miércoles, 28 de octubre de 2015

DE CUANDO LO PRIMERO NO ES LO ÚLTIMO, SINO MÁS BIEN LO ÚNICO; Y DE OTRAS MUESTRAS DE NEUROSIS.

Abrumados ya por el peso no de las dudas, como sí más bien de las certezas, dolor causa no tanto el comprobar, como sí más bien el constatar hasta qué punto cuestiones consideradas hasta ahora como de mero procedimiento, terminan por erigirse en claros auspicios de una realidad frustrante no tanto por lo diabólico de sus potencialidades, como sí más bien por el patetismo que se halla vigente en lo que termina por comprobarse como sus verdaderas consecuencias.

En un instante como el que nos ha tocado vivir, en el que por primera vez las hasta ahora denostadas meras cuestiones de orden comienzan a ganar en primacía no sabemos muy bien si por el aumento de su propia valía, o más bien por la depauperante evolución que se hace palpable en aquéllas que estaban llamadas cuando menos en principio a erigirse en cuestiones de oposición; lo cierto es que tales consideraciones incluso en su mera constatación práctica adquieren verdadera consideración al albor sobre todo del impacto que otras cuestiones éstas sí directamente involucradas en las verdaderas guerras, terminan por mostrar a partir de la comprensión de la suerte de relativismo que las impregna, el grado de chabacanería que se hace patente no solo en la acción, como sí más bien en la esencia, de aquellos que estando llamados a protagonizar las que denominaríamos grandes cuestiones; no acaban sino opositando a un papel de reparto.

Es por ello que tras confesar lo abiertamente abrumado que me encuentro una vez constatado de nuevo el estado de las cosas que tanto de cerca como de lejos me rodean; que he de poner de manifiesto una vez más, aquí y ahora, lo que no es sino la constatación formal de la certeza que un día más habrá de considerarse en evidencia, y que pasa por la sorpresa que me causa el ver cómo un día más, personajes que en cualquier otro lugar no se encontrarían en disposición objetiva de desempeñar una labor con repercusiones de responsabilidades mayores a las que puede llevar aparejado un puesto de vendedor de globos ambulante, en España no solo tienen licencia para llenarlos de helio, sino que la experiencia demuestra hasta qué punto nos sentimos felices de comprobar el poder de los sueños cuando acompañamos a éste, en su ascenso, en este caso hasta un puesto…¿En la Presidencia del Gobierno por ejemplo?

En un país en el que el proceso habitual para abandonar la condición de plebeyo pasa inexorablemente por la adquisición de una grosera cantidad de dinero, haciendo con ello bueno que de plebeyo lo más normal es que acabes reducido a chusma; lo cierto es que la paradoja acaba siendo el método más socorrido, y el relativismo acaba por convertirse en el sistema epistemológico más recurrente. De la religión, con sus santos y sus milagros para interpretar, cuando no para justificar los desastres y desmanes, en otra ocasión hablaremos.

Así resulta, ¡cómo no, paradójico! que en un contexto recalcitrante y dogmático como el que resulta propio una vez analizados los parámetros desde los que se ha tenido a bien descifrar el devenir de esta legislatura que ya acaba; hayamos de conceder cierto grado de virtuosismo precisamente al relativismo de cara a tratar de encontrar cierto grado de coherencia para con un Gobierno que, no lo olvidemos, además de albergar muchos puntos de coincidencia, al menos en lo que respecta a su proceder para con otros ejemplos igualmente decimonónicos; presenta como elemento característico una suerte de interpretación de la realidad que por lo personal, cuando no por lo abiertamente distorsionada, parece más bien concebida no desde una mente dada al relativismo, como sí más bien acostumbrada al pensamiento abstracto.

Abandonada toda esperanza de encontrar agua en el desierto en lo que se refiere a dar con alguna muestra de vida inteligente en lo que concierne al catálogo de entes que hoy por hoy pergeñan en su labor de conservar su puesto a cualquier precio en lo que ya es otra carrera a ninguna parte; lo cierto es que abandonada la cuestión cualitativa habremos al menos si no de confiar, sí guardar alguna esperanza en lo concerniente a encontrar a alguien que si bien no cuente, sepa colocar las piezas.
Es entonces cuando constatamos de primera mano el ingente cúmulo de complejidades que subyacentes a las al menos en a priori sencillas maniobras que el orden llevaba aparejadas, surgen ahora a modo de fortalezas infranqueables, volviendo intransitable un recorrido que hasta hace unos momentos alcanzó momentos propios de un paseo idílico.

