jueves, 4 de septiembre de 2014

DE LA INCONGRUENCIA DE LA LÓGICA CUANDO SE USA PARA JUSTIFICAR EL PATERNALISMO.


Cansado como en muchas otras ocasiones de la realidad en la que me debato, me sumerjo en la búsqueda, disimulada en la constatación efusiva de que el pasado que recuerdo no fue solo un sueño, convencido de que indagar en las viejas cajas rotuladas con la etiqueta de trastos, pueda proporcionarme la tan ansiada prueba de que aquel viejo sueño, aquel extraño recuerdo cuya certeza inconexa escapa a de mí en el último momento, forman en realidad parte de algo más sólido que una ilusión probablemente construida a partir de frustraciones.

Indago, rebusco, analizo. Y cuando estoy a punto de dar por finalizada la penosa acción, cuando empiezo a dar por hecho que una vez más la mera sensación de haber perdido el tiempo será todo cuanto obtenga de una tarde escabrosa, es cuando me doy de bruces con una Enciclopedia. “Historia del Socialismo” reza en su lomo.

Una enciclopedia que permanece, extrañamente, precintada.

Dos son los motivos que llevan a alguien a escribir un libro como este a saber, la necesidad de explicar algo nuevo, en cuyo caso la mera condición de originalidad nos llevaría a celebrar su existencia; o la necesidad de recordar a esa misma sociedad la existencia de cierto tipo de conocimientos, realidades o el peor de los casos, tradiciones, que en opinión del autor bien pudieran haber sido olvidadas, obviadas, o incluso traicionadas.

Desde semejante perspectiva, y asumiendo pues que el condicionante histórico que sin duda reverbera en el concepto general nos lleva a priori a decantarnos por el contenido basado en el recuerdo, una pregunta lapidaria toma forma en nuestra mente: ¿Qué suerte de traición ha llevado al autor a pensar que se hacía necesaria, incluso imprescindible, una reedición de la naturaleza de la hoy traída a colación?

Lejos de considerar tan siquiera la posibilidad de poner de manifiesto ni uno solo de los principios que sustentan al Socialismo; y por ende lejos de hacerlo con ni una sola de cuantas ideologías o concepciones de las que vienen a convergen en la construcción del mundo hoy por hoy hacemos; lo cierto es que sí al contrario me veo en la necesidad perentoria de poner a contraluz el efecto que el paso del tiempo ha tenido sobre alguno de esos conceptos, atañendo con ello a los efectos que sus cambios han supuesto para con la nueva realidad.

Partiendo de la conocida máxima según la cual no podemos esperar que el mero paso del tiempo evolucione el progreso, es como casi queda respondida una de las cuestiones que arriba se volvían como casi imprescindibles, y a la sazón inabordables.
Antes de que la presente pueda parecer degenere en una mera constatación del efecto que viejas cuestiones han traído para con el hoy, para con el presente, lo cierto es que la mera constatación de que muchas de las realidades que constituyen nuestro presente, hunden sus raíces en el pasado, debería ser lo suficientemente ilustrativo para conformar en nosotros la certeza de que muy probablemente, lo que nosotros llamamos progreso, y sobre lo que en definitiva construimos nuestra ilusión de realidad, no es sino una construcción hueca.

¿Por qué? Sencillamente porque ese amago de construcción, ese ejercicio fallido, carece del componente humano por excelencia. El que viene promocionado por la responsabilidad.

Una Sociedad informada no tiene que ser necesariamente una Sociedad formada. Nos topamos ahora con otro de los grandes iconos de lo que bien pudiera ser el arquetipo que responde a muchas de las cuestiones actuales.
Así como los malentendidos se erigen a menudo en la razón que en el campo de lo individual dan paso a grandes desastres; así es como en el campo de lo social la aceptación de cuestiones como ésta, que dan lugar a paradigmas que nadie se ha molestado en contrastar, originan procedimientos encaminados a llevar a una sociedad a una forma de desastre.

De esta manera, el dar por hecho nos enfrenta a escenarios rocambolescos como el que podemos imaginar a partir de la conjugación de los componentes que nos ponen frente a una sociedad que tras casi cuarenta años de algo denominado Transición, se da de bruces con la dura realidad que supone comprobar cómo la orgía de satisfacción permanentemente orgásmica en la que se halla sumida desde 1978 se traduce hoy en la constatación palmaria de la definitiva pérdida a efectos políticos de una generación que se encuentra hoy del todo incapacitada para luchar en pos de unos derechos que le han sido dados, toda vez que no conoce las obligaciones cuya aceptación le ha sido en muchos casos, impuesta.

Para los que no se encuentren muy despiertos, o sencillamente no se hagan una idea, me refiero a esa generación que recientemente grita en manifestaciones, o te explica razonadamente si le das un instante para explicarse, que ellos no votaron esta Constitución. Y si después de escuchar con atención tienes la valentía de ser tú mismo quien te dedicas unos minutos en pos de analizar lo que semejante afirmación lleva implícita, llegarás sencillamente a una serie de constataciones que frugalmente pueden quedar resumidas en una afirmación que, sea cual sea su forma, puede formar parte de un ideario que gira en torno a la asunción de que ninguna opción ideológica sea a priori buena o mala, puede ser en realidad tenida como propia cuando en la base resulta ser el resultado de una imposición. Por muy buena, práctica y si se me apura, rentable, que la misma haya sido.

Componiendo poco a poco el cesto que de tales mimbres podemos ir urdiendo, lo cierto es que no hace falta ser ni tan siquiera ágil para comprender que las atribuciones ideológicas que algunos pueden estar llevando a cabo en forma de aparente imposición. Que las aparentes contradicciones en las que muchos pueden a priori parecer estar cayendo al emborronar con expresiones aparentemente populistas cuestiones por otro lado perfectamente legítimas; no viene en realidad sino a poner de manifiesto la realidad de un país cuyo surrealismo es verdaderamente peligroso toda vez que sus artífices carecen del sincretismo de VALLE-INCLÁN, y por supuesto no han leído a CARROLL. Además, y para su desgracia, no pueden como por ejemplo JARDIEL PONCELA, acurrucarse en pos de un sentido del humor arquetipo de una inteligencia desbordante.

