La máxima, si bien
pudiera proceder de cualquiera de los manuales
destinados a hacer comprensible al común
de los mortales los por otra parte más que enrevesados principios de la lógica que articula no tanto el alma, como sí más bien los procederes de
Mercados y otros considerandos
propios del Capitalismo, está en
realidad extractada de la película Mary Poppins. Curiosamente en la misma semana en la
que el Departamento de Estudios Internacionales de Estados Unidos ha decidido atesorar dicho título llevando a cabo cuantas acciones resulten necesarias de cara
a lograr la prevalencia del mismo, toda vez que ha quedado en apariencia sobradamente demostrado el bien que para la sociedad
supone la existencia del mencionado título, máxime tras comprobar la corrección
de los valores que el mencionado aporta.
Lejos de cuestionar la valía del razonamiento, y por
supuesto declarándome aquí y ahora firme defensor de la mencionada película, lo
cierto es que lo que pretendo trayendo a colación todo esto no es sino
manifestar una vez más el desasosiego que me produce el acceder una vez más, y
con inusitada calma todo hay que decirlo, al proceso paradójico por el que
queda sobradamente constatado cómo el mismo modelo social, en este caso aquél
preconizado desde los a priori liberales,
puede no obstante absorber sin ningún rubor consideraciones de carácter no
solo tan diferentes, sino tan abiertamente contradictorias, sin que ello
suponga el menor inconveniente no haciendo por supuesto necesaria la menor
revisión de conceptos cuando no sencillamente de principios.
Una paradoja sencillamente, inaceptable.
Sencillamente inaceptable porque en contra de lo que pueda
parecer hablamos de personas. O cuando no de personas al menos en principio
directamente, sí de personas en la medida en que aquello que es directamente
objeto de revisión, conduce, cuando no preconiza de manera abierta a la par que
deliberada, el comportamiento de las mismas.
Supone la constatación de estas incongruencias, en contra de
lo que pueda parecer, una muestra tan directa como sencilla de las
incongruencias sobre las que se halla montado
todo el tinglado que de manera más o menos suntuosa esconden y protegen
aquéllos que de una u otra manera se benefician del mismo.
Falacia, mentiras, incongruencias… y en definitiva toda una
serie de subproductos muchas veces
basados en la prestidigitación, que se ponen al servicio de unos virtuales arquitectos que desde hace
decenios han empleado todas sus fuerzas en pos de construir un complicado edificio en el que albergar
sus tesoros, pero sobre todo en el que proteger su terrible secreto. Un secreto
que inexorablemente pasa por comprender que todo, absolutamente todo, es
virtual, lo que eleva al grado de ficticio, de permanente potencia si necesitan considerarlo desde un primas más
elegante, todas y cada una de las solo en
apariencia certezas que una tras otra, vienen a conformar un edificio virtual.
Y por eso, por tratarse de algo ficticio y virtual, es por lo
que he acudido a la visión de un niño. No tanto en busca de respuestas.
Sencillamente con la esperanza de poder hacer las preguntas adecuadas.
Cayendo de forma tan violenta como instantánea en el miedo
que francamente me produce la constatación, una vez más, del probable exceso de
relativismo en el que de manera aparentemente inexorable nos hemos instalados,
es por lo que hago una concesión al tiempo, así como a las circunstancias que
le son propias, a saber su inexorable tránsito, y su inabordable perfección, en pos de poder construir un
refugio conceptual dentro del cual, y
aunque sea por unos segundos, llevar
a cabo una parada en el transcurso de la cual proceder con una especie de recuento de efectivos a partir de la
cual abordar con pleno dominio, o cuando no con verdadero conocimiento, la
magnitud de la misión encomendada.
Salvedad hecha del instante de placer que produce la
concesión de cierta valía al indolente principio de dogmatismo que aguarda tras
el análisis de lo expuesto hasta el momento, lo cierto es que los tiempos que
corren, tan propensos por otra parte a análisis cuando no a balances, guardan
probablemente dentro de sí una inconmensurable promesa de tesoro la cual,
obviamente, no puede estar exenta de peligros. Unos peligros entre los que sin
duda bien podrían hallarse toda una serie de principios quién sabe si mágicos,
o incluso sofismas los cuales, pronunciados desde un no sé que mágico tono
propenso al maniqueismo, bien podría
no obstante dar respuesta a la consabida pregunta que en tantas y tantas
ocasiones se ha confabulado con las penas de muchos de los que no han hecho
sino constatar su condición de víctimas ante los alardes de los procederes del Capitalismo.
Mas no achantarse ante la tentadora propuesta que suponen el
tiempo y por ende sus dogmas, no requiere necesariamente mostrar absoluta
indolencia hacia el mismo y hacia por supuesto sus logros.
Así, la percepción del mismo, y más concretamente la
imposición que desde la misma se logra de toda esa serie de falacias cuya
intencionalidad ya ha quedado suficientemente argumentada hacen del tiempo, y
más concretamente de uno de sus parientes más cercanos, la tradición, el
soporte vital imprescindible a partir del cual revertir de cierto grado de respetabilidad algo que de tener que actuar en
solitario, no supondría sino el más violento de los fracasos porque de no ser
así, cómo lograr dotar de la merecida credibilidad a un escenario en el que tal
y como hemos expuesto desde el principio, la sola y mera trasposición de capitales, ha de traer, y en apariencia
de manera inexorable, la consolidación de pingües a la vez que rápidos
beneficios.
