miércoles, 8 de julio de 2015

DE NUEVO LA MEDIOCRIDAD, SI NO COMO CAUSA DEL DESASTRE, SÍ COMO MUESTRA DE LA INCAPACIDAD PARA HALLAR UNA SOLUCIÓN.

“Los aliados de Esparta, de modo especial los tebanos, pidieron que la ciudad fuera arrasada, los hombres exterminados, y el resto de la población vendida como esclavos, pero los espartanos una vez más dieron prueba de prudencia. Dijeron que no se podía tratar así a una ciudad que había hecho unos méritos inmensos en la defensa de la libertad de todos los griegos, y que se limitarían a volverla inofensiva para siempre. Fueron, pues, comunicadas las condiciones de la rendición: El derribo de las murallas y de las Largas Murallas, la entrega de toda la flota superviviente con excepción de doce naves, la aceptación de una defensa espartana en la Acrópolis, y la entrada en la liga peloponésica en una posición de subordinación.”

El texto, en contra de lo que pueda parecer, no tiene relación alguna con la actualidad, si bien parece directamente extractado de cualquiera de las columnas de desopinión con las que desde hace varios días el engendro híbrido en el que amenaza convertirse el nuevo binomio conformado por El Diario El País (arrojado en una franca carrera nihilista) y El Diario El Mundo (empecinado en una no menos loca carrera dirigida hacia ¿…quién demonios sabe hacia dónde se dirige El Diario El Mundo)? dan sobradas muestras de lo intoxicados que nos necesitan a los ciudadanos de cara a lograr hacer creíbles muchas de las barbaridades que sobre Grecia y por supuesto sobre su muestra de coraje en forma de referéndum, llevan más de una semana ¿publicando?

El texto corresponde a un extracto de las consideraciones desde las que Lisandro describe la que será la definitiva victoria de Esparta sobre Atenas. Hecho que acontece más o menos a finales del Siglo V antes de cristo, y que tiene su origen, como tantas y tantas y tantas veces en al desmedida ambición de un hombre, en este caso Nocio el cual, incapaz de medir la repercusión de sus actos (tanto si éstos hubieran tenido éxito, como de haber fracasado, tal y como fue); terminan por promover el derrocamiento final de Atenas.

Hecha esta “pequeña salvedad” en el pasaje están, o al menos se denota el “efecto que su pretérita presencia ha dejado”, de todos y cada uno de los elementos que los siempre mal llamados “tratados de paz” han contenidos. Elementos a menudo aparentemente destinados no tanto a promover la paz, cuando sí más bien a convertir a los enfrentados en una suerte de bomba de relojería, destinados pues a volver a enfrentarse por no haber logrado si no, aplazar la resolución de su conflicto.

Planteamos así, aunque de manera hemos de reconocer un tanto rebuscada, los motivos que llevan a la redacción de estas líneas, los cuales no pasan bien es cierto más que por la necesidad de constatar la certeza defendida por el que un día más asume la redacción de la presente desde la absoluta convicción de que Europa cuando no el mundo no estarán en disposición de arreglar sus problemas en tanto, entre otras cosas, no tengan el valor suficiente para, en este caso, reconocer a los protagonistas de la desazón…
Derribar la Muralla Larga. Entregar toda la flota salvo doce naves. ¡Incluso permitir la ingerencia en política interior que subyace tras la demanda de la defensa conjunta de la Acrópolis! Lo dicho, con unos pocos retoques seguro que pasaba y bien podría haber sustituido al inexistente documento que ayer esperaba la Troika.

Lo cierto es que no hemos descubierto nada. De hecho Europa está literalmente forrada de documentos como éste, símbolo por otro lado de guerras por fraticidas no menos estúpidas.

¿El Conflicto del 14? ¿La Segunda Guerra Mundial? Sin desmerecer un ápice los respectivos considerandos que a tenor pueden convertir a tales en dignos representantes de la consideración; lo cierto es que yo me refiero al estado en el que se halla Europa en 871.
Con un Imperio Alemán emergente, que por ser más concienzudos debe su auge al paulatino detrimento en el que hemos sumido al Imperio Austrohúngaro, lo cierto es que solo la capacidad de Bismarck no tanto para evitar la guerra, como sí más bien para postergarla, fue lo que mantuvo la por otro lado ilusoria convicción de que una Europa en paz eran tan posible como por otro lado deseable.

Pero más allá de lo que se ve, de nuevo lo que se echa de menos es la presencia de una serie de capacidades, de aptitudes si se prefiere cuya presencia, además de requeribles, de demuestran hoy, pasados casi ciento cincuenta años, como los elementos vitalmente responsables no tanto de que la paz perdurase, como sí más bien de que la guerra no lograse encontrar un resquicio a través del cual colar sus argucias.

Es así que por primera vez más de considerar, afirmamos, que lo que hizo posible retrasar la Guerra hasta 1914 no fue sino la especial capacidad de un Bismarck cuya general grandilocuencia dio paso en esta ocasión a toda una lección de conocimiento estratégico.

Porque fue Bismarck, y nadie más que Bismarck, quien logró llevar a Europa del enajenante por generalizado sentimiento de que la guerra era imparable, a la por otro lado acuciante convicción de que la paz no solo era posible, sino que la constatación de un largo periodo de paz convendría a todo el mundo.

Llegamos pues a lo más emocionante. ¿Cómo lo consiguió? Fácil, desterrando de todo proceder alemán la percepción de que el resto de países eran inferiores, o carecían de los mismos derechos que la propia Alemania.

Resulta sorprendente ¿verdad? Sobre todo hoy cuando lo que con más fuerza se remarca es no ya la evidente falta de altura de miras de la mayoría de nuestros políticos.

Decía hoy un Portavoz del Gobierno de España que: “Los Gobiernos surgen de la voluntad manifiesta del Pueblo expresada mediante el voto; hecho éste por el cual son merecedores de todos y cada uno de ellos.” ¿De verdad nos los merecemos…todos, todos?


Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

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