miércoles, 28 de diciembre de 2011

DE LO DIFÍCIL QUE RESULTA PONER NADA NUEVO BAJO EL SOL.


Y para constatar semejante afirmación, nada menos que la afirmación hecha por Louis Phillipe de SÉGUR, quien afirmó de manera tajante que “Si no hay Moral, las instituciones no son nada.”
Cierto es qué, como ya afirmamos de manera más o menos elocuente la semana pasada, la Democracia es una forma elegida en torno a la cual erigir el Edificio de la Regulación Humana, no una Forma de Moral. Sin embargo, no es menos cierto qué, llegados al presente momento, en el que Su mismísima Majestad ha necesitado de su tradicional discurso de Nochebuena para poner sobre la mesa asuntos aparentemente banales, algunos de los cuáles han tenido que ser luego convenientemente rectificados en tanto en cuanto qué, precisamente como está ratificado en nuestra Carta Magna, no todos somos iguales ante El Imperio de la Ley, para quien no lo sepa el articulado de la misma concede al Rey eximentes extraordinarios de cara por ejemplo a las responsabilidades dirimidas de sus actos.
Así, el sorprendente hecho acaecido hoy, en base al cual los españoles hemos podido acceder al desglose de las cuentas de la Casa Real circunstancia esta que no ocurría desde 1979, nos lleva a la pregunta maliciosa, ¿Es que desde 1979 los españoles hemos sido demasiado ingenuos, o es que llegados a este momento, hay cosas “demasiado sangrantes”. De lo que llegados a este punto no cabe duda, es de que algunas cosas necesitan ser de nuevo explicadas, si no abiertamente reconducidas.

No será en éstas páginas, ni habrán de buscar en el espacio que las acompaña, dónde los maledicentes hallarán exabrupto o imprecación alguna contra la figura, presente o pasada, de la Regia Institución en España. Más allá de la opinión qué, en virtud de la función de la misma puedo mantener, y de hecho mantengo; sólo una cosa es cierta, en España, desde hace muchos años, resulta más complejo definir qué es nuestra nación, que desglosar las funciones de nuestros monarcas. Y para ello, el presente se manifiesta extrañamente más solícito que el pasado. Porque, ¿Cuáles son las funciones atribuibles, cuando no abiertamente exigibles a nuestro Rey?

Una figura de incuestionable notoriedad Humana, Política e Institucional, cual es Melchor Gaspar DE JOVELLANOS, acude en nuestra ayuda, haciéndolo además de manera gráfica e incuestionable a través del retrato que de él pintaría GOYA, en 1798, y a través del cual podemos entender perfectamente lo que significa la expresión “hacer que de tu función (la de Ministro de Gracia y Justicia), acabe por dolerte España.
¿Puede realmente doler un País?, o, dicho de otra manera, ¿No deberíamos hoy echar de menos, o a la sazón recordar tal requisito, otras veces imprescindible para acceder a la Política, a aquéllos que ocupan las bancadas azules en la Cámara Baja.?

El secreto de lo expresado en silencio por el retrato pintado por GOYA, se manifiesta hoy en por ejemplo el hecho que nos llena de sonrojo, y que nos hace venir aquí hoy, con el presente discurso. ¿Cómo puede un País permitirse el lujo de olvidarse de la conmemoración del Bicentenario de la muerte de alguien como MELCHOR GASPAR DE JOVELLANOS? ¿Puede éste descuido tener algo de voluntario? Indaguemos.
La vida pública de JOVELLANOS está salpicada de esos hechos y acontecimientos que a muchos nos llevan a decir qué, a menudo, la respuesta a las preguntas ubicadas en la superficie de la actualidad, hay que buscarlas en la profundidad del pasado. Así, si muchos de esos desvergonzados que ahora se olvidan de ciertas obligaciones para con la Historia y sus grandes, tuvieran un instante para ilustrarse, podrían sin duda encontrar similitudes entre nuestro farragoso presente, en el que las “primas de riesgo y los impersonales mercados” copan cuando no abiertamente presiden nuestra miseria; y aquella España de miseria y lujuria moral, en la que la Iglesia se resistía aún a reconocer que La Ilustración y su binomio natural, El Humanismo, habían ganado la partida. Así, el volumen de concepción reformista que se hallan implícitos entre otros en la propia Ley de Reforma Agraria de la que fue autor, o la calidad de los pasajes que de la Ilustración francesa nos regala en su obra Diarios, bien podría ser hoy tomada en consideración y aprecio por esos políticos que, voluntaria o azarosamente, se olvidan de reconocer ciertas aptitudes y valores.
Puestos a ser malos, ya que nos acusan de ello, lo seremos, uno de los motivos que pueden explicar las reticencias que el político moderno tiene hacia personajes como JOVELLANOS, lo encontramos en una cuidada descripción que el mismo hace: “Hombre no sólo iletrado, sino falto de toda clase de instrucción o conocimiento en cualquier ramo, y aún de toda civilidad, sin que los altos empleos pudieran cultivar la rudeza de sus principios.” Que nadie se sonroje si se ha reconocido en el bosquejo, y que a nadie se le ilumine en la cara esa media sonrisa propia del que acaba de dar con algo obvio; la descripción afecta a un coetáneo del autor, el conde de Lerena, el cual al final de su actividad había reunido una fortuna superior a los seis millones de reales.

