“El español ha sido
siempre, y todavía hoy sigue siéndolo, uno de los hombres que más fácilmente
está dispuesto a jugarse la
vida. Pero tiene cierta pereza para jugarse algo menos que la
vida….el español “tarda” algún tiempo en decidirse a jugarse la vida, sobre
todo cuando lo ha hecho con demasiada intensidad hace relativamente poco
tiempo. Ese tiempo que transcurre hasta la decisión final acaba de manera
incomprensiblemente corta, quizá ilógica, y a menudo incluso injustificada.
El español está
dispuesto a jugarse la vida “de una vez”, pero nunca lo hará a plazos.”
Julián MARÍAS “SER
ESPAÑOL”.
. Ed. PLANETA AÑO 2000
Y de nuevo, una vez más, tal y como ocurre con la mayoría de
las cosas importantes, vemos de manera aparentemente impasible como los
esquemas, los verdaderos esquemas, se repiten, uno tras otro, estableciendo con
ello el ineludible vínculo que se establece entre lo importante, y aquello que
lo preconiza.
Es de nuevo, una vez más El Tiempo, en su inexorable
esencia, la que procede de denotar el igualmente inexorable devenir, el que nos
ubica frente a nuestra realidad, proporcionándonos con ello la verdadera medida
de todas las cosas, incluyendo por supuesto la que procede de nuestra propia
medición, aportada en este caso de la valoración que hacemos de nuestra
responsabilidad, que emana de la capacidad que tenemos para expresarnos en tanto que nosotros mismos, o sea, de
la capacidad que tenemos para juzgar las consecuencias de nuestros actos.
Pasa así El Tiempo a una nueva dimensión, la que procede no
tanto de considerarse medida de todas las
cosas. Con el paso no necesariamente ha de devenirse pérdida de intensidad
sino que, al contrario, se constata una nueva realidad, la que procede de
concebir de nuevo el historicismo como
un medio no ya solo correcto, sino incluso adecuado, para establecer no tanto
predicciones, como sí suposiciones cargadas de razón, una razón que procede
evidentemente del análisis de datos aportados nada más y nada menos que por la
Historia, la cual por otro lado ve relanzarse su horizonte.
Estoy hablando lisa, llana y por qué no, sencillamente, del
efecto contradictorio que se produce cuando podemos establecer análisis
prometedores de futuro, a partir de la sorpresa que produce encontrar en
nuestros esquemas presentes conceptos, desarrollos e incluso conclusiones, que
verdaderamente muchos creíamos definitivamente superados.
Y es de la constatación expresa de tal hecho, el que se
produce tras la fusión en uno solo tanto de la sorpresa, como del verdadero
hecho de reencontrarnos con fantasmas del
pasado, de donde extraemos la tesis dominante que nos acompañara a lo largo
de nuestro desarrollo de hoy.
Así, cuando en la mañana de hoy me desayuno con las
declaraciones de Ernesto SÁENZ DE BURUAGA, quien en su programa matinal de
CADENA COPE desarrollaba su arenga con
tintes de farfulla habitual, salpicada en este caso con un delicado toque
natural en forma de “…y es así que esta es la extrema izquierda que dentro de
dos años nos puede gobernar”; que muy a mi pesar se despertaban en mi interior
fantasmas que por lo impoluto de su blancura, pero por lo vacío de su mirada,
verdaderamente me aterraba volver a ver despiertos.
Cuando una sociedad ve cómo su tejido conceptual aparece continua y permanente salpicado de revisiones del pasado, las cuales a
menudo llegan a conformar un entramado tan denso que por otra parte no deja
pasar la luz del sol, haciendo incluso complicada la mera labor de respirar, es
cuando una sociedad debería empezar a ser consciente de que, verdaderamente,
tiene un problema. Un problema que se manifiesta de diversas formas, pero que
se diagnostica de una sola.
Así, cuando en España nos permitimos el lujo de perder el
tiempo que no tenemos, en discusiones de
la talla de si procede o no sacar
a FRANCO de su sepultura, lo único que estamos haciendo es redundar en la
herida que supone constatar que a día de hoy seguimos sin ser plenamente
conscientes de nuestra verdadera situación.
