Resulta
curioso cómo, a medida que nos acercamos a las cosas, y el tan temido relativismo
hace su aparición, que podemos incluso acabar no ya por comprender la
intensidad de ciertos asuntos, sino la importancia que las personas pueden
llegar a atribuirles toda vez y en función del grado de afectación que de los
mismos se derive.
Entramos
así muy probablemente en contraposición de determinados elementos, llegando
pronto a la conclusión de que, muy a menudo, no es el conocimiento de las
cosas, sino a menudo el sencillo dar por hecho ciertas cosas, la que
puede erigirse en normal cuando no en única fuente de la que proceden algunos
de nuestros conocimientos más certeros.
Tal hecho
no sería muy importante, al menos no redundaría en atribuciones de mayor
importancia, en tanto en cuanto no afectara a consideraciones que, más pronto o
tarde, terminasen por hacer mella en otras personas.
Y tal es
el hecho desde el que nos vemos obligados a plantear el asunto una vez que los
recientes acontecimientos, más concretamente aquéllos que se derivan de la diferente
interpretación desde la que los miembros del Gobierno se empeñan a impregnarnos con la actual ola de progreso
y bienestar, que nos lleva por otro lado a volver a definir lo que en Historia
se conocen como conceptos primos, esto es, conceptos cuya definición
responde al rango de necesidad, toda vez que la misma se deduce de manera
implícita.
En la Edad Media , la vida en
los castillos era, evidentemente complicada. En contra de lo que pudiera
parecer, y elevando al rango de generalización una certeza por muchos ya
netamente aceptada, cual es la de participar de la dosis de acidez desde la que
se elaboran los presentes artículos; lo cierto es que podríamos llegar a decir
que era semejante cúmulo de dificultades e incomodidades una especie de regulador
de incomodidades al venir todas y cada una de ellas incorporadas de serie
esto es, no hacían diferencia real de clase.
Así, el
ulular del viento que se colaba caprichosos por almenas de murallas primero, y
por junturas de paredes después; terminaba por impregnar una por una todas las
estancias del castillo por igual, dando pie a una especie de Justicia
Poética al bello arte de pasar frío con clase; ejercicio éste al que sin
duda debían entregarse por igual desde el más humilde de los palafraneros,
hasta el más robusto de los Señores. Se trataba no en poco, de la voluntad
de dios.
Pero es
entonces cuando a mediados del siglo XII se registra la irrupción del conocido
como calienta-camas. Se trata en última instancia, y sin demasiado
miramiento, de la adaptación de una sutileza procedente como tantas otras de
Oriente, que en su versión castellana viene conformada por el ejercicio de
acomodar en el hogar de la cocina del castillo una suerte de piedras
pulidas, de las comúnmente conocidas como de río, las cuales, tras como
decirnos acumular el calor que a lo largo del todo el día producían las
permanentemente encendidas chimeneas del castillo; eran debidamente conducidas
al interior tanto de las alcobas de los señores en general, como a las mismas
camas en particular, con el obvio pero eficaz propósito de hacer más
llevadero el hasta ese momento más que problemático problema de irse a la
cama en las frías noches de invierno.
Es así
como la evolución, tan traída y llevada pero igualmente por todos agradecida,
acabó por llegar también a este campo. Surge así, para regocijo de algunos, y
concesión a la nostalgia de algunos, la que ágilmente pasamos a denominar botella
de agua caliente. De ésa nuestras abuelas tienen, sin duda constancia.
Hechas
las salvedades oportunas, podemos ir ya aclarando que la cuestión que nos trae
hoy aquí es la de plantear seriamente qué país queremos para nuestros nietos,
sin duda nosotros no lo veremos, una vez que los dados al vilipendio tengan
a bien dar por finalizado el actual estado. ¿Queremos así una España de calienta-camas?
O al contrario, y como prueba de la enjundia que el asunto tiene,
preferimos una España de botellas de agua caliente.
