jueves, 12 de junio de 2014

DE CUANDO NADA PERFECTO DURA PARA SIEMPRE, SALVO EN NUESTROS CORAZONES.

¡En ocasiones escucho a muertos! Y no por error, ni por locura. Sencillamente lo hago por necesidad…

Por necesidad de encontrar en el pasado el sentido que no puedo encontrar en el presente. Por la necesidad de albergar la vana esperanza de hallar en el recuerdo la esencia de un pretérito que nos ilumine en la reconstrucción de un presente no por lacónico menos repugnante.
¡Con la convicción de que el recuerdo de algunos espíritus perdidos en la derrota pasada, bien pudieran iluminar el camino en la revolución que, ahora ya sí, se me antoja del todo inevitable!

Porque miro en mi derredor, y lejos de contemplar un paisaje propio de una primavera saliente, cercana al alba; me sorprendo sumido en las escenas mortuorias propias del ocaso que cercena todo viso de esperanza, como habría de ser propio a la entrada de un otoño.

Cadáveres, cadáveres…y como respuesta…hálitos de muerte. La esperanza propia del Gloria de Vivaldi, ha sido sustituida por el lamento imperante en el Lacrimosa de Mozart. Obviamente, ambos son genios. Obviamente, no son comparables.

Ambos son genios, por ende, la acción que les es propia, aquélla desde la que destapan la esencia que sirve para describirlos; ha de estar sin duda impregnada de un magnetismo casi místico. Un magnetismo que sirve para que aquél elegido que tiene la fortuna de presenciar su creación, pueda decir, al contrario de GAGARHIN cuando regresó del primer vuelo orbital tripulado que sí ha visto a Dios, o cuando menos que ha presenciado su obra.

Sea como fuere, la sinfonía que a ambos les es propio crear, ha de estar sin duda revestida con los ribetes y los filos de lo que sin duda es algo grande. Universal, eterno, grandioso, magnifico…vienen a constituir sin lugar a dudas el vademecum desde el que conformar la apología que habría sin duda de describir la genial creación que sin duda sería obrada de nuevo en el hipotético caso de que hoy por hoy, sumidos en nuestra tórrida actualidad, fuésemos capaces de encontrar a dos personas que encarnasen los valores de Mozart, y los de Vivaldi.

Allí, al fondo, veo removerse incómodos a algunos oyentes. ¡Sean por favor libres de expresar sus opiniones con total franqueza! ¿Cómo dicen? ¿Acaso creen que la Música que Mozart y Vivaldi crearon, sería hoy menos genial?
¿Creen acaso que la disposición para recibir de la que un público actual haría gala, desentonaría a la hora de juzgar, y en su caso premiar tales talentos?

Aunque solo sea como muestra de admiración por la osadía demostrada al tener a bien manifestarnos sus consideraciones, creo necesario y así lo hago, detenernos unos instantes en sus amables observaciones.
Hagámoslo pues, por partes, no necesariamente como lo hubiera aconsejado Jack “El Destripador”, cuando sí más bien como lo señala Descartes.
Procediendo con el análisis, de sus palabras podemos deducir que, efectivamente, la genialidad de la Música compuesta por los genios habría de ser, por su mera condición de genialidad, absolutamente valiosa, incluso en los tiempos que corren. Sin embargo, resulta difícil encontrar hoy por hoy no ya un público adecuado para tales audiciones, cuando sí incluso parece a la postre más difícil hallar un espacio escenográfico popular, que se encuentre a la altura de tamaña representación.
Y si ya los tiempos y las infraestructuras suponen un hándicap, ¿Qué decir del público?
¿Alguien ubica hoy a Mozart o a Vivaldi fuera de una Misa, o de una celebración ligada por ejemplo a la santificación de un matrimonio, respectivamente?

