La sorpresa previa a la desilusión más certera, es la
sensación que hace presa de mi ser cada vez que concito en mi derredor a los
hados de lo imaginario e imposible, toda vez que aquéllos cuya manifestación
habría de ser propensa a reflejar la Realidad, me resultan demasiado
complicados de cara a apropiarme de ellos una sola miaja que vaya más allá de
la potencialidad.
Es de nuevo, llegado ese dramático momento, en el transcurso
del cual la realidad se ve desvalijada por los monstruos de la sinrazón, cuando
viajaba camino de la certeza; el instante mismo en el que la verdad se hace
patente ante mí, revelando de paso, como si no fuese con ella, en esa recordada
que no conocida sensación en base a la cual tenemos plena certeza de que algo
que debería sernos desconocido, es sin embargo por nosotros recordado, como si
en vez de habernos sido desvelado, no ha sido sino en realidad simplemente
recordado; en el momento preciso en el que la luz que posee semejante certeza,
se convierte en la encargada de desvelarnos la terrible revelación: llegados a éste aquí, a éste ahora,
definitivamente, no podemos continuar.
La vana ilusión en la que falsamente hemos vivido
cómodamente instalados, se rompe ahora dando paso a la terrible realidad en
base a la cual las revelaciones adquieren, sin saber muy bien por qué, certeza
de que no en vano nada volverá a ser igual. El todo vale, argumento inexcusable en el que se apoyaron tantas y
tantas antaño certezas, se resquebraja ahora como el hielo en primavera,
abandonando como en tal caso al intrépido si no imprudente transeúnte que se
aventuró sólo, por este nuevo camino, el cual se presenta sólo tan oscuro como
vacío.
La verdad, atisbada otrora en forma de certeza, ha
abandonado el barco, y no es lo malo que no esté, es que ni tan siquiera se la
espera.
Y en el nuevo teatro
de operaciones que poco a poco se va dibujando, comprobamos no sin
desolación, que sólo los petimetres, indocumentados, cuando no otra calaña de
parecido abolengo, acudirán a probar fortuna, escenificando con ello una nueva tragedia. Sin embargo en el caso que nos
ocupa, los ínclitos ni por asomo poseen la categoría de el de Florencia.
Surge en consecuencia una nueva realidad. Un ente formal y
temporal en el que la moral se ve supeditada de manera osada a un nuevo código
en el que otros habrán de ser los elementos que conciten el orden, así como las
categorías selectivas. Un nuevo código en el que como consecuencia directa, lo
contingente acabe por superar a lo necesario, en el que los bufones superen a
los filósofos, no en la posesión de la verdad, sino en la capacidad para
seleccionarla, hecho éste que a su vez constituirá la máxima de las
aspiraciones a las que el pobre mortal parezca
estar designado.
Es entonces cuando se considera llegado el momento en el que
la Razón se ve superada de cara a mantenerse firme como elemento preconizador
de los atributos que puedan consolidar un hecho determinado como verdadera
cristalización de la
verdad. Es más, llegado ese momento es la propia verdad la
que se ve desbordada. Ya no importa ni tan siquiera tal verdad, interesan más
sus atributos.
De la involución que
resulta de semejante hecho, se deriva la mayor de las pérdidas de cuantas han
sido sometidas en los tiempos que llevamos osando analizar la realidad. Es el
momento en el que la ideología se
vuelve instrucción, momento en el que la Ciencia se ve superada por la
Creencia.
Constituye la ideología
un peligroso juez toda vez que haya de ser quien dirima las cuestiones de
corrección en asuntos de moral. Como todo lo estrictamente humano, aparece
revestido de unos aditamentos de subjetividad que la convierten en
impredecible, toda vez que en este caso, además, los mencionados se ven alimentados
y cebados por un peligroso componente, el pasional, que no contribuye sino a
aumentar el coeficiente de indignidad que muchas veces se hace presente en
tales oficios, haciendo poco prudente
en todo caso acudir a semejantes jueces para tamañas disputas.
La ideología, la pasión, y el vicio y la corrupción, se
presentan así ante nosotros como antiguos
convidados que antaño sin duda formaron parte del acervo instintivo de
nuestros predecesores, pero que toda vez que su época pasó, acudir a ellos como
instigadores, cuando no guías de nuestro proceder, bien que no parece ser el
camino más adecuado si lo que buscamos es en realidad el camino más digno, más
social, cuando no abiertamente el más humano.
Sin embargo, no es menos cierto que no tiene por qué ser éste
el objetivo de todos los comportamientos. Es más, el componente pasional,
instintivo y animal, bien ha quedado patente se halla presente en determinadas
conductas humanas, las cuales a su vez graban su impronta inconfundible en
pareceres, conductas y morales con las que guardan relación de coherencia
fácilmente identificables por otro lado a nuestro alrededor.
Surge así todo un cúmulo de conductas las cuales, en caso de
ser juzgadas atendiendo a criterios abiertamente racionales, aquéllos que no lo
olvidemos formaban parte de los códigos del pasado; no hay duda constituirían
objeto de desgana, cuando no de absoluta apatía.
Pero hemos de recordar que estamos en un nuevo tiempo, Un
tiempo en el que las primacías proceden no tanto de la Razón, como de los Instintos,
un tiempo en el que las conductas vuelven a proceder más del estómago, que del
cerebro.
Y ante tales antecedentes, las pasiones y los bajos
instintos se adueñan de toda realidad, ya sea ésta presente o futura. La pasión
y la subjetividad se apoderan de todo lo que es propenso al designio. La
Realidad no importa, todo es cuestión de perspectiva, del cristal con el que se
mire.
Con tales consideraciones, no sólo la razón, sino que
incluso la memoria y el recuerdo abandonan el barco.
Queda con ello todo preparado.
La Derecha, la que sólo puede gobernar a tenor de la
obtención de resultados electorales que imperiosamente se traducen en la
mayoría absoluta, hace de la pasión procedente de la argumentación visceral su
máximo eslogan.
Y ahí, y sólo ahí podemos en consecuencia ubicar el valor de
la IDEOLOGÍA, en toda su brillante
extensión.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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