En
términos más objetivos, y por ende si cabe más objetivos, lo cierto es que el
camino que ha tomado el Gobierno en su última derivada de perversión, pasa
irreversiblemente por la constatación de la apuesta definitiva por el
crecimiento pero, ¿qué es, y a quién beneficia el supuesto crecimiento
preconizado por la Derecha?
No
estando dispuestos a desperdiciar un solo instante no ya en criticar, sino
abiertamente en descuartizar no tanto las cifras, como sí más bien los
marcadores a partir de los cuales esta caterva se empeña en elucubrar la que
parece ser no ya la salida de la crisis, sino la manifiesta construcción de el
Monte Olimpo; lo cierto es que para lo que no desistiremos ni un solo
instante será para denunciar la flagrante estafa en base a la cual la
paulatina agudización de la desigualdad social basada en las diferencias
salariales se está convirtiendo no ya en un corolario del proceso de reversión
de la crisis, cuando sí más bien en una consecuencia directa de la misma.
Dicho de
otra manera, el asunto que justificaba nuestra disertación de la pasada semana,
en base al cual no se trataba solo de salir de la crisis, sino de valorar con
la suficiente antelación el modo y los costes necesarios a pagar para lograr
semejante salida; ha alcanzado un grado de preponderancia, cuando no de
actualidad, realmente considerable.
La
manifiesta desaparición de la
Clase Media , prueba evidente y constatable de
la veracidad que encierran nuestras exposiciones, añade de manera para nada
accidental el que se constituye por otra parte en componente imprescindible
para la condimentación de nuestro guiso. La Ideología, componente tan básico
como inexorable no tanto de la forma de hacer Política, como sí más bien de
entender el ejercicio de la misma, que es lo que por otro lado trasciende a
todas y cada una de las por otro lado beligerantes acciones del Gobierno del
Partido Popular, nos lleva de manera inexorable a tener que considerar como
ampliamente viable aquélla que hasta el momento no había sido sino considerada
como una mera opción; la que pasa por considerar que todas y cada una de las
personas, instituciones o empresas que se han ido quedando por el camino víctimas
de la evolución de la crisis; nunca han conformado problema real para una
Derecha no solo cavernaria, sino abiertamente rocosa que ha hecho de la eliminación
de detritos su consigna tanto de conducta, como de confirmación moral de la
misma.
En un
país como el nuestro, en el que no se trata ya de que no haya lugar para la
interpretación, es que ni tan siquiera lo hay ya para la lectura de los hechos,
lo cierto es que corremos el riesgo de caer en la falacia de que antes
estuvimos peor. Parafraseando a Eduardo II en Inglaterra, lo malo de
Escocia no es sino que está lleno de escoceses. Me niego a pensar que
España vea llegado el momento de tenerse que plantear firmemente el recurso de vacunarse
contra aquéllos que componemos su presente, en un vano intento de salvar un
hipotético futuro.
Desde tal
perspectiva, lo único que verdaderamente debería preocuparnos una vez que
parece haber llegado el momento en el que los adalides del crecimiento ante
todo parece se disponen a recoger sus frutos, ha de ser el volverles a
recordar que, muy a pesar de algunos una vez más somos las personas, y no las cuentas
de resultados, las que ahora y siempre deberían haber sido las
destinatarias últimas de todos y cada uno de los esfuerzos que en principio se
han desarrollado en pos, supuestamente de lograr el final de un periodo que,
muy a nuestro pesar, sin duda va a dejarnos a todos en un estado en el que va a
resultar labor ardua al poder reconocernos sobre los vestigios del pasado de lo
que una vez fue nuestra propia realidad.
Dicho de
una vez y para siempre. A este país no lo va a reconocer ni la madre que lo
parió. Y nuestra desgracia reside en que todos, en mayor o menor medida
somos partícipes activos de tal hecho.
Luis
Jonás VEGAS VELASCO.
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