Abrumados todavía no sabemos bien si por las causas, o por
los efectos de los acontecimientos que ayer tuvieron lugar, lo cierto es que
una suerte de inspiración destinada a tratar de entender las consecuencias
reales de los mismos ha de pasar por el hecho de constatar hasta qué punto
todavía hoy nadie se ha atrevido realmente no solo a analizar el procedimiento
que una vez más deprisa y corriendo nos
ha traído hasta este aquí, hasta este ahora, tal vez poniendo con ello de manifiesto
que la única certeza que realmente nos lleva a aceptar que todo está pasando en
España, no pasa sino por asumir que, efectivamente, nuestra realidad parece no
ya sacada, yo diría que metida a presión,
en un guión del Maestro Berlanga.
No se trata ya de tratar de comprender las causas por las
cuales llegados a estas alturas nadie, absolutamente nadie, se ha puesto en pie, siquiera
metafóricamente hablando, en pos no ya de encontrar respuestas, sino
sencillamente de atreverse a hacer las preguntas adecuadas.
Porque acudiendo una vez más a esa vana excusa del mal
llamado tiempo prudencial, el cual
como ya hemos demostrado reúne aspectos de la misma valía técnica que los
promovidos por los que defendían la necesidad de guardar dos horas de demoras entre
la comida y el baño; transcurridas ya más de veinticuatro horas desde el
esperpento con el que el Sr. Candidato nos regaló su excelsa presencia, muchas
cosas, tal vez demasiadas, han tenido ya lugar y efectos, si bien los mismos,
como es de esperar, (y ahí radica la verdadera crítica del presente), no pueden
ser para el general conocimiento y
dominio del público.
Volviendo sobre el proceder que dictó ayer la celebración de
la sorprendente rueda de prensa ofrecida
por el recién designado Candidato para
formar Gobierno en España; una de las últimas cuestiones que tuvieron
cabida, formulada, no podía ser de otra manera, por una de las más grandes
figuras del periodismo español, me refiero al Sr. Aguilar; giraba en torno no
ya a la posibilidad, cuando sí más bien a la conveniencia, de que el mal llamado procedimiento de negociación
empleado para alcanzar la formación del tan ansiado Gobierno, contuviera en
esencia procedimientos de transparencia que nos permitiesen a los ciudadanos
albergar cuando menos una mínima esperanza de ser testigos y valedores del
respeto desde el que los mismos se llevaran a cabo. Sin embargo, la
pregunta fue rematada con una chanza.
Esta chanza, ya fuera ¿casual? lo que creo no es factible identificado como
digo el autor de la misma, así como del resto de la afirmación, me llevan a
poner de manifiesto cuando no a denunciar abiertamente y una vez más, la
socarronería con la que nuestro país, o más concretamente sus ciudadanos viven
el estado de laxitud moral desde el que sus políticos plantean sus relaciones
para con quienes, no lo olvidemos, sustentan no solo las estructuras
administrativas que proporcionan sus estabilidad, así como la ¿ficción? de
Estado que justifica en tanto que sirve de escenario, al resto de la
representación ¿circense?
Porque si de una vez somos capaces de pararnos, y de paso
detenemos la inercia desde la que
todo esto se mueve, lo que en un momento dado pudiera habernos parecido pesar,
sin duda que enseguida se tornará en satisfacción al comprobar que todo, o por
ser más justos habríamos de decir que casi todo continúa moviéndose a pesar de la manifiestamente torpe y
desbaratada acción desarrollada durante años por los que, no lo olvidemos han
estado, y en muchos casos siguen estando, al frente de esta macroestructura que
entre todos nos hemos dado y que como pasa con un hijo que no se va de casa,
seguimos alimentando no sabemos muy bien por qué.
En un país como el nuestro, tan acostumbrado a convalidar
los comportamientos cafres sencillamente porque solo nosotros somos capaces de
encontrarles la gracia. En
un país en el que si la corrupción se tolera es porque en el fondo se admira
(ya conocemos el consejo del sabio Refranero
Castellano: “El que no roba y no fornica, es porque no tiene donde”), antes
o después habremos de asumir lo que para una mayoría, instalada sobre todo en
Europa, es una realidad. Una realidad que pasa por exigirnos a todos el
abandono de las conductas no voy a decir permisivas, me conformaré con
discriminar las que a grandes rasgos justifican el comportamiento delictivo; y
que acabe por plasmarse en un verdadero compromiso de regeneración no ya solo
democrático, sino de lo que podríamos llegar a denominar, de coherencia
institucional.
