miércoles, 5 de diciembre de 2012

DEL SILENCIO, DEL VACÍO, DE LA OSCURIDAD…DE LA VIDA.


Vivimos tiempos difíciles. Y una de las pruebas que con más certeza respalda semejante afirmación, pasa precisamente por el hecho de comprobar a diario cómo la vida, en sus más diversas acepciones, pasa a nuestro lado, sin tocarnos, con miedo a veces casi hasta de rozarnos, víctima también ella de esta velocidad vital a la que todos y todas nos hemos abrazados, para bailar una danza que, en la mayoría de ocasiones, no es capaz de ocultar la verdadera realidad. Una realidad oscura, lamentable y terrible. Una realidad que sólo desde el silencio puede expresar, el silencio propio que nos acompaña, cuando somos conscientes del miedo que en realidad nos da vivir.

Porque vivimos, o al menos eso creemos. Somos testigos de una vida que no es la nuestra, percibimos unos ambientes que en realidad  no nos pertenecen, y en la mayoría de ocasiones recorremos unas distancias que nos son ajenas, en la misma medida en la que pasear por los pasillos de un palacio del Renacimiento, no nos convierte en príncipes, o en princesas, de un cuento de hadas.
Por eso, vivir nuestra realidad, sea cual sea. Disfrutar de cada rayo de sol, de cada claro de luna. Comprender nuestra existencia en el regocijo de lo que somos capaces de crear en aquéllos que nos prestan un instante para decirnos que les importamos; puede en realidad acabar por convertirse en una responsabilidad, quién sabe si en realidad, ésa sea la única responsabilidad que, llegado el verdadero momento, valga en algo la pena.

Y por eso, porque nosotros tenemos tiempo, y somos más o menos conscientes de que mañana estaremos aquí, estamos en realidad más obligados si cabe no tanto a dar gracias por el tiempo concedido, como sí al menos de mostrarnos consecuentes con tal hecho, desarrollando para ello nuestros cometidos de la manera más consecuentes respecto de las que seamos capaces. No tanto por la obligación de sentirnos agradecidos, como sí por la certeza de saber que llegado el momento, esa será la única cosa que podamos llevarnos con nosotros, la tranquilidad que proporciona el saber que, fuera cual fuera nuestra función, la desarrollamos con decoro y eficiencia, siendo tan sólo vehementes en las contadas ocasiones en las que nuestra incipiente debilidad, manifestada en la certeza de nuestra muerte; fue en ocasiones superada por esos pequeños instantes de felicidad, en los que creímos poder estar cerca de Dios, abandonando durante unos instantes, la condena que nos acompaña siempre, adosada a nuestra certeza.

Es entonces cuando escuchar a personas como Pilar MANJÓN pasa, de ser una obligación, a convertirse en un auténtico privilegio. Pilar es una persona capaz de decir cosas, aún permaneciendo en silencio. Es una persona que convierte la distancia en cercanía, y la cercanía en auténtica proximidad. Tal vez porque sin quererlo, más bien sin necesitar quererlo, te toca el alma, haciendo que los instantes que puedes pasar junto a ella, contengan en realidad la esencia de mensajes que a cualquier otro le llevarían sin duda horas ser capaz de transmitir, y sin duda no las tendría todas consigo a la hora de evaluar el éxito de su labor, si es que labores como estas fueran propensas a ser evaluadas.

Es Pilar MANJÓN, el antídoto a los tiempos que corren. Unos tiempos en los que el vacío, la hipocresía, la perspectiva del relativismo, y la conmiseración para con la mediocridad, han acabado por convertir nuestro aquí y nuestro ahora en un indecente baile en el que la miseria moral convive con la necesidad del olvido, configurando una ignominiosa amnesia que precisamente en un día como hoy, 6 de diciembre, debería estar más fuera de lugar que nunca.
Pero la vida, adormecida en una de sus múltiples facetas, la que proporciona la diplomacia, nos sumerge de cabeza en una ignominiosa algarabía en la que el ruido de las explosiones multicolores, en forma de políticas de inmersión lingüística, o de reformas educativas, nos aleja en realidad de esas otras hoy por hoy realidades, por más que hace algunos meses no fueran más que deseos vanos de mordaces apocalípticos, que se expresan en cifras de más de cinco millones de parados.

