miércoles, 22 de julio de 2015

DE LA OSCURIDAD Y LA LUZ, DE DIALÉCTICA SINCERA A COMPENETRACIÓN TENDENCIOSA.

Lejos quedan los tiempos en los que la oscuridad era el atributo romántico al que se acogían los desprovistos de razón,  incluyendo por supuesto a aquéllos a los que el amor les privaba de ésta, aunque fuera de manera transitoria. Ocultos tras una nube de humo y ceniza procedente de la incineración de los atributos de lo que presupusimos como nuestro futuro, sucumben no, han sucumbido ya los que en nuestros sueños una vez fueron logros perennes, destinados entonces y por siempre a arder cual llama procedente de la antorcha de Prometeo.

La realidad, o más concretamente la relación para la que con ésta nos preparan los que se han mostrado como auténticos adalides de la que bien podríamos denominar rebelión pasiva, han sido capaces no ya de imponernos primero su visión y luego sus principios; peor aún, han sido capaces de arrebatarnos los nuestros.

Antes de atreverme a dar por hecho que nos encontremos en condiciones de responder con un mínimo de conciencia a quienes crean que pueden emitir la pregunta obvia; a saber, la que plantea la duda atinente no tanto a cómo lo hicieron, cuando sí más bien a cómo les dejamos; hemos, por ser justos, de determinar las condiciones a partir de las cuales lo consiguieron.

Evidentemente, y en tanto que por proceder, o al menos por estar en relación con la evidencia, el proceso no pudo ni obviamente ha sido tan complicado.¿Cómo lograr en el caso que nos atañe algo tan aparentemente complicado como puede ser el que varios miles de millones de personas te entreguen no ya su dinero, sino especialmente su dignidad, sin que sientan la menor repulsa ante tal hecho? Sencillo, habilitando una distracción que permita reducir a un mero truco de prestidigitación lo que para otros hubiera sin duda supuesto la creación de un escenario cuando no de una infraestructura, capaz de sustentar hasta un discurso del mismísimo Presidente Obama.

Como en todo buen truco, lo de menos es el mago. O para ser más sinceros, en este caso en especial la magnitud del truco había de ser sencillamente brutal toda vez que la organización era perfecta conocedora de un hecho del que a la mayoría se nos fue informando después y con tiempo. Un hecho que sin más pasaba por constatar que los que habían de hacerse pasar nada menos que  por los magos, resultaron ser en realidad los más inútiles, incompetentes y en definitiva, ineptos, de cuantos en su momento habían formado parte de la comunidad a la que ahora, una vez más y probablemente no la última, había que volver a engañar.

Hay nervios en la platea. El público ocupa los últimos asientos…decrece la intensidad de la luz. La orquesta hace sonar los primeros acordes de la obertura. ¡El espectáculo acaba de comenzar!
Asistimos a la enésima representación del Espectáculo titulado “Vivimos según un modelo democrático”. Se trata de una tragicomedia que en principio fue escrita para ser representada según el modelo clásico de tres actos, a los que primero el éxito, y después la falta no de dinero, como sí más bien de calidad humana, hizo aconsejable añadir un cuarto. Total, ¿a quién iba a importarle? Su gran aceptación, vinculada a las cifras de seguimiento, estructuradas en esta ocasión no tanto en derredor del Share, como sí más bien del índice de aceptación que tiene la cita que cada cuatro años tiene con sus fans en la calle, bajo el formato de elecciones ¿cómo no? democráticas, viene a redundar una y otra vez no tanto en su éxito, como sí más bien en la sección de las tragaderas de los que una y mil veces, están dispuestos a seguir con el trágala.

Tal vez en un gesto de humildad, o quién sabe si de ignorancia, lo cierto es que a ninguno de los coreógrafos encargados se les ocurrió, afortunadamente, probar suerte con la que sin duda hubiera supuesto una arriesgada apuesta; la que hubiera pasado por afirmar que entre los pasajes del drama representado en tamaño libreto se reconocían las formas de los grandes, de los Clásicos. ¡Dios mío cómo hubiera ganado el preámbulo del Tratado de Maastricht de haber podido decir que tras sus eslóganes y falacias economicistas se escondían en realidad las palabras de Sófocles! ¿Se atreve alguien a indagas conmigo cuánto hubiera ganado el Acta Fundacional de la CECA de haber supuesto que el mismísimo Jenofonte se habría sentido identificado con tal en pos de hallar las formas en pos de su obra Las Helénicas?