Por eso, tal vez por eso, por el recuerdo de los esperpentos, sea por lo que el actual panorama se desdibuja a partir de la comprensión de un tiempo en el que el debate ha girado alrededor de la cuestión de si la primacía se hallaba en la escenografía, o si por el contrario la misma se atesoraba en los personajes.
De una u otra manera, lo cierto es que el tiempo ha hecho caducar la obra. Y lo cierto es que ha envejecido terriblemente. Hasta el punto de que, hoy por hoy, unos y otros resultan del todo irreconocibles. De ahí la necesidad imparable de reconstruir la obra.

Casi cuarenta años han pasado, y nadie se ha dignado a dar un mal brochazo a las paredes. Pese a lo evidente de los desconchones, y siguiendo el paradigma de que el ojo del amo engorda al caballo, lo cierto es que alguien debería empezar a asumir que seguir riendo las gracias a los que afirman que el piso puede alquilarse un año más sin necesidad de correr con los inevitables gastos que una reforma lleva aparejados, constituye, hoy por hoy, un serio peligro; una imprudencia, sin duda, de la que demasiado bien parados saldremos si no tiene consecuencias más allá de las que a estas alturas hemos constatado.

Sea como fuere, lo cierto es que ahora mismo estoy buscando unas tijeras. El motivo, es bien sencillo. Soy algo torpe con las manos, lo que me lleva a tener que valerme de las mismas para quitar el precinto a esa enciclopedia de la que antes he hablado, y en la que me dispongo a indagar no tanto en busca de pócimas mágicas, o verdades absolutas. Lo cierto es que me daré por satisfecho si logro descubrir el espíritu desde el que el autor se planteó la casi mitológica tarea de recopilar el catálogo de principios que antaño llevó a algunos a estar seguros de que sin duda alguna, estaban haciendo algo grande.

A propósito, yo formo parte de la generación que ha tenido que asumir por imposición incluso sus derechos.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 27 de agosto de 2014

DE SABER QUE LA FORTUNA DE ROMA NO ESTABA EN SUS MURALLAS, SINO EN EL PLENO CONOCIMIENTO DE LO QUE SU INTERIOR ALBERGABA.

Desde la plena certeza no ya de la inseguridad del presente, sino más bien desde la plena consciencia de lo insostenible que resulta no ya esta realidad, sino incluso el presente; es desde donde considero necesario arrancar hoy este instante de reflexión, en pos no ya de alcanzar el gozo propio del que alcanza la respuesta, cuando sí más bien de continuar disfrutando la belleza que proporciona el saberse capaz de seguir planteando dudas, que a veces llegan a resulta útiles, en tanto que acaban por albergar un instante de esperanza, al convertirse en cuestiones.

Desde esa perspectiva, afrontamos un día más el que ha pasado de ser un hábito para convertirse de una vez en toda una obligación, en pos de la cual no resulta ya suficientemente escatológico el que semana tras semana me crea capacitado para dar mi opinión sobre los temas de actualidad; sino que además, en una confesa y por ende manifiesta franca ausencia de humildad, llegue a barajar seriamente la posibilidad de que a alguien le importe lo que yo opino…
Lo cierto es que, dicho sea de paso, esta última consideración me quita bastante menos el sueño.

Inmersos pues en una realidad cuyo único denominador común bien pudiera pasar por asumir como plenamente vigente la que no es sino una consideración regresiva del tiempo y de su transcurrir, lo cierto es que, hoy por hoy, me cuesta llegar a imaginar, si puedo prescindir para ello de los componentes románticos, un futuro positivo, si para el tiempo que está por venir.

Alejado del optimismo bienaventurado, y no en menor medida del pesimismo malintencionado, amparado tal vez, o mejor dicho quién sabe, si en una suerte de realismo bien informado; lo cierto es que uno de los pocos análisis con los que comulgo, no tanto en sus condiciones, como sí más bien a la hora de bendecir sus virtudes procedimentales, es aquél que viene a decir que, una vez desnortado el barco, la decisión prudente bien podría pasar por retrotraer el rumbo de la nave hasta la que fuera el último rumbo conocido, convencidos de poder, desde allí, retomar el norte.

Maravillados ya tan solo ante la flagrante perspectiva que se nos ofrece para convertir el pasado en fuente de futuro, lo cierto es que no demoraré un solo instante más la posibilidad de hacer de la Historia fuente de conocimiento orientado, destinado en este caso, y como es obvio, a orientar en pos de localizar en el pasado situaciones, cuando no actitudes, que puedan sernos hoy de alguna utilidad.

Así, convencido de que solo el estudio de estructuras sociales con las cuales denotemos algún parecido cuando no similitud, puedan a la postre suministrarnos información que finalmente pueda resultarnos útil, es de donde extraigo la certeza de que La Roma de la Antigüedad puede darnos algunas pistas.

Colofón a priori donde se encumbran la práctica totalidad de las variables cuya neta consecución parece asegurar el triunfo de un modelo social, lo cierto es que lejos de ponernos aquí y ahora a discernir en pos de la supuesta conveniencia de adoptar unos u otros métodos, lo cierto es que solo en dos aseveraciones máximas nos detendremos hoy.

La primera, la que informa de la peligrosidad innata que existe en asumir como adecuado el permanecer fuera de la Muralla de Roma después de la hora sexta.
La segunda, la que sirve para poner de manifiesto lo poco certero que resulta seguir el consejo que puede hallarse implícito en el ladrido de un perro que habitualmente padece los rigores del apaleamiento.

Vivimos tiempo convulsos, La mera constatación del hecho sirve, en contra de lo que pueda llegar a parecer, para darnos otra pista del rigor con el que azotan los malos tiempos. Unos malos tiempos que, en el caso concreto de la necesidad de reorientar los ya exiguos modelos sociales, nos han servido para constatar no tanto que el sistema se ha acabado, como sí más bien que de lo que en realidad adolece es del pleno y absoluto dominio de la certeza de que ha colapsado.

De la constatación de tal colapso, como fundamentalmente del conocimiento de los riesgos implícitos que el mismo trae consigo, surge la constatación, por otro lado casi inevitable, de que hay que empezar a dotarse, cuando no a crear, de nuevos modelos destinados a liderar, más pronto que tarde, el inminente proceso de reconversión social al que indefectiblemente estamos ya abocados.

