miércoles, 17 de febrero de 2016

DE LA SUMA CERO, DE CONSTATAR QUE NOS ENCONTRAMOS ANTE UNA SOCIEDAD ABSOLUTAMENTE AMORTIZADA.

Poco a poco, se baja el telón. Las luces se encienden y es entonces cuando primero los actores, y a continuación el director, salen de nuevo a escena, a recoger los aplausos a los que para su desgracia se han acostumbrado, tanto, que de hecho se han vuelto adictos…
Sin embargo en esta ocasión algo no sale como estaba previsto. El guión, si es que alguna vez existió, parece que deja de respetarse, y es en esta ocasión en el graderío donde la improvisación, último recurso que tal vez le quede a la sinceridad, se abre paso en forma de un indignante silencio prueba no tanto del aparente desagrado, como sí más bien del evidente desasosiego que definitivamente ha venido a colmar la hasta ahora tácita disposición de un público entregado a base de tener que enterrar su miseria vendiendo su dignidad a cambio de la miseria que representa la conmiseración generalizada.

Nuestra Sociedad, tal y como la conocíamos, o por ser más exactos habríamos de decir: tal y como la representábamos, toco a su fin.
Tamaña afirmación, no tanto dicha, como sí más bien proferida además sin dejar espacio ni sitio para una suerte de digestión previa, parece tan solo destinada a influir en dos tipos de ánimo (y aún así la mayoría estará en disposición de seguir ajena a los efectos de cualquiera de ellos).
Para aquéllos que estén de acuerdo, encontrarse por fin con alguien que comparte de forma neta y manifiesta la que no es sino una percepción de la realidad desde luego poco halagüeña, vendrá sin duda a suponer un verdadero alivio, ya que solo el que conoce el deslumbrante efecto del primer rayo del sol al romper el alba en el desierto al que queda reducido todo cuando se vive en el ostracismo puede superar las dificultades que una vez más acompañan a quien está acostumbrado a moverse en el terreno de los augurios. Con ello, podemos poco a poco identificar de manera más o menos semántica los ingredientes del que asemeja su vida con el proceder de aquél que como Ciego acostumbrado a recorrer Castilla recitando los cantares propios de su condición, aspiran a lo sumo a identificarse con alguien lo suficientemente valiente como para compartir una carga sencillamente inhumana, basada en el compromiso que una vez se firmó con la Verdad, que en este caso se mimetiza con la Realidad en forma de eternas historias de final trágico.

Por el contrario, y en este caso además inevitablemente enfrentados a ellos; tendremos a esa clase de personas que, agitadas y convulsas más que vivas, sueñan más que vivir en la pesadilla en la que ha acabado por convertirse la que era su propia ensoñación. Una ensoñación que otrora, en base a la perversión a la que puede conducir incluso una educación mal digerida, terminó por pervertir incluso las capacidades de reflexión básicas obligando a enfrentarse en un irreverente combate al sentido común contra la Razón. El vencedor… ¿de verdad alguien cree que en tal combate puede haber vencedor?

Mas si se trataba de un combate en apariencia mortal, ¿cómo es posible que a estas alturas se atisben supervivientes? Pues sencillamente, porque siguiendo la máxima conocida: Si algo puede salir mal, saldrá. Y así es como de la que era una situación aparentemente imposible de empeorar, nosotros, como Sociedad, hemos sido capaces de erigir un auténtico Master.
Retrocediendo en le proceder a la hora de aplicar metodologías, es como empecinados siempre en el desarrollo práctico que supone la búsqueda si no de soluciones, sí al menos de métodos que nos permitan hallar alguna suerte de canon de repetición en los procederes que si bien parecen aleatorios, en realidad esconden un atisbo de epistemología con arraigo científico; es cuando convencidos en lo primario de los procederes que observamos decidimos retroceder más allá de la Antropología para acabar recalando nuestra nave en la playa de la Biología. Y es desde tan inmejorable disposición desde donde comenzamos a intuir, pues llegar a comprenderlos es imposible, los métodos que de por sí llegan a hacer compresible la máxima en base a la cual la Naturaleza extermina mediante la puesta en práctica de procederes activos o pasivos a los elementos que de una u otra manera se revelan como perjudiciales en tanto que su presencia o menester supone de manera objetiva un obstáculo de cara al desarrollo del hábito que insistimos, biológicamente, se ha revelado como el más indicado.
Al contrario nuestra especie, por medio de la puesta en práctica de un proceder que en su momento pudo demostrar yo no lo dudo su ventaja evolutiva, estoy hablando del optimismo radical, ve incrementado de manera exponencial su potencial de riesgo en tanto que los llamados optimistas se empeñan en adoptar una postura verdaderamente suicida en tanto que la misma solo se sostiene a base de hacer oídos sordos a la interpretación de unas señales que de forma cada vez más clara ponen de manifiesto nuestra tendencia a la autodestrucción, la cual en este caso se alcanzará de manera evidentemente autodestructiva.