Es entonces cuando poco a poco, al principio casi sin querer, pero finalmente alcanzando una intensidad verdaderamente desbordante, que lo grotesco emerge del interior, en este caso de quienes nos tenían relativamente engañados, para terminar consagrando el hecho a la verdad esto es, poniendo de manifiesto que como dice el refranero aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Es entonces cuando una vez perdido el sujeto, necesariamente hemos de volver nuestra mirada hacia las posibilidades que nos ofrece el Sistema. Preñado de la hasta ahora considerada como verdad incuestionable, los ardides del relativismo terminan por confabularse en una suerte de realidad, o cuando menos en una interpretación condicionada desde los protocolos en los que éste se siente cómoda, en base a la cual la ignorancia se siente cómoda con los procederes y las prerrogativas relativistas toda vez que las mismas, a menudo, se convierten en refugio consensuado de la ignorancia y la falacia.

Así y solo así podremos cuando no comprender, sí al menos posicionar en los términos que le sean más o menos propios un proceder en base al cual podamos aptar a tergiversar los cánones destinados a conformar el orden estructural de una digamos, cuestión de Estado, sorprendiéndonos luego de que la misma no evolucione siguiendo las pautas que al menos en principio habían sido declaradas a tal efecto. Y no contentos con ello, osamos mostrarnos no tanto ya consternado, como si indignados con la evolución que los acontecimientos han alcanzado.

Anonadados no tanto por el rumbo como sí más bien por el puerto al que nosotros y nuestros designios parecemos haber sido trasladados; son muchas las cuestiones que cabrían ser dignas de prevalecer, pero sobre todo una, curiosamente de carácter contextual, la que merece la pena ser formulada. Y ha de serlo en términos muy concretos, que bien podrían oscilar en torno a los siguientes: ¿Tiene a estas alturas sentido albergar el menor género de dudas a la hora de comprender que la formulación de la que sin duda supone la mayor amenaza para la estabilidad de España desde el triunfo de La Transición ha tenido que darse, precisamente, como consecuencia de las formas propias de un régimen directamente vinculado con los arcaísmos propios de la más rancia de las Derechas que España recuerda?

Evidentemente, a nadie se le escapa que solo como consecuencia directa de las directrices, o más bien habría que decir que desde la ausencia de éstas; del que a todas luces es ya el peor gobernante de la Historia de España desde Fernando VII, podría llegar a escenificarse un cuadro destinado a representar un escenario tétrico como solo en las series negras de Goya podemos atisbar.

Al menos Fernando VII tenía a Dios para empezar a atisbar su suerte de dominación. Mariano no se atreve a citar a Dios, o al menos no lo hace en los términos conceptualmente dispuestos para ello. Tiene en pos su propia concepción divina a saber, la Ley.
Adolecen pues no tanto la Derecha como sí más bien los representantes que le son propios, de los vicios que de parecida manera resultan una vez más netamente vinculantes y, como tal, describen un escenario no por previsible menos sintomático de lo que no es sino una visión viciada de una realidad en sí misma no menos esperpéntica. Y qué podemos observar, sino esperpentos, en una realidad que al menos en principio parece estar inquisitivamente diseñada para conciliar en derredor de sí misma toda una suerte de engendros y parásitos; miscelánea en cualquier caso de un momento ajeno, propio en cualquier caso de monstruos y acertijos que ya creíamos olvidados.

El Relativismo se convierte en refugio de la Ignorancia. Y la imposición de la Ley, que no de la Justicia, se erige en manifestación definitiva del más sonoro de los fracasos,  del que pasa por comprender hasta qué punto la Ley no está en realidad para resolver problemas, y que la capacidad de ésta queda ampliamente mermada, si no evidentemente distorsionada cuando se emplea para lo que no es, como en el caso que nos ocupa, cuando lo que se pretende no es sino obviar con cobardía las obligaciones destinadas a concebir un espacio para el desarrollo de la Política, sustituyéndolo por defecto por un escenario judicial en el que todo, absolutamente todo, queda supeditado a la ejecución de una serie de sentencias en el mejor de los casos, de amenazas en otros; la suma de las cuales no podrá hacer nunca el ruido suficiente como para acallar lo que gracias a la estulticia demostrada, comienza a ser hoy un verdadero clamor.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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