Llegados a tal extremo, la realidad contemporánea adquiere relevancia casi por sí misma: Si la obra genial de sendos genios es reconocida temporalmente como obsoleta, habiendo de quedar su exhibición al amparo de momentos que las conviertan en temporalmente adecuados, y sometidas por ende al rigor de las opiniones de personas válidamente cualificadas…¿Por qué cuestiones a título proporcional, pero a la sazón mucho más importantes, como puede ser el caso de una Carta Magna redactada hace más de treinta y cinco años, no son testigos de un juicio igualmente destinado a conciliar su valía ante una cuestión tan elemental como es la de constatar el impacto que sobre la misma haya surtido el mero paso del tiempo.

Si nos detenemos unos instantes para reflexionar, veremos que el escenario que nos desvela la comparación no es ni desacertado, ni descontextualizado.
En ambos casos, hablamos de ingentes creaciones obradas por hombres cuya visión de futuro nos lleva a reconocer que hoy, muchos años después de la fecha en la que fueron concebidas, siguen emocionándonos, cuando no abiertamente influyendo en nuestra vida.

Como amante sincero, y en cierta medida como conocedor de la obra, puedo afirmar que tanto Mozart como Vivaldi, de haber estado inmersos en la atmósfera consuetudinaria que nos es propia, sin duda hubieran puesto su talento al servicio de la Humanidad creando como resultado obras total y absolutamente distintas. Ambos serían, de haber consolidado su creación en un tiempo como el nuestro, responsables de un catálogo musical completa y absolutamente distinto al que conforma su Opus. Las causas son evidentes: El contexto es diferente, las voluntades de los receptores son igualmente, distintas.
En cualquier caso, no dudo un instante a la hora de afirmar que, fuese cual fuese el contenido formal de las obras que potencialmente pudieran llegar a ser creadas, la genialidad que embarga a ambos creadores vendría a actuar como nexo conductor, generando sin duda la atmósfera destinada a reconocer al genio, sea cual sea el momento o el lugar en el que desarrolla sus pasos.

Llegados a semejantes extremos, y una vez que aceptamos que el éxito de una obra no depende solo de sus ingredientes, cuando sí incluso hoy por hoy en mayor medida del contexto que la alberga…Hemos sin duda de concluir que parece a todas luces demasiado exigente, cuando no abiertamente kafkiano, el esfuerzo  desentrañado por nuestros dirigentes a la hora de consolidarnos en torno a una realidad que pasa no tanto por hacernos comulgar con ruedas de molino, como sí más bien con pretender que accedamos a confinar sin más nuestro deseo de soñar, asumiendo como propia lo que no es más que una cárcel para pensamientos y voluntades, con forma de Constitución de 1978.

Así, en una época en la que lo que prima de manera coherente al respecto de los modos conductuales, no es sino el reguetón y la kumbia; nadie va  a cuestionar la valía estructural del Gloria, o del Kirye. Simplemente será necesaria la implementación de un modelo destinado a hacer comprender que, sin ánimo ni pretensión restrictiva, simplemente se trata de factores que no son comparables en la misma escala técnica, ni por supuesto semántica.

Basta un ligero vistazo a nuestro alrededor, sobre todo en lo concerniente a nuestra realidad temporal más cercana, para comprobar que una vez los componentes objetivos han sido superados, lo único que nos queda es la pasión. Y con la pasión no solo no ha de jugarse, sino que de hacerlo, ha de ser teniendo muy claro no solo que no sigue los mismos preceptos ni prácticos ni razonables que cabría esperarse de una conducta racional;  más bien al contrario, lo que a la pasión le es propio, lo que puede ser incluso razonable, pasa imperiosamente por la concatenación para nada armoniosa de una serie de preceptos que como los compuestos inestables, se muestra rápidamente propensa a la reacción química de carácter explosivo.

A partir de ahí, nos encontraremos con la paradoja de vernos obligados a tratar de entender, con el fin de poder llegarlo a explicar, la manera mediante la que combinando elementos aparentemente tranquilos, la mala praxis del químico ha terminado por provocar una explosión a todas luces incontrolable.

Y llegado ese momento, ni la más brillante de las composiciones servirá para amansar a las fieras.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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