miércoles, 23 de septiembre de 2015

DEFINITIVAMENTE, EN EUROPA NECESITAMOS VALLAS. LA CUESTIÓN ES SI PARA EVITAR QUE ENTREN, O PARA IMPEDIR QUE SALGAMOS.

Asumido como propio el desamparo que no el desasosiego procedente de escuchar al dirigente de la Unión Europea que hoy mismo ha patrocinado abiertamente la necesidad de defender la estabilidad de la Unión por medio de la instalación de vallas destinadas a dotar de la necesaria seguridad a las fronteras de los países miembros; no podemos por más que aseverar lo que según el “Libro de Estilo” preconizado por el Sr. Ministro de Interior del Reino de España se correspondería con la firma del certificado de defunción de la propia Unión Europea.

Sumidos, más que partícipes, en un contexto que bien parece impuesto toda vez que cada vez  nos resulta más complicado saber a ciencia cierta cuál es nuestro aquí, y mucho más difícil saber cuál es nuestro ahora, lo cierto es que fruto no ya de la opinión, cuando sí más bien del análisis, varias son las cuestiones que parecen si no claras, al menos sí evidentes en lo concerniente a la necesidad de revisión de la que las mismas se hacen acreedoras a la vista del cómo se está comportando la Unión Europea en lo concerniente a la manera de gestionar, si es que la aplicación del verbo no suena a broma, de determinadas cuestiones.

Porque a la vista no ya del inmovilismo como sí más bien de la incapacidad para moverse de la que ha hecho gala la estructura bajo la que al menos en apariencia se alinea toda Europa, lo único que ha quedado claro es que bien por incapacidad procedimental, bien por colapso conceptual Europa, tal y como al menos en apariencia algunos la pergeñaban a la par que otros nos creíamos, resulta hoy por hoy imposible. Y a lo peor, un fracaso.
No sé qué suena más patético, si ver cómo nuestros dirigentes se muestran incapaces para alcanzar acuerdos unánimes en lo concerniente a cuestiones humanas, las cuales al menos a priori habrían de verse solucionadas por medio de la adopción de medidas respaldadas por el peso inexorable de la unanimidad; o poder constatar a la vista de los procedimientos la posibilidad más que evidente de que Europa no disponga en realidad de tales elementos.

Sea como fuere, lo único que a estas alturas resulta del todo indiscutible es que nada, absolutamente nada, volverá a ser igual. Y lo que es aún peor, no lo será ni dentro, ni fuera. Porque si de mediocre merecen ser tratados los procedimientos puestos en práctica por la Comunidad Internacional de cara a solucionar o a lo sumo encauzar lo que se ha dado en llamar el problema surgido a partir de los refugiados; de denostable merece ser tratado ese movimiento surgido casi a la par, en este caso dentro de los países, y cómo no dentro de España, no tanto criticando como sí más bien elaborando falacias a partir de la explotación del miedo a lo desconocido, algo cómo no, legítimo, pero mezquino cuando se explota con el ánimo de promover la construcción de Líneas de Pensamiento a partir de la manipulación de medias verdades.

Lejos de promover hoy la elaboración de cualquier línea de pensamiento reduccionista, en la cual podemos fácilmente vernos atrapados dicho sea de paso tanto acuciando una idea, como defendiéndonos de otra; lo cierto es que la magnitud de la ola con la que a estas alturas no golpea el tsunami, debería de hacernos pensar cuando no en la naturaleza del hecho que en tanto que tal, lo impulsa, sí tal vez en la incapacidad que hemos demostrado no ya ni tan siquiera para entenderlo, sencillamente para elaborar estrategias destinadas a comprender la magnitud del problema que, nos guste o no, llegados a estas alturas manifiestamente nos asola.

No se trata ya de asumir que Europa está en riesgo, aunque ciertamente lo está. Un riesgo es por naturaleza un hecho en grado de potencia, en tanto algo de lo que todavía solo tenemos, a lo sumo, percepción. En consecuencia, un craso y definitivo error cometeríamos si como de nuevo auguran los pensadores de lo ajeno, Europa no solo no está en peligro sino que una vez más, saldrá reforzada con la superación de lo que erróneamente tipifican bajo la convencional etiqueta propia de las que efectivamente, habrían de ser concebidas a la par que tratadas como una crisis más. Pero ahí reside el error de base, a la sazón el que parece estar llamado a colapsar, por sí mismo, todo y a todos los que conformamos el que ahora se manifiesta como eterno proyecto europeo.
Por desgracia, la lectura atenta y desapasionada que proporciona la existencia de perspectiva redunda en formas propias y por supuesto, radicalmente alejadas de las proporcionadas por tales medios, y aceptadas de manera sumisa por tales personas.
De entrada, y cuestionando no solo el fondo cuando sí y con fuerza, las propias formas; lo cierto es que la naturaleza de la cuestión hay que habilitarla no desde lo posible, como sí más bien desde lo constatable. La responsabilidad nos exige así huir de la comodidad que nos proporciona lo potencial, para entender los riesgos inherentes al lo factual esto es, el riesgo no solo existe, sino que es en si mismo una realidad perfectamente constatable a tenor de los efectos que por sí sola ha sido competente para causar.

Que cómo ha sido posible no ya solo el contagio de la enfermedad, sino la llegada de ésta a la mismísima médula del digamos, sistema. Pues precisamente siguiendo de manera pormenorizada la más vieja de las rutas que a tales efectos ha creado la Historia, y que inexorablemente hace escalas en los puertos de soberbia, exceso de seguridad e inmunidad, todos ellos dentro del mar de Absoluta Superioridad.

Porque de eso y de nada más que de eso se trata en realidad. La verdadera esencia tanto de este problema como de otros a los que nos habremos de enfrentar si sobrevivimos radica en comprender hasta que punto nuestra incapacidad para comprender la esencia o el fracaso de ésta para ser implementada con éxito en los países miembros de la Unión, ha terminado por confeccionar un escenario en el que todos los núcleos en torno a los cuales en buena lógica habrían de girar tanto los procesos como los proyectos de la Unión Europea, constituyen  en realidad una enorme bola de… ¡Nada!

Fumum vendidi. (Vendió humo).  Tal habrá de ser en buena justicia el epitafio del que unos y otros nos habremos hecho acreedores en tanto que una vez más por acción o por omisión, partidarios y detractores habremos unido de manera absolutamente indecorosa nuestras fuerzas en pos de promover la que ahora ya sí puede efectivamente consolidarse como la crisis que verdaderamente acabó con la Unión Europea. Su secreto, muy sencillo, en vez de perder el tiempo desarrollando estrategias jactanciosas, le ha bastado con leer a los Clásicos. En “El Retrato de Dorian Grey” ha encontrado la clave. Bastaba con enseñarnos el reflejo de nuestra propia imagen en un espejo, y esperar a ver el efecto que la misma nos causaba.

Mientras, los incautos, los aficionados a la salmodia monocorde seguirán, a tales efectos, entonando sus cantos en este caso implementados de una u otra manera en el viejo refrán: “por la caridad, entró la Peste”. Con todo, o a pesar de todo, lo cierto es que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y a estas alturas la única reflexión sincera pasa por constatar y a la postre asumir que en realidad todos estamos, quién sabe si más que nunca, verdaderamente necesitados.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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