Porque una vez hechas todas cuando no la mayor parte de las
salvedades, lo que se extrae no ya de la interpretación cuando sí más bien del
análisis del comportamiento mostrado por muchos de los dirigentes ubicados en
los distintos escenarios que conforman nuestra realidad institucional, pasa por
la desazonadora constatación de que el elevado grado de putrefacción existente,
así como la profundidad estructural al que la misma ha llegado, debería
llevarnos si no a la conclusión, sí a la necesidad de iniciar una línea de
razonamiento cuyo punto de partida pase por asumir que muy posiblemente los
otrora grandes estándares en los que creíamos tener ubicada nuestra mal llamada calidad democrática, pueden
hoy verse aprobados por el mismo ingeniero que afirmó la absoluta flotabilidad del Titánic.
Sin duda, se trataba por entonces del “objetivo móvil” más grande que el Hombre había sido capaz primero de
soñar, y finalmente haber construido. Sin embargo, la realidad terminó por
mostrarse tozuda, y tal vez puso de manifiesto lo que muchos pensaban pero bien
pocos se atrevían a afirmar: Que el propio Ser Humano, en tanto que tal, aún no se hallaba en disposición de hacer uso de
semejante estructura sin caer en la megalomanía
y acabar por ello siendo justamente
castigado. Salvemos nuevamente las distancias, y adaptemos la pregunta: ¿Se
trata acaso de que en España no nos merecemos disfrutar de una Democracia
plenamente instaurada?
Lejos de interpretaciones, o si se prefiere por la
constatación de las realidades que finalmente acaban por configurar el puzzle
que identifica lo que nos hemos dado en llamar realidad, lo cierto es que de ver lo complicado de las estrategias
que algunos necesitan pergeñar a la hora de dar sentido a la configuración de
estructuras otrora sencillas en tanto que emanaban directamente de las esencias
del propio Modelo Democrático; no
resulta para nada escabroso, sino que casi se convierte en síntoma de buen
criterio, el enarbolar no ya una sombra de duda, sino un clamor contra la
sinrazón, que poco a poco y de manera ahora ya inusitada, ha terminado por llevar
al colapso a un modelo, el democrático español, que a base de ser específico se
ha vuelto característico; que a base de necesitar comentaristas, ha acabado por
necesitar traductores.
Es por ello que cuando veo los esfuerzos a los que se ven
sometidos muchos de nuestros políticos a la hora de hacer comprensibles
aspectos que no por más o menos necesarios, hace decenios que se vienen
desarrollando en el resto de las estructuras políticas en las que al menos en
apariencia cómodamente instalados nos
encontramos; que el terror se adueña de mi presencia así como de mi
presente cuando me veo en la obligación de ser sincero conmigo mismo, y hacer
patentes unos miedos cuya certeza se cifra en una cuestión primordial:
Constatada la certeza de que en mi país hay Democracia…¿Se ha instalado ésta ya
verdaderamente en el interior de cada uno de los que compartimos no ya este
país, como sí más bien la Idea de Estado?
A la vista cuando no al albor de la realidad que de nuevo
contumaz se posiciona ante nosotros, lo cierto es que la respuesta no puede ser
en absoluto satisfactoria.
Así, no tanto los últimos acontecimientos como sí más bien
la forma de suceder los mismos y lo que es peor, la manera que de implementarse
entre los ciudadanos que los mismos han tenido, me llevan a dibujar un
escenario en el que de nuevo la sinrazón y la falta de objetividad triunfan,
mimetizados en este caso con el pseudo-patriotismo, y la falta de responsabilidad moral,
respectivamente.
De esta manera, la realidad se impone. Y el ver cómo aquél
que ha sido designado para formar Gobierno y lo rechaza, no solo no es
considerado como un paria de la
Democracia, sino que además es loado como un descubridor de nuevos horizontes democráticos. ¡Sepulcros
encalados! Vuestra única valía pasa por pagar a abogados cercanos a la conducta
del Sofista quienes, como ya antaño
sucediese, se ganan el pan retorciendo
los argumentos y pudriendo el Lenguaje en un vano intento de confundir a la chusma. Así y solo así podemos hoy acostarnos tranquilos a pesar
de haber constatado con nuestros propios ojos que los que otrora dignificaban
su existencia proporcionándonos siquiera una ilusión de estabilidad, se jactan
hoy de sembrar la duda razonable incluso sobre cuestiones
constitucionales.
Tal vez, solo tal vez, y ahora sí que se trata de una mera
cuestión personal, hoy resulta más impresionante citar unos párrafos de “El
Quijote”, que la
propia Constitución. ¿Damos una lección de ciudadanía y nos
ponemos con la lectura de ambos?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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