miércoles, 8 de enero de 2014

DE LA SUPERACIÓN DE LAS PALABRAS. DE LO IRREVERSIBLE DE LOS TIEMPOS.

Acontecen en mi derredor situaciones límite, de cuyo rigor, a la par que de cuye certeza me doy cuenta tan solo al constatar que cada vez resulta más difícil expresar con un mínimo de rigor aquello que en torno a las mismas acontece. Y no se trata tan solo de constatar de manera más o menos evidente que día a día resulta cada vez más imprescindible ampliar casi hasta el infinito en campo semántico desde el que aproximarnos a la funesta realidad, sino que más bien la constatación se hace expresa a partir del momento en el que comprobamos, por supuesto sin rubor alguno, la manera mediante la que poco a poco asistimos a lo que bien podríamos denominar superación de la realidad.

Comprometidos firmemente y a la sazón una vez más con lo que supone la enésima constatación práctica de la teoría de la superación ficticia, en resumidas cuentas aquélla que viene a hacer bueno el dicho en base al cual la perspectiva, o más bien la ausencia de ésta, constituye para muchos la única excusa a la hora no ya de sobrevivir, sino de evitar pasarse a modo de defensa propia a lo que habría de constituir un acto en pro del nihilismo activo; lo cierto es que cada uno a su nivel esto es, la infanta de España afirmando que no sabe por qué se ha montado tanto revuelo con su caso; y el pueblo español consintiendo no ya hoy el que tengan lugar estas declaraciones, sino el seguir tragando quina desde el año 2010: lo cierto es que, sin necesidad de acudir a relevos astronómicos, no necesitamos mirar a las estrellas para entender que efectivamente, la Justicia no es igual para todos. De manera imperecedera cierto es que unos nacen con estrella y otros, pues ya se sabe.

Y de la conjunción de semejantes extremos, es que viene a conformarse en torno a las concesiones que un día más hago a mis diatribas la constatación fascinante de que verdaderamente, existen substancias que son, física e incluso químicamente inabordables. Es así que, al igual que el agua y el aceite se revelan para cualquier observador como realidades cuya fusión en un mismo tiempo y espacio, viene a constituir tema para poco menos que una paradoja; no es menos cierto que en otros campos en apariencia un tanto alejados, entre los que podemos encontrar los propios de La Política, La Moral, e incluso La Justicia; asistimos en silencio, y con creciente expectación a fenómenos igualmente sometidos a los principios no de la constatación pragmática, sino de la más rotunda de las paradojas.
Sin embargo y en este caso, el mundo de lo pragmático, al que en definitiva se ciñen entre otras de manera inexorable los principios que rigen las certezas y por ende sus constataciones; atribuye su supervivencia al rigor que procede de tener mecanismos inviolables que convierten a la acción empírica en único juez verdaderamente competente a la hora de estableces, si no de abordar, los regímenes propios a la hora de considerar bajo qué parámetros se han definido por ejemplos los parámetros de un experimento en el que, siguiendo el ejemplo, el agua y el aceite hubieran resultado fielmente ligados, sin que hubiera sido necesario para ello vencer a priori una gran resistencia.
De no ser así, sin duda que podríamos llegar a considerar ciertamente la posibilidad de que, efectivamente, nos hubieran cambiado el mundo en el que vivimos.
Pero si nos detenemos unos segundos, si abandonamos por un instante la vorágine en la que nos encontramos instalados, comprobaremos sin demasiados esfuerzos cómo a eso es, precisamente, a lo que una serie de grupos interesados nos han traído.

Constituye  una micela, la realidad física constituida en torno a la imposición física mediante la cual creamos una gota de aceite, rodeada de un entorno de agua. Lejos de una disertación al respecto, diremos a efectos ilustrativos que la supervivencia del mencionado ente, depende inexorablemente del juego, para nada accidental, de una serie de consideraciones entre las que destacan, por ejemplo, la existencia de substancia que ponen en juego factores tales como la hidrofilia, y por supuesto la hidrofobia.
Huyendo por supuesto de cualquier forma de complicación innecesaria, constataremos no obstante como la propia naturaleza ya arbitra, en un ejercicio de predisposición inexorable, argumentos de cara no solo a la supervivencia, sino al flagrante desarrollo, de realidades cuya mera supervivencia, y por ende posterior desarrollo, resultaban poco menos que impensables si nos ceñíamos estricta y escrupulosamente a las leyes marco.
Así y solo así, estableciendo por supuesto los puentes que resulten necesarios a la hora de salvar las múltiples y evidentes diferencias que existen entre los medios condicionados, que podremos establecer un paralelismo real  que nos sirva no ya para entender el actual estado de las cosas, sino que más bien nos acerque un poco a la perspectiva desde la que podamos responder a una de las cuestiones base, la que pasa por entender cómo hemos llegado hasta aquí.

