miércoles, 24 de octubre de 2012

DE CUANDO SON LAS CERTEZA, Y NO LAS PREGUNTAS, LAS QUE CAUSAN DESAZÓN.


Navegamos, un día más, por las procelosas aguas en las que éstos, los insufribles “Misterios de la Humanidad”, campan a sus anchas. Una vez que hemos comprendido, no sin innumerables sustos, y algún que otro desvarío; que cualquier intento de camuflar nuestro contexto (o sea, nuestro aquí, y nuestro ahora) constituye en realidad un ejercicio anacrónico, casi suicida.
Así, mientras que a la falacia se le encomienda la labor de diferenciar entre lo verdadero y lo posible; y la certeza es desterrada bajo la acusación hiriente de “demasiado contumaz”, todo un nuevo teatrillo, con sus personajillos, y por supuesto sus escenarios, toma el control no de la realidad, sino de la metáfora perpetua en la que nos sumergen, haciéndonos creer qué, en realidad “La Vida es Sueño”.

Cruel sátiro fue aquél que, en un ejercicio moralmente vandálico, pero estéticamente incomparable, osó trazar en torno de nosotros los visos de una realidad que, por definición, había de dibujar con trazo firme. Personajes, momentos e incluso tentaciones, que por su condición etérea habían de ser inexcusablemente volubles. Mas puede que la condición de sabio que ya por entonces merecidamente ostentaba, procediese precisamente de la ingente demostración que de capacidades como ésta había dado en sobradas ocasiones.
Y así, aquella genialidad ganó terreno, y con ella sus agentes. Los nuevos prestidigitadores se erigieron en los nuevos realistas. “¿Qué no le satisface su Realidad? No se preocupe, nosotros le tejemos otra, a medida, y con encajes.

Pero lo que diferencia al sueño de la realidad, no es sino que ésta lleva prendida, inexorablemente, una cruel certeza. La responsabilidad, que como apéndice sedicioso pende impío de la certeza. Se convierte en malvado reloj el cual, jactándose de su poder, nos recuerda y amenaza perpetuamente, seguro de que sólo desde él, tiene sentido soñar, porque soñar es proyectarse, y proyectarse es evocar el futuro, vistiéndolo con los retazos del pasado que en nosotros dejaron los recuerdos.

Así, con la distancia que procede de ser conscientes del espacio, y con la posición que procede de saberse conocedor de las intrínsecas metáforas que ejerce el tiempo, como la que procede de comprender que el presente, por más que lo deseemos no tiene mayor certeza que la que demos a la paradoja del grano de arena que se escapa, celoso de su libertad, entre nuestros trémulos dedos; habremos de ser conscientes de que una de nuestras mayores desgracias, como tantas otras ligadas a nuestra existencia, pasa por aceptar que la belleza de soñar, procede de la certeza irrefutable de que más pronto que tarde, habremos de despertar.

Y como tal, despertamos. Y lo hacemos en un aquí, en un ahora, del cual han de esforzarse en convencernos de que es el nuestro.
Y se esfuerzan, ¡vaya si lo hacen! Nos bombardean con falsas premisas las cuales, en un ejercicio de la falacia antes argüida, no hacen sino convertirse en la prueba irrefutable de todo lo contrario a lo que quieren en apariencia demostrar.
Nos arrebatan nuestros puntos de referencia vitales. Nos enfrascan con ello en una loca carrera convencidos de que la falsa sensación de seguridad servirá para disimular los resquicios que sus prisas han sido incapaces de dejar debidamente recreados en el transcurso de la reforma a la que han sometido a éste, nuestro mundo, a ésta nuestra realidad.

Pero se olvidaron de ciertas cosas. Aspectos fundamentales quedaron al descubierto. Así, comprobamos que pintor es mucho más que aquél que traza. Pintor y artista quedan enclavados en el mismo campo semántico, el que obtiene su denominador común, a la par que integrador, de la certeza de que una de las funciones del arte pasa por ser capaz de acercarnos a las variables propiciatorias del sueño, de lo onírico; con la salvaguarda de que la certeza de la realidad, se halla en este caso, neta y absolutamente presente.

