Una vez superados los límites de lo comprensible, esos que
solo se consideran una vez que vemos a la realidad dejar remotamente atrás a
una ficción que ni en nuestras peores
pesadillas llegamos a considerar, es cuando de verdad comenzamos a ser
conscientes de que a lo sumo los actos de
fe podrán llevarnos algún día a intuir (pues entenderlo es ya del todo una
misión imposible), la magnitud de los hechos que hoy forman parte inescrutable
de nuestro día a día.
Actos magníficos en todo caso si atendemos exclusivamente al
grado de impacto que sobre la estructura de toda la sociedad llevan a cabo; y
que solo una vez hemos dejado atrás el reino
de lo objetivo para introducirnos en el siempre desasosegante reino de la opinión, podemos afirmar
hallarnos en el momento y en el instante
adecuados si no para comprender la magnificencia
cuantitativa de los mismos, sí por supuesto para hacernos una idea siquiera
mínimamente acertada en lo concerniente a la consideración del coste que en lo concerniente a la valía del Ser Humano
los actuales acontecimientos llegarán a suponer.
Decía SCHUBERT que “Si
Dios me hubiese querido objetivo, como objeto habría sido considerado. Si como
sujeto nací, se trata sin duda a la voluntad divina de apreciar en mí la
capacidad subjetiva.” Sea como fuere, lo cierto es que no hace falta
interpelar al compositor al menos en lo concerniente a la valía cuantitativa de
los hechos que hoy muestran la gravedad del instante que nos ha tocado vivir, sino
que más bien acude a nosotros la exposición tan sugerente que casi sin querer el mencionado nos ofrece
a la hora de manifestar la diferencia entre precio
y valor.
Responde el precio de
las cosas a una estimación netamente
cuantitativa. Sujeta por ende a un dato, el precio se fija, varía y se somete
a las consideraciones de una realidad aristotélica (por ende cambiante),
sometida en todo momento a disposiciones tácitas es decir, de recorrido
transicional y a la sazón contingente.
Es por ende el valor
de las cosas, algo en sí mismo
eficaz. Como tal, no se sujeta a nada pues en el mismo radica la
consideración de estima, revelándose pues como ente con valor necesario, y de cuya interpretación netamente dogmática habrán de extraerse los paradigmas al respecto
de los cuales enfocar la cámara llamada a
proporcionarnos la perspectiva desde la que llevar a cabo la concreción de lo que llamamos “realidad”.
Delimitados pues los escenarios, y lo que es más importante
definidos los campos en los que podrán llevarse a cabo los choques destinados a
superar las controversias (siempre desde el a priori de que no es el momento actual sino otro de esos
instantes tan dados a la historia proclives a materializar en El Hombre un
proceso de avance mitificado en la aparente certeza de que solo la superación del drama conjuga la consecución del tan ansiado
progreso, es desde donde en el fondo podemos llegar a interpretar con
claridad la certeza de que un peligro ingente y desconocido por hallarse
conformado a partir de variables hasta ahora desconocidas se erige no solo en
obstáculo sino en potencial destructor de todo cuando hemos creído conocer
hasta el momento sencillamente porque pone de manifiesto la debilidad de unas
estructuras que si bien estaban llamadas a soportar el peso de todo cuanto
conocíamos, el mero esfuerzo que la comprensión de tal concepto supone ya ha de
ponernos sobre aviso de la magnitud de los hechos de los que estamos hablando.
Sin entrar en demasiados detalles, y aplacado el carácter de
toda consideración al respecto sin que se haga necesaria valoración alguna en
relación a los detalles técnicos, la abstracción que el concepto humanista nos regala sirve por sí sola para darnos una
idea de lo magnífico de unos valores que
ya tan solo por aproximación, son inequívocamente soberbios.
Así, el dilema aparece claro ante nosotros: O como en el
milagro que volar supone, y en el que las aves nos llevan distancia en lo
concerniente a la evolución; hemos
adelgazado el peso de las estructuras destinadas a soportar a modo de
andamiaje el peso de la llamada nuestra realidad; o el peso precisamente
de eso, lo llamado a componer nuestra realidad, no era tan ingente como nuestra
falta de humildad una vez más nos llevó a pensar.