Sin embargo, casi tan importante como saber elegir los modelos que resulten interesantes, será el poder ser críticos con las fuentes de las que tales modelos procedan. Así, acudir al consejo procedente de quienes por una u otra razón han constituido siempre el estrato social más golpeado por el sistema, nos conduce inexorablemente hacia posiciones revanchistas, cuando no abiertamente traumatizadas, de cuyo mensaje poco más que miseria, horror y envidia podamos extraer, sea cual sea el método que para el mencionado análisis elijamos.

Ciertamente, sin dejar que de mis palabras pueda interpretarse nada que vaya más allá de lo que escrupulosamente digo con cada punto, y con cada coma, lo cierto es que acudiendo a PÉREZ GALDÓS, a los “Episodios Nacionales” ¿Cómo no? Cito literalmente:

“No nos entendemos…Yo tengo órdenes que he de cumplir estrictamente. Para lanzarte sin freno a la perdición, necesitas oro. Es natural: sin dinero no se puede realizar el bien…,ni el mal. Para el bien tendrás lo que quieras Fernando. Demuéstrame que quieres el bien, abandona tus locos devaneos, y partiendo los dos de Madrid esta noche…(…) Usted puede perder el tiempo, yo no . Es inútil. Si cierra la puerta, me descolgaré por el balcón. No intente seguirme…corro yo más que usted.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 6 de agosto de 2014

DE CUANDO UNA VEZ MÁS, NO SE TRATA DE LO QUE QUEREMOS DECIR, COMO SÍ MÁS BIEN DE LO QUE LOS DEMÁS DESEAN ESCUCHAR.

I
nmersos como estamos en un presente en el que el tiempo, más que nunca, constriñe al Hombre, lo cierto es que ahora, precisamente ahora, y con mayor fuerza tal vez que en ocasiones anteriores, sea precisamente cuando más falta hace clamar sencillamente en pos de encontrar unos instantes de calma.
Es el de la calma un bello concepto en sí mismo, pero como suele ocurrir en la mayoría de ocasiones, gana muchos enteros cuando se combina con otros, a la sazón pertenecientes a su misma familia conceptual. Resulta pues que tras practicar tan sano ejercicio, emergen ante nosotros de manera natural, y tal vez por ello aparentemente sencilla, construcciones semánticas del tipo de capacidad para tomarse el tiempo necesario, que alcanzan su clímax no en vano cuando se ven acompañadas de otro gran olvidado, cual es el Sentido Común.

Sea como fuere, unas veces como consecuencia, otras como detonante, lo cierto es que jugando un papel determinante dentro de esta acongojante sociedad en la que el mero viso de instantaneidad parece consolidar por sí solo un motivo de triunfo; lo cierto es que ahora quién sabe si más que nunca, es cuando con mayor solvencia tales conceptos deberían formar parte inexcusable de la batería de referencia con la que habría de contar cualquiera que, de una u otra manera, desde cualquiera posición, se hallara en condiciones de comprender la calidad no tanto de las formas, cuando sí abiertamente de la semántica, del momento que estamos atravesando.

De una u otra manera, lo que a estas alturas al menos a mi entender parece ya una realidad, es que definitivamente, nos la están jugando. Para ser no tanto más justos, como sí más exactos, lo cierto es que estoy seguro de que llegado este momento, muchos comienzan ya a celebrar con deleite el que, una vez más, nos la han jugado.
Es así que, profundizando en más que lo que podría no obstante llegar a aportar el análisis del tiempo verbal que los jerarcas emplean a la hora de emitir sus oficios diarios en relación al estado de su crisis, lo cierto es que profundizando un poco en lo que importa, o sea en la verdadera calidad de sus conclusiones, lo cierto es que cada vez está más claro no solo el que consideran todo un triunfo en términos estratégicos sus logros, como que se sorprenden y por ello felicitan a diario tanto por la intensidad de los cambios devengados, como por el poco tiempo, a la sazón que los escasos esfuerzos implementados que la maniobra se ha cobrado.

Reducir el actual estado de las cosas a una mera interpretación de cifras sería algo tan carente de sensibilidad, como absurdo sería venir hoy a plantearles el ejercicio de simpleza mental derivado de reducir tanto las consecuencias, como la categoría de la actual crisis, a un mero soliloquio económico. Por ende, y retrotrayéndonos a marco deparado de la aceptación de las conclusiones anteriormente reflejadas, hemos de consolidar la teoría según la cual lo éxitos reseñados, y que se han apuntado efectivamente los actores protagonistas del descalabro conocido, vienen escenificados en logros que van mucho más allá, sin ningunear de modo alguno por supuesto, lo mencionados aspectos económicos.
Reunido hoy mismo con unos amigos en la Plaza de Callao, nuestra conversación ha comenzado, ¡cómo no¡ vinculada al nuevo escenario que Podemos parece abrir; para terminar, de manera sorprendente, delimitando el análisis que el Profesor PUJALTES lleva a cabo en relación a las en su opinión funestas interpretaciones que en Castellano se hacen de la famosa frase “Ser o no ser, tal es la cuestión.”  Parafraseando al Profesor, lo cierto es que en Castellano siempre se hace una nefasta traducción del término “question”. Así, el mencionado responde, al menos en instante histórico contemporáneo a Hamlet, la acepción de posibilidad, de elección; acepción por otro lado, desactivada hoy en día.
Resulta así que, desde semejante perspectiva, el monólogo de Hamlet adopta si se desea tintes mucho más trágicos al introducir, de manera evidente, la posibilidad de añadir el suicidio a la lista de opciones.

Retornando pues a nuestra cita con el presente, el cual por otro lado nunca hemos abandonado, ni etimológica ni conceptualmente, lo cierto es que el nexo que vincula ambas realidades pasa por la comprensión del drama que se deriva en este caso de comprender la manera tan funesta mediante la que los antaño aludidos han logrado arrebatarnos la herramienta más útil que el individuo tiene a la hora de actuar con sentido de cara a ejecutar con lucidez las acciones que son exigibles dentro del periplo democrático como es la capacidad de decidir.

Comenzaron atribuyéndose primero la capacidad de decidir qué es y qué no es ciertamente la crisis. Siguieron luego perseverando a la hora de cubicar por sus propios medios, y por supuesto de espaldas siempre a aquéllos que la sufríamos, la magnitud real de la misma para, en un giro implacable, y fruto como es de esperar del estado de sobraos que les alienta; hacernos responsables a los demás de toda la coyunda.

