miércoles, 26 de marzo de 2014

QUE NADIE SE LLAME A ENGAÑO. EN ESPAÑA TENEMOS EXPERIENCIA.

Resulta que, basta con echar un ligero vistazo en nuestro derredor, entendiendo en este caso las distancias como temporales, para darnos literalmente de bruces con otro instante histórico en el que en este país, “se usaban artes malas para confundir al Pueblo, creando así sensación de bulla propia de los ambientes de farándula, incluso en los barrios en los que éste no estaba de predicar...” (Titular de marzo de 1766 de Diario Noticioso Universal)

Corrían así no solo los días, sino que también lo hacían propios y extraños, por las calles de Madrid. Y lo hacían bailando por aquel entonces al son que les marcaba “El Real Cuerpo de Intendencia”, remitido amablemente por un amable Carlos III. “El Mejor Alcalde, el Rey.” Aunque me atrevo a pensar que si se hubiera tomado la molestia de preguntar, a lo mejor se hubiera llevado la desagradable sorpresa de que nadie le votaba. Es curioso así pues que, efectivamente hayan pasado 250 años, y en Madrid siga habiendo Primeros Ediles que no saben lo que es enfrentarse no ya a un Pueblo enfervorizado, sino a un Pueblo que se dirige a cumplir con el sano derecho del sufragio.

Y de nuevo, como en aquel entonces, las capuchas, o por ser más precisos los chambergos, (sombreros de ancha ala que “vertía sombra irreparable sobre el rostro”), vinieron a convertirse en la espoleta de lo que acabó siendo una revolución en el amplio sentido de esa definición según la cual “Una guerra es el hecho que se produce cuando es tu Gobierno quien designa al enemigo. Una revolución es cuando el enemigo forma parte del Gobierno.”

Corrían las calendas en marzo de 1766, y corrían también, los caballos sobre los adoquines de Madrid. Y lo hacía también para perseguir a madrileños de pura sangre, pero lo hacían también para perseguir a otros venidos de todas partes del reino.
Se trató de la primera protesta, pero no fue, obviamente, la última. Como ha ocurrido hace algunos días, la desesperación, en sus más diversas formas y definiciones, se ha adueñado de la voluntad de la gente. Una gente que, en el mejor de los sentidos, ya está más que harta de que se confunda paciencia con hastío, ejemplaridad con falta de compromiso.

Como sacado de una Máquina del Tiempo, las explicaciones que Julián Marías da a tenor de tales hechos, parecen verdaderamente sorprendentes, al estar dotadas de una precisión tan manifiesta, que nos sentimos obligados a reproducirlas de forma íntegra, toda vez que mañana bien podrían formar parte de cualquier titular de un medio de prensa de actualidad, siempre que éste no forme parte del catálogo conformado por el  TDT Party.

“...Es así que estas razones utilitarias -seguridad pública, conveniencia de que se pueda reconocer a los delincuentes- no eran más que apariencia. La justificación objetiva hay que buscarla en otras razones más hondas, estéticas y estilísticas. Los hombres del Gobierno de Carlos III sin duda sentían malestar ante aquellos hombres tan de otro tiempo, tan distintos de los que se usaba en otra parte, tan arcaicos. Es así que la aversión a la capa larga y al chambergo eran una manifestación epidémica de la sensibilidad europeísta y actualísima de aquellos hombres que sentían la pasión de sus dos verdaderas patrias, Europa y el Siglo XVIII”

¿Necesitamos acaso un esquema? ¿Va a ser cierto que, definitivamente, no hemos sido capaces de aprender nada? ¿Acaso el “Motín de Esquilache” traído aquí a colación no es sino el manual de instrucciones, el esquema franco de nuestra absoluta incompetencia, una incompetencia mostrada primero para con nosotros mismos, y para con la Historia?

Somos así pues, un país rico en Historia, pero carente de recuerdos. Un país lleno de épica, pero vacío de héroes. Tal vez porque dentro del ejercicio de nuestro deporte favorito, el de la total y absoluta falta de indulgencia para con los nuestros, somos capaces no ya de matarlos, sino de colgarlos al sol para que se sequen, haciendo de ello además, motivo de escarnio, cuando no de manifiesto festejo.



Y es así que, en este vaivén prosaico, unos y otros, ricos y pobres, terratenientes y desahuciados; encuentran en la práctica de la desavenencia y el agravio entretenimiento desde el que dar rienda suelta a sus respectivas mediocridades.
Se confabulan así personas que en condiciones de las denominadas normales, jamás hubieran llegado no ya a intimar, sino quién sabe si ni tan siquiera a intercambiar una sola palabra; para dar lugar en este caso a una  suerte de compadreo versado en los mismos ardides desde los que se refuerzan los lazos entre los chichiribailes que, ociosos por las calles, esperan el paso de Boccherini, lanzando piedras a los perros, haciendo del vicio común resorte desde el que apostillar su día destinado a la desgracia.

Se confabula así la Historia no ya de Madrid, sino de España. Una Historia que nos devuelve a un presente incapaz, como aquel entonces, de esconder los verdaderos problemas a saber, el desmedido auge de los precios de una España que, presionada por las malas cosechas, e inmersa en un proceso de inflación galopante, ve que el sueño de un proceso ilustrado se va al traste impulsado por la certeza de que un estómago vacío no deja lugar a un cerebro ocioso, o propenso al desarrollo de corolarios que no tengan repercusión directamente práctica.


Es ésta pues la constatación práctica de que en España lo de flagelarnos al amparo de los errores propios ya cometidos a lo largo de nuestra propia  Historia, es algo que no solo no nos pilla de sorpresa, sino que más bien venimos a convertirlo en algo así como deporte nacional, destinado siempre a enardecer los ánimos de un reducido grupo que investido de Razón, se pone El Mundo por montera, aunque para ello hayan de dinamitar El País.

Es por ello que, una vez todo haya saltado por los aires, y tratemos de encomendarnos a Santa Bárbara, el número de truenos habrá sido ya tan grande, que incluso ésta se habrá quedado ya sorda, incapaz pues de satisfacer nuestras demandas, permaneciendo impasible a nuestras demandas.
Será ese y no otro el momento en el que las cosas habrán de cambiar, y no por detalles como los observados en los últimos días, cuando sí más bien por la ausencia de determinadas conductas, y abiertos comportamientos, que verdaderamente se echan en falta, y cuya ausencia no hace sino poner de manifiesto la concreta duda que algunos tenemos de que verdaderamente, habitemos en un país serio.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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