“Se atrevió también la regia virgen, ignorante de a quién
verdaderamente montaba, en la espalda del toro a sentarse. Cuando el dios de la
tierra, y del seco litoral, insensible, lo primero pone en las plantas, en el
litoral, y por las superficies, en mitad del ponto se lleva su botín.”
Así se expresaba Ovidio,
cuando se refería al capítulo mitológico según el cual la joven Europa , es
raptada por Zeus quien, adoptando la forma de toro blanco logra despistar a la
guardia establecida para su protección, instalada por su padre el Rey de Io;
para finalmente acabar cruzando el mar con ella sobre su lomo, hasta Creta.
Allí, debajo de un platanero consumará su rapto, y finalmente Europa acabará
convirtiéndose en la
Primera Reina de Creta.
Una vez más, muchos años después, dejándonos como entonces
en la cara el color agridulce de la frustración, y sin poder alegar como en
aquellos tiempos la hermosa retórica de la mitología, de nuevo es a partir de
Grecia donde se gesta la mayor de las tragedias, en este caso la Gran Tragedia de
Europa.
Y de Ovidio, a Homero: “Temo
a los griegos incluso cuando traen regalos.” Regalo envenenado, de eso ya
no cabe duda, el que el último hasta la fecha de los Papandréu en el poder, le ha hecho a esta Vieja Europa. Una Europa qué, por primera vez probablemente desde
el Tratado de Versalles, el de 1918,
no había vuelto a sentirse tan debilitada. Y lo malo es que, una vez más, como
sucede en la mayoría de ocasiones, el ataque, bien motivado, o fruto en muchos
casos de la mera incompetencia conceptual de aquellos que rigen nuestros
designios, se produce desde dentro. Citando por proximidad las Teorías de Rousseau, El Hombre ha de buscar
en la cesión de sus privilegios y autoridad en manos de un bien común, la
consecución de sus pretensiones humanas.
Cuando Aquiles fue
llamado por el Rey Agamenón en pos de cumplir con su sagrada misión, esa que para el Rey consistía en ponerse a su
servicio, si bien para la Historia quedará reflejada como el primer intento serio
de unificar los por entonces diversos pueblos
de la tradición griega; éste acudió a su madre. -¿He de ir madre. Sin duda
se me reclama para la Guerra? – Tan sólo a ti concierne la respuesta. Quédate ,
y sin duda vivirás muchos años. Tendrás hijos, y con su muerte morirá tu
recuerdo. Si por el contrario decides acudir a la llamada, puede que no
regreses, pero de lo que entonces no cabrá duda es que todos conocerán tus
hazañas. Tu recuerdo permanecerá para siempre en la memoria. Dentro de
miles de años, tu nombre seguirá infundiendo temor en el corazón de tus
enemigos.
Salvando las distancias
obvias, he ahí la única excusa realmente válida a la que hoy por hoy, podemos
acogernos de cara a no maldecir los tiempos en los que vivimos. Venimos de
vivir, sin ser conscientes de ello, una etapa maravillosa. El vino rebosaba la
capacidad de todas nuestras ánforas. La comida era no la necesaria para
satisfacer nuestra hambre, sino que día tras día nos dejaba ahítos. Y no era ya
que nuestras demandas fueran del todos cubiertas. Es que, abiertamente,
teníamos días en los que ni tan siquiera nos sentíamos con fuerza para seguir
deseando.
Y entonces, llegó ella.
Como suele ocurrir en todos los casos, pocos fueron los que la oyeron
aproximarse. Como en el peor de los casos, la sensación de seguridad se había
convertido en nuestro peor enemigo. Convencidos de nuestra supremacía, incluso
habíamos retirado a los vigías de sus puestos, contraviniendo con ello los
principios elementales del comportamiento básico.
Así, hace cinco años,
pocos fueron los capaces de atisbar por encima del velo de fragancia que todo
lo cubría. Y las palabras de esos pocos fueron rápidamente silenciadas por el
clamor de los enviados de Baco los
cuales, presos de su conducta, arrojaron los excrementos de su miseria moral
sobre aquéllos que todavía tuvieron fuerza, ¿o tal vez se trataba de
responsabilidad? De usar el ágora como
lugar en el que hacer pública su denuncia.
Hoy, la sangre de todos
nosotros no cubre ya sólo el ágora, sino
que corre ágil por todas las calles de Europa. Y me atrevo a decir que ni
toda ella será suficiente para saciar el hambre de las nuevas arpías que claman hoy, ocultas bajo otros
ropajes, pero igual de sedientas, su tributo de almas.
A pesar de todo, es más
que posible que sea precisamente semejante emoción, la que convierta en tan
deseables por otro lado a la época que nos ha tocado vivir. No se trata,
evidentemente, de clamar en pos del nuevo héroe dispuesto a guiarnos en la nueva Odisea. Se
trata más bien de canalizar las fuerzas de todos, en pos de crear, o más bien
de reconstruir, el espíritu común que hace ya algunas décadas, iluminó el
camino hacia la verdadera Idea de Europa.
Europa es mucho más que
un proyecto económico. Una vez
superado aquél Benelux. Una vez que El Mercado Común es tan sólo una más de
las múltiples herramientas de las que ha habido que hacer uso para llegar hasta
aquí, lo que está claro es que la Unión Europea , a pesar de nacer en Maastricht, un
tratado que a nadie se le escapa bebe en consignas eminentemente económicas; no
es menos cierto que categóricamente supuso igualmente la proyección hacia
delante del verdadero proyecto europeo,
aquél que traerá consigo la Europa de los Pueblos.
Cierto es que hablar de
esto puede sonar raro. Y más si cabe hacerlo en los tiempos específicos en los
que nos encontramos inmersos. No se trata de hacer resurgir el Tiempo de los
Héroes Mitológicos. Se trata más bien, por el contrario, de hacer nuestro, de
apropiarnos, en el mejor de los sentidos, del espíritu que impregna el
significado de la
palabra Crisis , que en griego no significa sino
CRECIMIENTO.
Atrevámonos a crecer.
Superemos incluso las limitaciones que el propio término tiene impuestas, y
crezcamos. Superemos los miedos, desmitifiquemos las creencias, saltemos por
encima de los Mitos, y desnudemos las certezas.
Superemos nuestra época.
Abandonemos el miedo que nos lleva a asirnos al presente con la fuerza propia
del desesperado, y abramos nuestro espíritu a la convicción de que otro
proyecto es no sólo posible, sino incluso exigible. Sólo en ese momento, el
espíritu de Europa habrá sido rescatado de Creta, para imperar sobre nosotros.
Luis Jonás VEGAS
VELASCO
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