Y para terminar de entenderlo todo, para acabar de consolidar el toque final que aporte rotundidad y sabor al plato, el ingrediente exclusivo a saber, la conducta flagrantemente maniqueísta que rodea cualquier acción, y por supuesto cualquier interpretación, que de la acción política llevamos a cabo en este país.

Como testigo de nuestra flagrante estulticia, como elemento imprescindible a la hora de certificar nuestra anomalía democrática, propia como es obvio de la cerrazón que se halla implícita en los avatares propios de un país que incapaz de asumir lo anodino de su conducta política, prefiere no obstante seguir mirándose el ombligo, lo cierto es que no ya tanto España, como sí más bien sus electores, parecen empeñados en perder una vez más el tren de la modernidad. Un tren que pasa en forma de lo que hoy por hoy llamaríamos anomalía democrática, y que tiene en Podemos su más interesante representación.

Mas la revisión del actual estado de las cosas nos presenta un escenario tan patético, anodino a la par que depravado, que no hacer nada, ciertamente parece lo peor que podemos hacer. De ahí que, efectivamente, el gran reto que hoy se nos presenta, y que en las próximas semanas debería de ocupar todo nuestro campo cognoscitivo, habría de pasar por ser capaces de conjugar en nuestro modo acción, la forma de actuar con la suficiente rapidez como para que nuestros actos tengan verdaderas consecuencias, todo ello siendo capaces además de conjugar la calma, el sentido común así como el resto de valores antes mencionados.

Una vez más, de nosotros depende. Y los resultados habrán de ser sin duda, apasionantes.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 30 de julio de 2014

DE SABER DE DÓNDE NOS VIENEN LOS PICORES.

Una vez aceptamos como inexorable nuestro tránsito en pos no ya del tiempo, como sí más bien de la interminable y a la sazón más que irreparable lista de miserias con las que se nos regala nuestro devenir por el que se ha tenido a bien configurar como nuestro presente; lo cierto es que cada vez nos resulta menos prosaico, menos doloroso, empezar a asumir cómo, efectivamente, somos los dueños de un instante en el que solo lo patético parece superar a lo vulgarmente lamentable.

Instalados en la falacia del sueño, confundimos ensoñación con lo que legítimamente podría constituir la sana actividad de tratar de ver siempre el vaso medio lleno. Y como muestra de tal hecho, pongamos por ejemplo la evolución que ha sufrido en los últimos años un concepto tan nuestro, como lo es el de la propia crisis.

Objeto de controversias, análisis y contraanálisis, lo cierto es que las toneladas de papel que a tal efecto han rodado; los cientos de horas de televisión y radio que a tenor se han emitido, para poco más que para poner de manifiesto nuestra supina ignorancia han servido.
De manera altamente desquiciante, el concepto se ha mostrado no ya esquivo, sino más bien propenso a mutar, cada vez que alguien osaba no ya aproximarse, cuando sí más bien o tan solo hacer algo más que especular al respecto, empecinado en la casi suicida labor de emitir un juicio fidedigno en relación al rebuscado concepto.
Así a lo largo de estos ya más de siete años, los conceptos y las definiciones atribuidas al respecto han ido evolucionando, como a la sazón parece haberlo hecho el propio monstruo. Primero fue una crisis de confianza. Luego fue una crisis de Capital. Luego, en lo que se comenzaba a atisbar como el reconocimiento expreso de nuestra supina ignorancia, alguien acuñó el término grandilocuente de la madre de todas las crisis. Finalmente, y de manera un tanto paradójica, hemos tenido que esperar al final, para que la definición más científica, aquélla que definitivamente la ubica como una Crisis de Deuda (Pública), nos permita a algunos determinar de manera tan apremiante como subjetiva, que ciertamente no estamos ante una crisis, cuando sí ante una supina y pormenorizadamente preparada estafa.

Si en algo me amparo a la hora de considerar que, efectivamente estamos saliendo, no es, ni con mucho, en los datos que proporcionan ni el Sr. Ministro de Hacienda, ni por supuesto los que aporta su colega de andanzas, el Sr. Ministro de Economía. Si verdaderamente en algo me apoyo a la hora de hacerme alguna ilusión en pos de saber que al menos llegaré a intuir la salida del actual estado de mentiras y miserias en el que no hallamos instalados, es en el pormenorizado análisis que día tras día llevo a cabo de la evolución de las arengas que los golfos adscritos al poder llevan a cabo desde los medios que para tal fin se ponen a su disposición.

Una vez analizado el discurso, una vez revisada la farfulla, a saber suerte de discurso inconexo, deslavazado y carente de coherencia que se vuelve ininteligible en caso de desarrollarse de manera oral; comprobamos cómo a la vez de lo acontecido en la Grecia Clásica con los Sofistas: Nos vemos inmersos en una base de de Política de grado cero.

Desde semejante cuando no parecidamente desde la misma laxitud, me sorprendo hoy con un ¿valiente? Artículo de uno de esos opinadotes profesionales que, empeñado en ocultar tras un viso de legitimidad intelectual lo que en realidad no es sino otra manera de vivir del cuento; se afana en explicar por qué ha abandonado en este caso una tertulia de la sexta por, presuntamente, haberse cansado de jugar el papel de tonto útil.
Siguiendo estrictamente el canon que tal fórmula especifica, viene a ser el tonto útil, aquél que de manera inconsciente, por la interpretación malintencionada llevada a cabo por  los que antes o después se manifiestan como sus antagonistas, termina por hacer de sus palabras o actos justificantes válidos de lo que éstos quieren en realidad defender.
Dicho de otra manera, en términos más coloquiales, viene a ser el efecto que se produce cuando tras escuchar a Florentino PÉREZ hablar de fútbol, te haces desasosegadamente antimadridista.

Aunque sin perder la compostura, y volviendo no obstante a la sinrazón, la que paradójicamente se convierte en la única fuente de recursos válida para el ejercicio que hemos emprendido; lo cierto es que escuchar hoy en una de las emisoras de los Padres Escolapios afirmar que rotundamente podemos decir sin el menor lugar a la duda que, efectivamente nos hallamos ante una crisis de deuda; es algo que me deja mucho más tranquilo.
Y lo hace no porque confíe en sus reflexiones, de hecho si verdaderamente se tratara de una crisis de deuda, habríamos definitivamente de asumir que la única manera de resolverla pasaría de manera igualmente inexorable por pagar esa deuda, lo que se traduciría en que fomentar el ahorro sería la única medida lógica, de manera que promover el consumo, ése que precisamente jalean como aparente impulsor de las bonanzas, no sería sino promover otro tsunami.