Otra causa de la Herencia Recibida, dirán algunos. Sí, sin duda, de herencias como la que promovieron episodios grotescos como la otrora famosa foto de Las Azores, reflejo soez de un episodio que, más directa que indirectamente, incluso como ya todo El Mundo sabe, nos trae a este aquí, y a este ahora.

Un aquí, y un ahora, que engloba nuestro presente, pero que en el despertar de aquél once de marzo de dos mil cuatro, no pasaríamos de ser una mera ensoñación ligada a algún sueño vano. Quién sabe si de algún amor, de algún proyecto, de alguna vida, en definitiva.

Una vida, cualquiera de las aquéllas casi doscientas, que en silencio fueron segadas. Y digo en silencio porque nunca la muerte de tantas personas, pudo ser ni probablemente será un acto tan inútil, a la par que tan desagradecido.

Silencio, eso hubiera sido sin duda, lo mejor a lo que todos aquéllos pobres desgraciados hubieran aspirado, una vez que ya los instantes posteriores a su muerte nos devolvió un cuadro de graznidos que nos permitía descifrar la incógnita que su muerte nos había traído, con tan sólo una certeza. No éramos dignos de su muerte.

Pero si el Pueblo no era digno de su muerte, peor fue si cabe la imagen de específica indignidad que nos regalaron nuestros políticos.
Cuando todavía el polvo no se había depositado. Cuando todavía el calor del hierro fundido no se había disipado. Cuando aún quedaban gritos de dolor por ser saciados…por los pasillos de ciertos palacios, éstos para nada de ensueño, ciertos linces, algún cuerno, y más de un cerdo; preparaban ya el coro de la que podría haber sido una de las mayores farsas a las que este país hubiera asistido en su Historia.

Por eso es precisamente ahora, una vez que el polvo se ha posado (dándonos perspectiva para anticipar el resultado de nuestros actos); ahora que el calor del hierro se ha disipado (liberándonos de la tensión que ciertos acaloramientos pueden provocar), cuando hemos de escuchar lo que personas como Pilar MANJÓN tiene que decirnos.

Es Pilar una persona de verbo fácil, qué duda cabe. Y eso que lo que tiene que contarnos no es sencillo. Mas en cualquier caso, la dificultad del relato que nos brinda, se compensa a todos los niveles con la fervorosa sinceridad con la que engloba todo lo que dice, e incluso, y tal vez más importante, aquello que guarda, en tanto que atesora, impidiendo con ello que el relato de la tamaña circunstancia que poco a poco desgrana, pueda acabar alcanzando tintes de perversión.
Porque lo que Pilar tiene que contarnos, constituye en realidad el relato de algo que no fue el principio de nada. Fue por el contrario el fin de un tiempo. Un tiempo de ingentes calamidades morales que llevaron al Ser Humano a pensar que la imposición, en cualquiera de sus múltiples formas, era una forma digna en tanto que necesaria, de regalar a los demás, incluso a aquéllos que no lo habían pedido, el pasaje hacia el mejor de los mundos, el nuestro.

Por eso, y por muchas otras cosas, escuchar a Pilar MANJÓN constituye una ocasión única de ajustar cuentas con el tiempo, en tanto que de su boca procede la crónica del pasado, del presente, y seguramente del futuro, de este país. Una crónica hecha sin odio. Una crónica hecha sin flagelaciones abnegadas. Una crónica hecha sin retornos al pasado, sino con una clara vocación de futuro.
Tal vez por todo ello, escuchar a Pilar es apostar por las palabras dichas por alguien que dice aunque parece que sólo habla. Palabras destinadas a ser escuchadas incluso por los que en apariencia sólo oyen. Porque son palabras cargadas, en las que el significado es superado por el sentido, en el que la dicción deja paso a lo interior.

En definitiva, un discurso que es un homenaje a todos, porque aunque olvidar es de humanos, el perdón queda reservado a los dioses.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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