Poco a poco, se baja el telón. Las luces se encienden y es
entonces cuando primero los actores, y a continuación el director, salen de
nuevo a escena, a recoger los aplausos a los que para su desgracia se han
acostumbrado, tanto, que de hecho se han vuelto adictos…
Sin embargo en esta ocasión algo no sale como estaba
previsto. El guión, si es que alguna vez existió, parece que deja de
respetarse, y es en esta ocasión en el graderío donde la improvisación, último
recurso que tal vez le quede a la sinceridad, se abre paso en forma de un
indignante silencio prueba no tanto del aparente desagrado, como sí más bien
del evidente desasosiego que definitivamente ha venido a colmar la hasta ahora
tácita disposición de un público entregado a base de tener que enterrar su
miseria vendiendo su dignidad a cambio de la miseria que representa la
conmiseración generalizada.
Nuestra Sociedad, tal y como la conocíamos, o por ser más
exactos habríamos de decir: tal y como la representábamos, toco a su fin.
Tamaña afirmación, no tanto dicha, como sí más bien
proferida además sin dejar espacio ni sitio para una suerte de digestión previa, parece tan solo
destinada a influir en dos tipos de ánimo (y aún así la mayoría estará en
disposición de seguir ajena a los efectos de cualquiera de ellos).
Para aquéllos que estén de acuerdo, encontrarse por fin con
alguien que comparte de forma neta y manifiesta la que no es sino una
percepción de la realidad desde luego poco halagüeña, vendrá sin duda a suponer
un verdadero alivio, ya que solo el que conoce el deslumbrante efecto del
primer rayo del sol al romper el alba en el desierto al que queda reducido todo
cuando se vive en el ostracismo puede superar las dificultades que una vez más
acompañan a quien está acostumbrado a moverse en el terreno de los augurios.
Con ello, podemos poco a poco identificar de manera más o menos semántica los
ingredientes del que asemeja su vida con el proceder de aquél que como Ciego acostumbrado a recorrer Castilla
recitando los cantares propios de su condición, aspiran a lo sumo a
identificarse con alguien lo suficientemente valiente como para compartir una
carga sencillamente inhumana, basada en el compromiso que una vez se firmó con
la Verdad, que en este caso se mimetiza con la Realidad en forma de eternas
historias de final trágico.
Por el contrario, y en este caso además inevitablemente
enfrentados a ellos; tendremos a esa clase de personas que, agitadas y convulsas
más que vivas, sueñan más que vivir en la pesadilla en la que ha acabado por
convertirse la que era su propia ensoñación. Una ensoñación que otrora, en base
a la perversión a la que puede conducir incluso una educación mal digerida,
terminó por pervertir incluso las capacidades de reflexión básicas obligando a
enfrentarse en un irreverente combate al sentido
común contra la Razón.
El vencedor… ¿de verdad alguien cree que en tal combate puede
haber vencedor?
Mas si se trataba de un combate en apariencia mortal, ¿cómo
es posible que a estas alturas se atisben supervivientes? Pues sencillamente,
porque siguiendo la máxima conocida: Si
algo puede salir mal, saldrá. Y así es como de la que era una situación
aparentemente imposible de empeorar, nosotros, como Sociedad, hemos sido
capaces de erigir un auténtico Master.
Retrocediendo en le proceder a la hora de aplicar
metodologías, es como empecinados siempre en el desarrollo práctico que supone
la búsqueda si no de soluciones, sí al menos de métodos que nos permitan hallar
alguna suerte de canon de repetición en los procederes que si bien parecen
aleatorios, en realidad esconden un atisbo de epistemología con arraigo
científico; es cuando convencidos en lo primario
de los procederes que observamos decidimos retroceder más allá de la
Antropología para acabar recalando nuestra nave en la playa de la Biología. Y es desde
tan inmejorable disposición desde donde comenzamos a intuir, pues llegar a
comprenderlos es imposible, los métodos que de por sí llegan a hacer
compresible la máxima en base a la cual la Naturaleza extermina mediante la
puesta en práctica de procederes activos o pasivos a los elementos que de una u
otra manera se revelan como perjudiciales en tanto que su presencia o menester
supone de manera objetiva un obstáculo de cara al desarrollo del hábito que
insistimos, biológicamente, se ha revelado como el más indicado.