Pero de verdad, no se preocupen. Y por supuesto no traten de aplicar criterios lógicos a lo que definitivamente carece de lógica.

Simplemente esperen porque como muy bien dice el slogan de la Episcopecal: “Cadena Cope, estar informados”.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 23 de julio de 2014

DE CUANDO LA TORMENTA LLEGA. DE CUANDO LA DESTRUCCIÓN NO RESULTA SINO VERDADERAMENTE RECOMENDABLE.

Surgiendo a título de denominador común en todas las grandes citas de la Historia, bien podríamos concluir la existencia de una especie de denominador común en base al cual nada, o deberíamos decir casi nada, apunta ni tan siquiera unos instantes antes el volumen, cuando no la magnitud del evento que bien está ocurriendo, bien está a punto de acontecer.

Camuflando aunque sea de manera velada en apenas dos párrafos la que supone segunda injusticia más cruel que se puede cometer en el ejercicio histórico, que pasa por imponer a realidades acontecidas en el pasado, perspectivas del todo viciadas por el conocimiento obvio que nos aporta el presente; bien podemos decir que en contra de las técnicas francamente vinculadas al desasosiego a las que algunos han encomendado la práctica totalidad de su futuro, no solo político, en algunos casos también personal; lo cierto es el que el rumor de la ola es hoy por hoy a todas luces imparable.

Ubicando nuestro en apariencia divagante discurso, acudiremos una vez más, y como no puede ser de otra manera a la Historia, buscando en este caso no consejo, sino sencillamente en pos de consejos prácticos.
Así, resultan evidentes por numerosos los casos en los que la necesaria modificación de la perspectiva nos lleva de manera casi inexorable a la formulación de la pregunta: ¿Cómo es posible que no lo vieran venir?

Desde los avisos que las cenizas volcánicas dieron antes de sumergir Pompeya en lo que supuso su desaparición a fuego; hasta los desarrollos beligerantes de un Adolf HÍTLER cada vez más preñado de sí mismo que bien pudo hacer sucumbir Europa; lo cierto es que a menudo el desarrollo histórico, o más concretamente la lectura que del mismo se hace a posteriori, parecen venir a componer sin el menor género de dudas un escenario que de forma en apariencia meticulosa parece venir a hacer bueno el principio del saber popular que se formula en base al aforismo según el cual no hay más ciego que el que no quiere ver.

A medida que el rumor se hace cada vez más y más fuerte. Una vez que las olas comienzan a azotar con fuerza la costa y el bramido ensordecedor convierte en casi inviable la opción de comunicarse, es cuando por enésima vez la actitud conservadora desarrollada por aquéllos que siguen apalancados en el “cualquier tiempo fue mejor” se muestra no ya como una opción incorrecta, sino más bien imprudente.
Así, cuando la alerta de tsunami suena, lo único de lo que todos estamos seguros es de que efectivamente, una vez más vuelve a ser tarde.

En pos de facilitar la crítica a todos los que tengan la inmensa muestra de amabilidad de considerar estas palabras como dignas de ser sometidas a alguna suerte de análisis, les diré que, al menos con los datos de los que disponemos, hablar de tsunamis bien podría constituir una opción ciertamente errónea, o al menos descontextualizada. Sin embargo, y clamando no a mi salvación, cuando sí más bien a la coherencia, diré que de un calmado análisis de la realidad conceptual que nos rodea, puedo apostillar que la distancia que nos separa geográficamente de los territorios efectivamente azotados por tsunamis, no es mayor al menos en unidades metafóricas de la que nos separa de los países en los que de verdad se practica la Democracia.

Convergemos así pues de manera aparentemente anecdótica hacia un escenario en el que Democracia y Tsunami se ven vinculados por una suerte de fluctuación de conceptos que nos llevan a interpretar tamaña asociación como algo que, en contra de lo que en principio pudiera parecer no resulta para nada descabellada.
Es entonces cuando, apelando a esa parte de real que todas las metáforas encierran en su más profunda esencia, comprobamos cómo verdaderamente el actual tiempo político en el que se desarrollan los acontecimientos, a saber el tiempo político en el que se halla ubicada la Democracia está, ciertamente, viéndose azotado por un verdadero tsunami.

Sin embargo, esta tormenta presenta características tan propias que a la sazón resulta irreconocible. Al contrario de lo que siempre ha venido ocurriendo con las tormentas que azotaban nuestras costas, ésta no presenta ningún vestigio que nos permita identificarla, y a la sazón llevar a cabo alguna suerte de pronóstico que nos permita adelantar su rumbo.
Ciegos y mudos, incapaces de deducir ya sea mediante la implementación de métodos directos o indirectos la menor pista fiable que nos permita cuando menos albergar una mera ilusión de cobijo; nos disponemos tal vez por primera vez desde las elecciones que acabaron por traducir la República de 1931 a someternos a un proceso de desarrollo electoral y a la postre democrático en el que converge un claro miedo que se hace por ende claro en el momento en el que concluimos que, efectivamente, por primera vez en muchos años, al mismo incurre un invitado al que más allá de las consideraciones previas, a saber las imprescindibles para seguir haciendo llevadera esta farsa, no solo no somos capaces de atribuirle una misión, salvo claro está la de hacerlo saltar todo por los aires.

Siguiendo la máxima de CROWENLL, la que estipula que: “ al Sistema solo se le puede hacer daño desde dentro” conciliamos hoy una forma de reivindicación  en base a la cual sobre la misma por primera vez revierten toda una suerte de realidades y conceptos que vienen a constatar que el cambio es cuando menos, plausible. Tamaña certeza, visualizada en multitud de ocasiones, pero en tantas otras desestimadas, se erige aquí y ahora como un denominador común dispuesto a superar las limitaciones propias del concepto, para erigirse en un verdadero instrumento capaz de proponer no solo la necesidad de un cambio, sino capaz de diseñar un plan dinámico, revelador y por ende asumible, destinado  en todo caso a subvertir el orden, promoviendo pues, el cambio.

