Porque a la vista de todo lo que está pasando, permanecer ha
dejado de ser una conducta pasiva, para convertirse en toda una activa muestra de radicalismo.
Porque radical es permanecer impávido ante los desahucios,
máxime cuando afectan a familias con un niño de diez días. Radical es no emitir
un solo sonido, o lo que es lo mismo, callar; cuando se nos aprueba una ley por
la que a partir del próximo día uno de julio es probable que dejar por escrito
cosas como ésta puedan ser, constitutivas de delito. Porque radical es no mover
un dedo, en definitiva, permanecer, cuando nuestro todavía Presidente del
Gobierno se ríe a mandíbula batiente de
todos nosotros, espero que conscientemente al menos lo haga solo de los que ni
le hemos votado ni por supuesto esté en nuestros planes hacerlo nunca; cuando
menosprecia no solo al líder del Partido
con mayor representación en la oposición.
Llegado el momento de que, sinceramente, todos aquéllos que se muestren dispuestos a “seguir permaneciendo”,
procedan no tanto a tener que justificar su actitud, cuando sí más bien a
reconocer que, efectivamente, se trata de la proyección formal de toda una actitud frente a la vida, creo
ciertamente haber sido capaz de crear el clima propicio para poder argumentar
al votante del Partido Popular que en este preciso instante empieza a revolverse molesto porque al menos en
apariencia estoy pidiendo de manera injustificada una explicación a su voto;
que efectivamente igual de insultados que él podemos sentirnos todos los
españoles que hemos sido personalmente vituperados cuando la maldad palaciega desarrollada por muchos
de sus Ediles que se han quedado sin su asiento,
lejos de ser condenada por sus dirigentes, ha sido apoyada hasta el punto
de convertirse en el mantra que como
tal repiten de manera impía todo aquél que en especial como miembro del PP, ha
de labrarse un futuro de cara
especialmente a lo que está por venir.
Porque a la vista de cómo
tenemos los sembrados, y lo que es peor, del escaso interés que parece
devengarse de las actitudes desarrolladas por parte de los que en principio
están destinados a hacer frente tanto a ésta como a futuras situaciones, lo
cierto es que no peco de vano orgullo si digo que pongo mejor mi destino en
personajes de la talla del genial F. NIETZSCHE cuando de manera me niego a
pensar que ¿premonitoria? Afirmaba que Si
verdaderamente radical es la acusación por la que han de ser condenados los que
se toman las cosas de raíz, entonces habría que encerrar a los que se oponen a
que tal sea la conducta procedente.
Es entonces que una vez comenzada la labor no tanto de
escenificación, cuando sí de mero reconocimiento del terreno, que los vacíos
cuando no las auténticas cárcavas que
de manera estructural presuponen el destino de nuestro sistema democrático al
dejar poco lugar a la imaginación de cara a los desarrollos mentales a los que
pueda proceder toda persona que no esté cegada, o que sencillamente se
encuentre capacitada para comprender la verdadera magnitud del espectáculo que
la realidad se empeña en mostrarle, que estamos pues a partir de semejante
momento en absoluto y evidente peligro, ya que el espectáculo al que hemos sido invitados resulta ante todo, muy
difícil de olvidar.
Un espectáculo que se muestra ante nosotros en toda su
magnitud, o habría de decir, en aras de expresarme de manera más precisa, que
se manifiesta ante nosotros dotado con un brillo de acidez; que encierra en su
significado más profundo precisamente eso, la capacidad y la predisposición que
sus activistas manifiestan de cara a, sencillamente, demoler todo aquello que
sencillamente no pueden controlar.
Necesitáis pruebas de lo que estoy diciendo, es más, alguno
sencillamente hace rato que habrá dejado de leer toda vez que su juicio una vez
más vinculado a su consideración respecto a lo que opino, merecerá a lo sumo
una valoración generosamente tendenciosa hacia lo que en Castilla se denominan tontunas.
Pero entre tontuna y
tontuna, silenciosa, visceral, a la sazón como ocurre con la mayoría de las
consideraciones que proceden de lo pasional;
la realidad se cuela. Responde la realidad a múltiples factores, los cuales
a menudo por mera acción de adición constituyen un medio suficiente en pos de
albergar esperanzas para lograr una definición sincopada. Sin embargo hoy por
hoy, atendiendo tan solo a las aportaciones que la contumaz actualidad nos proporciona; dispuestos a vehicular tales
disposiciones desde una actitud crítica en tanto que no propensa a comulgar ni con las versiones ni mucho menos con las
disposiciones de corte oficialista, que dibujamos el esquema conceptual a
cuyo servicio se mueve y a la sazón actúa el otro gran repelente que hoy por hoy convierte en irreconciliable
cualquier conducta política para con la población en general. Estoy hablando de
la impunidad.
