Y eso será, al menos a nivel estrictamente ético, lo que
sirva cuando no de consuelo, sí al menos de satisfacción una vez que aquéllos
que siempre estuvieron presente, decreten de nuevo abierto el periodo de
cosecha.
Porque en definitiva, de eso que no de otra cosa, es de lo
que se ha estado tratando todo este tiempo. Cómo si no podría llegar a
entenderse no tanto el que nos hayan dejado alimentar la esperanza de que otra
España era posible, salvo desde la absoluta certeza de que siempre fueron
ellos quienes mantuvieron prietas las líneas, sostuvieron fuertes los cabos que
mantenían la que ellos siempre dictaminaron era la adecuada tensión dinámica
que el país necesitaba.
Al final, una vez más, acudiendo a la paradoja; cuando más
crece en mi la indignación en torno al
reciente programa del Sr. Évole, lo cierto es que más de acuerdo estoy con una
de sus consecuencias colaterales. ¿No será acaso cierto que una mentira sirva
para reforzar una verdad?
Sumido en un trepidante estado de confesiones, me
someto de nuevo hoy a semejante trámite, para reconocer que, efectivamente, no
he dedicado ni tan siquiera un instante a seguir, ni de modo directo, ni por
supuesto de manera indirecta, en por otra parte cada vez más supuesto Debate
sobre el estado de la Nación.
No tanto porque uno pueda llegar a anticipar con cierta
antelación lo que unos y otros van a decir, hecho éste que por otro lado no me
parece del todo mal (de no ser así habríamos de empezar a preocuparnos
verdaderamente); lo cierto no obstante es que el miedo que me producía el
intuir tanto el grado, como la intensidad de las acusaciones que unos y otros
verterían, me ha llevado a, de manera netamente voluntaria, ahorrarme el trago.
Sin embargo y con todo, y siguiendo con la brecha abierta en
anteriores procedimientos, no es menos cierto que he de venir a ratificarme,
una vez más, en que este país necesita de una vez asumir su realidad, y decidir
qué es de lo primero que ha de librarse, si de los políticos que supuestamente
ejercen la representación, o de los españoles que bien por acción, o por
omisión, permitimos una y otra vez se perpetúe un modelo cuya maldad no reside
ya tanto en que beneficie de manera escandalosa a los de siempre; sino que a
estas alturas de ordeño, cuando a la vaca ya no le queda nada, pretendan
aderezar nuestra miseria, obligándonos encima
a cargar con los calostros.
Constituye así pues, el Debate sobre el estado de la Nación,
una de las grandes paradojas, cuando no una de las grandes mentiras de la
Democracia. O si mi opinión resulta demasiado controvertida, reduzcamos el
grado diciendo que es la tentativa de falacia en grado sumo a la que año
tras año se lanza el que gobierna, con la complicidad del que reside en la oposición convencido, eso sí, de que más
pronto que tarde, será él quien gobierne.
Desde esa perspectiva, exclusivamente desde esa perspectiva
se puede llegar no a disfrutar, bastará meramente con intuir, un vulgar
proceder que no es sino una de las vulgares concesiones que quedan de la verdadera
etapa socialista, a saber la liderada por D. Felipe González Márquez; premonitoria
de los tiempos en los que a la Derecha no se la refutaba con argumentos
políticos, bastaba con hacerles dirigir una mirada a las tapias de nuestros
cementerios, cuando no a las listas de ciertos monolitos enclavados tanto en
las plazas de algunos de nuestros pueblos, como en el corazón de muchos de sus
moradores; para dar por hecho, de manera errónea tal y como podemos comprobar,
que no volverían.
Y redundando en lo ya expuesto, ciertamente no han vuelto.
Lo cierto es que nunca se fueron. Nunca se fueron porque como ocurre con las
enfermedades degenerativas, aquéllas que hacen del tiempo y de la ausencia de
esperanza sus mejores aliados; tanto la derecha como, por qué no
decirlo, los de derechas, siempre han permanecido ahí.
