vez más, tal y como ocurre con la mayoría de las cosas importantes, vemos de manera aparentemente impasible como los esquemas, los verdaderos esquemas, se repiten, uno tras otro, estableciendo con ello el ineludible vínculo que se establece entre lo importante, y aquello que lo preconiza.
Es de nuevo, una vez más El Tiempo, en su inexorable esencia, la que procede de denotar el igualmente inexorable devenir, el que nos ubica frente a nuestra realidad, proporcionándonos con ello la verdadera medida de todas las cosas, incluyendo por supuesto la que procede de nuestra propia medición, aportada en este caso de la valoración que hacemos de nuestra responsabilidad, que emana de la capacidad que tenemos para expresarnos en tanto que nosotros mismos, o sea, de la capacidad que tenemos para juzgar las consecuencias de nuestros actos.

Pasa así El Tiempo a una nueva dimensión, la que procede no tanto de considerarse medida de todas las cosas. Con el paso no necesariamente ha de devenirse pérdida de intensidad sino que, al contrario, se constata una nueva realidad, la que procede de concebir de nuevo el historicismo como un medio no ya solo correcto, sino incluso adecuado, para establecer no tanto predicciones, como sí suposiciones cargadas de razón, una razón que procede evidentemente del análisis de datos aportados nada más y nada menos que por la Historia, la cual por otro lado ve relanzarse su horizonte.

Estoy hablando lisa, llana y por qué no, sencillamente, del efecto contradictorio que se produce cuando podemos establecer análisis prometedores de futuro, a partir de la sorpresa que produce encontrar en nuestros esquemas presentes conceptos, desarrollos e incluso conclusiones, que verdaderamente muchos creíamos definitivamente superados.

Y es de la constatación expresa de tal hecho, el que se produce tras la fusión en uno solo tanto de la sorpresa, como del verdadero hecho de reencontrarnos con fantasmas del pasado, de donde extraemos la tesis dominante que nos acompañara a lo largo de nuestro desarrollo de hoy.

Así, cuando en la mañana de hoy me desayuno con las declaraciones de Ernesto SÁENZ DE BURUAGA, quien en su programa matinal de CADENA COPE desarrollaba su arenga con tintes de farfulla habitual, salpicada en este caso con un delicado toque natural en forma de “…y es así que esta es la extrema izquierda que dentro de dos años nos puede gobernar”; que muy a mi pesar se despertaban en mi interior fantasmas que por lo impoluto de su blancura, pero por lo vacío de su mirada, verdaderamente me aterraba volver a ver despiertos.

Cuando una sociedad ve cómo su tejido conceptual aparece continua y permanente salpicado de revisiones del pasado, las cuales a menudo llegan a conformar un entramado tan denso que por otra parte no deja pasar la luz del sol, haciendo incluso complicada la mera labor de respirar, es cuando una sociedad debería empezar a ser consciente de que, verdaderamente, tiene un problema. Un problema que se manifiesta de diversas formas, pero que se diagnostica de una sola.
Así, cuando en España nos permitimos el lujo de perder el tiempo que no tenemos, en discusiones de  la talla de si procede o no sacar a FRANCO de su sepultura, lo único que estamos haciendo es redundar en la herida que supone constatar que a día de hoy seguimos sin ser plenamente conscientes de nuestra verdadera situación.
Retrotrayendo nuestras líneas de pensamiento hacia parajes destinados a ganar en concreción esto es, a medida que conviertan lo que era inalcanzable por abstracto, en manejable si se hace desde el punto de vista limpio de un niño; podremos sin grandes dificultades llegar a concebir una escenografía en la que la concreción que procede de encontrarnos día a día con permanentes referencias, cuando no con repeticiones exactas de viejos modelos la mayoría de los cuales parecen proceder sencillamente de la copia o símil de un proceso en apariencia superado, redunda una y otra vez en la constatación expresa de que, muy a nuestro pesar, España no solo ha vuelto a perder el tren del progreso, sino que una vez más parece apostar de manera flagrante por la franca a la par que sincera involución.
Involución, concepto terrible, precursor cuando no resumen de realidades si cabe más terribles, y síntoma en cualquier caso de la realidad enferma de este país.

