miércoles, 16 de septiembre de 2015

Y EL MITO VUELVE A DESMORONARSE.

Y en esta ocasión las fuerzas que se han aliado para conseguir semejante proeza no hay que buscarlas ni en El Olimpo, ni por supuesto en los arsenales de ninguna nación beligerante. En esta ocasión tan solo ha hecho falta el llanto de un niño, muestra palpable de la inocencia traicionada, y el llanto desesperado de un padre incomprendido, incapaz de entender cómo es posible que deban de recorrerse más de dos mil kilómetros para acabar encontrando la misma miseria que dejó atrás, en este caso en forma de incomprensión.

Anotad con presteza la fecha que llegado este momento ya vemos alejarse. Porque hoy podemos haber sido testigos del fin definitivo de la Unión Europea. Que nadie se alarme, mañana seguiremos siendo europeos. Los cajeros seguirán dispensando euros, los cuales seguirán siendo aceptados en las tiendas y en los bares, de cuyos televisores seguirán brotando las noticias referidas en este caso a la Champions. Mientras, de los informativos radiofónicos seguiremos extractando los pasajes en los que malnacidos con forma u ocupación de embajadores (la forma falaz en la que actualmente se esconden los malos diplomáticos); incapaces de hallar justificación para las aberraciones que contra los Derechos Humanos ejercen sin disimulo sus países; tienen que atacar mordiendo, tal y como hacen los perros rabiosos, sin medir, como ellos, la intensidad de un mordisco que irracional e inadecuado solo se para en barras ante la mano que les da de comer.

Más allá de ecuaciones vinculadas a cajeros, ya sabéis, aquéllas en las que se somete a consideración si la actual disposición de la Unión Europea no es en realidad sino una suerte de estafa fruto del triunfo definitivo de las disposiciones económicas una vez éstas someten al resto de disposiciones, exigiendo sacrificios, el primero por supuesto ligado al de las otras consideraciones como pueden ser, por ejemplo, las sociales.

Una vez más, y como entonces, el mito se viene abajo. Y una vez más lo hace firmando quién sabe si su definitiva perdición, por medio de mentiras, que no de ardides. Como la primera vez, Europa ha cabalgado a lomos de un toro que en realidad nunca dio su verdadera cara. Como en la otrora ocasión, Zeus, en este caso con forma de miseria, si cabe más moral que económica, vuelve a sumergirse en el Mediterráneo y, como aquella vez, para traer la desgracia de Europa.

Pero hoy los tiempos son otros. Los Hombres han crecido, quizá hasta sea verdad que han dejado de ser niños, y tal vez por ello hayan dejado de soñar. Y cuando el Hombre pierde la capacidad de soñar es cuando indefectiblemente pierde el derecho a alcanzar una vida mejor!
Es a partir de ese momento, cuando los ríos dejan de llevar vida y, simplemente arrastran su miseria y su tedio hacia el mar, cuando todo está irreversiblemente perdido.
A partir de ese momento, la envidia y la frustración, ardides definitivos tras los que se esconde una única realidad humana, la que emerge cuando sale a la luz lo peor de cada casa; irrumpen en escena ocupando el espacio que en condiciones normarles ocupaban caracteres bien distintos como podían ser la humildad, la generosidad, en definitiva la bondad de espíritu.

Pero hoy todo eso ha caído. O por ser más exactos, a la par que más justos, habremos de decir que se ha venido abajo. Porque como ocurre con la edificación mal construida que carece de cimientos fuertes; o como le pasa a la que aún estando dotada de cierta apariencia de robustez, se ve sacudida por fuerzas desconocidas; su destino parece estar ligado al del polvo cuando no al del montón de restos de cascotes al que queda reducida una vez el colapso se ha producido.

Llegados a este extremo, y parafraseando a un buen amigo, de verdaderos irresponsables, cuando no de incongruentes y mezquinos, es la actitud de quienes incapaces de asumir la responsabilidad que se deriva de sus acciones, ha de buscar siempre en los demás al culpable de lo que él, en esencia, identifica como la fuente de sus miserias.
Responsabilidad vinculada a una acción. Se trata sin duda de la exposición lógica más aceptable a la hora de entender la causalidad que de manera inherente liga nuestros actos con la responsabilidad. Pero en el caso que nos ocupa otra variable, o por ser más exactos una nueva forma de variable, incurre en el escenario adoptando además el papel que en principio estaba reservado a los protagonistas y así: ¿pueden devengarse responsabilidades procedentes no de un acto, cuando sí más bien de una omisión de éste?

En lo que planteamos la pregunta, o en el peor de los casos en lo que definimos los parámetros en los que habrá de quedar definido el contexto en el que todo esto acabe por tener mayor o menor sentido; otros actores, como por ejemplo Hungría, deciden tomar parte activa en la afección de la ecuación y así, si podemos actuar, para qué dejar reducido al extenso campo de la interpretación, lo que objetivamente puede ayudar a definirnos como animales comportándonos como tales sin que de la interpretación pueda derivarse interpretación alguna a tales efectos.

Pero la pesadilla no ha hecho más que empezar. Alcanzados estos derroteros, y una vez que solo intuir la magnitud de la debacle podemos; obligados nos vemos a interpretar la mencionada desde el punto de vista de la categoría de la que se ha hecho acreedora esto es, de emergencia estructural. Convencidos de que no ya la supremacía como sí más bien la supervivencia de Europa es lo que a estas alturas está en juego, es cuando vagamente podemos hacernos una idea de lo peligroso a la par que definitivo del camino que irresponsablemente hemos comenzado a andar.

Un camino que en este caso no lleva a Creta, un camino que para muchos acaba o ha acabado ya en el fondo del Mar Mediterráneo.

Y es precisamente de la constatación de ese hecho, o más concretamente de comprender el tan diferente impacto que tamaña constatación inflige respectivamente a los ciudadanos, respecto del efecto que causa a quienes ejercen la responsabilidad de su representación en las Instituciones Públicas, lo que me lleva a saber y por ende a manifestar de manera clara y calculada que Europa, al menos la Europa que creíamos conocer, está muerta.

Pero tal vez hasta eso sea demasiado optimista. Decir que Europa acaba de morir conlleva aceptar, cuando no asumir, que hasta ayer seguía viva. A finales del XIX Bismarck certifica el final del Gran Imperio suscribiendo aquella según la cual: Ningún objetivo para cuya consecución sea necesario infligir dolor a un semejante, se muestras realmente digno del merecimiento de ser alcanzado.” De parecida lid, si sujetar Europa requiere de sacrificios humanos, creo sobradamente llegada la hora de plantearnos no tanto la supervivencia de Europa, como sí más bien la necesidad de verificar en qué momento nos desviamos del camino.

Mientras, otros, ¿realmente los de siempre? Se jactan de ser dignos de apreciar los regalos que para Europa Zeus llevó hasta Creta. El cánido que una vez ha mordido, no suelta la presa; creo que por Berlín ha vuelto a encontrar sombras de su gusto. De parecida manera, la jabalina que una vez lanzada jamás falta a su cita con su objetivo, parece no obstante más reacia a encontrar un lanzador digno.

Sea como fuere, el tiempo se agota. Un tiempo que por unos es medido en kilómetros de valla levantado, mientras otros lo medimos en cantidad de llanto que los niños habrán de seguir vertiendo.
Pocas veces el tiempo, e incluso su interpretación, han dejado de estar sujetos al relativismo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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