miércoles, 8 de marzo de 2017

DE NUEVO, UNA SIMPLE CUESTIÓN DE RESPONSABILIDAD.

Una vez superados los límites de lo comprensible, esos que solo se consideran una vez que vemos a la realidad dejar remotamente atrás a una  ficción que ni en nuestras peores pesadillas llegamos a considerar, es cuando de verdad comenzamos a ser conscientes de que a lo sumo los actos de fe podrán llevarnos algún día a intuir (pues entenderlo es ya del todo una misión imposible), la magnitud de los hechos que hoy forman parte inescrutable de nuestro día a día.

Actos magníficos en todo caso si atendemos exclusivamente al grado de impacto que sobre la estructura de toda la sociedad llevan a cabo; y que solo una vez hemos dejado atrás el reino de lo objetivo para introducirnos en el siempre desasosegante reino de la opinión, podemos afirmar hallarnos en el momento  y en el instante adecuados si no para comprender la magnificencia cuantitativa de los mismos, sí por supuesto para hacernos una idea siquiera mínimamente acertada en lo concerniente a la consideración del coste que en lo concerniente a la valía del Ser Humano los actuales acontecimientos llegarán a suponer.

Decía SCHUBERT que “Si Dios me hubiese querido objetivo, como objeto habría sido considerado. Si como sujeto nací, se trata sin duda a la voluntad divina de apreciar en mí la capacidad subjetiva.” Sea como fuere, lo cierto es que no hace falta interpelar al compositor al menos en lo concerniente a la valía cuantitativa de los hechos que hoy muestran la gravedad del instante que nos ha tocado vivir, sino que más bien acude a nosotros la exposición tan sugerente que casi sin querer el mencionado nos ofrece a la hora de manifestar la diferencia entre precio y valor.
Responde el precio de las cosas  a una estimación netamente cuantitativa. Sujeta por ende a un dato, el precio se fija, varía y se somete a  las consideraciones de una realidad aristotélica (por ende cambiante), sometida en todo momento a disposiciones tácitas es decir, de recorrido transicional y a la sazón contingente.
Es por ende el valor de las cosas, algo en sí mismo eficaz. Como tal, no se sujeta a nada pues en el mismo radica la consideración de estima, revelándose pues como ente con valor necesario, y de cuya interpretación netamente dogmática habrán de extraerse los paradigmas al respecto de los cuales enfocar la cámara llamada a proporcionarnos la perspectiva desde la que llevar a cabo la concreción de lo que llamamos “realidad”.

Delimitados pues los escenarios, y lo que es más importante definidos los campos en los que podrán llevarse a cabo los choques destinados a superar las controversias (siempre desde el a priori de que no es el momento actual sino otro de esos instantes tan dados a la historia proclives a materializar en El Hombre un proceso de avance mitificado en la aparente certeza de que solo la superación del drama conjuga la consecución del tan ansiado progreso, es desde donde en el fondo podemos llegar a interpretar con claridad la certeza de que un peligro ingente y desconocido por hallarse conformado a partir de variables hasta ahora desconocidas se erige no solo en obstáculo sino en potencial destructor de todo cuando hemos creído conocer hasta el momento sencillamente porque pone de manifiesto la debilidad de unas estructuras que si bien estaban llamadas a soportar el peso de todo cuanto conocíamos, el mero esfuerzo que la comprensión de tal concepto supone ya ha de ponernos sobre aviso de la magnitud de los hechos de los que estamos hablando.

Sin entrar en demasiados detalles, y aplacado el carácter de toda consideración al respecto sin que se haga necesaria valoración alguna en relación a los detalles técnicos, la abstracción que el concepto humanista nos regala sirve por sí sola para darnos una idea de lo magnífico de unos valores que ya tan solo por aproximación, son inequívocamente soberbios.

Así, el dilema aparece claro ante nosotros: O como en el milagro que volar supone, y en el que las aves nos llevan distancia en lo concerniente a la evolución; hemos adelgazado el peso de las estructuras destinadas a soportar a modo de andamiaje  el peso de la llamada nuestra realidad; o el peso precisamente de eso, lo llamado a componer nuestra realidad, no era tan ingente como nuestra falta de humildad una vez más nos llevó a pensar.