Es entonces cuando la realidad, unida a su inexorable constante, la responsabilidad, nos obliga a abandonar definitivamente el estado de casi lasciva omnipotencia en el que llevamos años inmersos, para exigirnos el cumplimiento de cuantas obligaciones lleva implícita no ya nuestra propia condición de hombres, sino esa otra si cabe más impactante, la de seres históricos.

La realidad nos golpea, nos colapsa. Nos insulta y nos agrede. Todo en pos de un único objetivo, tal vez inalcanzable, porque como Descartes dice en El Discurso del Método: “es así que una vez finalizado el proceso de análisis, es decir, de descomposición a su mínima expresión, de todo cuanto rodea al Hombre (…) es cuando uno comprende que él mismo, es también sujeto propenso a semejante descomposición. ¿Tiene entonces el Hombre dos proyecciones reales. No en términos reales, una proyección es real, la otra es ilusoria, pero no por ello menos real a efectos del propio hombre. Entonces ¿Nos encontramos en verdaderas condiciones de separar lo soñado de lo real? Es más, ¿Podemos afirmar lo que es “verdaderamente soñado” de lo que es “realmente vivido”.

Llegados a semejante condición, o tal vez tan sólo desde ella, es que a partir de aquí, podamos comenzar a hablar en términos reales, o más bien en los que resulten más similares a tal condición.
Lo digo así porque una vez analizada la realidad, no resulta imprescindible que sea en términos cartesianos,  llegamos a la famélica conclusión de casi es preferible pensar que todo lo que conocemos, no es sino una recreación de nuestra imaginación.

Así, la crisis no habría de ser sino la sensación que llevó al genial personaje de L. CARROLL  sentarse a descansar bajo el árbol que contenía el pasadizo hacia el País de las Maravillas.
En consonancia con ello, la terrible desazón que nos embarga, sería exclusivamente comparable al miedo que Alicia siente en el transcurso de la caída que antecede a su llegada definitiva al mágico lugar. Un lugar en el que responsabilidad y tiempo quedan absolutamente desligados de todo parecido con sus recreaciones, las que nos son reconocibles en nuestro mundo. Por ello, incluso la responsabilidad emerge desde un plano distinto, de manera que no resulta culposo ayudar al lacayo MONTORO en el histriónico ejercicio que consiste en buscar sus “guantes blancos de ceremonia”, o lo que es lo mismo, en hacer creer al mundo sus cifras de Déficit Público.
De igual manera, no será para nosotros oneroso, ni moralmente reprochable, disfrutar de lo lindo presenciando el espectáculo que de GUINDOS nos ofrece embarcado como está en hacer creíble lo increíble, esto es, en vestir con visos de certeza algo tan esperpéntico como han resultado ser para todo el mundo, las Cuentas Generales del Estado para el Ejercicio 2013. Siguiendo con los paralelismos, el esperpento está implícito, como lo está en el Discurso de La Reina de Corazones, un silogismo bellísimo: “Tú, niña entrometida! ¿Qué haces en mi Reino? La pena por delito es la muerte, o que el azar decida.
Jugaremos una partida de cartas. Si ganas, te cortaré la cabeza. Si noto que haces trampas para perder, te la cortaré también.”

¿Encuentran el sentido? No lo busquen, la única esperanza que nos queda pasa por desear que tal sentido, en realidad, no exista.

Y digo esto, porque ni MONTORO es el Conejo Blanco, ni de GUINDOS tiene la capacidad y astucia que tenía LA REINA DE CORAZONES. Más bien, en este caso la Reina es una bruja, teutona para más seña, que no va a sentirse resarcida por ganarnos a los naipes. En cualquier caso, seguro que tiene todas las bazas.
Pero lo peor de todo, es que sin lugar a dudas, RAJOY no tiene la capacidad ni el talento que desbordaba L. CARROLL.
Por ello, colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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