miércoles, 19 de diciembre de 2012

DE LA IDEOLOGÍA, Y DE OTRAS COSAS QUE VERDADERAMENTE NO NOS PODEMOS PERMITIR.


La sorpresa previa a la desilusión más certera, es la sensación que hace presa de mi ser cada vez que concito en mi derredor a los hados de lo imaginario e imposible, toda vez que aquéllos cuya manifestación habría de ser propensa a reflejar la Realidad, me resultan demasiado complicados de cara a apropiarme de ellos una sola miaja que vaya más allá de la potencialidad.

Es de nuevo, llegado ese dramático momento, en el transcurso del cual la realidad se ve desvalijada por los monstruos de la sinrazón, cuando viajaba camino de la certeza; el instante mismo en el que la verdad se hace patente ante mí, revelando de paso, como si no fuese con ella, en esa recordada que no conocida sensación en base a la cual tenemos plena certeza de que algo que debería sernos desconocido, es sin embargo por nosotros recordado, como si en vez de habernos sido desvelado, no ha sido sino en realidad simplemente recordado; en el momento preciso en el que la luz que posee semejante certeza, se convierte en la encargada de desvelarnos la terrible revelación: llegados a éste aquí, a éste ahora, definitivamente, no podemos continuar.

La vana ilusión en la que falsamente hemos vivido cómodamente instalados, se rompe ahora dando paso a la terrible realidad en base a la cual las revelaciones adquieren, sin saber muy bien por qué, certeza de que no en vano nada volverá a ser igual. El todo vale, argumento inexcusable en el que se apoyaron tantas y tantas antaño certezas, se resquebraja ahora como el hielo en primavera, abandonando como en tal caso al intrépido si no imprudente transeúnte que se aventuró sólo, por este nuevo camino, el cual se presenta sólo tan oscuro como vacío.
La verdad, atisbada otrora en forma de certeza, ha abandonado el barco, y no es lo malo que no esté, es que ni tan siquiera se la espera.

Y en el nuevo teatro de operaciones que poco a poco se va dibujando, comprobamos no sin desolación, que sólo los petimetres, indocumentados, cuando no otra calaña de parecido abolengo, acudirán a probar fortuna, escenificando con ello una nueva tragedia. Sin embargo en el caso que nos ocupa, los ínclitos ni por asomo poseen la categoría de el de Florencia.

Surge en consecuencia una nueva realidad. Un ente formal y temporal en el que la moral se ve supeditada de manera osada a un nuevo código en el que otros habrán de ser los elementos que conciten el orden, así como las categorías selectivas. Un nuevo código en el que como consecuencia directa, lo contingente acabe por superar a lo necesario, en el que los bufones superen a los filósofos, no en la posesión de la verdad, sino en la capacidad para seleccionarla, hecho éste que a su vez constituirá la máxima de las aspiraciones a las que el pobre mortal parezca estar designado.

Es entonces cuando se considera llegado el momento en el que la Razón se ve superada de cara a mantenerse firme como elemento preconizador de los atributos que puedan consolidar un hecho determinado como verdadera cristalización de la verdad. Es más, llegado ese momento es la propia verdad la que se ve desbordada. Ya no importa ni tan siquiera tal verdad, interesan más sus atributos.

De la involución que resulta de semejante hecho, se deriva la mayor de las pérdidas de cuantas han sido sometidas en los tiempos que llevamos osando analizar la realidad. Es el momento en el que la ideología se vuelve instrucción, momento en el que la Ciencia se ve superada por la Creencia.

Constituye la ideología un peligroso juez toda vez que haya de ser quien dirima las cuestiones de corrección en asuntos de moral. Como todo lo estrictamente humano, aparece revestido de unos aditamentos de subjetividad que la convierten en impredecible, toda vez que en este caso, además, los mencionados se ven alimentados y cebados por un peligroso componente, el pasional, que no contribuye sino a aumentar el coeficiente de indignidad que muchas veces se hace presente en tales oficios, haciendo poco prudente en todo caso acudir a semejantes jueces para tamañas disputas.

La ideología, la pasión, y el vicio y la corrupción, se presentan así ante nosotros como antiguos convidados que antaño sin duda formaron parte del acervo instintivo de nuestros predecesores, pero que toda vez que su época pasó, acudir a ellos como instigadores, cuando no guías de nuestro proceder, bien que no parece ser el camino más adecuado si lo que buscamos es en realidad el camino más digno, más social, cuando no abiertamente el más humano.

Sin embargo, no es menos cierto que no tiene por qué ser éste el objetivo de todos los comportamientos. Es más, el componente pasional, instintivo y animal, bien ha quedado patente se halla presente en determinadas conductas humanas, las cuales a su vez graban su impronta inconfundible en pareceres, conductas y morales con las que guardan relación de coherencia fácilmente identificables por otro lado a nuestro alrededor.
Surge así todo un cúmulo de conductas las cuales, en caso de ser juzgadas atendiendo a criterios abiertamente racionales, aquéllos que no lo olvidemos formaban parte de los códigos del pasado; no hay duda constituirían objeto de desgana, cuando no de absoluta apatía.
Pero hemos de recordar que estamos en un nuevo tiempo, Un tiempo en el que las primacías proceden no tanto de la Razón, como de los Instintos, un tiempo en el que las conductas vuelven a proceder más del estómago, que del cerebro.

Y ante tales antecedentes, las pasiones y los bajos instintos se adueñan de toda realidad, ya sea ésta presente o futura. La pasión y la subjetividad se apoderan de todo lo que es propenso al designio. La Realidad no importa, todo es cuestión de perspectiva, del cristal con el que se mire.
Con tales consideraciones, no sólo la razón, sino que incluso la  memoria  y el recuerdo abandonan el barco.

Queda con ello todo preparado.

La Derecha, la que sólo puede gobernar a tenor de la obtención de resultados electorales que imperiosamente se traducen en la mayoría absoluta, hace de la pasión procedente de la argumentación visceral su máximo eslogan.

Y ahí, y sólo ahí podemos en consecuencia ubicar el valor de la IDEOLOGÍA, en toda su brillante extensión.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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