Es precisamente en jornadas como la que a estas horas ya
afortunadamente decae, en la que vemos cómo algunos se regodean ante cifras de paro que por el volumen cuantitativo que
encierran, y por la tragedia cualitativa que suponen parecen conducir más bien
a escenarios propios de una verdadera Tragedia
Griega que por el contrario a convertirse en los referentes incontestables que refrendan lo ya indiscutible del “Milagro
Español”; cuando uno ha de acudir con más fuerza en la búsqueda de los que
siempre han constituido sus principios y, haciendo acopio de paciencia, clamar
por medios racionales contra los que no dudan en tributar sacrificios a las
deidades que de una u otra manera les sustentan, cuando no les encumbran.
Es así pues que en este nuevo
mundo fruto de la regeneración es
decir, de ese extraño proceso en base al cual algunos se creen competentes para
edificar edificios nuevos y a la
sazón libres de toda culpa, aunque
para ello dispongan tan solo de los escombros que proceden de la demolición;
viene a parecer especialmente sintomática la convicción paradójica que parece
rodear todos y cada uno de los procederes que son de encomienda recomendable.
Se convierte así la conducta
paradójica en lo que vendríamos a llamar la virtud del pobre. Encomendada a cierta suerte similar al
proceder del bufón que durante el Medievo
gozaba del extraño privilegio de
poder jactarse de ser el único atribuido para
poner de manifiesto incluso el desnudo
del Rey, sin tener que temer con ello por la integridad de su espíritu, ni
por supuesto de la de su alma; lo cierto es que un escenario parecido es el que
a estas alturas se está recreando en virtud de los recientes resultados electorales. Un escenario a
la postre revolucionario no tanto por estar destinado a dar cabida a nuevas
fuerzas políticas, como sí más bien por verse en la tesitura de tener que hacer
creer que el espacio ha sido pensado verdaderamente desde la intención de ser reconfortante y acogedor precisamente
para todas ellas, incluso, o como en este caso debería de exigirse, si
fuera posible incluso más precisamente para aquéllas que, literalmente, están
todavía aterrizando.
Pero que nadie se despiste a ser posible ni durante un solo
minuto. Una vez superada la fase protocolaria, aquélla que podríamos resumir en
el proceso por el que a las damas se las agasaja poniendo la lupa en el buen gusto que han demostrado eligiendo
el color de los zapatos; y a los caballeros se les festeja atribuyendo la
victoria de su equipo de fútbol al efecto que sin duda tienen los ánimos
que infundían desde el palco en la jornada del pasado domingo. Lo cierto es
que finalizada esa jornada la tregua non
suscrita finaliza, y todo comienza.
Así, de los que abogan por la concreción de un cinturón higiénico que impida el
gobierno del Partido Popular en el mayor número de lugares posible; hasta los
que claman por una nueva conformación del Pacto
Nacional, vinculado en este caso a lograr la confabulación del mayor número
de fuerzas políticas encaminadas en este caso a impedir que Podemos ostente el poder que los
ciudadanos le han otorgado, lo único que a estas alturas parece estar claro es
lo incuestionable del hecho en función del cual constatamos que efectivamente, todo
lo que ocurre a nuestro alrededor es sin duda nuevo, original y por ello o tal
vez a pesar de ello, sencillamente genial.
Comienzan así pues a acudir raudos a la reunión las
variables que han sido invocadas de cara a la redacción del presente texto precisamente
desde su título, cuando poco a poco pero de manera inexorables podemos comenzar
a intuir el nuevo escenario con el que no lo dudemos, habremos de enfrentarnos una vez que los velos de la apariencia con los que unos y otros se cubren sean
desprendidos así como los jirones de la niebla son arrastrados por el viento,
dejando paso a la esclarecedora luz que muy probablemente en este caso guarde
constancia de más sombras que desgraciadamente de luces.
Porque abandonados primero la esperanza, y después la
ilusión, solo el terreno propio de la ingenuidad se mostrará aún competente
para albergar en su seno a los que llegados a estas alturas todavía no sean
capaces de entender la magnitud del problema con el cual nos enfrentamos.