Trataremos de explicar lo que queremos decir, por ser más
precisos, qué es lo que queremos decir, por medio de un experimento.
Proponemos para ello la lectura atenta de esta cita:
“En los asuntos tanto
privados como públicos, todos tienen ante la ley iguales garantías; y es el
prestigio propio de cada uno, no su adscripción a una clase, sino el mérito
personal, lo que permite el acceso a las magistraturas; como tampoco la pobreza
de nadie, si es capaz de prestar un servicio a la patria, ni su oscura
condición social, son un obstáculo para él…”
Parece el texto algo redactado desde luego por algo de
actualidad, destinado en cualquier caso para ser obrado en consecuencia desde luego en la actualidad.
Sin embargo la sorpresa puede ser grande, o aparece en
cualquier caso ante nosotros de forma manifiesta
cuando comprobamos que se trata de una disposición directa del arranque con el
que Pericles iniciaba su discurso en honor de los atenienses caídos con motivo
de la Guerra del Peloponeso, a
mediados del V a.C, con el Partenón recién reconstruido, a su espalda.
¿Obramos pues de manera justa si la visión de la realidad
nos abruma? Evidentemente, sí. Y no solo eso, de la visión atenta de cuanto hay en nuestro derredor puede y ha de
extraerse la tesis de que todo aquél que en mayor o menor medida no comparte
nuestra actitud; lejos de ser un hombre ecuánime, es por el contrario un hombre
que sin duda ha tomado su decisión porque como es por todos sin duda sabido “el
mal no triunfa cuando cien malos hacen lo que les es propio. Lo hace cuando un
solo hombre justo se niega a hacer lo que debe”.
Nos vamos así poco a poco situando en un escenario en el que
si algo queda claro, e la imposibilidad que para ocupar el centro existe. Imposibilidad que alcanza su máxima expresión cuando
la referimos al campo de la semántica vinculada a la Ideología. ¿De verdad
alguien cree verdaderamente que hoy existe la imparcialidad? Y de ser así,
¿alguien se cree con fuerzas para convencerme
de que antes ciertas adversidades cabe el “no hacer”? Más bien creo que
actualmente “no hacer” es a la vez la
más intensa y la más malvada de las formas de hacer de cuantas el hombre puede
ejecutar.
Nos encontramos así pues ante el enésimo ejercicio de parnasianismo maquiavélico hacia el que
aquéllos que han de justificar una y otra vez no tanto su proceder como sí más
bien la decencia ética de los principios desde los que tales actos son
promovidos; tratan de conducirnos convencidos, solo ellos saben el motivo del
por qué aquí, del por qué ahora; de que las actuales condiciones les serán
propicias a la hora de desarrollar un proceder cuya magnitud es solo
identificable con el esfuerzo que alguien empeñado en convencernos de que lo
blanco es negro, habrá de considerar.
Un esfuerzo ciclópeo, qué duda puede cabernos, y cuya máxima
optimización se encuentra ahora desentrañando la última batalla, la que en este caso se centra en hacer compatible
la Política con la ausencia total de
ideologías. La causa, evidente. La necesidad de convencernos a todos de lo
imprescindible a la par que inalterable que para el futuro ha de considerarse
la misión de erradicar de plano cualquier
conducta que de una u otra manera pueda verse identificarse con una ideología.
Sobre todo si ésta no es compatible con la ideología que de manera cada vez más
evidente y ostensible resulta compatible con las disposiciones del Régimen.
Finalizamos así pues con lo que podría ser un atisbo de
entelequia. ¿De verdad la que denominaremos posición
centrada resulta por definición la más neutral? De ser así, y empleando
para el desarrollo tan solo elementos físicos, ajenos por tanto a cualquier
proceder subjetivo; la permanencia en tal posición habría de ser sin duda la
más económica en términos de gradiente energético? Luego de ser así. ¿Por qué
va a ser la que definitivamente le cueste el puesto a nuestro Sr. Presidente?
Luis Jonás VEGAS.
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