Abrumados, ahora ya sí, no por el peso de la realidad,
cuando sí más bien por la constatación de los métodos que aquéllos que
verdaderamente están capacitados para inducirla, están dispuestos a
desentrañar; todo ello en pos no tanto de conseguir sus respectivos objetivos,
como sí más bien de que los demás no seamos capaces ni tan siquiera de
distinguir las directrices en torno a las cuales se desarrollarán sus
artificios, lo cierto es que cada vez da, sencillamente más miedo, no ya el
tratar de intuir los derroteros por los que habrá de discurrir nuestro futuro,
como sí más bien el aceptar los parámetros en los que se enclava nuestro
presente.
Inmersos en un eterno fracaso, obligados a permanecer en un
permanente estado de agitación que tiene su reflejo en el presente continuo, el “estar haciendo” se convierte en expresión
del permanente dinamismo en el que el
“Hombre Moderno” se halla, nunca mejor dicho, permanentemente instalado.
La sustitución de los principios, de lo que prueba evidente
es ver cómo la acción sustituye al pensamiento; nos conduce a una visión de la
realidad en la que en una forma de retorno al pasado, ya no se trata tanto de
hacer las cosas bien, como sí de hacerlas rápido.
Lejos de cuestionar si tal o cual conducta es o no acertada,
o si tan siquiera si resulta no digamos ya propicia cuando sí más bien
coherente con los nuevos tiempos en los que nos hallamos implantados la
presente, lejos de albergar un somero motivo de crítica, pretende, a lo sumo,
erigirse en un mero instante de atención a
partir del cual discutir no tanto los procedimientos, cuando sí más bien las
finalidades, desde las que tamaños cambios están siendo implementados.
Dicho de otra manera, en una Sociedad como la nuestra, en la
que múltiples son, sin duda, las acepciones a partir de las cuales generar una
definición propicia. ¿Por qué se empecinan de repente en emplazarnos hacia la
modificación de patrones que eran y son imprescindibles de cara a mantener viva
cuando no indemne nuestra esencia?
Una vez más, la respuesta bien pudiera hallarse implícita en
la pregunta. Me
pregunto pues si de verdad resultaría excesivamente descabellado no tanto el afirmar, a lo sumo
el suponer, que estamos asistiendo a la puesta en marcha de los primeros plazos
de un proceso a la sazón mucho más profundo destinado a modificar no tanto
nuestros procedimientos, como sí más bien nuestros patrones de conducta y
aceptación; amparándose para ello en la instauración de unos mecanismo en los
que la velocidad de análisis suple las carencias de la falta de rigor de los
mismos.
A partir de la asunción toda vez que la comprensión de los
mismos no resulta ni tan siquiera necesaria, los parámetros hasta el momento
considerados, terminan por erigirse en una suerte de muro cargado de autoridad, contra el cual se refleja con la
notoriedad propia de la conciencia de lo que así ha sido siempre, la luz
aparentemente procedente de las fuentes
universales. Y es así que un nuevo día amanece. Un día en el que primero
las tradiciones, y luego los usos y
costumbres van, de manera aparentemente lenta al principio, pero feroz y
desbocada al final, sucumbiendo ante el inusitado desmán que el aprecio por la
instantaneidad representa.
Es pues tiempo no solo de nuevos menesteres, sino más bien,
y ahí reside precisamente el drama, de nuevas interpretaciones.
Interpretaciones que afectan, cómo no, a aspectos esenciales; aspectos cuya superación arroja un doble drama,
primero el que procede de constatar la aparente velocidad con la que el Hombre
no duda en poner de manifiesto el desprecio a si mismo en tanto que desprecia
sus propias tradiciones, despreciando por ello su Cultura; segundo, un drama en
este caso derivado, más bien deducido, que procede de constatar lo poco que tardamos
en aceptar como propias no solo conceptos, sino incluso los procederes que les
corresponden, en muchos casos en apariencia intransigentes con lo que somos,
con lo que fuimos.
Se va, así pues, conformando el nuevo escenario. Un
escenario en el que todo es nuevo, y por ende desconocido. Un escenario en el
que el aroma a limpio sustituye al
olor de las otrora rancias tradiciones, Un
escenario diseñado por y para, fomentar la confusión, una confusión del todo
imprescindible para lograr el objetivo final de todo el procedimiento, Un
objetivo que tal y como podemos imaginar, no presagia nada bueno.
Es así como acelerados por las altas velocidades que se han suministrado al proceso; desorientados
por la falta de costumbre que respecto a tales conductas tenemos, y por
supuesto asustados ante la magnitud del rugido del monstruo que ahora ya sí se
muestra ante nosotros en todo su ser; que comenzamos a intuir la trascendencia
del momento en el que nos hallamos, o al que por ser más estrictos y justos
habría que decir, nos han traído.