Detengámonos pues por un instante en el recorrido que tamaña afirmación puede llegar a tener. En contra de lo que pueda parecer, el hecho de que la estructura que soporta la interpretación que como sociedad hacemos de la realidad se mantenga firme no hace sino poner de manifiesto lo liviano de los materiales con los que la misma ha sido elaborada.
Retomando la metáfora antes esgrimida, la solidez y por ende el peso de la construcción llamada sociedad está directamente vinculado al rigor de los componentes llamados en última instancia a materializar su conformación. En pocas palabras, la contingencia campa por sus designios allí donde siempre dimos por hecho que no era sino el rigor de la necesidad lo que hacía presagiar milenios de éxito y perseverancia  a estructuras llamadas a eso, a perseverar.

Se pone así pues de manifiesto el drama en toda su extensión. Una extensión que nos lleva a superar el mundo de lo inteligible (antaño lo llamado a ser conceptualizado), para acabar nadando en las procelosas aguas de lo procedimental.
Abandonada toda esperanza de encontrar en la actual realidad un atisbo de necesidad vinculada tal vez a la existencia de realidades dotadas de valor inherente esto es, realidades destinadas a conformar de nuevo un catálogo axiológico de realidades destinadas a erigirse en nuevos valores; la actual sociedad se ha abandonado a la contingencia pura, descrita ésta en lo exasperante de tener que elevar al procedimiento al rango de Ley; escenificando el drama en la metáfora protagonizada por el que, hallándose en los estados iniciales del protocolo destinado a aprender a montar en bicicleta, liga su supervivencia a su capacidad para mantener en la inercia propia del movimiento sostenido la certeza de un equilibrio cuyos fundamentos (en este caso físicos), se le escapan.

La realidad, contumaz o si se prefiere, tozuda nos regala hoy por hoy ejemplos varios a cada cual más llamativo de todo lo que hoy osamos abarcar.

En Cataluña, la decidida apuesta por un sinsentido llamado a arrastrar consigo a propios y a extraños se erige en definición perfecta del corolario llamado a integrar lo procedimental en el seno de lo que antaño estaba reservado a la abstracción en tanto que solo de ésta cabía la posibilidad de extraerse algo conceptualmente valioso.
Así, la ciénaga llamada a contener la reproducción de todo lo considerado estrictamente cuantitativo se ha extendido hasta el punto de superar los espacios a efectos delimitados. En Centro Conceptual de las ciudades comparte hoy terreno y procederes con los arrabales, actuando la ciénaga de nexo. A falta de un motivo para sobrevivir, solo el no dejar de nadar se muestra como la única salvación, pues no se halla la muerte exclusivamente vinculada a la imposibilidad de mantener la cabeza fuera del fango pues como la realidad demuestra, ya hay muchos que están muertos, pero la inercia les incapacita para darse cuenta.

Es por ello que ahora como pocas veces en al menos los últimos dos siglos, detenerse materializa la acción más responsable que como artífices de nuestra realidad podemos regalarnos. Solo en la ausencia de ruido que preconiza el silencio de la nada, podremos en definitiva ser conscientes de que esta locura en la que a todas luces nos hallamos embarcados tiene que llegar a su fin.
No será fácil, no será barato, y muchos serán los daños colaterales. Pero lo único de lo que a estas alturas podemos estar seguros es de que si perseveramos en el error en el que lacónicamente nos encontramos inmersos, nos aproximamos cada vez con mayor velocidad a una suerte de destino en el que ya nada será contingente, y en el que una vez alcanzado de poca utilidad nos será nada de cuanto actualmente conforma no ya nuestra realidad, sino la interpretación que de la misma hacemos y que al menos hasta hoy, se ha mostrado como útil.

Una vez  más responsabilidad. Hemos fracasado en lo concerniente a saber quiénes somos. Respecto a de dónde venimos resulta imposible ponernos de acuerdo. Seamos cuando menos capaces de entender el peligro inherente a no asumir la importancia de concentrarnos en saber a dónde vamos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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