Y con todo, o por ser más exactos, a pesar de todo, lo más
lamentable pasa por asumir que lo verdaderamente dañino se encuentra en el
hecho de constatar que lo que faltó fue valentía para preguntar. Porque no hay
respuesta mal dicha, a lo sumo mal interpretada.
En la paradoja de vivir en un momento obligado a conmemorar
el aniversario redondo de la firma
del acuerdo que tal vez con más fuerza haya inspirado el actual estado de las cosas; y la acción que en presente continuo bien pueda formar parte en los
libros llamados a editarse en un futuro no muy lejano el instante en el que dio comienzo el principio del fin; más
que llorar por las consecuencias reales devengadas de un pasado que en realidad
no entendemos, o lamentarnos a priori por
las de un acto cuya realidad aún se nos escapa en tanto que forma parte de un futuro comprometido pero no por ello
netamente integrable en los cánones llamados a ser computables como parte de
“lo que está por llegar”, lo único cierto, además de constatar que ya nada
se hace como se hacía antes (en especial el plañir), pasa por asumir que de
nuevo nos disponemos a cometer el error que llevamos varias centurias
cometiendo a saber, el que pasa por asumir que el análisis de la resultante de
un compendio de realidades (en definitiva de la realidad asumida como
compleja), tiene el menor viso de prosperar sin tener en consideración el
aporte de la variable destinada a computar el más alto bagaje de complejidad
para el que está capacitado el sistema; a saber, la del el Ser Humano.
No en vano, cuando nos disponemos a juzgar o tan siquiera a
compendiar el que en principio está destinado a erigirse en acervo de lo que en
general denominaremos Proyecto Europeo
Moderno; lo hacemos desde una óptica en la que las aportaciones promovidas
por los ciudadanos, en última
instancia los llamados a erigirse para bien o para mal de todo el proceso, son
desechadas ¡afirmando curiosamente que añaden excesiva complejidad al sistema!
Desposeídos así no tanto de la componente subjetiva, que sí
poseedores de una realidad
insospechadamente inútil toda vez que a la misma se ha privado de su
componente conceptualmente imprescindible, podemos llegar a afirmar, y a la
visa de la lectura de resultados así lo hacemos, que el actual desquiciamiento existente en el seno de la Unión Europea versa
su origen de manera casi exclusiva en el alienante esfuerzo que muchas
entidades, algunas fácilmente identificables, otras no tanto, han llevado a
cabo en pos de lograr el colapso del ente resultante. Para ello, la única
manera posible pasa de manera inexorable no tanto por debilitar el prestigio de
la propia institución, como si más bien por deteriorar los enlaces que entre la propia Unión y los
entes sociales sobre los que en principio dirige sus esfuerzos, se establecen.
De esta manera, una vez que los lazos se han debilitado, prueba de lo cual
encontramos cuando, por ejemplo, los ciudadanos comienzan a ser incapaces de
citar con un mínimo de convicción las causas (otrora evidentes) por las que el logro de objetivos comunes es más fácil y
satisfactorio cuando se persiguen en grupo; podemos afirmar, acaso sin el
menor género de dudas, que la acción no solo ha comenzado, sino que está
teniendo verdadero éxito.
Así y solo así, aunque suene rocambolesco, puede no solo
entenderse, sino incluso adquirir cierto
grado de lógica, el razonamiento por el cual logros como el llamado a
cifrarse en el periodo más largo de paz en el que los europeos hemos vivido,
terminen por atribuirse a la conclusión de una serie de variables muchas de las
cuales nos son del todo desconocidas, cuando no a la acción sui géneris de una suerte de ente cuyo
extraño poder se basa, precisamente, en su capacidad para no ser compendiado.
Sin embargo, a pesar de la acción de unos pocos, y no en
menor medida por la falta de acción de muchos; aquí estamos hoy, tratando de
entender qué tiene más poder, o qué merece ser conmemorado con más fuerza: la
mención de un pasado honesto integrado en el 60 aniversario de los Tratados de
Roma, o la certeza de un presente que ha llevado a un país miembro a considerar que su futuro es más prometedor (o puede
prometerse de manera más sencilla), no solo fuera sino inequívocamente
enfrentado al resto de miembros de la Unión Europea.
Y todo, porque lo crean o no, los llamados a obrar en última
instancia como portadores del requerimiento atribuido desde la mayoría no solo
no han obrado en tal dirección, sino que de manera aún más gravosa para con los
intereses de sus ciudadanos no solo no han trasmitido la orden que se les dio
para capitanear este barco, sino que han programado el piloto automático con una serie de órdenes que de manera
inconmensurable conducen el barco hacia una inexorable destrucción.
Así y solo así podemos entender que como en el caso de Reino
Unido, la misma población que ha sido llamada
a consultas en pos de una decisión, en este caso a la postre la llamada a
erigirse en catalizador que no en causa del Brexit
(pues éstas hay que buscarlas en océanos más profundos); no dude en
manifestarse instantes después de conocer
el resultado pidiendo repetir el referéndum, pues es como si hubieran
votado con el corazón (y a menudo lo que éste apunta difiere bastante de lo que
otras variables, apuntaladas por ejemplo en el bolsillo, declaran).
Sea como fuere, viéndolo todo desde una perspectiva
integral, llamada a definir de manera conjunta no solo el tiempo y el espacio,
sino especialmente las consecuencias en las que acaban por traducirse los actos
que integrados en los anteriores tienen lugar; lo cierto es que el momento
actual nos desborda no tanto por la incapacidad para encontrar respuestas, como
sí más bien por la imposibilidad manifiesta de ubicar en presente las
respuestas que bien por hallarse en el pasado, bien por ser propias de un
futuro subjuntivo, no hay manera de especificar.
Mientras, el tiempo se reformula en su condición de
consecuencias, y el miedo se erige en el nuevo segundo al mando.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario