miércoles, 22 de enero de 2014

DE LAS PIEDRAS, DE SU USO, Y DE LAS INTERPELACIONES AL PASADO.

Resulta curioso cómo, a medida que nos acercamos a las cosas, y el tan temido relativismo hace su aparición, que podemos incluso acabar no ya por comprender la intensidad de ciertos asuntos, sino la importancia que las personas pueden llegar a atribuirles toda vez y en función del grado de afectación que de los mismos se derive.

Entramos así muy probablemente en contraposición de determinados elementos, llegando pronto a la conclusión de que, muy a menudo, no es el conocimiento de las cosas, sino a menudo el sencillo dar por hecho ciertas cosas, la que puede erigirse en normal cuando no en única fuente de la que proceden algunos de nuestros conocimientos más certeros.
Tal hecho no sería muy importante, al menos no redundaría en atribuciones de mayor importancia, en tanto en cuanto no afectara a consideraciones que, más pronto o tarde, terminasen por hacer mella en otras personas.

Y tal es el hecho desde el que nos vemos obligados a plantear el asunto una vez que los recientes acontecimientos, más concretamente aquéllos que se derivan de la diferente interpretación desde la que los miembros del Gobierno se empeñan  a impregnarnos con la actual ola de progreso y bienestar, que nos lleva por otro lado a volver a definir lo que en Historia se conocen como conceptos primos, esto es, conceptos cuya definición responde al rango de necesidad, toda vez que la misma se deduce de manera implícita.

En la Edad Media, la vida en los castillos era, evidentemente complicada. En contra de lo que pudiera parecer, y elevando al rango de generalización una certeza por muchos ya netamente aceptada, cual es la de participar de la dosis de acidez desde la que se elaboran los presentes artículos; lo cierto es que podríamos llegar a decir que era semejante cúmulo de dificultades e incomodidades una especie de regulador de incomodidades al venir todas y cada una de ellas incorporadas de serie esto es, no hacían diferencia real de clase.
Así, el ulular del viento que se colaba caprichosos por almenas de murallas primero, y por junturas de paredes después; terminaba por impregnar una por una todas las estancias del castillo por igual, dando pie a una especie de Justicia Poética al bello arte de pasar frío con clase; ejercicio éste al que sin duda debían entregarse por igual desde el más humilde de los palafraneros, hasta el más robusto de los Señores. Se trataba no en poco, de la voluntad de dios.

Pero es entonces cuando a mediados del siglo XII se registra la irrupción del conocido como calienta-camas. Se trata en última instancia, y sin demasiado miramiento, de la adaptación de una sutileza procedente como tantas otras de Oriente, que en su versión castellana viene conformada por el ejercicio de acomodar en el hogar de la cocina del castillo una suerte de piedras pulidas, de las comúnmente conocidas como de río, las cuales, tras como decirnos acumular el calor que a lo largo del todo el día producían las permanentemente encendidas chimeneas del castillo; eran debidamente conducidas al interior tanto de las alcobas de los señores en general, como a las mismas camas en particular, con el obvio pero eficaz propósito de hacer más llevadero el hasta ese momento más que problemático problema de irse a la cama en las frías noches de invierno.

Es así como la evolución, tan traída y llevada pero igualmente por todos agradecida, acabó por llegar también a este campo. Surge así, para regocijo de algunos, y concesión a la nostalgia de algunos, la que ágilmente pasamos a denominar botella de agua caliente. De ésa nuestras abuelas tienen, sin duda constancia.

Hechas las salvedades oportunas, podemos ir ya aclarando que la cuestión que nos trae hoy aquí es la de plantear seriamente qué país queremos para nuestros nietos, sin duda nosotros no lo veremos, una vez que los dados al vilipendio tengan a bien dar por finalizado el actual estado. ¿Queremos así una España de calienta-camas? O al contrario, y como prueba de la enjundia que el asunto tiene, preferimos una España de botellas de agua caliente.

En términos más objetivos, y por ende si cabe más objetivos, lo cierto es que el camino que ha tomado el Gobierno en su última derivada de perversión, pasa irreversiblemente por la constatación de la apuesta definitiva por el crecimiento pero, ¿qué es, y a quién beneficia el supuesto crecimiento preconizado por la Derecha?

No estando dispuestos a desperdiciar un solo instante no ya en criticar, sino abiertamente en descuartizar no tanto las cifras, como sí más bien los marcadores a partir de los cuales esta caterva se empeña en elucubrar la que parece ser no ya la salida de la crisis, sino la manifiesta construcción de el Monte Olimpo; lo cierto es que para lo que no desistiremos ni un solo instante será para denunciar la flagrante estafa en base a la cual la paulatina agudización de la desigualdad social basada en las diferencias salariales se está convirtiendo no ya en un corolario del proceso de reversión de la crisis, cuando sí más bien en una consecuencia directa de la misma.
Dicho de otra manera, el asunto que justificaba nuestra disertación de la pasada semana, en base al cual no se trataba solo de salir de la crisis, sino de valorar con la suficiente antelación el modo y los costes necesarios a pagar para lograr semejante salida; ha alcanzado un grado de preponderancia, cuando no de actualidad, realmente considerable.

La manifiesta desaparición de la Clase Media, prueba evidente y constatable de la veracidad que encierran nuestras exposiciones, añade de manera para nada accidental el que se constituye por otra parte en componente imprescindible para la condimentación de nuestro guiso. La Ideología, componente tan básico como inexorable no tanto de la forma de hacer Política, como sí más bien de entender el ejercicio de la misma, que es lo que por otro lado trasciende a todas y cada una de las por otro lado beligerantes acciones del Gobierno del Partido Popular, nos lleva de manera inexorable a tener que considerar como ampliamente viable aquélla que hasta el momento no había sido sino considerada como una mera opción; la que pasa por considerar que todas y cada una de las personas, instituciones o empresas que se han ido quedando por el camino víctimas de la evolución de la crisis; nunca han conformado problema real para una Derecha no solo cavernaria, sino abiertamente rocosa que ha hecho de la eliminación de detritos su consigna tanto de conducta, como de confirmación moral de la misma.

En un país como el nuestro, en el que no se trata ya de que no haya lugar para la interpretación, es que ni tan siquiera lo hay ya para la lectura de los hechos, lo cierto es que corremos el riesgo de caer en la falacia de que antes estuvimos peor. Parafraseando a Eduardo II en Inglaterra, lo malo de Escocia no es sino que está lleno de escoceses. Me niego a pensar que España vea llegado el momento de tenerse que plantear firmemente el recurso de vacunarse contra aquéllos que componemos su presente, en un vano intento de salvar un hipotético futuro.

Desde tal perspectiva, lo único que verdaderamente debería preocuparnos una vez que parece haber llegado el momento en el que los adalides del crecimiento ante todo parece se disponen a recoger sus frutos, ha de ser el volverles a recordar que, muy a pesar de algunos una vez más somos las personas, y no las cuentas de resultados, las que ahora y siempre deberían haber sido las destinatarias últimas de todos y cada uno de los esfuerzos que en principio se han desarrollado en pos, supuestamente de lograr el final de un periodo que, muy a nuestro pesar, sin duda va a dejarnos a todos en un estado en el que va a resultar labor ardua al poder reconocernos sobre los vestigios del pasado de lo que una vez fue nuestra propia realidad.

Dicho de una vez y para siempre. A este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. Y nuestra desgracia reside en que todos, en mayor o menor medida somos partícipes activos de tal hecho.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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