La Política ha de nacer así, a pie de calle, subido permanentemente en el caballo, pero con el propio pie en el estribo. Sólo así podrá comprenderse lo verdaderamente real de una realidad que, no obstante la mayoría de las veces, permanece oculta al observador liviano. Sólo así podemos encontrar qué, de nuevo la Historia nos de no sólo la respuesta a preguntas presentes, sino que además lo haga describiendo previamente, y con todo lujo de detalles el teatro de operaciones en el que se dispondrán los actores que protagonizarán batallas que, pese a tener más de doscientos años, bien podrían ser de mañana.
Me estoy refiriendo, por si a alguien le cabe todavía alguna duda, al ambiente ruin, mezquino y plañidero, con el que se están observando, y abiertamente permitiendo, el que constituye desmoronamiento definitivo de ese Estado de Derecho, y, del Bienestar que tanto ha costado edificar, y que se está viniendo abajo arrastrando con ello no sólo nuestro presente, sino cualquier atisbo de mejora concebida esta para un futuro a corto o incluso medio plazo.
Una vez más, y citando para ello a los viejos demonios conocidos por la Historia, las Instituciones Negras, consolidan ante nosotros un escenario de vicisitudes en el que, no se cuestiona como permisible o inaceptable el hecho de que vayamos a perder nuestros derechos. La realidad, o al menos el efecto de realidad consolidado por ellos una vez finalizado el ejercicio de dramatismo al que sus agente nos someten, día tras día, nos convence no ya de que la pérdida de nuestras libertades y derechos consolidados es algo no ya necesario, sino incluso deseable por nuestro propio bien. Crece entre muchos la convicción de que, efectivamente, los pobres hemos vivido demasiado bien, tal vez el siguiente paso, la siguiente exigencia, nos lleve de manera definitiva demasiado lejos, haciendo imprescindible para aquéllos que fundamentan su existencia en el mantenimiento de las desigualdades, la adopción de medidas demasiado duras, en pos de mantener, o en su defecto restablecer, el equilibrio perdido.

Aunque parezca mitológico, para este hecho Baltasar Gaspar Melchor María de JOVELLANOS, también tenía un posicionamiento. En una carta dirigida al político francés Alexander JARDINÉ, le escribe: “jamás concurriré a sacrificar la generación presente por mejorar las futuras. Usted puede aprobar el espíritu revolucionario, yo no.”
Como en el pasado aquí citado, una vez más hemos de enfrentarnos a la acción de las sombras “¿quién podrá parar los golpes que al calumnia y la envidia dan en la oscuridad?” La respuesta la encontramos muchos años después, cuando MAEZTU afirma que “Ser es defenderse.”

Pero hay veces que la defensa no honra más que el propio hecho de merecer ser atacado; como al contrario resulta de comprobar qué, el desconocimiento olvidado de ciertas pretensiones te lleva a necesitar que otros te defiendan. Ni los discursos de Presidentes de Cámara recién nombrados, ni el amparo de las redes sociales aplaudiendo Discursos Televisivos pueden amparar el hecho de que ciertos yernos hacen más daño a ciertas instituciones, que siglos de arduas y fervientes explicaciones.
Y es que todas hieren, menos la última que mata.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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