Alcanzado el estado previo a los pronunciamientos, y convencido de que si éstos no se han producido
no es por falta de ganas, sino más bien por la habilidad de aquellos que deben
su existencia, reducida ésta a su mamandurria,
al pergeño, desarrollo y ejecución de conductas manipuladoras propias de
otras épocas (aunque visto que el Pueblo ha dejado si no de ser, sí al menos de
obrar mostrando propensión a la conducta estúpida ¿verdad Sr. Buruaga?), se
convierte en conducta no solo
respetable, yo diría que incluso recomendable, el aconsejar la relectura, o en
su caso el descubrimiento de algunos Clásicos.
Porque llegado el momento crucial, el que yo identifico con
el presente que nos ha tocado vivir, mi afirmación ha de pasar cuando menos por
no escandalosa toda vez que basta un ligero vistazo en nuestro derredor para
comprobar hasta qué punto algunos desean sustituir la Polis por la Acrópolis,
restituyendo con ello al mito en su antigua y casi olvidada misión de sugerir la verdad, obstruyendo en todo
caso la libre circulación de un logos cada
vez más viejo y cansado, que ve no sin cierto temor cómo en este caso es
perseguido como una alimaña hasta su cubil.
Que nadie se llame a engaño, es la Democracia, nada más, y nada menos, lo que está en juego. Si a
alguien le cabe verdaderamente duda, que preste atención.
Como no puede ser de otra manera, su asedio primero, y
colapso después, se ha llevado a cabo mediante la reproducción milimétrica de
procesos visados por la Antigüedad en sí misma. Así, bien no es menos cierto
que la visión del héroe conquistador resulta más reconfortante a la hora de
entonar las odas y cantos que procedan, no es menos cierto que la verdad de
cuanto ha acontecido en la batalla de las
puertas que defendían la ciudad hay que buscarla en la acción de ese nuevo Efialtes
que, como en el caso de Jerjes contra Leónidas, acabe por arrebatar todo
vestigio de legendario al acto por proceder éste de una nunca mera traición.
Porque en este caso lejos de resultar extraño es por más,
obvio, que sea precisamente como en aquél entonces, por medio de rodeos entre
escabrosos barrancos, como finalmente sea alcanzada la retaguardia de nuestros
bravos, que la estabilidad de nuestra Polis, de nuestra Democracia en una
palabra, se ve ofendida.
Y de nuevo, como entonces, será el vicio de subestimar al
otro, cuando no el privilegio de contarse unívocamente orgulloso de la fuerza
propia, lo que acabe por desencadenar la tragedia. Es así como
de manera complementaria a lo acontecido en Las
Termópilas, que el exceso de confianza de los digamos, grandes, juega de manera inexorable contra éstos, consolidando una
suerte de batalla cuya resolución, sorprendente tanto para unos como para
otros, no hace sino poner de manifiesto el grado de envenenamiento que subyace
a la realidad en sí misma.
Es entonces que una vez la batalla no solo ha comenzado,
sino que ha visto desarrollarse algunos de los que sin duda convendrán como los
más épicos de cuantos momentos la misma dispense; que tiene lugar el
reagrupamiento de las fuerzas.
Incapaces de traducir a teoría lo que en este caso la
realidad ha mostrado, que los ejércitos poseedores incluso de paquidermos, no
dudan en lanzarlos contra las nuevas fuerzas, quizá por ello y suficientemente
por ello declaradas como insurgentes, incapaces de ver en su ceguera que lo
desmedido de la maniobra emprendida favorece, una vez más los intereses de
aquél contra el que parecía ir dirigida.
Sabemos que la égloga es falsa, sin que tal hecho reste un
ápice a su belleza: Glorioso es vuestro
destino. Vuestro monumento fúnebre es un altar.
Ahora que quien quiera me cuestione si efectivamente o no
estamos ante el paso de lo coyuntural, a lo estructural.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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