…Y nos vemos obligados a constatar que la resignación se
convierte, definitivamente, en el último resquicio al cual aferrarse.
Constituye la resignación la mejor metáfora a la hora de
inferir no ya conceptos, a lo sumo procedimientos, con los cuales tratar de
ubicar de manera elegante (sutil si se prefiere) el fenómeno de lo que
denominaremos, al menos de momento, fracaso
elegante.
Convergen en la resignación la consagración del éxito de lo
que en realidad no es sino una suerte de progreso, algo que está por propia
naturaleza en eterno proceso, quién sabe
si en eterno retorno, y que como una Espada
de Damocles, sobrevuela no ya nuestra cabeza, sino más bien nuestra
conciencia, actuando unas veces de cortafuegos, otra de franca barrera,
impidiendo en cualquier modo el correcto y amplio desarrollo del Hombre, al
menos en lo que concierne a su faceta ética, condicionando a la postre el
desarrollo de su faceta moral.
Mas un hecho tan complicado, entendiendo tal complicación
como algo que va más allá de lo que se puede constatar de las consecuencias,
esto es de lo que aunque sea someramente trasciende de su complejidad
procedimental; ha necesariamente de estar vinculada a algo más grande, es decir, a algo cuyo premio, aquello a lo que está
consagrado, se haga merecedor de manera inequívoca del sin duda elevado coste
que las acciones desempeñadas en pos de su consecución parecen traer
aparejadas.
Es así como, poco a poco, cuestiones se cabe más profundas,
esto es, procedentes no del desarrollo cuando sí más bien de la implementación
de certeza de imposibilidad que se percibe de la superficialidad con la que se
empeñan en cubrirlo todo, da paso a una interpretación que como suele ocurrir
en todos estos casos, reconocibles por rodear de manera evidente los perímetros
cercanos a los terrenos de la conspiración, comienza por negarse a aceptar lo
evidente, lo que no parece ser sino una interpretación demasiado sencilla cuando no evidente; para acabar como decimos
desembocando en la percepción de unos escenarios y de unas metodologías
sorprendentemente cercanas a los compatibles en los mundos propios a los complots.
Determinado así que la resignación es algo demasiado
complejo como para asumir que es tan solo un resultado accidental de un proceso
digamos, descontrolado; es cuando por mera asociación de ideas que otrora
habían permanecido ¿interesadamente? desvinculados, van adquiriendo no solo
visos de coherencia, sino que una vez ordenados los acontecimientos aplicando
para ello tan solo la capacidad para ver
las cosas desde otra posición (lo que se conoce como perspectiva, y que
según quién, pero sobre todo según cuando, para unos es una fuente de virtudes,
si bien para otros es una continua emisión de desazones) adoptan tal grado de posibilidad, que ésta se muestra
competente para no ya construir otra realidad, sino sencillamente para
ofrecernos constancia expresa de que otra realidad (siempre) es posible.
Se ordenan pues las piezas, hasta acabar por confeccionar un
rompecabezas en el que, efectivamente, todo tiene perfectamente concebido no
solo su lugar, sino el proceso que ha de abarcarse hasta que de forma
inexorable, todo quede en su lugar. Y lo que es más importante, lo haga con la absoluta convicción de que tanto el lugar como
la manera de acceder hasta él constituyen sin el menor género de dudas, lo
mejor de lo mejor.
Avanzamos pues lentamente por el maremágnum que poco a poco
aparece, cuando no se forma, en nuestro derredor; y si bien es cierto que poco
a poco, no lo es menos que la figura, cuando no la silueta cuya percepción
podría encerrar la metáfora de lo que sería comprender el núcleo de la
disquisición que hemos vinculado hoy a nuestra semanal interpretación de la
realidad viene hoy a constatar que efectivamente, hemos topado con algo gordo.