Es entonces cuando se produce la sorpresa. Una vez más, acudiendo a terminologías educadas, FROMM vuelve a recuperar la vigencia de la que antaño gozó, y que a la sazón nunca perdió, para vestir de científico lo que desde la calle vivimos como la constatación de que no hay peor oveja que la que no necesita pastor.
Es entonces cuando comprobamos cómo la catarsis es total y completa, arrojando sobre nosotros la lacónica imagen que la realidad ofrece, y que pasa por comprobar que, hoy por hoy el problema no subyace como antaño en las premisas de un debate destinado a saber si nuestros políticos representan o no a la población. Hoy el debate se ha subvertido hacia unos cánones en base a los cuales discutir si el Hombre merece o no ser salvado.

Ante el caos del que lo expuesto es solo mera representación, acertamos a escuchar las alarmas destinadas a guiar una supuesta evacuación controlada. No se arremolinen en las salidas de emergencia. Salgan en orden…En definitiva el Sistema, como un verdadero Ser Vivo, agrupa sus últimas energías en pos de unos estertores destinados a sobrevivir.

Pero ya es tarde, la orden de evacuar ha sido dada, y resulta imposible de detener, retrasar, y mucho menos abortar.

Cuando todo esto acabe, por primera vez en la Historia, es posible que nos hallemos ante un escenario no nuevo ni viejo. No atractivo ni demoníaco. Se tratará sin más de un escenario, del que nadie tiene diagnóstico previo.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 17 de julio de 2014

DE CONSTATAR QUE HASTA EL MAYOR DE LOS INCENDIOS NECESITA EN REALIDAD DEL SUMINISTRO DE COMBUSTIBLE.

Vivimos tiempos míticos. Basta un ligero vistazo en nuestro derredor, para comprender hasta qué punto los otrora comprometedores comentarios en pos de constatar lo especialmente sensibles de los momentos que se han convertido en nuestro presente, constituyen en realidad una ingente cascada de realidades difícilmente constatables, y a la sazón incomprensible, destinadas en cualquier caso a definir el mundo que nos rodea.

No somos dueños de nuestro presente. La afirmación, contumaz y por supuesto carente de la menor de las delicadezas, muestra a partir del simple análisis de lo cruento de su construcción, el grado semántico de desastre que converge minuto tras minuto en pos del cada vez más tortuoso ejercicio en el que se convierte por otro lado no ya la labor de comprender el mundo, sino la ingente obligación de hallar motivos para seguir esperando que el mismo nos proporcione una explicación razonable.

Asumir en el fondo la imperiosa necesidad de aceptar la configuración de un mundo nuevo, se convierte en casi una obligación. Lo hacemos no porque sea la percepción de elementos novedosos, capaces en cualquier caso de insuflar en nosotros nuevas ilusiones, precisamente lo que más abunde. Más bien al contrario, la sensación de colapso, cuando no de franco “se acabó”, es lo que viene a constatar una vez más en nuestro derredor (porque dentro de nosotros mismos un miedo irracional nos impide aceptar las consecuencias implícitas que el hecho aporta).

Constatada la absoluta falta de capacidad para poner algo nuevo sobre la mesa, alcanza en este caso un grado superlativo. Comprender el verdadero valor de lo que esencialmente diferencia Las Revoluciones, de lo que no vendrían más que a suponer meros Movimientos; diferencia que se consagra en pos de la máxima según la cual “…el Movimiento nace siendo consciente de su imperiosa necesidad de detenerse, en tanto que La Revolución es capaz de generar energía destinada a su propio consumo, haciendo así pues posible su regeneración”, condiciona un ambiente en el que la certeza máxima, hoy por hoy, pasa por constatar la existencia de un escenario en el que las aportaciones exteriores son imprescindibles en este caso para evitar los cambios, no para producirlos.

La mera irrupción de PODEMOS, o incluso si se prefiere, y por ser más exactos, lo airado de los ánimos que su mera interpretación ha causado, no vienen sino a poner de manifiesto, al menos de manera somera, no hemos tenido aún verdadero tiempo para mayores profundidades, el grado de pánico que respecto de una mera ilusión de cambio, unos y otros manifiestan.
Porque, si nos detenemos a analizar con un mínimo de sosiego…¿De qué y de cuántos elementos disponemos a título real para llevar a cabo ni tan siquiera una mera especulación en pos no ya del cambio, sino de la nueva realidad que los supuestos instigadores de tal, en apariencia promueven?

La respuesta es sencilla. Y es sencilla porque precisamente posee la contundencia que se suscita a tenor del análisis sosegado de las cosas igualmente sencillas.
La respuesta es…Ninguna.

Si nos detenemos a analizar con sosiego, o sea, sin prejuicios, la mayoría de las consideraciones que penden en torno a los objetivos tanto de PODEMOS, como por supuesto de la figura humana en torno de la cual al menos hasta el momento se aglutina, comprobaremos no sin desasosiego que la mayoría de las consideraciones que a tenor del espectro político se le atribuyen; no responden en realidad cuando a valoraciones, análisis o en el peor de los casos, conclusiones, procedentes en la mayoría de ocasiones de personas o incluso de grupos de opinión, cuyo enfado procede en muchas ocasiones no de la constatación evidente de que han fracasado política y profesionalmente porque no han sido capaces de unir los puntos que desencadenan esta nueva perspectiva que ha adoptado la realidad. ¡En la mayoría de los casos su enfado se debe a algo tan pueril como lo que se constata de no ser capaces de ser coherentes ni siquiera con sus principios, y haber sido unos cobardes no atreviéndose a publicar en su momento los sondeos de intención de voto que presagiaban con acierto como hemos constatado después el grado de atracción que el grupo ha generado!

Pero una vez horadada la superficie, una vez que la emisión de sangre sirve para constatar que el picotazo amenaza con infectarse, es cuando comprobamos en carne propia el evidente riesgo de infección.
Sabedores como somos del grado de decrepitud que tiene nuestra cocina, llevamos demasiados años empeñados en atender a las visitas en el salón. Pero claro, solo nuestra falta de perspectiva nos lleva a no entender que el tiempo pasa, incluso para nuestro salón. Y hoy ya no basta con una mano de pintura.
Es así como de manera casi violenta, una visita valiente, como no puede ser de otra manera, un niño, nos echa abajo el chiringuito que nos habíamos montado. Con el desparpajo que le es propio, y por qué no decirlo, con un poquito de mala leche que sin duda es aprendida, nos baja a los infiernos al ponernos de manifiesto nuestras miserias. Llamando a lo blanco, blanco.

