martes, 18 de diciembre de 2012

DEL CLAMOR DEL SILENCIO.


Acudo un día más, a deleitarme con los placeres que sólo el silencio, la oscuridad y la ausencia de nada que vaya más allá de mi propia por deseada soledad, pueda provocarme; de cara sobre todo no ya a la necesidad de rememorar los valores de aquello que ha sido logrado en el transcurso de la jornada; sino más bien al imprescindible análisis que desde el plano netamente diagnóstico ha de llevarse a cabo hoy en día, para avaluar cuáles y de qué calibre serán las realidades a las que mañana habrás sin duda de hacer frente, en tanto que cuántas serán igualmente las circunstancias que hoy disfrutaste, pero que con toda seguridad mañana te serán cercenadas.

Venimos de una sociedad de la luz. En ella, toda la actividad, empezando por la que era evidente, que tenía resultados visibles, y por ende era objeto de la física; y continuando por aquélla propensa netamente al pensamiento, destinado éste claramente a la conformación de las realidades mentales previas que a continuación, y de manera indivisible daría luego lugar a las realidades propiamente dichas, y ya anteriormente tratadas; eran en todo momento desarrolladas a plena luz.
La realidad, y sus respectivos desarrollos alcanzados en sus múltiples connotaciones, tenían siempre un objetivo innato de ser vistos. Todo, absolutamente todo, tenía impresa en su origen la predisposición a ser visto, analizado, criticado y mejorado, siempre desde la óptica aparentemente natural de la crítica evidentemente constructiva.

En consecuencia, semejante manera de proceder convoca, o por el contrario es propia, de una sociedad proclive a la observación y al análisis, en términos eminentemente suaves o pulcros; o más bien destinada a satisfacer las necesidades intelectuales, culturales, artísticas e incluso políticas, de aquéllos que sin tapujos, y alejados estructuralmente de la necesidad de la certeza, ni de lejos pueden intuir la acción mediocre de la censura.

Venimos de una sociedad de mirones. Porque todo es, en esencia, virtualmente observable. Porque todos tenemos derecho a opinar, y la esencia de la opinión respetuosa parte precisamente de haber dedicado el tiempo necesario a aquello que habrá de ser objeto de nuestra opinión.

Pero resulta más que suficiente un pequeño paseo a nuestro alrededor, para comprobar que todo eso ha cambiado. La luz, en sus múltiples formas, las cuales igualmente tendían a modificar, matizar y discernir a aquéllos que imperiosamente habían de convertirse en sus adalides, sucumbe ahora en un ejercicio de exorcismo ritualista a una nueva discreción, encaminada no tanto a no ver, como en realidad a manipular el hecho mismo que condiciona la acción de mirar.
Y la manera más eficaz de hacer esto, todo buen publicista la conoce, pasa inexorablemente por cambiar la iluminación de las cosas.

Atacan así, de manera netamente comprendida, e incluso concienzuda, a la luz. Sucumbe pues la edad de la luz, y pasamos rápidamente, de manera casi imperceptible, a la edad de las tinieblas. Y los resultados, como no podía ser de otra manera, se hacen perceptibles de manera inmediata. Allí donde antes imperaba la sutileza de los brillos, se gestiona ahora la grosería propia de las sombras, donde antes se perfilaban matices, ahora vuelve a triunfar el grosso modo. Donde una vez se buscó la certeza, ahora la mediocridad satisface, unifica y aturde.

Y claro está, no es suficiente con la Ética, han de dar imperiosamente el salto a la Moral. Porque no les es suficiente con cambiar el tapiz del cuadro, han de reestablecer incluso los futuros equilibrios, manipulando los marcos.
Y tras el silencioso derrocamiento de la ética y la moral, han de venir, de manera inevitable, los ascensos al poder de cuantos y cuanto conforman su catálogo de seguidores. Correveidiles, sepulcros encalados, estómagos agradecidos, y tantos otros que  conforman tamaña escenografía, destinada a llevar a cabo la representación de ésa obra de teatro para la que algunos llevan casi cuarenta años preparándose. En cualquier caso, vampiros todos, no tanto porque vayan a reclamar para ellos hasta nuestra sangre, que lo harán, sin duda, como por el hecho de que en la realidad que están creando, será imprescindible moverse con soltura en la oscuridad.

