La cita, procedente del Ayante de SÓFOCLES, no viene
por supuesto a significar nada más allá de lo que expresamente indica. Más
bien, y como en otras ocasiones, trataremos de mostrar hasta qué punto la
Historia, en sus más diversas acepciones, interpretaciones e incluso medidas,
no hace sino constatar lo difícil que cada día más resulta ser capaces
verdaderamente de poner algo nuevo bajo el sol.
En el ocaso de una semana tan casi extravagante en lo que a
tenor de lo concerniente para las mujeres se refiere, no me resisto a desviar
un tanto el calibrador del goniómetro que semana tras semana dirige los
para nada disimulados y sí más bien precisos ataques de los que esta sección
hace gala semana tras semana, para ampliar durante unos instantes el radio de
acción de los mismos, concediendo el privilegio de la ligera abstracción en pos
en este caso de comprobar el tan distinto efecto que para La Mujer, con
mayúsculas, han tenido en este caso dos acciones tan simétricas como son las que encuadran por un lado el más
que sostenido, casi virulento silencio de la Infanta dentro de lo que
constituye la ya famosa “declaración
de la amnesia sostenida”; enfrentada como tal, por supuesto cuidando
y restringiendo los paralelismos, con el “discurso en formato de monólogo” que
se marcan algunas concejales del Partido Popular las cuales no vienen
sino a hacer bueno el dicho que circula en relación al peligro que para algunos
supone el uso de un micrófono. ¡Cuan duro ha de ser el creerse político, mas
comprobar día tras día que tan solo el silencio es tu compañía!
Pero lejos de irme por las ramas, tendiendo a menudo
sin querer a desviar me de mis propios preceptos, haré en el caso que me
ocupa un importante esfuerzo en pos de mantener centrado mi objetivo, fijando
el mismo en la disposición que La Historia, en tanto que tal, nos ofrece a la
hora no tanto de defender a la mujer, como sí más bien de demostrar que
ahora, y siempre, se ha mostrado por sí misma muy capaz de hacerlo.
Es entonces así que asistimos una vez más a la constatación
del hecho por otra parte tantas veces observado según el cual no es sino el
presente, poco más en términos epistemológicos que la separación entre un pasado que creemos conocer, y un futuro al
que vagamente aspiramos. Se convierte así el presente en poco más que un
delgada, casi tenue línea destinada a poco más que fingir en nosotros la
ilusión de un ahora inexistente, toda vez que lo efímero es su única
conformación.
De tal menester, que la Historia acude de nuevo en nuestra
ayuda, no tanto a la hora de explicar los acontecimientos que consolidan
nuestra ya citada ilusión de presente, como sí más bien a reiterarse en la
constatación de que el pasado tiende a repetirse.
Aparece así pues el argumento capitular de nuestra
disquisición de hoy precisamente cuando constatamos el efecto tan dispar que
tienen en este caso las conductas de dos mujeres, de las cuales obviamente eso
y solo eso, las conductas, son comparables.
Hace la Infanta de su declaración, no ya un monólogo de
silencio. Hace en realidad la Infanta de su silencio, el mejor ejemplo a partir
del cual resulta incluso sencillo comprender no ya las notables diferencias que
en España existen entre unas y otras personas, sino que más bien el relatado
silencio, unido al ejercicio de
cinismo que cabe se ha de presuponer a algunas de sus declaraciones, vienen
definitivamente a consolidar la idea que últimamente determina la línea
argumental que guía con paso firme todas mi disquisiciones. Aquélla que
parte de comprender no ya que estamos en un país de guitarra y pandereta, sino
que tal consideración no parte de un
accidente, ni es propia de una lamentable sucesión de errores. Se trata
más bien de la lenta consolidación de un plan perfectamente trenzado, lo que
justifica plenamente hablar de confabulación, por parte de una serie de
personas ampliamente interesadas en consolidar en torno de nosotros la primero
falsa esperanza, y luego destructiva razón, en base a la cual España , o más
concretamente el catálogo de disposiciones desde el que trenzamos el aspecto
del que creemos nuestro país, no responde en realidad sino a una vaga ilusión
destinada cuando menos a mantener ocupados a unos, entretenidos a otros,
permitiendo de la demora que a tales conductas les es propia la conformación de
una realidad paralela desde la que un determinado grupo de poder no solo
se mueve a sus anchas, sino que abiertamente preconiza todos los aspectos de
cara a consolidar en el tiempo la postergación de tal posición.