Decíamos que es la resignación un estado, y añadimos ahora
que es un estado al cual no se llega, sino que evidentemente te trasladan. Pero
resulta evidente que tal y como ocurre con cualquier acto en el que surte su
efecto una acción externa al propio sujeto, una acción en la que una fuerza
externa al propio sistema por ellos creado tiene no ya un papel, sino más bien
un papel protagonista; la discordancia que potencialmente subyace al mundo de
posibilidades que la variable externa aporta,
puede traducirse en lo que podríamos denominar flagrante indisposición del individuo a convenir con las doctrinas así
como con los procedimientos por otros arbitrados en pos de provocar una
determinada reacción. Dicho de otro modo, las especiales condiciones bajo
cuyos paradigmas ha tenido lugar la asunción de los componentes desde cuya
participación entendemos el mundo y la realidad, han de converger en un estado
complejo destinado de manera evidente a configurar en el individuo una suerte
cuando no de vivencia, sí al menos de interpretación de ésta, capaces de dotar
al individuo de la plena noción de que ése y solo ése son los parámetros que
siempre han configurado su catálogo de nociones de la realidad. Aunque
una revisión atenta y pormenorizada de lo anterior, en caso de que fuera
posible lograr tal cosa, no redundara sino en la noción de que, efectivamente,
todo son una suerte de recuerdos
implantados, la mayoría de los cuales no guarda relación alguna con la
naturaleza de los individuos, lo que no supone obstáculo alguno para que, correctamente posicionada siguiendo el
esquema de lo que denominaríamos suerte
de pensamiento en colmena, redunde en la constatación de que efectivamente
estamos en el mejor momento posible, en el
mejor lugar posible.
El mejor momento
posible, el mejor lugar posible. Sin duda el mejor eslogan, si fuésemos una empresa con
digamos, intereses inmobiliarios, competentes además para creer o determinar, a
veces la separación entre ambas premisas resulta desalentadora por ínfima,
cuando de verdad participamos de la creencia según la cual saldremos de la
actual situación en base a que seamos capaces de desarrollar una ecuación en la
que los parámetros que se demostraron como causantes, actúen ahora como
catalizadores de una reacción inversa. Hecho que para nada parece previsible,
al menos a corto plazo.
Así que una vez descartado lo de la inmobiliaria, bien es
posible que el eslogan sea vendible para digamos, otro mercado basado en la
especulación y forjado a base de la usura. ¿A alguien se le ocurre algo en lo
que tales consideraciones cuadren de manera físicamente más intachable de lo
que lo hacen por ejemplo en la Política?
Se revela así pues la Política, o por ser más propicios
cuando no justos, la enésima variable en la que ésta se ha materializado una
vez desencadenado el imparable movimiento de degeneración hacia el que nos
vemos abocados; como la manera más eficaz de justificar lo ingente de los
esfuerzos que otros dejaron atrás, y que no hacen sino constatar como decimos
que definitivamente el continuo estado de
resignación en el que permanentemente se ha instalado el ciudadano no hace sino
ayudar a dibujar el contexto en el que cuestiones otrora impensable,
constituyen hoy la manera más habitual no solo de hacer, sino incluso de
explicar tanto las cosas como por supuesto los motivos de los que se infiere la
consagración de los mismos.
La resignación como proceso interesado, pero que si se
prefiere pronto comprenderemos actúa igual de bien como consagrado elemento discernidor
de la realidad, o cuando mejor proceda de la parte de ésta a la que han
decidido que podemos aspirar a comprender.
Y por supuesto, la resignación como conclusión. Conclusión
en el sentido de finalización a título de emisión de un concepto que puede
acabar funcionando como definición de lo explicitado. Conclusión en el sentido
de punto final de un proceso que si
bien en su parte ilusoria apuntaba maneras de un cierto dinamismo, para nada
contuvo en su génesis la menor voluntad de llevar a cabo concesiones en tal
paradigma, optando más bien por el dogma constatado de la quietud, de la
ausencia absoluta de movimiento, recuperando con ello los visos de normalidad
otrora atribuidos a unos Autores Clásicos
que efectivamente dotaron de contenido y a la sazón afamaron las consignas
en base a las cuales el movimiento es la transubstanciación del cambio,
infiriéndose de ello la variable de peligro de cuya preeminencia tanto la
Política como por supuesto los políticos huyen, travistiendo con ello la hasta
este momento vigente certeza de que el
cambio es la forma natural de la que se viste la evolución.
En definitiva es pues el estado de resignación un estado
para nada natural, cuando sí más bien inducido para el Hombre, que resulta
sobre todo útil cuando se ve éste reducido en su esencia a su componente de integrante de un censo electoral con derecho
pues, a la emisión de un voto de cuyo cómputo habrá de derivarse la
supervivencia o el fracaso de aquél que se ha visto igualmente reducido a la
nefasta condición que subyace a reducir la Política a un nauseabundo devenir
profesional.
Existe la Complicidad por omisión. Y sin duda la resignación es la más bella de cuantas formas puede ésta asumir.
Extraigan pues una vez más sus propias conclusiones, y
esperemos que en este caso vayan un poco más lejos del lugar a donde nos
conduce el consabido ajo, agua y resina…
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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