miércoles, 26 de febrero de 2014

DEFINITIVAMENTE, PODRÉIS SEGUIR HACIÉNDOLO, PERO AL MENOS NO CON MI AQUIESCENCIA.

Y eso será, al menos a nivel estrictamente ético, lo que sirva cuando no de consuelo, sí al menos de satisfacción una vez que aquéllos que siempre estuvieron presente, decreten de nuevo abierto el periodo de cosecha.

Porque en definitiva, de eso que no de otra cosa, es de lo que se ha estado tratando todo este tiempo. Cómo si no podría llegar a entenderse no tanto el que nos hayan dejado alimentar la esperanza de que otra España era posible, salvo desde la absoluta certeza de que siempre fueron ellos quienes mantuvieron prietas las líneas, sostuvieron fuertes los cabos que mantenían la que ellos siempre dictaminaron era la adecuada tensión dinámica que el país necesitaba.

Al final, una vez más, acudiendo a la paradoja; cuando más crece en mi la  indignación en torno al reciente programa del Sr. Évole, lo cierto es que más de acuerdo estoy con una de sus consecuencias colaterales. ¿No será acaso cierto que una mentira sirva para reforzar una verdad?

Sumido en un trepidante estado de confesiones, me someto de nuevo hoy a semejante trámite, para reconocer que, efectivamente, no he dedicado ni tan siquiera un instante a seguir, ni de modo directo, ni por supuesto de manera indirecta, en por otra parte cada vez más supuesto Debate sobre el estado de la Nación.
No tanto porque uno pueda llegar a anticipar con cierta antelación lo que unos y otros van a decir, hecho éste que por otro lado no me parece del todo mal (de no ser así habríamos de empezar a preocuparnos verdaderamente); lo cierto no obstante es que el miedo que me producía el intuir tanto el grado, como la intensidad de las acusaciones que unos y otros verterían, me ha llevado a, de manera netamente voluntaria, ahorrarme el trago.

Sin embargo y con todo, y siguiendo con la brecha abierta en anteriores procedimientos, no es menos cierto que he de venir a ratificarme, una vez más, en que este país necesita de una vez asumir su realidad, y decidir qué es de lo primero que ha de librarse, si de los políticos que supuestamente ejercen la representación, o de los españoles que bien por acción, o por omisión, permitimos una y otra vez se perpetúe un modelo cuya maldad no reside ya tanto en que beneficie de manera escandalosa a los de siempre; sino que a estas alturas de ordeño, cuando a la vaca ya no le queda nada, pretendan aderezar nuestra miseria, obligándonos encima  a cargar con los calostros.

Constituye así pues, el Debate sobre el estado de la Nación, una de las grandes paradojas, cuando no una de las grandes mentiras de la Democracia. O si mi opinión resulta demasiado controvertida, reduzcamos el grado diciendo que es la tentativa de falacia en grado sumo a la que año tras año se lanza el que gobierna, con la complicidad del que reside en la  oposición convencido, eso sí, de que más pronto que tarde, será él quien gobierne.
Desde esa perspectiva, exclusivamente desde esa perspectiva se puede llegar no a disfrutar, bastará meramente con intuir, un vulgar proceder que no es sino una de las vulgares concesiones que quedan de la verdadera etapa socialista, a saber la liderada por D. Felipe González Márquez; premonitoria de los tiempos en los que a la Derecha no se la refutaba con argumentos políticos, bastaba con hacerles dirigir una mirada a las tapias de nuestros cementerios, cuando no a las listas de ciertos monolitos enclavados tanto en las plazas de algunos de nuestros pueblos, como en el corazón de muchos de sus moradores; para dar por hecho, de manera errónea tal y como podemos comprobar, que no volverían.