Triunfa así, de manera indiscutible ya, la Sociedad de la Oscuridad. La prestidigitación y el ocultismo se hacen con el control.

Por ello, en otros tiempos, análisis como éste gustaban de ser escrito al amanecer, cuando los primeros rayos de sol anunciaban no tanto el triunfo de la luz sobre la oscuridad, como la apuesta por la labor descriptiva de la propia luz. Hoy, las elucubraciones a cuya categoría muchos reducirán mi otrora opiniones, han de hacerse acompañados tan sólo por la rutilante luz que proporciona un candil, y por la débil expectativa que concierta un adagio, como el de Samuel BARBER.

Y todo de nuevo, acudiendo por enésima vez al refranero popular porque de noche todos los gatos son pardos.

He de recordar, casi necesariamente, las palabras otrosí proféticas, en este caso pronunciadas por Rosa DÍEZ, cuando vino a decir que lo que convierte en realmente peligrosos a los hijos de la oscuridad, es la habilidad que tienen para utilizar en nuestra contra las armas que la propia luz nos proporciona. Han pasado más de dos años de las que se han demostrado inteligentes palabras, y no es menos cierto que empiezan a tener visos de certeza casi legendaria. ¿Disponía acaso la Sra. Díez de alguna clase de información de la que por otro lado el resto carecíamos? Evidentemente, sí. Rosa Díez contaba con la imperturbable voz de la experiencia. Una experiencia que en aquel caso permitía anticipar un hecho que en la Historia de la Humanidad se lleva repitiendo durante demasiado tiempo, la certeza de que, en los momentos decisivos, la constancia y el esfuerzo, son recursos de por sí demasiados escasos como para justificar la sostenibilidad de un sistema que requiere por otro lado de tanto esfuerzo, a la par que tan sostenido.

¿Cómo si no, entender lo realmente poco que les ha costado desarmar todo aquello que, al menos en apariencia tan sólidamente parecía estar armado?

La respuesta es tan sencilla de proferir, como insoportable de conciliar. Parte de conciliar una certeza, la de comprobar que en realidad, nadie si acaso unos pocos, han sido verdaderamente capaces de comprender la magnitud del proyecto en el que verdaderamente se hallaban inmersos. Así y sólo así puede comprenderse el que hayan osado escatimar esfuerzos hasta el punto de dar al traste con el mismo.

Porque sí, de nuevo, nos han derrotado. Una vez más, la certeza de la razón, la apología de la moral, o la certidumbre de que efectivamente, nos encontrábamos en posesión de lo legítimo; han sido en sí mismos argumentos suficientes capaces de articular por sí mismos un tejido social lo suficientemente denso como para acoger en su seno la masa social que tan ambicioso proyecto hacía imprescindible movilizar.

Sin embargo, la verdadera debacle no radica ahí. Una vez más, el desasosiego de la sinrazón no procede del hecho de la derrota en sí misma. La frustración procede, una vez más, de comprobar el escaso o nulo nivel de compromiso que la gente ha asumido, en realidad.
Y digo esto, porque ciertamente sin entrar en discusiones de respeto o valoración, cada día me cuesta más comprender cómo es posible que, viviendo bajo el mismo sol, habiéndonos bañado en los mismos ríos, pueda haber tanta gente que sigue viendo, o en el peor de los casos ve ahora por primera vez, en el proyecto que la Derecha Española encarna; la solución a los males de nuestro país.  ¿Cómo se puede, un día más, ayudar a escenificar el triunfo de la Derecha?

Y sin duda, los votos están. Cada una de las papeletas que se han sacado de las urnas, no tanto de las elecciones nacionales hace ya más de un año, sino de las autonómicas gallegas y catalanas fundamentalmente, constituyen en sí mismas un bofetón contra cualquier esperanza de sentido común al que pueda o deba apelar nuestro país.
Son esas papeletas, la materialización de que, en el fondo, este país es de derechas, y confía a niveles cercanos a los de la superchería, en la magia simpática de la Derecha. O eso, o nos va la marcha.

Y como en mi caso, ni lo uno, ni lo otro, es por lo que voy considerando seriamente que tal vez, mi momento ha pasado.

Puede que el momento de tapar la caverna con su losa, haya vuelto a hacerse presente.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.




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