Mas casi al final, como casi siempre, todo se viene al traste. Porque la tragicomedia es en realidad una falacia, interpretada por el mayor de los Sofistas, destinado como  en coherencia le corresponde no tanto a informar, como sí más bien a entretener. La causa es evidente, está destinada a la chusma.

Pero no adelantemos acontecimientos, ayer como hoy, contar el final de la película antes de tiempo se convierte en la mejor manera de perder amigos, o de encontrarse con lo que uno no busca.
En realidad resulta mucho más entretenido prestar tanta atención a la obra, como al desarrollo de los tiempos que le son propios. Y en este caso además, por tratarse de una representación digamos, interactiva, hasta el papel del público resulta de cierto interés.

Como es propio de estos autores, a la vista por supuesto de sus obras, deciden como es casi obvio poner desde el principio toda la carne en el asador y no resulta por ello inadecuado, sino simplemente emocionante reconocer tras la máscara de los actores que abren el primer acto las hechuras de Democracia y de Libertad las cuales, en un plano nada forzado, resultando por el contrario todo un alarde de coherencia, planifican desde la paz en la que a menudo se prodiga lo que reconocemos como ignorancia los desvaríos en los que bien podríamos identificar los juegos felices de los tiernos infantes.

Pero no habiéndose extinguido aún del todo los trinos agudos que, interpretados por la dulce cítara vienen a representar la dulce alegría que solo puede ser reconocida en la emotividad cándida de un niño; el fagot y el oboe emergen de la profundidad propia de los espacios vigilados por Cancerbero, dispuestos a traer ante nosotros los peores presagios.
Presagios que adoptan formas no por inusitadas menos reconocibles, tras las cuales de manera efímera podemos reconocer los ardides propios de Mitología y de Creencia, no tanto guardianes como sí más bien vasallos, aunque ellos lo ignoran, o al menos en dar tal apariencia se esfuerzan, de la que resulta ser la farsa por antonomasia, la que pasa por necesitar hacer pasar por imprescindible la necesidad de las deidades a la hora de, precisamente, dar explicación a lo más terrenal y vacuo que tenemos, a saber, nosotros mismos.

Han de buscar pues un encantamiento que faculte la transmisión de lo divino, para que sea comprensible, menos ajeno, tal vez, a lo humano. Y lo encuentran en La Razón que pese a ser un instrumento, cuando no una aptitud, de lo humano; se mueve con prontitud, e incluso sin enajenarse, manipulando a su aparente albedrío las ideas, compuestas unas veces con las delicias del cielo, otras con el miedo de los infiernos; pero siempre con materia más propia de lo onírico.

Sueños pues, de grandeza cuando carecen de sustento, de progreso cuando algo de base tienen. Más de una u otra forma compuestos desde la constatación evidente del multidisciplinar progreso, la forma científica, que por otro lado linda con lo pagano, de la constatación del Pecado por excelencia a saber, el de creerse capaz de jugar a Dios.

Incapaz pues una vez más de conjugar sus dos naturalezas, el Hombre dilapida por enésima vez el capital moral que no debemos olvidar no le ha sido sino prestado, para acabar cediendo a la enésima manifestación del catalizador que le mantiene esclavizado al vincularle de manera perentoria para con su gran deuda, el afán de poder sustentado en la acaparación de riquezas.

Muere así una vez más, quién sabe si afortunadamente para esta generación por última vez, la que por otro lado había surgido como enésima manifestación del eterno posible que subyace a todo potencial humano y que a saber se empeña en mantener ocultos los secretos e ingredientes de la fórmula que al menos en apariencia está destinada a hacernos libres.

Pero a nosotros solo nos está permitido constatar que ni hoy, ni seguramente mañana, la tan ansiada Libertad haya de materializarse ante nosotros.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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