Porque definitivamente, España está enferma. España padece de una enfermedad cuya certeza viene atestiguada por la intensidad de la propia realidad en la que día a día se manifiesta, y en la que día a día se desangra víctima de una hemorragia, la mayoría de las veces interna, que nos hace ahogarnos en nuestros propios éxitos.
Una enfermedad que, de todas todas, no tiene su causa en ningún protocolo externos (éstos, de darse, no hacen sino agravar una sintomatología ya de por sí aberrante.) El problema de España es genético, al hallarse el estigma en la propia consolidación tanto de España, como de los españoles.

Porque, efectivamente, aun a riesgo no de caer en el tópico, sino de constatarlo España, y con ende su concreción primaria, a saber los españoles, somos realmente únicos.

A título de constatación, creo hallarme en una condición privilegiada a la hora de no necesitar justificación alguna al respecto, diremos no obstante que cada vez que en España, la sociedad que resulta víctima de sus propios devaneos se congratula de encontrarse cualquier día con portadas o titulares radiofónicos o quizá incluso de televisión, cuyo germen o en definitiva cuyo génesis bien podría ubicarse en protocolos del siglo XIX; lo cierto es que con ello no hace sino ahondar en la constatación efectiva no de la existencia de la enfermedad, sino efectivamente de la intensidad y del grado de afección de la misma.
Así cuando textos periodísticos de la más diversa índole que a veces llevan implícita su verdadera calaña; nacen en la manifestación efectiva de esquemas o conceptos que inocentemente creímos olvidados, no hacemos sino constatar el proceso por el cual la vieja guardia pretende resucitar procedimientos y quién sabe si hasta ideales que verdaderamente a todas luces están mejor dormidos.

Cada vez que esto sucede, cada vez que esto se permite, otra línea se ve superada, otra cuestión primordial se ve sublimada. Así, poco a poco vemos cómo uno de los mayores triunfos institucionales de los que hoy por hoy nos gobiernan, pasa de manera insospechada por un rearme ideológico de consecuencias aún impensables, pero cuyas primeras manifestaciones pasan por asistir precisamente al rescate lento, pero eficaz, de esas infranqueables líneas rojas que hasta hace bien poco, parecían tabú, para unos y para otros.

Líneas rojas confeccionadas no obstante a base de conceptos, los cuales inequívocamente confieren ideologías las cuales, pese a quien pese, nos permiten identificarnos, a la par que saber quiénes somos.

Comenzábamos nuestra exposición de hoy citando a un clásico de primeros del siglo XX, y acabamos haciendo mención expresa de las palabras que otro clásico, en este caso de finales del mismo siglo XX, D. José María CARRASCAL, pronunciaba el pasado lunes, en este caso en CADENA SER. Así, a la pregunta expresa de cómo se veía a España en el extranjero, CARRASCAL respondía que no tanto a España, sino más bien a los españoles, se nos veía como un resultado de la Historia que había generado personas que no están de ninguna manera a gusto si no están peleando. Personas (y tal vez aquí redunde lo interesante) que tienen alterado su sistema de valores hasta el punto de no ser capaces de ser conscientes del lugar que ha de ocupar aquello que es verdaderamente primario, cayendo no solo en el error de confundirlo con lo secundario, llegando si cabe a dar más importancia a lo terciario.

¿Estamos preparados para constatar una vez más, la repetición de los errores?



Luis Jonás VEGAS VELASCO.



1 comentario:

  1. Pues yo me niego a dar la razón a las dos Españas y a la pelea a bastonazos de Goya, qué quieres que te diga...

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