miércoles, 8 de junio de 2016

DE LO ADECUADO ENTENDIDO COMO LO CORRECTO, EN SU MOMENTO.

Puede parecer mentira. De hecho, si lo pensamos bien, la mera existencia del pensamiento, o la suerte de esperanza que se esconde tras el contexto que parece venir a justificar al pensamiento en sí mismo; bien podría redundar en una actitud que podría llegar a catalogarse como de optimista.
Efectivamente, todo parecía marchar bien. Y si no lo hacía, no era porque no se estuviesen llevando a cabo todos los esfuerzos posibles, lo que según se mire viene a redundar en que unos verdaderamente empleaban su esfuerzo y su energía en cambiar el mundo (pobres ilusos), mientras que en lo concerniente a otros, sus esfuerzos iban en este caso dirigidos simplemente a conjurar una suerte de, ¿cómo se dice ahora? Creo que “posturno”, destinado a ocultar aquellas que siempre fueron sus verdaderas intenciones, las que se resumen en el históricamente conocido “cambiemos unas pocas cosas, para que en definitiva no cambie nada”.

En cualquier caso, todo parecía ser sencillamente normal. Nada hacía presagiar que hoy todo fuese a cambiar. Que todo así, de repente, fuese a ir mejor, de hecho bastaba con que nada amenazase con poder ir realmente a peor.
Y entonces, como cada día, al encender la radio, así, sin más, a traición, con la misma traición con la que los primeros pájaros irrumpen con sus cantos matutinos dando definitivamente al traste con tus aspiraciones de continuar con el que hasta ese momento había sido un sueño reparador; surge la gran pregunta: ¿Qué es la Ética?

Despierto de golpe no tanto por la intensidad de la pregunta, como sí más bien por el cúmulo de posibilidades que la respuesta ofrece, afilo mi metafórico cuchillo destinado en este caso a reflejar en su brillante hoja el fulgor del que a esas horas hace ya rato que dejó de ser el primer rayo proferido por el sol, con la esperanza no ya de que podamos dar respuesta a la pregunta, sino más bien de que la imposibilidad para encontrar ejemplos contemporáneos que alberguen esperanza en torno a la misma, nos lleve finalmente a entender al menos, que tenemos un problema.

Porque si bien algunos llegarán a decir, y si se empeñan un poquito lograrán hacerlo incluso de manera razonada, que no tenemos derecho a exigir que todo el mundo se halle en condiciones de responder digamos científicamente a la cuestión referida en este caso a la naturaleza de la Ética; no es menos ciertos que ni esas mismas personas, ni por supuesto todos los esfuerzos por ellos realizados a lo largo del espacio y del tiempo, han de resultar suficientes para lograr despistarnos a la hora de enjuiciar a los que ostentando cargos de responsabilidad, han desarrollado su actividad careciendo netamente de lo que hoy justifica la presente a saber, Ética.

Y es precisamente ahí donde me reengancho al discurso, o por ser más específicos y coherentes, ahí es donde ubico de nuevo la esperanza a la que al principio de la presente reflexión apostaba todo mi por otro lado agotado optimismo.

Porque en contra de lo que pueda parecer, el futuro de la Humanidad bien es posible que no se halle en mayor o menor peligro según resulte del recuento de personas capaces de definir con corrección el término Ética. Este mundo tendrá definitivamente contados sus días en la medida en veamos aproximarse el instante en el que nadie sea capaz de identificar como de poco ético un comportamiento.

Porque la Ética, y no en menor medida la Moral, son conceptos. Como tales refieren y a la par determinan, pues nunca limitan, los parámetros esenciales a los cuales el Hombre ha de referirse cuando desea o bien reencontrarse consigo mismo, o en el peor de los casos, recuperar su esencia una vez que la vida le ha desordenado hasta el extremo de necesitar buscar ayuda en los clásicos.
En base a lo dicho, tanto los conceptos, entendidos como contenedores a los cuales referir las esencias; como la propia Realidad que queda por los anteriores interpretada, carecería de sentido, o en el peor de los casos, quedaría reducida a una burda manipulación si malinterpretando el sentido real de lo dicho, el hombre pudiera llegar a sacrificar el valor de la vivencia en primera persona, llegando con ello a gestar una suerte de realidad paralela en la que paradójicamente vivir no solo no sería recomendable, sino que incluso resultase contraproducente.

A la pregunta que de surgir lo haría en términos tendentes a ¿cuándo hemos de empezar a preocuparnos con cierta dosis de motivo?, responderemos que el peligro será una realidad precisamente cuando de la vivencia real seamos del todo incapaces de extraer una sola nota de discordancia respecto de lo que ha de considerarse como la vivencia tipo.
De esta manera, como en “Un mundo feliz”, la incapacidad para llorar habrá de preocuparnos no porque carezcamos de lágrimas, sino porque nos habrán arrebatado la capacidad para emocionarnos. De parecida manera, corremos el peligro de llegar a plantearnos hasta qué punto lo que algunos llaman optimismo, y lo premian dejándonos sobrevivir, no es en realidad sino la penúltima caracterización a la que ha accedido ese monstruo que lleva siglos con nosotros, proporcionando sentido a nuestra de otro modo insulsa vida precisamente en la medida en que perseguimos fantasmas, o cualquiera que sea el nombre desde el que en cada momento conceptualizamos lo que quiera que debamos buscar.

Recuperamos así pues a Dante, o el peor de los casos venimos a celebrar con displicencia no ya su jocosa tolerancia con la chusma, a la que como nadie identificó; como sí más bien el regalo que nos hizo al predisponernos para protegernos del peor de los ataques que desde la jauría podemos sufrir; el que procede de la indolencia, que en este caso determina la incapacidad para distinguir a los buenos de los malos; procediendo para ello no con métodos platónicos (lo que supondría indagar en las aptitudes y capacidades de los protagonistas); cuando sí más bien desplegando un mero procedimiento de observación, destinado a descifrar el enigma acudiendo sencillamente a la valoración de los actos que cada uno lleva a cabo. En palabras clásicas: “Vuestros actos os definirán”.

Podremos pues afirmar que nos hallaremos ante un verdadero problema, cuando ni tan siquiera a la vista de las consecuencias de una injusticia, podamos detectar la presencia de la misma.

Entonces, probablemente, ya será tarde. ¿Acaso el cinismo demostrado por algunos al volver a pedir el voto no supone prueba eficaz de que ese momento ha llegado?

Tal vez por ello el planteamiento de la cuestión origen no resulte en absoluto erróneo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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