Detengámonos pues por un instante en el recorrido que tamaña
afirmación puede llegar a tener. En contra de lo que pueda parecer, el hecho de
que la estructura que soporta la
interpretación que como sociedad hacemos de la realidad se mantenga firme
no hace sino poner de manifiesto lo
liviano de los materiales con los que la misma ha sido elaborada.
Retomando la metáfora antes esgrimida, la solidez y por ende
el peso de la construcción llamada
sociedad está directamente vinculado al rigor de los componentes llamados
en última instancia a materializar su conformación. En pocas palabras, la
contingencia campa por sus designios allí donde siempre dimos por hecho que no
era sino el rigor de la necesidad lo que
hacía presagiar milenios de éxito y perseverancia a estructuras llamadas a eso, a perseverar.
Se pone así pues de manifiesto el drama en toda su
extensión. Una extensión que nos lleva a superar el mundo de lo inteligible
(antaño lo llamado a ser conceptualizado), para acabar nadando en las
procelosas aguas de lo procedimental.
Abandonada toda esperanza de encontrar en la actual realidad
un atisbo de necesidad vinculada tal vez a la existencia de realidades dotadas
de valor inherente esto es,
realidades destinadas a conformar de nuevo un catálogo axiológico de realidades
destinadas a erigirse en nuevos valores; la
actual sociedad se ha abandonado a la contingencia pura, descrita ésta en lo
exasperante de tener que elevar al
procedimiento al rango de Ley; escenificando el drama en la metáfora
protagonizada por el que, hallándose en los estados iniciales del protocolo
destinado a aprender a montar en bicicleta, liga su supervivencia a su
capacidad para mantener en la inercia propia del movimiento sostenido la
certeza de un equilibrio cuyos fundamentos (en este caso físicos), se le
escapan.
La realidad, contumaz o si se prefiere, tozuda nos regala
hoy por hoy ejemplos varios a cada cual más llamativo de todo lo que hoy osamos
abarcar.
En Cataluña, la decidida apuesta por un sinsentido llamado a
arrastrar consigo a propios y a extraños se erige en definición perfecta del
corolario llamado a integrar lo
procedimental en el seno de lo que antaño estaba reservado a la abstracción
en tanto que solo de ésta cabía la posibilidad de extraerse algo conceptualmente valioso.
Así, la ciénaga llamada a contener la reproducción de todo
lo considerado estrictamente cuantitativo se ha extendido hasta el punto de
superar los espacios a efectos delimitados. En Centro Conceptual de las
ciudades comparte hoy terreno y procederes con los arrabales, actuando la
ciénaga de nexo. A falta de un motivo para sobrevivir, solo el no dejar de
nadar se muestra como la única salvación, pues no se halla la muerte
exclusivamente vinculada a la imposibilidad de mantener la cabeza fuera del
fango pues como la realidad demuestra, ya hay muchos que están muertos, pero la
inercia les incapacita para darse cuenta.
Es por ello que ahora como pocas veces en al menos los
últimos dos siglos, detenerse materializa la acción más responsable que como
artífices de nuestra realidad podemos regalarnos. Solo en la ausencia de ruido
que preconiza el silencio de la nada, podremos en definitiva ser conscientes de
que esta locura en la que a todas luces nos hallamos embarcados tiene que llegar a su fin.
No será fácil, no será barato, y muchos serán los daños colaterales.
Pero lo único de lo que a estas alturas podemos estar seguros es de que si
perseveramos en el error en el que lacónicamente nos encontramos inmersos, nos
aproximamos cada vez con mayor velocidad a una suerte de destino en el que ya
nada será contingente, y en el que una vez alcanzado de poca utilidad nos será
nada de cuanto actualmente conforma no ya nuestra realidad, sino la
interpretación que de la misma hacemos y que al menos hasta hoy, se ha mostrado
como útil.
Una vez más
responsabilidad. Hemos fracasado en lo concerniente a saber quiénes somos.
Respecto a de dónde venimos resulta imposible ponernos de acuerdo. Seamos
cuando menos capaces de entender el peligro inherente a no asumir la
importancia de concentrarnos en saber a dónde vamos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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