Pero claro, no estamos preparados para el shock. Lejos de asumir la miseria, ser caballeros, y establecer un vínculo casi respetuoso entre el paso del tiempo, y sus naturales efectos en todo; preferimos parapetarnos tras un burdo misticismo que no se sostiene, y que inexorablemente tiene los días contados toda vez que nuestras absoluta desconfianza en la solidez del lamento, resulta por otro lado franca y manifiesta.
De ahí, al exabrupto, el camino es casi inevitable. Siguiendo con nuestra metáfora, correremos raudos a saciar nuestra venganza arrojando sobre la madre del infausto gañan el cúmulo de aparentes despropósitos con el que su grosero zagal nos ha regalado. Así, terminaremos desviando las acusaciones que pronto pasarán de ir dirigidas contra el crío (puesto que somos demasiado dignos como para hablar mal de un niño), para terminar atacando a la madre, aprovechando el vaso comunicante que la educación, y el fallo que al respecto supuestamente existe, así lo posibilita.

Pero en este caso tal protocolo se ve impropio. En este caso el niño es ya muy grande, y ciertamente no necesita de madre.
Así, la única opción que nos queda pasa por recorrer someramente los pasos que nos separan de nuestra casa, y asumir que al menos a partir de la escucha atenta de los acontecimientos, vamos a tener mucho tiempo de pelea porque, al menos que mudarnos entre en nuestros planes, el niño ha venido en principio para quedarse.

Lo que nos lleva a pensar que el marido habrá de prepararse. Es de suponer que alguien va a dormir en el balcón.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 3 de julio de 2014

SEAMOS REALISTAS…

Alejado, una vez apreciado el juego semiótico al que la actualidad puede arrojarnos si en vez de sugerir, interpretamos el título; lo cierto es que, una vez más, la realidad, sus variables, y por supuesto la velocidad a la que se suceden los acontecimientos que vienen unas veces a conformarla, y otras a distorsionarla nos obligan, no obstante, a parapetarnos durante quién sabe si bastará con unos instantes, a partir de los cuales sobrevivir en este oasis en el que se convierte un día más, el momento destinado si no a la crítica necesaria, sí cuando menos a la reflexión imprescindible.

Haciendo del presente no ya virtud, pues tal conducta traería aparejadas connotaciones positivistas cuyas consecuencias serían a todas luces imposibles de predecir, y mucho menos de valorar; lo cierto es que lejos igualmente de caer en el sentido de falsa connotación que hizo grande a SHAKESPEARE cuando por ejemplo afirmó que el pasado no es sino el prólogo del presente; lo cierto es que algunos pensamos abiertamente que el mundo ha pasado de nadar en la abundancia retórica de las fortunas pasadas, a ahogarse empíricamente en la certeza del dramatismo que nos arroja el futuro.

En un ejercicio incomprensible, del que por cierto los momentos actuales no suponen ni con mucho el que podríamos considerar como el primer episodio (Descartes ya hubo de hacer mención y solucionar algo parecido cuando el Hombre de la época se enquistó de forma memorable en el debate Racionalismo-Empirismo); lo cierto es que el Hombre de hoy ha conseguido el innegable honor de superar con creces aquél destino. Si DESCARTES se enfrentó de lleno con el ingente peligro de discernir cuál había de ser la manera adecuada mediante la que el Hombre se aproximaba a la Verdad; la actualidad nos enfrenta en un debate en el que lo que está en juego es discernir qué es lo que el Hombre considera o no como Verdad.

Circunvalando la conclusión a la que habremos en algún momento de enfrentarnos, lo cierto es que una de las circunstancias que de manera más apremiantes ha de llamar nuestra atención, pasa inevitablemente por la constatación de lo estructural de lo implementado en el debate. Así, la mera consideración de la variable temporal, cuya constatación se hace presente si nos detenemos un instante a contemplar cómo una sentencia del XVIII adquiere hoy plena vigencia, ha de ser sin duda realidad obvia a partir de la cual construir la evidencia de lo esencial de los elementos discutidos.

Salvadas las opciones contingentes, a efectos de desarrollo será suficiente lo expuesto para comprender, a la par que para evidenciar, que una vez más, y de manera otrosí casi anecdótica, podemos una vez más discernir sin aparente género de dudas que lo estructural de los elementos sometidos a consideración se hace evidente a partir del momento en el que constatamos la tranquilidad con la que salvan sin el menor riesgo para su estabilidad, la cual permanece por otro lado intacta; la que para la mayoría de ocasiones constituye un reto insuperable, cual es el de el Tiempo.
Una vez constatado el rango estructural del elemento analizado, podemos concluir sin temor a equivocarnos que la concurrencia del mismo, bien sea ésta en un sentido o en otro, supone acción consistente a la hora de presuponer primero, y constatar después, el grado de influencia que la misma puede ejercer sobre el conjunto, sobre la estructura pues, de la Sociedad en tanto que la misma redunda en algo más que un mero agregado de individuos.

Es así que una vez superada la falacia que parte de suponer a la Sociedad como una mera congregación de individuos, hemos no obstante de superar las limitaciones que son propias a tal ejercicio implementando alguna variable que induzca a suponer la consecución por sí sola de alguna clase de desarrollo que fuera a priori inaccesible para el procedimiento, en caso de ejecutarlo siguiendo parámetros que presupusieran la mera agregación.
Traído a los términos que nos ocupan, la aceptación de la Sociedad como algo que supera en resultado a la mera agregación de individuos, aunque ésta venga inspirada en la consecución de logros que de otra manera, sobre todo por separado, fuera imposible, o en cualquier caso proporcionara resultados diferentes a los esperados; nos lleva inexorablemente a pensar en la Sociedad como algo realmente grande, algo que cuando menos tiene sentido por sí mismo.

