miércoles, 23 de octubre de 2013

DE LA LIBERTAD DILAPIDADA, QUE SE MANIFIESTA EN FORMA DE PRESENTE INDECOROSO.

“Y fue entonces, al tocar tierra en aquél puerto, sito en tierra extraña, que fue cuando pude por fin identificar la extraña sensación que me acompañaba desde el instante en el que decidí iniciar mi viaje.
Era una sensación extraña, que solo se puede comprender, instigando los motivos que la provocaron.
Nació de lo más profundo, de los lugares a los que solo se accede cuando comprendes que ya nada más te pueden arrebatar. Es ése instante en el que comprendes lo frágil que es la Naturaleza Humana. El instante en el que te conviertes en un animal, sencillamente porque como a la mayoría de ellos, comprendes que nada ya te une al resto de la Humanidad.
En mi caso, fue el instante en el que me topé de bruces con la más terrible de las sensaciones. Curiosamente aquélla por la que otros dicen que luchan y por la que sin duda merece la pena morir.
En mi caso, la libertad es una desgracia. Tal vez porque accedí a ella cuando tras dos años al servicio de su Majestad Imperial, volví a casa para encontrarla ardiendo, con los cadáveres de mi mujer y mis dos hijos todavía calientes.
Es ése instante, en el que comprendes que ya nada te une no ya a la Humanidad, sino ni tan siquiera al Género Humano, el que te enfrenta, por desgracia a la verdadera libertad. La que consiste en saber que ya nada te liga al mundo.”

Son palabras procedentes del diario de un militar español datadas en torno a 1580. Como ocurre con algunas otras de las realidades citadas, cuando no constatadas en este mismo espacio, se encuentran, a modo de testimonio, en la Casa de Contratación de Sevilla. Por aquél entonces, y de manera del todo indiscutible, el organismo más importante, en la ciudad más grandiosa, posiblemente del mundo.

Cedo una vez más ante la libidinosa satisfacción que me produce manifestarme en pos del aparente galimatías fruto de la mezcla inmisericorde de conceptos, a menudo abstractos; en una selva de tiempos de igual manera aparentemente inconexos. Se trata en realidad de un vano intento de dar forma al monstruo que aqueja mis sueños, arrastrándome preceptivamente hacia un terapéutico insomnio, todo lo cual no hace sino incrementar en lo que me rodea la certeza fiel de que ya nada, o al menos yo, carecemos tan siquiera de la esperanza de la reconciliación, cuando menos con los principios que redundan en éste aquí, en éste ahora.

Acudo así pues, a la Historia, en pos cuando no del remedio, sí del conato de prestancia en base al cual hacer lo posible por, como el militar de cuyas reflexiones parte hoy nuestra propia reflexión, dilucidar si es otro lugar, o quién sabe si otro tiempo, donde se hallan los espacios o los tiempos que me son más proclives, toda vez que nada puede a ciencia cierta garantizarme que me sean más propicios.
Me retrotraigo así al que para mí es mi siglo pasado, en tanto que de cara a mis esquemas sigo en el siglo XX. Redundo pues en el siglo XIX, en busca de los factores que tal y como ocurriera en el XVIII, resultan imprescindibles para explicar cuando no para tratar de entender las consignas que removieron en este caso al XVII.
“Es la resignación virtud que le cabe al desgraciado, pero que no obstante le está vedada al culpable.”

Debería de bastar esta consigna, uno de los mejores resúmenes a mi humilde entender del Espíritu Romántico que impregna inexorablemente, como entonces debía de impregnar el cuerpo de las mujeres el Agua de Rosas; para actuar de inmisericorde catalizador, transportando hasta el incierto presente todas y cada una de las consideraciones, sensaciones y por qué no, incipientes conclusiones, a las que el por otro lado avispado lector haya podido llegar.

Es la máxima, como todas las que de merecer tal consideración se precia, digna de estudio y consideración. Extensa como Castilla, inquebrantable como el diamante  e inexorable como la propia muerte.
Como todo concepto propio del Romanticismo, ha de ser capaz de despertar en aquél sobre el que desarrolla su influjo, sensaciones contradictorias, asustadizas y cobardes, que no vienen sino a preconizar los aspectos más oscuros, sibilinos e incluso perversos, de aquél sobre el que ejerce su influjo, sea éste o no voluntario. Y siempre, participando de esa extraña simbiosis que todo lo rodea, y que se rodea en torno a la certeza casi mística de que algo terrible, está siempre, inexorablemente, por suceder.