Pero si el proceso que en resumidas cuentas ha llevado a
elevar al grado de religión a la práctica, evidentemente algo mágica qué duda
cabe de la especulación, esperemos unos segundos destinados a describir cuando menos someramente, al
escenario dentro del cual las mencionadas prácticas se llevan a cabo una y otra
vez.
Al albor de la constatación, al menos para ellos, de las
prioridades concertadas de conformidad a los esquemas definidos de cara a
responder a la nueva realidad resultante
con motivo de la finalización de la Segunda Guerra
Mundial ; los gurús en
cuyas manos se depositaron si no todas si al menos gran parte de las esperanzas
del mundo, diseñaron un Plan que evidentemente se ha ido desarrollando con
mejor o peor fortuna aproximadamente desde 1952 y que, si bien no lo ha hecho
de manera constante, sí ha ofrecido una supuesta coherencia a la hora de
presentar beneficios en la cuenta de resultados,
en este caso conceptuales, que habría de imperar entre los que en
definitiva lo confeccionaron.
Habiendo sido ya demostrado en esta misma sección el proceso
de colapso de una de sus etapas, a saber la que denominamos de Capitalismo Productivo, y que a
título de recordatorio englobamos dentro de los protocolos estrictamente
industrializados; lo cierto es que el mencionado colapso, lejos de albergar un
atisbo de fracaso como podría deducirse del empleo de un término cercano al
desasosiego, cuando no abiertamente peyorativo; no viene sino a poner de
manifiesto lo absolutamente planeado que el Sistema tiene todos y cada uno de
sus pasos, así como de los tiempos a los que la constatación de los mismos da
lugar, confeccionando con ello, y por supuesto con absoluta y rigurosa
antelación, los escenario cuando no las realidades en las que cada uno de
nosotros llevamos a cabo nuestra respectiva aproximación a una realidad la
cual, lejos de ser nuestra no es sino cada vez más virtual.
Formando parte imprescindible de este intrincado
procedimiento, que hace de la innecesaria complejidad un instrumento más,
indefectiblemente puesto a su servicio; la generación de escenarios de pensamiento esto es, de marcos conceptuales dentro de
los cuales albergar su intrincada existencia, se convierte evidentemente en uno
de sus aspectos más necesarios.
Desde esa perspectiva, y en vista del éxito más que evidente
experimentado por el resto de etapas, es que podemos hablar hoy de la
consolidación dentro del que llamaríamos nuestro
presente, de un proceder destinado a lograr la implantación primero, y
consolidación después no tanto de un escenario práctico, tal hacer está ya
definitivamente consolidado; sino de un parecer, que fija su máximo objetivo en
la paulatina consolidación de una serie de credenciales axiológicas, esto es, ligadas al campo de las consideraciones
normativas y morales del ser humano, destinadas obviamente a subvertir los
principios desde los que hasta ahora llevábamos a cabo con peor o mejor fortuna
la resolución de nuestros exclusivos dilemas morales; consiguiendo con ello la
redefinición de esquemas estructurales básicos con el fin de modificar el rango
de las respuestas que damos ante esos dilemas.
Solo desde los nuevos campos que tal consideración ofrece, podemos
nosotros llegar a entender el grado de éxito alcanzado por el escenario moral desde el que se han
arbitrado los juicios éticos que nos han traído al presente que nos es propio.
Desde la contemplación de un escenario revestido por el
valor que le confiere el estar dotado de la más
rabiosa actualidad, lo cierto es que la implementación de la ECONOMÍA DE LA
INJUSTICIA basada en el absurdo principio de que el hecho de que los ricos lo sean cada vez más acaba por desencadenar
una serie de acontecimientos que termina por revertir en el beneficio de estos
mismos pobres, ha venido a conformarse en la esperanza desde la que parece
explicarse si no toda, sí al menos la mayor parte de la Política Económica
en la que el actual Gobierno de D. Mariano RAJOY ha puesto sus esperanzas.
Pero la teoría que en la práctica se explica desde la
reiterada convicción de que la función de los pobre pasa por exportar riqueza
al vaso de los ricos aceptando en silencio la resultante de la pérdida de
renta; confiando en la máxima, por otro lado jamás probada de que cuando el
vaso rebose ésta traerá la merecida justicia a esos mismos pobres, se sustenta
en la falacia de no tener en cuenta la demostrada habilidad que los ricos
tienen en nuestro país para hacer que el mencionado vaso sea cada vez, más
grande.
Y si lamentables por despóticos resultan los razonamientos
en los que se apoya la inexorable explicación a los procederes, qué decir del
bagaje moral que al respecto de los mismos se hace.
Ligado inexorablemente a la constatación plausible tras la
que se esconde el triunfo incipiente de lo que hace más de ciento cincuenta
años NIETZSCHE definiera como la moral
del esclavo, aquéllos que una vez más hemos de aguantar no solo el insulto
de tener que llenar la cartera de los ricos, sino que además hemos de hacerlo
con alegría (de lo contrario corremos el peligro de ser considerados
antipatriotas) comprobamos además cómo desde ciertos medios, los mismos que por
otro lado predican que la mejor acción
social que puede llevar a cabo la empresa privada pasa por la continua
promulgación de beneficios para los que conforman su catálogo de accionistas, promulgan
letanías destinadas a convencernos de que los
españoles estamos dando una lección de Democracia toda vez que somos capaces de
interiorizar el espíritu de la crisis sin que de nuestra boca escape ni tan
siquiera un mero lamento.
¿Es, o no es motivo para darle a más de uno un par de
hostias? Sin duda merecidas las tienen.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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