Así y solo así, a saber desde la toma en consideración de
tales conductas, pueden entenderse cuando no abiertamente justificarse no tanto
la conducta de la integrante de la Familia Borbón , como sí más bien y
casi de manera exclusiva el hecho de que tanto la mencionada, como la
institución que desde la misma preconiza pueda no ya existir, sino hacerlo con
la aparente fuerza con la que lo hace.
Constituye la aceptación de tal precepto, la aceptación a
título cuando menos de corolario de que es éste poco menos que un país de
sainete. Un país de meapilas, rascatripas y decadentes la mayoría de los
cuales no hace sino practicarles el juego a una minoría silenciosa más
preocupada por mantenerse ojo avizor sobre sus intereses e inversiones,
véase la evolución de las acciones referidas en el asunto “Canal de Panamá”,
que por velar en pos de los intereses comunes.
Una minoría distinguida
donde las haya. Enfervorizada en preservar con todas sus fuerzas lo que
para algunos no constituye sino la rememoración de un viejo sueño, el de la
consolidación rutilante de lo que en definitiva fue la existencia de clases sociales perfectamente
diferenciadas, a lo que habría que añadir el premonitorio esfuerzo destinado a
reimplantar en las mismas el conocido
aunque casi olvidado fenómeno de la estanqueidad entre las mismas. Ya se sabe,
la instauración de alguna especie de medidas destinadas a impedir el flujo de caudales humanos entre una clase, y la
que le precede inmediatamente por arriba. Algo que presupondría no ya solo el
reforzamiento de la Monarquía, cuando sí más bien el rescate de El Feudalismos.
¿Estará incluido en el plan Gallardón el derecho a la Primma notta?
Porque avezados lo son, sin duda. Mas en determinadas
ocasiones, la excesiva condescendencia que muestran para consigo mismos, induce
a la comisión de errores que se traducen en pequeños detalles que a priori
parecen solo trascender para aquéllos que disfrutamos con la revisión de los
mismos. Así, en ocasiones como las que han quedado puestas de manifiesto a la hora
de comprobar el grado de efusividad con el que Sus Señorías celebraban
la consolidación de sus planes, relativos en este caso a lo atinente con la
continuidad al plan que preserva la Reforma de la Ley del Aborto, a saber Ley
GALLARDÓN, lo cierto es que ni silenciosa ni recatada ha sido su conducta, ni
mucho menos su proceder.
Y es por ello precisamente en el momento en el que tales
conductas tienen a bien aparecer, cuando más atentos es menester mantenerse.
Tal vez, o mejor dicho, sin el menor género para la duda. Porque es en
tales momento cuando el yo interior es incapaz de sujetarse, poniendo de
manifiesto, e incluso dejando a la vista de todos cuál es la verdadera catadura
moral, la verdadera talla, lo que de verdad compone la esencia de algunos de los
que efectivamente son nuestros representantes, pero que desgraciadamente de
calidad para ello tienen poca.
Es en tales momentos cuando nos damos cuenta del grado de
chabacanería que preside el alma cuando no el quehacer de muchos de los
que nos representan.
Y es así pues ante semejantes circunstancias, ante
semejantes conductas, cuando de nuevo la Historia, como único y por ello no
olvidado argumento, se muestra hoy como sólido hilo conductor de la
presente disquisición. Una disquisición no destinada por supuesto ni a aclamar
a unas, ni a demonizar a otras. Destinada sencillamente a poner de manifiesto
como incluso algo tan aparentemente inocuo como puede ser el uso y el disfrute
del silencio, puede en realidad servir, como tantas otras cosas, para demostrarnos
de manera concisa y evidente cuán lejos estamos no ya de ser un país
desarrollado, sino sencillamente un país digno de ser tomado en cuenta dentro,
y fuera de nuestras fronteras.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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