Esto es un hecho, y como tal supera incluso en rango a la mera conclusión. Por ello, poco importa la posición en la que fijemos el principio de nuestro proceder, cuando no de nuestro devenir, toda vez que la posibilidad de que nuestros actos puedan influir en lo que ya está sin duda desencadenado, es verdaderamente ínfima, cabría decirse que remota. Es más, si alguna vez tal posibilidad existió, hace tiempo que el límite a partir del cual la misma tenía alguna posibilidad de conjurar el dramático final; pasó de puntillas, sin hacer ruido. Y si lo hizo desde luego el mismo fue tan tenue que no fue percibido por los contemporáneos que compartieron la responsabilidad de tamaño momento.

Nuestra Sociedad está, repito amortizada. Por ello hace tiempo que no resulta convincente esperar nada de la misma, al menos nada constructivo, creativo; en una palabra, nada nuevo.
Como en el caso de la bestia que agoniza, aunque no lo sabe, la inercia desde la que se conjura el funcionamiento de unos cánones basados en la repetición genera una falsa ilusión de continuidad fundamentada en la rutina. La rutina, por definición enemigo irreconciliable del progreso, y que en la ocasión que nos ataña se rebela contra éste obstaculizando la correcta percepción de una realidad cuya inoperancia ya solo puede pasar desapercibida para el narcotizado (no en vano no hay más ciego que el que no quiere ver).
Con todo y con eso la realidad es ante todo contumaz, y es por ello que como ocurre con todo proceder vinculado a la adición continua de factores, el desbordamiento es tan presumible como inevitable, generando con ello, a partir de las posibilidades que se abren desde esta nueva perspectiva, otro espacio de esperanza desde el que la ciencia cuando menos en general puede volver a aspirar a retomar su vuelo.

Con todo, hemos perdido un tiempo precioso. Tiempo robado al progreso, si bien alguna corriente, no precisamente minoritaria, dirá que el retornar que se halla implícito en esta nueva apuesta por el retroceso posee no obstante cierta forma de atractivo, en la que se encuentra especialmente cómodo el que hace de la repetición su hábito.

Mas de nuevo enfrente, nuevamente, encontramos o más bien nos topamos con el que afirma de manera tácita que retroceder sí, pero solo si es para tomar impulso. Se encuadran dentro de esta categoría de personas las que además de identificar los elementos que de manera elocuente certifican como propenso a la actividad a un determinado modelo social; son igualmente válidas recorriendo el camino en sentido contrario es decir, identificando de manera excepcional los parámetros cuya existencia escenifican la desasosegante apuesta por el retroceso y la retroactividad hacia la que como hemos dicho puede tender de manera voluntaria tal y como demuestran sus actos, toda una Sociedad, sin que de ello pueda recabarse la menor prueba de inferioridad.

Entonces, de ser ciertos estos síntomas, ¿Es lógico creer que pasan desapercibidos?
En primer lugar, no pasan desapercibidos. Están ahí, y dada su natural magnitud han de estar al cabo de la calle para cualquiera que esté en disposición de valorar no solo su existencia, como sí más bien las consecuencias que han de devengarse tras la implementación de los mismos en el modelo social al que en cada caso nos estemos refiriendo.
Esto requiere pues no solo actitud, sino que la aptitud se revela como el más valioso de los detectores. Así Isaac ASIMOV en su genial obra La Fundación describe un modelo social resurgido a partir de otro en el que el reconocimiento empírico de los factores reseñados sirve para identificar como definitivos los que no son sino síntomas más que claros, evidentes, de que la Sociedad que sirve de contexto a la obra, está abocada a la extinción.

Las señales están ahí, y en metodología cartesiana resultan Claras y Distintas. ¿Resulta científico, diríamos más, razonable, seguir negando no ya los síntomas, sino incluso diagnosticando sus efectos?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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