Al igual que lograr el entendimiento entre dos personas que no comparten idioma o contexto, puede resultar un ejercicio aterrador; es así que muy posiblemente plantear hoy estas mismas cuestiones pueda verdaderamente constituir un ejercicio neta y absolutamente abocado al fracaso. Y la causa se encuentra ceñida neta y estructuralmente a esa misma consideración, la que pasa por constatar las inherentes, a la par que insalvables diferencias que existen entre el contexto que conforma nuestra realidad, y el que era propio a las dos décadas previas al estallido de la actual crisis.

Con el fin de facilitar la encomienda, acudiremos a un sencillo a la par que gráfico ejemplo. Cuando hace algunos años tratábamos de consolidar el contexto dentro del que se desarrollaban por ejemplo la vida de los hombres y mujeres que condicionaban la Edad Media, constituía para todos un verdadero ejercicio de complicación el acudir al diseño de un marco ético, moral o tan siquiera de conducta, dentro del cual ser capaces de dar cabida, de manera comprensible, a la multitud de variables, en apariencia aberrantes, que venían a conformar la en apariencia insufrible vida a la que estaba condenado todo habitante de este periodo.
Así, de manera más o menos complaciente, pero a la sazón siempre concesiva, terminábamos por elaborar una teoría más o menos rimbombante, pero eso sí siempre muy rica en detalles, destinados a comprender cómo, o cuando menos por qué, todos y cada uno de los paisanos que componían tal o cual realidad, no se rebelaban contra todos y cada uno  de los en principio usos abiertamente manipulativas que componían la siempre dura relación de los vasallos, con el Señor Feudal.

Y sin embargo nosotros, los mismos que hace unos instantes nos declaramos sin palabras  a la hora de ratificar los abusos mediante los que se disponían ante tal o cual cuestión señores y vasallos, permanecemos en absoluto e inconsciente silencio a la hora de someter al más mínimo análisis crítico una realidad cuyo presente nos acucia, y que nos permite constatar cosas como aquéllas en base a las cuales el detrimento en logros sociales ha alcanzado en los últimos cinco años, concentrados eso sí en los últimos dos, un grado no solo insultante, sino peligroso al mostrarse como franca y absolutamente competente de cara a dar al traste con rigores tan aparentemente cimentados como pueden ser el Estado del Bienestar, y por supuesto la clase social que le era propia, a saber la clase media.

Es así que si ahondando en el debate de la santa paciencia que parecía albergarse en los corazones de todos y cada uno de los habitantes de la Edad Media, y cuya máxima constatación se esgrime en el escaso número de rebeliones que se dieron a pesar de lo flagrante de los múltiples abusos que se dieron; no es menos cierto que hoy en día, a la vista de los datos reales y de constatación que rodean nuestro mundo, y que conforman nuestro tiempo, algunos, francamente, volvamos a hacernos la pregunta en pos del cómo es posible que la gente no solo aguante, sino que ni se echa definitivamente a la calle, ni vende sus destinos al primer populista que subido a una caja de sardinas arenque vende soluciones a cuatro pesetas.

Es así que una vez más, un país con más de seis millones de parados, con una tasa de desempleo juvenil que hoy ya supera el 60%. Un país  que en el último año, y no lo olvidemos como resultado específico de la Reforma Laboral del Gobierno que preside el sr. RAJOY ha destruido de manera flagrante más de 1.000.000 de puestos de trabajo. Un país que ha vuelto en términos de macroeconomía a cifras de los años 90, sea en realidad, un país que no solo no puede contar con sus políticos, sino que deliberadamente ha de defenderse de ellos.

Es así que, en un dramático juego, las palabras, en términos conceptuales entiéndese siempre, se han visto definitivamente superadas. Los Mundos de Yupi en los que algunos se empeñan todavía hoy en vivir, se ponen de manifiesto como esas auténticas micelas a las que líneas arriba hacía mención. Micelas, mundos imaginarios o lo que es peor, empeños baldíos desde los que promover un emporio de conjeturas la mayoría de las cuales están condenadas al fracaso, condenándonos el resto a un largo cuasi eterno periodo de ostracismo para cuya implantación resultará inevitable, como resultaba propio en el resto de ejemplos esgrimidos hoy, poner en práctica una serie de procedimientos más o menos rebuscados cuyo objetivo final sea el de volver imbéciles, tanto en el sentido aristotélico, como en el psicológico del concepto, a todos y cada uno de los sencillos habitantes de este presente la mayoría de los cuales seguimos discutiendo si será o no posible juntar el aceite con el agua.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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