miércoles, 1 de enero de 2014

A MEDIDA QUE AUMENTA EL CAPITAL LO HACE, SIN DUDA, EL BENEFICIO.

La máxima, si bien pudiera proceder de cualquiera de los manuales destinados a hacer comprensible al común de los mortales los por otra parte más que enrevesados principios de la lógica que articula no tanto el alma, como sí más bien los procederes de Mercados y otros considerandos propios del Capitalismo, está en realidad extractada de la película Mary Poppins. Curiosamente en la misma semana en la que el Departamento de Estudios Internacionales de Estados Unidos ha decidido atesorar dicho título llevando a cabo cuantas acciones resulten necesarias de cara a lograr la prevalencia del mismo, toda vez que ha quedado en apariencia sobradamente demostrado el bien que para la sociedad supone la existencia del mencionado título, máxime tras comprobar la corrección de los valores que el mencionado aporta.

Lejos de cuestionar la valía del razonamiento, y por supuesto declarándome aquí y ahora firme defensor de la mencionada película, lo cierto es que lo que pretendo trayendo a colación todo esto no es sino manifestar una vez más el desasosiego que me produce el acceder una vez más, y con inusitada calma todo hay que decirlo, al proceso paradójico por el que queda sobradamente constatado cómo el mismo modelo social, en este caso aquél preconizado desde los a priori liberales, puede no obstante absorber sin ningún rubor consideraciones de carácter no solo tan diferentes, sino tan abiertamente contradictorias, sin que ello suponga el menor inconveniente no haciendo por supuesto necesaria la menor revisión de conceptos cuando no sencillamente de principios.

Una paradoja sencillamente, inaceptable.

Sencillamente inaceptable porque en contra de lo que pueda parecer hablamos de personas. O cuando no de personas al menos en principio directamente, sí de personas en la medida en que aquello que es directamente objeto de revisión, conduce, cuando no preconiza de manera abierta a la par que deliberada, el comportamiento de las mismas.

Supone la constatación de estas incongruencias, en contra de lo que pueda parecer, una muestra tan directa como sencilla de las incongruencias sobre las que se halla montado todo el tinglado que de manera más o menos suntuosa esconden y protegen aquéllos que de una u otra manera se benefician del mismo.
Falacia, mentiras, incongruencias… y en definitiva toda una serie de subproductos muchas veces basados en la prestidigitación, que se ponen al servicio de unos virtuales arquitectos que desde hace decenios han empleado todas sus fuerzas en pos de construir un complicado edificio en el que albergar sus tesoros, pero sobre todo en el que proteger su terrible secreto. Un secreto que inexorablemente pasa por comprender que todo, absolutamente todo, es virtual, lo que eleva al grado de ficticio, de permanente potencia si necesitan considerarlo desde un primas más elegante, todas y cada una de las solo en apariencia certezas que una tras otra, vienen a conformar un edificio virtual.

Y por eso, por tratarse de algo ficticio y virtual, es por lo que he acudido a la visión de un niño. No tanto en busca de respuestas. Sencillamente con la esperanza de poder hacer las preguntas adecuadas.

Cayendo de forma tan violenta como instantánea en el miedo que francamente me produce la constatación, una vez más, del probable exceso de relativismo en el que de manera aparentemente inexorable nos hemos instalados, es por lo que hago una concesión al tiempo, así como a las circunstancias que le son propias, a saber su inexorable tránsito, y su inabordable perfección, en pos de poder construir un refugio conceptual dentro del cual, y aunque sea por unos segundos, llevar a cabo una parada en el transcurso de la cual proceder con una especie de recuento de efectivos a partir de la cual abordar con pleno dominio, o cuando no con verdadero conocimiento, la magnitud de la misión encomendada.
Salvedad hecha del instante de placer que produce la concesión de cierta valía al indolente principio de dogmatismo que aguarda tras el análisis de lo expuesto hasta el momento, lo cierto es que los tiempos que corren, tan propensos por otra parte a análisis cuando no a balances, guardan probablemente dentro de sí una inconmensurable promesa de tesoro la cual, obviamente, no puede estar exenta de peligros. Unos peligros entre los que sin duda bien podrían hallarse toda una serie de principios quién sabe si mágicos, o incluso sofismas los cuales, pronunciados desde un no sé que mágico tono propenso al maniqueismo, bien podría no obstante dar respuesta a la consabida pregunta que en tantas y tantas ocasiones se ha confabulado con las penas de muchos de los que no han hecho sino constatar su condición de víctimas ante los alardes de los procederes del Capitalismo.

Mas no achantarse ante la tentadora propuesta que suponen el tiempo y por ende sus dogmas, no requiere necesariamente mostrar absoluta indolencia hacia el mismo y hacia por supuesto sus logros.
Así, la percepción del mismo, y más concretamente la imposición que desde la misma se logra de toda esa serie de falacias cuya intencionalidad ya ha quedado suficientemente argumentada hacen del tiempo, y más concretamente de uno de sus parientes más cercanos, la tradición, el soporte vital imprescindible a partir del cual revertir de cierto grado de respetabilidad algo que de tener que actuar en solitario, no supondría sino el más violento de los fracasos porque de no ser así, cómo lograr dotar de la merecida credibilidad a un escenario en el que tal y como hemos expuesto desde el principio, la sola y mera trasposición de capitales, ha de traer, y en apariencia de manera inexorable, la consolidación de pingües a la vez que rápidos beneficios.