Agazapados, en algunos lugares, o más recataditos allí donde
podían llover hostias en las más diversas acepciones del término; los que
integraron siempre la verdadera España, aquéllos que sobrevivieron para
insuflar en este país el recuerdo de lo que nunca debió de perderse; han
vuelto, hoy por hoy. Y lo peor es que lo han hecho sin necesidad de cambiar un
ápice de su discurso. Sin necesidad de tener que emplear un solo segundo para
pedir disculpas.
Y lo han hecho como siempre, a su estilo. Como la bicha que
merodea por la noche la habitación de la parturienta, y que aprovecha el
descuido para colarse dentro y alimentarse de los pechos rebosantes de leche
que otros llenaron, mientras que con la cola tapa la boca del recién nacido, en
unos sitios; o echando literalmente la puerta abajo en otros lugares, allí
donde sí había viejos asuntos que librar, cuando no antiguas deudas que
cobrarse.
Pero en cualquier caso, sea como fuere, siempre y en todo
lugar se ha hecho como mandan los cánones. Así, a falta de una buena
guerra que llevarnos a la boca, siempre nos queda la opción de recordarles
a los muertos de hambre, a saber los más de tres millones de españoles
que hoy por hoy rebasan el nivel de la pobreza (bonito eufemismo); bien podemos
darles lo suyo, cargando no ya con una batería, sino con todo un
paquete de medidas destinadas no ya a salvaguardar su lamentable estado, sino
más bien a rematarlos de una vez y para siempre. No en vano, ¡qué demonios! ¡Si
estás muerto, o has emigrado, no computas en las listas de parias y
desheredados que tanto parecen alterar la estabilidad de Marianos, Sorayas y compañía.
Y mientras, como siempre, contumaz a la par que reticente,
la realidad. Una realidad perra, destinada a tumbar no ya solo los
imperturbables argumentos, como el patetismo que de soslayo se muestra en los
contravalores. Una realidad que se substancia en hechos como los que
trascienden a esos siete millones de parados, a ese 94% del PIB a estas alturas
ya comprometido, cuando no qué decir de esas pornográficas cifras de Déficit
Público el cual, cuando se han superado ya los dos años de legislatura
expresamente ligada a los designios del Partido Popular, no solo no ha visto
reducida en un ápice su magnitud, sino que lejos de tal hecho sigue y sigue
creciendo día tras día.
Ante tal acumulación de hechos, ni el capítulo en el que D.
Quijote promete la ínsula a Sancho, parece ya ser suficiente.
Y mientras, como fiel reflejo de una España para nada
accidental, más bien imagen de lo que desde hace casi ochenta años algunos han
perseguido; de Educación, Sanidad, Empleo Estable y otras minucias, mejor
no hablamos. Por si acaso.
Cambió España en el pasado siglo, del XIX al XX digo,
superando una vez más sus miedos, rémoras conceptuales, supliendo con geniales
oradores, cuando no con grandes teóricos, los más que grandes orificios lo que
suponían en realidad enormes socavones que periodos tales como el reinado de
Isabel II nos causaron. Como siempre, y por enésima vez, el país no solo se
repuso, sino que fue netamente competente para hacerlo saliendo además
reforzado. ¡Pero si hasta DE LA SERNA fue capaz de hacer solo la travesía del
desierto inventando con ello el concepto de la greguería!
Será tal vez de semejante mezcla de Ironía y metáfora de donde Mariano extraiga la fuerza para la tan su habitual sorna. No. ¿Como creer tal cosa? Semejante dosis de destreza ha de llevar inexorablemente apaciguada cierta dosis de inteligencia.
Hoy, lamentándolo mucho, ni el Tremendismo de CELA
serviría no ya para enmendar el drama, cuando ni tan siquiera para disimularlo
un instante más.
Citando pues al ingente maestro: “Definitivamente, estamos
jodidos.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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