Al contrario nuestra especie, por medio de la puesta en
práctica de un proceder que en su momento pudo demostrar yo no lo dudo su ventaja
evolutiva, estoy hablando del optimismo radical, ve incrementado de manera
exponencial su potencial de riesgo en tanto que los llamados optimistas se
empeñan en adoptar una postura verdaderamente suicida en tanto que la misma
solo se sostiene a base de hacer oídos sordos a la interpretación de unas
señales que de forma cada vez más clara ponen de manifiesto nuestra tendencia a
la autodestrucción, la cual en este caso se alcanzará de manera evidentemente
autodestructiva.
Esto es un hecho, y como tal supera incluso en rango a la
mera conclusión. Por ello, poco importa la posición en la que fijemos el
principio de nuestro proceder, cuando no de nuestro devenir, toda vez que la
posibilidad de que nuestros actos puedan influir en lo que ya está sin duda
desencadenado, es verdaderamente ínfima, cabría decirse que remota. Es más, si
alguna vez tal posibilidad existió, hace tiempo que el límite a partir del cual
la misma tenía alguna posibilidad de conjurar el dramático final; pasó de
puntillas, sin hacer ruido. Y si lo hizo desde luego el mismo fue tan tenue que
no fue percibido por los contemporáneos que compartieron la responsabilidad de
tamaño momento.
Nuestra Sociedad está, repito amortizada. Por ello hace
tiempo que no resulta convincente esperar nada de la misma, al menos nada
constructivo, creativo; en una palabra, nada nuevo.
Como en el caso de la bestia que agoniza, aunque no lo sabe,
la inercia desde la que se conjura el funcionamiento de unos cánones basados en
la repetición genera una falsa ilusión de continuidad fundamentada en la rutina. La rutina, por
definición enemigo irreconciliable del progreso, y que en la ocasión que nos
ataña se rebela contra éste obstaculizando la correcta percepción de una
realidad cuya inoperancia ya solo puede pasar desapercibida para el narcotizado
(no en vano no hay más ciego que el que no quiere ver).
Con todo y con eso la realidad es ante todo contumaz, y es
por ello que como ocurre con todo proceder vinculado a la adición continua de
factores, el desbordamiento es tan presumible como inevitable, generando con
ello, a partir de las posibilidades que se abren desde esta nueva perspectiva,
otro espacio de esperanza desde el que la ciencia cuando menos en general puede
volver a aspirar a retomar su vuelo.
Con todo, hemos perdido un tiempo precioso. Tiempo robado al
progreso, si bien alguna corriente, no precisamente minoritaria, dirá que el
retornar que se halla implícito en esta nueva apuesta por el retroceso posee no
obstante cierta forma de atractivo, en la que se encuentra especialmente cómodo
el que hace de la repetición su hábito.
Mas de nuevo enfrente, nuevamente, encontramos o más bien
nos topamos con el que afirma de manera tácita que retroceder sí, pero solo si es para tomar impulso. Se encuadran
dentro de esta categoría de personas las que además de identificar los
elementos que de manera elocuente certifican como propenso a la actividad a un
determinado modelo social; son igualmente válidas recorriendo el camino en
sentido contrario es decir, identificando de manera excepcional los parámetros
cuya existencia escenifican la desasosegante apuesta por el retroceso y la
retroactividad hacia la que como hemos dicho puede tender de manera voluntaria tal y como demuestran sus
actos, toda una Sociedad, sin que de ello pueda recabarse la menor prueba de
inferioridad.
Entonces, de ser ciertos estos síntomas, ¿Es lógico creer
que pasan desapercibidos?
En primer lugar, no pasan desapercibidos. Están ahí, y dada
su natural magnitud han de estar al cabo de la calle para cualquiera que
esté en disposición de valorar no solo su existencia, como sí más bien las
consecuencias que han de devengarse tras la implementación de los mismos en el
modelo social al que en cada caso nos estemos refiriendo.
Esto requiere pues no solo actitud, sino que la aptitud se
revela como el más valioso de los detectores. Así Isaac ASIMOV en su genial
obra La Fundación describe un modelo
social resurgido a partir de otro en
el que el reconocimiento empírico de los factores reseñados sirve para
identificar como definitivos los que no son sino síntomas más que claros,
evidentes, de que la Sociedad que sirve de contexto a la obra, está abocada a
la extinción.
Las señales están ahí, y en metodología cartesiana resultan Claras y Distintas. ¿Resulta científico,
diríamos más, razonable, seguir negando no ya los síntomas, sino incluso
diagnosticando sus efectos?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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