Pero si el proceso que en resumidas cuentas ha llevado a elevar al grado de religión a la práctica, evidentemente algo mágica qué duda cabe de la especulación, esperemos unos segundos destinados  a describir cuando menos someramente, al escenario dentro del cual las mencionadas prácticas se llevan a cabo una y otra vez.

Al albor de la constatación, al menos para ellos, de las prioridades concertadas de conformidad a los esquemas definidos de cara a responder a la nueva realidad resultante con motivo de la finalización de la Segunda Guerra Mundial; los gurús en cuyas manos se depositaron si no todas si al menos gran parte de las esperanzas del mundo, diseñaron un Plan que evidentemente se ha ido desarrollando con mejor o peor fortuna aproximadamente desde 1952 y que, si bien no lo ha hecho de manera constante, sí ha ofrecido una supuesta coherencia a la hora de presentar beneficios en la cuenta de resultados, en este caso conceptuales, que habría de imperar entre los que en definitiva lo confeccionaron.

Habiendo sido ya demostrado en esta misma sección el proceso de colapso de una de sus etapas, a saber la que denominamos de Capitalismo Productivo, y que a título de recordatorio englobamos dentro de los protocolos estrictamente industrializados; lo cierto es que el mencionado colapso, lejos de albergar un atisbo de fracaso como podría deducirse del empleo de un término cercano al desasosiego, cuando no abiertamente peyorativo; no viene sino a poner de manifiesto lo absolutamente planeado que el Sistema tiene todos y cada uno de sus pasos, así como de los tiempos a los que la constatación de los mismos da lugar, confeccionando con ello, y por supuesto con absoluta y rigurosa antelación, los escenario cuando no las realidades en las que cada uno de nosotros llevamos a cabo nuestra respectiva aproximación a una realidad la cual, lejos de ser nuestra no es sino cada vez más virtual.

Formando parte imprescindible de este intrincado procedimiento, que hace de la innecesaria complejidad un instrumento más, indefectiblemente puesto a su servicio; la generación de escenarios de pensamiento esto es, de marcos conceptuales dentro de los cuales albergar su intrincada existencia, se convierte evidentemente en uno de sus aspectos más necesarios.
Desde esa perspectiva, y en vista del éxito más que evidente experimentado por el resto de etapas, es que podemos hablar hoy de la consolidación dentro del que llamaríamos nuestro presente, de un proceder destinado a lograr la implantación primero, y consolidación después no tanto de un escenario práctico, tal hacer está ya definitivamente consolidado; sino de un parecer, que fija su máximo objetivo en la paulatina consolidación de una serie de credenciales axiológicas, esto es, ligadas al campo de las consideraciones normativas y morales del ser humano, destinadas obviamente a subvertir los principios desde los que hasta ahora llevábamos a cabo con peor o mejor fortuna la resolución de nuestros exclusivos dilemas morales; consiguiendo con ello la redefinición de esquemas estructurales básicos con el fin de modificar el rango de las respuestas que damos ante esos dilemas.

Solo desde los nuevos campos que tal consideración ofrece, podemos nosotros llegar a entender el grado de éxito alcanzado por el escenario moral desde el que se han arbitrado los juicios éticos que nos han traído al presente que nos es propio.

Desde la contemplación de un escenario revestido por el valor que le confiere el estar dotado de la más rabiosa actualidad, lo cierto es que la implementación de la ECONOMÍA DE LA INJUSTICIA basada en el absurdo principio de que el hecho de que los ricos lo sean cada vez más acaba por desencadenar una serie de acontecimientos que termina por revertir en el beneficio de estos mismos pobres, ha venido a conformarse en la esperanza desde la que parece explicarse si no toda, sí al menos la mayor parte de la Política Económica en la que el actual Gobierno de D. Mariano RAJOY ha puesto sus esperanzas.
Pero la teoría que en la práctica se explica desde la reiterada convicción de que la función de los pobre pasa por exportar riqueza al vaso de los ricos aceptando en silencio la resultante de la pérdida de renta; confiando en la máxima, por otro lado jamás probada de que cuando el vaso rebose ésta traerá la merecida justicia a esos mismos pobres, se sustenta en la falacia de no tener en cuenta la demostrada habilidad que los ricos tienen en nuestro país para hacer que el mencionado vaso sea cada vez, más grande.

Y si lamentables por despóticos resultan los razonamientos en los que se apoya la inexorable explicación a los procederes, qué decir del bagaje moral que al respecto de los mismos se hace.
Ligado inexorablemente a la constatación plausible tras la que se esconde el triunfo incipiente de lo que hace más de ciento cincuenta años NIETZSCHE definiera como la moral del esclavo, aquéllos que una vez más hemos de aguantar no solo el insulto de tener que llenar la cartera de los ricos, sino que además hemos de hacerlo con alegría (de lo contrario corremos el peligro de ser considerados antipatriotas) comprobamos además cómo desde ciertos medios, los mismos que por otro lado predican que la mejor acción social que puede llevar a cabo la empresa privada pasa por la continua promulgación de beneficios para los que conforman su catálogo de accionistas, promulgan letanías destinadas a convencernos de que los españoles estamos dando una lección de Democracia toda vez que somos capaces de interiorizar el espíritu de la crisis sin que de nuestra boca escape ni tan siquiera un mero lamento.

¿Es, o no es motivo para darle a más de uno un par de hostias? Sin duda merecidas las tienen.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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