Recuperamos así pues el testigo del tiempo el cual, en medio de su macabra danza caníbal que surge de comprobar el macabro rito por el cual ésta avanza a costa de  devorar a sus hijos, los años; justificando con ello una vez el innombrable retrato; retornamos nosotros igualmente a un presente que nos es sorprendentemente impropio, prueba evidente de que tal vez Cronos no ha saciado su apetito solo con sus hijos.
Y nos sorprendemos sobre todo de formar parte de una realidad en la que cualquier atisbo de certeza procedente de la comparación con vestigios, ni remotos ni cercanos, se muestra capaz de recordarnos dónde estamos.

Hemos retornado a un espacio en el que aunque parezca imposible, es nuestro tiempo lo que nos ha sido arrebatado. Nuestro presente, aquél que debía necesariamente de proceder de la evolución de un pasado cercano, y por ello conocido, el cual había casi inexorablemente de evolucionar siguiendo los esquemas que nosotros creíamos controlar, para como digo implementar el presente que hoy nos cabía esperar.

“Es la resignación virtud que le cabe al desgraciado, pero que no obstante le está vedada al culpable.”

¡Pobres de nosotros! ¡Ingenuos desvergonzados! ¡Aún creemos que controlamos algo, que podemos esperar algo! ¡Incluso dormimos convencidos de que sabemos algo!
Y es ahí donde inexorablemente, redunda su éxito. Un éxito forjado a base de arrebatar sueños promoviendo el insomnio, un éxito fraguado a base de arrebatar el pan de la boca, generando la certeza de que ni comer constituye, hoy por hoy, una verdadera necesidad.
Un éxito que por otro lado se manifiesta en algo tan sencillo como el tiempo verbal, el inexorable presente de indicativo desde el que narcotizan a un pueblo que inexorablemente asiste a la metabolización de su realidad, partiendo del componente taciturno que es propio de aquéllos que se levantan presas del pánico, incapaces de recordar un sueño cuyas sensaciones, por otro lado, casi rozan con la punta de los dedos. Un sueño de consecuencias tan drásticas como terribles, en tanto que el mismo está inducido. Se trata de una más, si no la más poderosa, de cuantas armas forman el arsenal de los integrantes de un sistema confeccionado en pos de la consecución de una bárbara meta, meta que en este caso pasa por crear de manera activa, y a poder ser rápida, del contexto determinante que les permita finalizar un proyecto para cuya consolidación se mostraron en el pasado siglo incompetentes. Tal vez porque la fruta no estaba madura.

Un proyecto para el que la correcta elección del tiempo verbal  supone mucho más que una condición anecdótica. Supone más bien una condición categórica ya que la misma constituye la frontera que separa a los que participan de la fagocitación, respecto de aquéllos otros que están siendo fagocitados.
Pasamos así pues a hablar en términos de abierta supervivencia. El instante del salto cualitativo, inexistente ya que, al contrario de lo que ha ocurrido hasta el momento en los reiterados casos en los que hemos jugado a este juego, por primera vez la alienación no ha hecho acto de presencia.
Venía a constituir, a grandes rasgos la alienación, el proceso por el cual el individuo era abducido de su medio, siendo apeado de su realidad, para pasar a formar parte de manera más o menos activa de una realidad que le era ajena.
Pero el proceso era, ante todo, imperfecto. La variable cambio esencial que era experimentado por el individuo dejaba una serie de restos que actuaban como una verdadera anomalía social fácilmente rastreable; lo que posibilitaba la detección del ente.
Hoy, semejante problema ha sido dramáticamente superado. La variable de imposición que lleva implícita, al menos en origen la alienación, se ha visto remontada por la inducción mediante cauces voluntarios, de los caracteres necesarios de cara a lograr la metamorfosis del individuo, que pasa a ser servil.
La manera, ya se ha dilucidado algunas líneas más arriba. En mitad del proceso descrito, y con la excusa de librarnos del terrible insomnio, nos venden el más poderoso de los narcóticos, el que procede de convencernos de que, efectivamente, somos más  libres de lo que lo hemos sido nunca.

Terrible libertad, aquélla que procede de enfrentarnos con nuestra propia esencia, la que surge de ponernos cara a cara con nuestro yo animal, el que por otro lado se manifiesta cuando, desgraciadamente, la sociedad te constata que no tienes nada que ofrecer, porque en realidad no tienes nada más que perder.

Constituye ése el momento en el que el presente se hace instante, y la ausencia de alienación, se confunde con el clamor del nihilismo. Un nihilismo propio del Despertar para morir.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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