miércoles, 30 de octubre de 2013

DE LA GUERRA DE LOS MUNDOS, A LA GUERRA DE LOS MUERTOS.

Tal día como hoy, de hace exactamente 75 años, un periodista de apenas 23 años, revolucionaba de manera casi inaudita la en apariencia absoluta tranquilidad de una sociedad que, como en tantas otras ocasiones, pasadas y futuras escondía, tras una fabulación de bienestar y simpatía, una ingente cantidad de miedos, angustias y sonrojos que, como en la mayoría de las ocasiones, no esperaban sino una mínima ocasión para brotar en forma de torrente inconcebible, convirtiendo pues en baldío, cualquier intento de represión posterior.

Aquél joven periodista no era otro que Orson WELLES, emitiendo en formato de Radio-Teatro La Guerra de los Mundos.

Más allá de las consideraciones profesionales de estricto carácter periodístico, cuyas consideraciones como ha de ser obvio dejaremos a los profesionales del medio; del análisis del conocido impacto que aquella emisión radiofónica produjo podemos extraer una serie de valiosas conclusiones, la mayoría de las cuales poseen importante información de cara no obstante a ser analizada aplicando para ello condicionantes propios de disciplinas tan diferentes como pueden ser la Psicología, o incluso la Sociología.

Si nos ceñimos en exclusiva al caos, y posterior pánico que la emisión provocó, nos bastará con una mínima aproximación para comprender que semejante combinación de causas y efectos es tan solo comprensible a tenor de acontecer en una sociedad que, en contra de lo que pueda parecer, vive realmente convencida de su absoluta superioridad, superioridad que juega en su contra al ser una mera sensación de cuya ilusión son perfectamente conscientes aquéllos que por otra parte la promulgan. El exceso de protección, unido al flagrante esfuerzo en pos de reforzar permanentemente esa sensación de sobreprotección, de la que todo el mundo es partícipe, y de la que de forma fundamental el propio Gobierno es partícipe, promoviéndola activamente; se conjugan en una maniobra infernal que salta efectivamente por los aires cuando el americano medio, prototipo de todos los males y grandezas del país, concibe en su entonces y en su allí, la constatación de que, efectivamente el único mal que puede amenazar su estabilidad ha de proceder, efectivamente, de otro mundo. ¡Y para su desgracia coincide precisamente con su entonces! De tal manera, que el miedo no emana de forma directa de la obra genial de H.G. WELLS. Sencillamente ésta se alimenta en realidad de todos los temores que se dan cita instantánea en la mente de una ciudadanía que es consciente de su absoluto analfabetismo conceptual, para huir del cual se han de envolver de manera continuada en una serie de principios, valores y normas cuyo dogmatismo no hace sino crear la falsa ilusión de protección que identifica a todos los que, de verdad, viven convencidos de contar en su acervo con alguna clase de certeza que el resto de mortales ignoramos. Y de la cual obviamente no se van a desprender.

Y si en 1938 estas consideraciones eran viables, al tratarse tal y como podemos comprobar de un ambiente de preguerra, lo cierto es que, hoy por hoy, que esas mismas que no otras variables converjan hasta el punto de lograr parecidas, si no las mismas consecuencias, sí que es, por otro lado, preocupante.

“Hoy, podemos constatar que efectivamente, tal vez desde principios de siglo (siglo XX), inteligencias alienígenas superiores a la nuestra en maldad y capacidad de destrucción, nos observaban con maliciosas intenciones…”
Semejante es la entrada de la locución. Así comenzaba el texto de Invadidos, la adaptación consabida para radio, causante, al menos en el aspecto formal, del caos consabido. Seguro que sin darle muchas vueltas, y por supuesto sin tener necesidad de acudir a encriptaciones de tipo alguno, son rápidamente capaces de encontrar puntos de engarce con nuestro aquí, y por supuesto con nuestro ahora.

El ambiente necesario para que lo que ocurrió, pudiera realmente ocurrir, ni puede, ni debe realmente ser buscado en la propia obra. Hacerlo constituiría un grave error al entrar en confrontación con una de las que ha terminado por revelarse como ley fundamental de procedimiento; y que no es otra que la que versa en relación al grado de afección que existe entre una determinada creación, sea ésta del tipo que sea, y por supuesto el contexto en el que la misma es alumbrada, y de la que obviamente resulta prisionera para siempre.
La esencia de lo expuesto será fácilmente comprendido, lo cual no garantiza que sea igualmente compartida, cuando hemos de aseverar que el grado de generación de contexto, solo comprensible por aproximación de contexto en base a la magnitud de la reacción consolidada; es del todo inaccesible por medio escuetamente achacables a una obra de ficción, o me atrevería incluso a decir que realista tampoco.

