Asumido como propio el desamparo que no el desasosiego
procedente de escuchar al dirigente de la Unión Europea que
hoy mismo ha patrocinado abiertamente la necesidad de defender la estabilidad
de la Unión por medio de la
instalación de vallas destinadas a dotar de la necesaria seguridad a las
fronteras de los países miembros; no podemos por más que aseverar lo que según
el “Libro de Estilo” preconizado por
el Sr. Ministro de Interior del Reino de España se correspondería con la firma del certificado de defunción de
la propia Unión
Europea.
Sumidos, más que partícipes, en un contexto que bien parece
impuesto toda vez que cada vez nos
resulta más complicado saber a ciencia cierta cuál es nuestro aquí, y mucho más
difícil saber cuál es nuestro ahora, lo cierto es que fruto no ya de la
opinión, cuando sí más bien del análisis, varias son las cuestiones que parecen
si no claras, al menos sí evidentes en lo concerniente a la necesidad de
revisión de la que las mismas se hacen acreedoras a la vista del cómo se está
comportando la Unión
Europea en lo concerniente a la manera de gestionar, si es que la aplicación del
verbo no suena a broma, de determinadas cuestiones.
Porque a la vista no ya del inmovilismo como sí más bien de
la incapacidad para moverse de la que ha hecho gala la estructura bajo la que
al menos en apariencia se alinea toda Europa, lo único que ha quedado claro es
que bien por incapacidad procedimental, bien por colapso conceptual Europa, tal
y como al menos en apariencia algunos la pergeñaban a la par que otros nos creíamos, resulta hoy por hoy
imposible. Y a lo peor, un fracaso.
No sé qué suena más patético, si ver cómo nuestros dirigentes
se muestran incapaces para alcanzar acuerdos unánimes en lo concerniente a
cuestiones humanas, las cuales al menos a priori habrían de verse solucionadas
por medio de la adopción de medidas respaldadas por el peso inexorable de la
unanimidad; o poder constatar a la vista de los procedimientos la posibilidad
más que evidente de que Europa no disponga en realidad de tales elementos.
Sea como fuere, lo único que a estas alturas resulta del
todo indiscutible es que nada, absolutamente nada, volverá a ser igual. Y lo
que es aún peor, no lo será ni dentro, ni fuera. Porque si de mediocre merecen
ser tratados los procedimientos puestos en práctica por la Comunidad Internacional
de cara a solucionar o a lo sumo encauzar lo que se ha dado en llamar el problema surgido a partir de los
refugiados; de denostable merece ser tratado ese movimiento surgido casi a
la par, en este caso dentro de los países, y cómo no dentro de España, no tanto
criticando como sí más bien elaborando falacias a partir de la explotación del
miedo a lo desconocido, algo cómo no, legítimo, pero mezquino cuando se explota con el ánimo de promover la
construcción de Líneas de Pensamiento a
partir de la manipulación de medias
verdades.
Lejos de promover hoy la elaboración de cualquier línea de
pensamiento reduccionista, en la cual podemos fácilmente vernos atrapados dicho
sea de paso tanto acuciando una idea, como defendiéndonos de otra; lo cierto es
que la magnitud de la ola con la que a
estas alturas no golpea el tsunami, debería de hacernos pensar cuando no en
la naturaleza del hecho que en tanto que
tal, lo impulsa, sí tal vez en la incapacidad que hemos demostrado no ya ni
tan siquiera para entenderlo, sencillamente para elaborar estrategias
destinadas a comprender la magnitud del problema que, nos guste o no, llegados
a estas alturas manifiestamente nos asola.
No se trata ya de asumir que Europa está en riesgo, aunque
ciertamente lo está. Un riesgo es por naturaleza un hecho en grado de potencia, en tanto algo de lo que
todavía solo tenemos, a lo sumo, percepción. En consecuencia, un craso y
definitivo error cometeríamos si como de nuevo auguran los pensadores de lo ajeno, Europa no solo no está en peligro sino que
una vez más, saldrá reforzada con la superación de lo que erróneamente tipifican
bajo la convencional etiqueta propia de las que efectivamente, habrían de ser
concebidas a la par que tratadas como una
crisis más. Pero ahí reside el error de base, a la sazón el que parece
estar llamado a colapsar, por sí mismo, todo y a todos los que conformamos el
que ahora se manifiesta como eterno
proyecto europeo.
Por desgracia, la lectura atenta y desapasionada que
proporciona la existencia de perspectiva redunda en formas propias y por
supuesto, radicalmente alejadas de las proporcionadas por tales medios, y
aceptadas de manera sumisa por tales personas.
De entrada, y cuestionando no solo el fondo cuando sí y con
fuerza, las propias formas; lo cierto es que la naturaleza de la cuestión hay
que habilitarla no desde lo posible, como sí más bien desde lo constatable. La
responsabilidad nos exige así huir de la comodidad que nos proporciona lo potencial, para entender los riesgos
inherentes al lo factual esto es, el
riesgo no solo existe, sino que es en si mismo una realidad perfectamente
constatable a tenor de los efectos que por sí sola ha sido competente para
causar.
Que cómo ha sido posible no ya solo el contagio de la
enfermedad, sino la llegada de ésta a la mismísima médula del digamos, sistema.
Pues precisamente siguiendo de manera pormenorizada la más vieja de las rutas
que a tales efectos ha creado la Historia, y que inexorablemente hace escalas
en los puertos de soberbia, exceso de
seguridad e inmunidad, todos ellos dentro del mar de Absoluta Superioridad.
Porque de eso y de nada más que de eso se trata en realidad.
La verdadera esencia tanto de este problema como de otros a los que nos
habremos de enfrentar si sobrevivimos radica en comprender hasta que punto
nuestra incapacidad para comprender la esencia o el fracaso de ésta para ser implementada
con éxito en los países miembros de la Unión, ha terminado por confeccionar un
escenario en el que todos los núcleos en torno a los cuales en buena lógica
habrían de girar tanto los procesos como los proyectos de la Unión Europea ,
constituyen en realidad una enorme bola
de… ¡Nada!
Fumum vendidi. (Vendió
humo). Tal habrá de ser en buena justicia
el epitafio del que unos y otros nos habremos hecho acreedores en tanto que una
vez más por acción o por omisión, partidarios y detractores habremos unido de
manera absolutamente indecorosa nuestras fuerzas en pos de promover la que
ahora ya sí puede efectivamente consolidarse como la crisis que verdaderamente acabó con la Unión Europea. Su secreto, muy sencillo, en vez de perder el tiempo desarrollando
estrategias jactanciosas, le ha bastado con leer a los Clásicos. En
“El Retrato de Dorian Grey” ha encontrado la clave. Bastaba con
enseñarnos el reflejo de nuestra propia imagen en un espejo, y esperar a ver el
efecto que la misma nos causaba.
Mientras, los incautos, los aficionados a la salmodia
monocorde seguirán, a tales efectos, entonando sus cantos en este caso
implementados de una u otra manera en el viejo refrán: “por la caridad, entró la Peste”. Con todo, o a pesar de todo, lo
cierto es que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y a
estas alturas la única reflexión sincera pasa por constatar y a la postre
asumir que en realidad todos estamos, quién sabe si más que nunca,
verdaderamente necesitados.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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