Un tiempo, el llamado a conformar nuestro presente, en el
que un grupo ahora ya sí perfectamente identificado, parece perentoriamente
destinado a configurar una nueva realidad en la que lo escandaloso no pasa ya
por la comprensión de que ni una sola de nuestras costumbres (reflejo todas
ellas de nuestras tradiciones y costumbres) podrán soñar con sobrevivir; más
bien al contrario, todo un ingente cúmulo de nuevas formas de proceder,
amparadas como es obvio en una suerte de tradiciones que en el mejor de los
casos proceden de otras culturas, si no han sido abiertamente creadas ad hoc, se disponen a ser inferidas, de
parecida manera a como un virus
informático es implantado, consiguiendo sin duda parecidos resultados.
Es así como desde un plano social primero, que poco a poco
va dando lugar a una implementación que
afecta a lo individual, todos los integrantes que nos identificamos con una
determinada unidad social, en un tiempo determinado, somos presa de un proceder
que por definición responde a los esquemas de algo absoluta y eminentemente
pergeñado, en base a lo cual nuestros principios, morales primero y éticos
también al final en realidad, saltan por los aires una vez la realidad, en sus
más diversos modos y facetas ha sucumbido presa de la realidad que se esconde
tras esas modas aparentes cuyos
cambios, inducidos desde la aparente bondad, no han hecho sino preparar el
terreno.
Interrogados en relación al indudable éxito alcanzado por
tan maquiavélica acción, en la incapacidad para comprender la magnitud del
mismo que demuestran sus víctimas se halla implícito la huella del mismo. No en
destacar sino más bien en mimetizarse alberga el ladrón su triunfo mientras
espera la caída de la noche, cuyo manto homogéneo y precursor de lo homogéneo,
hará todo más fácil y sencillo. De parecida manera, la confusión se erige en
respuesta, cuando no en catalizador, para entender la magnitud de la pregunta.
Resulta así pues evidente, sobre todo desde esta nueva
perspectiva, que así como los tontos y los muertos se parecen entre sí en que
ni los unos ni los otros son conscientes respectivamente de sus tremendas
situaciones; de parecida manera han de obrar cualesquiera estructuras que
deseen permanecer al abrigo de sospechas al respecto de sus verdaderas
intenciones.
De esta manera, la mejor forma de conseguir que una
modificación estructural, ya obedezca ésta a cánones individuales, o se amplíe
a cánones sociales, pase desapercibida, requiere de la consolidación de una
serie de condicionantes cuya intercesión pase por la constatación de que ni uno
solo de los alterados sea consciente
de semejante hecho. La manera de conseguirlo, al final no resulta en absoluto
difícil, basta con que el proceso permanezca indefinidamente abierto, de manera
que la consecución de los cambios nunca se consagra.
Se trata de uno de esos casos en los que el Lenguaje acude
en nuestra ayuda. Para entendernos, si aplicásemos el concepto de participio
perfecto a un elemento de los definidos, la condición de perfecto llevaría implícito el hecho de acabado, de modo y manera
que las modificaciones pergeñadas serían accesibles tanto para el que las
sufre, como para quienes pueden sentirse propensos a sufrirlas. De esta manera
acabaría por suscitarse un ambiente de recelo y desconfianza, que haría
plausible una suerte de revolución o cuando menos de generación de un ambiente
de intolerancia hacia los planes descritos.
Por el contrario, el uso de los términos en modo imperfecto,
denota la permanente condición de inacabado
de un proceso que si bien puede amenazar con postergarse hasta el infinito,
no es menos cierto que puede alcanzar sus metas en un momento o instante
determinado en función de los parámetros que resulten de interés para el
desencadenante de los mismos.
De este modo, resulta más satisfactorio, tanto para unos,
como desgraciadamente para otros, vivir en un país no de domesticados, como sí más bien de domesticables. En un país de sometibles,
más que de sometidos.
Al final es todo cuestión de tiempo, y de percepciones. Y la
verdad es que ni el fluir de uno, ni lo que las otras revelan, dicen mucho en
nuestro favor.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Creo que éste es uno de los artículos más profundos y "sabios" que te he leido. Quizá deberías abrirte camino en alguna publicación de índole filosófica pues internet no propicia el subrayado, la nota al margen y la reflexión. La profe de lengua que habita en mí te señala un error en la concordancia, seguramente fruto de una corrección de otra corrección: "Un tiempo, el llamado a conformar nuestro presente, en el que un grupo ahora ya sí perfectamente identificado, parece perentoriamente destinados..."
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