Es así que los antecedentes subjetivos que comparten sendas sociedades, la de 1938, y por supuesto la de 2013 son, en el caso que nos ocupa, idénticos.

Y lo son, sencillamente, porque ambas sociedades, o por ser más precisos, ambos modelos sociales, comparten en realidad grandes principios constitutivos que pasan, en este caso, por miedos comunes. Ambos modelos saben que han agotado las fuentes de las que proceden, y ambos saben que la superación de sus preceptos será tan solo posible mediante el desarrollo y en su caso exportación de un gran cataclismo.
El cataclismo al que hacemos mención es, en el caso de los ambientes propios a 1938, fácilmente reconocible. Un modelo Neocapitalista, que curiosamente también por estas fechas festeja otro conocido momento, el del crack acontecido unos muy pocos años antes, es netamente consciente de que su fin por extinción se agota, haciendo imprescindible la imposición de todo un proyecto de teorías que en la práctica desembocarán en la II Guerra Mundial.

Pero es cierto que en aquel caso otras cuestiones de no menor calado, resultaban a la sazón de más sencilla composición. Así, el aspecto básico de la generación de un individuo, era ciertamente pan comido. La existencia de manera enfrentada por consideración de intereses, de fuerzas tan distantes en lo conceptual y en lo preceptivo, como podían ser en este caso Japón como estado, y el ya germinado movimiento Nacional Socialista en tanto que bloque ideológico, proporcionaban a USA, en aquel momento no el líder incontestable, aunque sí sin duda el más interesado, un escenario difícil de ignorar. Un escenario en el que además convergía otra de las consideraciones imprescindibles, en el ejercicio de la cual Estados Unidos se ha mostrado siempre como un verdadero maestro, y que pasa por sacar siempre fuera de sus fronteras, y por supuesto cuanto más lejos mejor, todo conflicto armado.

Y es ahí precisamente donde por otro lado se constata la mayor de las diferencias respecto de la forma de hacer las cosas, si la comparamos con nuestro aquí, y con nuestro ahora.

Constituye la derecha cavernaria, reaccionaria a la par que recalcitrante que a la sazón gobierna nuestros designios, un modelo a lo sumo conservador que no solo no posee, sino que jamás poseerá, ni uno solo de los valores que de hacerlo podrían llevarnos a considerar como aceptables algunas de las consideraciones que sus homólogos de ultramar pueden llegar a protagonizar.
Es así que nuestros conservadores, vestidos con sus nuevas indumentarias neoliberales, son incapaces de esconder del todo ese aspecto rancio que les lleva de vez en cuando, aunque últimamente de manera más reiterada que en los últimos tiempos, a poner de manifiesto que en el amor y en la guerra, todo vale. Aunque si bien optando por suprimir de su  discurso cualquier aproximación al romanticismo (no en vano en las celebraciones del Día de Todos los Santos de este año no se leerá “El Tenorio” por considerar su sensualidad explícita, siendo sustituido por un extracto de las aportaciones de AZNAR a los Cursos de Verano de FAES.) Lo cierto es que nuestra derecha no dudará nunca en aplicar su política de tierra quemada si con ello, logra “extirpar de España la mala ponzoña que el recuerdo de una República cuyo colapso provocó los acontecimientos de 1936” (sic Cadena COPE emisión del lunes 28 de octubre.)

Y no es más que  a partir de ahí, de la constatación no ya de la veracidad, sino de la mera existencia de afirmaciones como ésta, de donde puedo extraer conclusiones otrora ya mencionadas, y que inexorablemente han de pasar una vez más por traer a colación que este país no tiene más que lo que se merece,
Lo que se merece no tanto por no conocer su Historia, como sí en realidad por preferir olvidarla, convencido de que la amnesia, traería aparejada alguna extraña clase de redención.

Mientras, en la macabra danza de los muertos que un año más nos tienen preparada poco a poco, convencidos de que ya nada es posible, poco más que pelear por los restos de la mesa que otros disfrutaron nos queda. Pero es evidente que saciarse, como ocurriera en los ya olvidados banquetes, es algo que solo en la imaginación de los más proclives podrá acontecer.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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