Retrotrayendo nuestras líneas
de pensamiento hacia parajes destinados a ganar en concreción esto es, a
medida que conviertan lo que era
inalcanzable por abstracto, en manejable si se hace desde el punto de vista
limpio de un niño; podremos sin grandes dificultades llegar a concebir una
escenografía en la que la concreción que procede de encontrarnos día a día con
permanentes referencias, cuando no con repeticiones exactas de viejos modelos
la mayoría de los cuales parecen proceder sencillamente de la copia o símil de
un proceso en apariencia superado, redunda una y otra vez en la constatación
expresa de que, muy a nuestro pesar, España no solo ha vuelto a perder el tren
del progreso, sino que una vez más parece apostar de manera flagrante por la
franca a la par que sincera involución.
Involución, concepto terrible, precursor cuando no resumen
de realidades si cabe más terribles, y síntoma en cualquier caso de la realidad
enferma de este país.
Porque definitivamente, España está enferma. España padece
de una enfermedad cuya certeza viene atestiguada por la intensidad de la propia
realidad en la que día a día se manifiesta, y en la que día a día se desangra
víctima de una hemorragia, la mayoría de las veces interna, que nos hace
ahogarnos en nuestros propios éxitos.
Una enfermedad que, de
todas todas, no tiene su causa en ningún protocolo externos (éstos, de
darse, no hacen sino agravar una sintomatología ya de por sí aberrante.) El
problema de España es genético, al hallarse el estigma en la propia consolidación
tanto de España, como de los españoles.
Porque, efectivamente, aun a riesgo no de caer en el tópico,
sino de constatarlo España, y con ende su concreción primaria, a saber los
españoles, somos realmente únicos.
A título de constatación, creo hallarme en una condición
privilegiada a la hora de no necesitar justificación alguna al respecto,
diremos no obstante que cada vez que en España, la sociedad que resulta víctima
de sus propios devaneos se congratula de encontrarse cualquier día con portadas
o titulares radiofónicos o quizá incluso de televisión, cuyo germen o en
definitiva cuyo génesis bien podría ubicarse en protocolos del siglo XIX; lo
cierto es que con ello no hace sino ahondar en la constatación efectiva no de
la existencia de la enfermedad, sino efectivamente de la intensidad y del grado
de afección de la misma.
Así cuando textos periodísticos de la más diversa índole que
a veces llevan implícita su verdadera calaña; nacen en la manifestación
efectiva de esquemas o conceptos que inocentemente creímos olvidados, no
hacemos sino constatar el proceso por el cual la vieja guardia pretende resucitar procedimientos y quién sabe si
hasta ideales que verdaderamente a todas luces están mejor dormidos.
Cada vez que esto sucede, cada vez que esto se permite, otra
línea se ve superada, otra cuestión primordial se ve sublimada. Así, poco a
poco vemos cómo uno de los mayores triunfos institucionales de los que hoy por
hoy nos gobiernan, pasa de manera insospechada por un rearme ideológico de consecuencias aún impensables, pero cuyas
primeras manifestaciones pasan por asistir precisamente al rescate lento, pero
eficaz, de esas infranqueables líneas
rojas que hasta hace bien poco, parecían tabú, para unos y para otros.
Líneas rojas confeccionadas no obstante a base de conceptos,
los cuales inequívocamente confieren ideologías las cuales, pese a quien pese,
nos permiten identificarnos, a la par que saber quiénes somos.
Comenzábamos nuestra exposición de hoy citando a un clásico de primeros del siglo XX, y acabamos
haciendo mención expresa de las palabras que otro clásico, en este caso de
finales del mismo siglo XX, D. José María CARRASCAL, pronunciaba el pasado
lunes, en este caso en CADENA SER. Así, a la pregunta expresa de cómo se veía a España en el extranjero, CARRASCAL
respondía que no tanto a España, sino más bien a los españoles, se nos veía
como un resultado de la Historia que había generado personas que no están de
ninguna manera a gusto si no están peleando. Personas (y tal vez aquí redunde
lo interesante) que tienen alterado su sistema
de valores hasta el punto de no ser capaces de ser conscientes del lugar
que ha de ocupar aquello que es verdaderamente primario, cayendo no solo en el
error de confundirlo con lo secundario, llegando si cabe a dar más importancia
a lo terciario.
¿Estamos preparados para constatar una vez más, la
repetición de los errores?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Pues yo me niego a dar la razón a las dos Españas y a la pelea a bastonazos de Goya, qué quieres que te diga...
ResponderEliminar