Y redundando en lo ya expuesto, ciertamente no han vuelto. Lo cierto es que nunca se fueron. Nunca se fueron porque como ocurre con las enfermedades degenerativas, aquéllas que hacen del tiempo y de la ausencia de esperanza sus mejores aliados; tanto la derecha como, por qué no decirlo, los de derechas, siempre han permanecido ahí.
Agazapados, en algunos lugares, o más recataditos allí donde podían llover hostias en las más diversas acepciones del término; los que integraron siempre la verdadera España, aquéllos que sobrevivieron para insuflar en este país el recuerdo de lo que nunca debió de perderse; han vuelto, hoy por hoy. Y lo peor es que lo han hecho sin necesidad de cambiar un ápice de su discurso. Sin necesidad de tener que emplear un solo segundo para pedir disculpas.

Y lo han hecho como siempre, a su estilo. Como la bicha que merodea por la noche la habitación de la parturienta, y que aprovecha el descuido para colarse dentro y alimentarse de los pechos rebosantes de leche que otros llenaron, mientras que con la cola tapa la boca del recién nacido, en unos sitios; o echando literalmente la puerta abajo en otros lugares, allí donde sí había viejos asuntos que librar, cuando no antiguas deudas que cobrarse.

Pero en cualquier caso, sea como fuere, siempre y en todo lugar se ha hecho como mandan los cánones. Así, a falta de una buena guerra que llevarnos a la boca, siempre nos queda la opción de recordarles a los muertos de hambre, a saber los más de tres millones de españoles que hoy por hoy rebasan el nivel de la pobreza (bonito eufemismo); bien podemos darles lo suyo, cargando no ya con una batería, sino con todo un paquete de medidas destinadas no ya a salvaguardar su lamentable estado, sino más bien a rematarlos de una vez y para siempre. No en vano, ¡qué demonios! ¡Si estás muerto, o has emigrado, no computas en las listas de parias y desheredados que tanto parecen alterar la estabilidad de Marianos,  Sorayas y compañía.

Y mientras, como siempre, contumaz a la par que reticente, la realidad. Una realidad perra, destinada a tumbar no ya solo los imperturbables argumentos, como el patetismo que de soslayo se muestra en los contravalores. Una realidad que se substancia en hechos como los que trascienden a esos siete millones de parados, a ese 94% del PIB a estas alturas ya comprometido, cuando no qué decir de esas pornográficas cifras de Déficit Público el cual, cuando se han superado ya los dos años de legislatura expresamente ligada a los designios del Partido Popular, no solo no ha visto reducida en un ápice su magnitud, sino que lejos de tal hecho sigue y sigue creciendo día tras día.
Ante tal acumulación de hechos, ni el capítulo en el que D. Quijote promete la ínsula a Sancho, parece ya ser suficiente.

Y mientras, como fiel reflejo de una España para nada accidental, más bien imagen de lo que desde hace casi ochenta años algunos han perseguido; de Educación, Sanidad, Empleo Estable y otras minucias, mejor no hablamos. Por si acaso.

Cambió España en el pasado siglo, del XIX al XX digo, superando una vez más sus miedos, rémoras conceptuales, supliendo con geniales oradores, cuando no con grandes teóricos, los más que grandes orificios lo que suponían en realidad enormes socavones que periodos tales como el reinado de Isabel II nos causaron. Como siempre, y por enésima vez, el país no solo se repuso, sino que fue netamente competente para hacerlo saliendo además reforzado. ¡Pero si hasta DE LA SERNA fue capaz de hacer solo la travesía del desierto inventando con ello el concepto de la greguería! 
Será tal vez de semejante mezcla de Ironía y metáfora de donde Mariano extraiga la fuerza para la tan su habitual sorna. No. ¿Como creer  tal cosa? Semejante dosis de destreza ha de llevar inexorablemente apaciguada cierta dosis de inteligencia.

Hoy, lamentándolo mucho, ni el Tremendismo de CELA serviría no ya para enmendar el drama, cuando ni tan siquiera para disimularlo un instante más.
Citando pues al ingente maestro: “Definitivamente, estamos jodidos.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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