Perdurando en tales reflexiones, así como por supuesto en la línea que las hace propicias; hemos de terminar extrayendo que la Sociedad constituye por sí sola una realidad del todo autónoma e independiente; una realidad que supera con mucho cualquier resultado que pudiera intuirse del hacer de alguna suerte de experimento basado en aglutinar individuos.
Así que, de la demostración palmaria de que efectivamente, el todo es mayor que la suma de sus partes, determinamos que la Sociedad constituye por sí sola una realidad autónoma e independiente, que expresa sus logros y necesidades por medio de un lenguaje propio, lo que no viene por otro lado a añadir complicaciones al permanecer en la base, el denominador común que es el Hombre.

Constatando así pues el Humanismo como una conducta no solo lógica, sino más bien natural del Hombre, empezamos poco menos que a atisbar una realidad que tanto en los parámetros espaciales, como por supuesto en los temporales, se comporta como uno solo.

Suponiendo a La Política como una forma de logro, lo que bien podría aceptarse en tanto que considerar a la Moral como una superación de la mera Ética (lo que supondría ver en la esperanza en la consecución del bien común una mejora respecto de la mera substanciación de los deseos individuales); habríamos igualmente de acabar aceptando que la debacle en la que actualmente nos hallamos según el fracaso implícito que hoy por hoy comprobamos a la hora de valorar el grado de consecución de lo expuesto hasta el momento; bien podría pasar por una suerte de inapetencia basada probablemente en la incapacidad que muestra el individuo actual para identificar, cuando no para ordenar, las variables mencionadas, aunque sea dentro de un nuevo contexto en el que cada vez resulta más evidente la existencia de nuevos patrones.

La constatación evidente de dicho fracaso, que resulta gravosa en términos implícitos desde el momento en el que el Hombre sufre en términos generales una suerte de neurosis que se traduce en la flagrante incapacidad que tiene para identificarse tanto a sí mismo en tanto que tal, como por supuesto en tanto que integrante de una suerte de Sociedad; nos lleva a reparar en una forma de desastre, en una degradación de los parámetros que componen, o en teoría habrían de componer una Sociedad Sana.

La alienación que resulta ahora obvia, en tanto que una enfermedad tan severa, que afecta con tanta intensidad y en un grado tal de profundidad que nos obliga a considerar abiertamente la posibilidad de que el Hombre se halle ciertamente en su último grado, el previo a la decadencia antes de perder incluso su condición, tan solo resulta estimable si consideramos la posibilidad de que el tránsito de tiempo que pertinaz se esconde en el fragor de los últimos años, lejos de traer progreso, no ha hecho sino anticipar el desastre.

Paradójicamente, nuestra condición de Hombres nos inhabilita en términos procedimentales a la hora de tratar de llevar a cabo ejercicios fructíferos destinados a hallar en nuestra actual esencia diferencias que, por pérdida o agregación nos permitiera identificar diferencias para con el modelo absoluto de Hombre; modelo con el que se identificarían las conductas del Máximo Humanismo. La causa que explica tal imposibilidad, la cual resulta por otro lado descorazonadora es evidente. Se revela en todo su esplendor cuando constatamos que nosotros, en tanto que Hombres, ejemplo del logro de la evolución, no podemos identificar de manera consistentes cuáles son, y por supuesto dónde se hallan, los componentes que se asocian con la supuesta Máxima Humanidad.

Reconocida la incapacidad para acceder a los mencionados por métodos, digamos directos, propondremos una suerte de metodología indirecta que en el caso que nos ocupa bien puede pasar por la identificación de anomalías en los procesos por ejemplo de substanciación de los principios en los que se conciben las respuestas normales de lo que se supone humano.

Centrando así pues de manera totalmente interesada nuestra atención en la Política, y asumiendo como la mejor de las respuestas aquélla que valida una conducta en base a sus resultados de consecución del bien común, tenemos que el más que evidente alejamiento que para tales consideraciones tienen los resultados de la actualidad a tales efectos, nos llevan sin duda a asumir como ciertamente válida la teoría según la cual es más que posible que las conductas que la actualidad vierte como propias del desarrollo político, no esté en realidad destinada a satisfacer tales patrones en tanto que no solo no promueven el bien común sino que, en el colmo del la desazón, llegan a inferir de su desarrollo pautas destinadas a promover el claro perjuicio de esa mayoría.

En consecuencia, bien podemos suponer que los resultados que de las prácticas que son evidentes resultan, nos obliguen a declarar como ajenos al Hombre, en tanto que no promovidos por el Humanismo, conductas que hoy compilan la práctica totalidad no solo de nuestra forma de actuar, cuando abiertamente no son ya parte dominante del que denominamos acervo humano.

Y una prueba de esta transgresión, la experimentada por el que denominaremos fenómeno de la evolución de la estructura del Sistema.
Identificable desde finales del XIX como la máxima consecución del fenómeno de la Lucha de Clases; la Teoría de la Sociedad del Bienestar había logrado no ya solo tal legión de adeptos, cuando sí incluso tal grado de implementación, que parecía tener garantizada su supervivencia en tanto que ni los más tétricos del lugar habían ni tan siquiera albergado una posibilidad de, al menos abiertamente, llegar a considerar el cargar contra ella.
Sin embargo de un tiempo a esta parte, en un periodo que no llega a los diez años, ya ni los más viejos del lugar parecen acordarse ni de la teoría, si bien sí que añoran los logros prácticos que por otro lado vienen a constituir el tejido de los sueños de los escasos afortunados que hoy siguen soñando.

¿La causa de tal desastre? La eficacia del trabajo de los que habiendo estado siempre ahí, permanecieron resguardados, apaciguados, esperando su momento. En pos de que la conciencia de la chusma volviera a promover un contexto fértil.

¿La constatación palpable del grado de éxito? La tenemos en la contemplación de fenómenos como el que resulta obvio cuando vemos cómo, en un periodo insisto inferior a diez años, y actuando siempre a la sombra de la gran farsa, de la crisis, los de siempre han logrado urdir tapices capaces de hacernos confundir lo que una vez fueron políticas de mercado, con lo que hoy no supone sino la irrupción absoluta de la sociedad de mercado.

Sinceramente, creo que no estamos preparados para asumir la metamorfosis. ¿Hacemos algo por recuperar al organismo, o dejamos que sigan extirpando todo aquello que les resulta inadecuado?

Toma así pues la máxima que bien podría llevarnos a recuperar la senda del Humanismo una vez hemos perdido la Humanidad: “Seamos realistas, pidamos pues lo imposible.”



Luis Jonás VEGAS VELASCO.