miércoles, 15 de marzo de 2017

DESBORDADOS POR EL CAMBIO.

Y porque de nuevo, el diablo está en los detalles, no habrá de ser sino precisamente en tales donde habremos de buscar si no la esencia, si al menos los condicionantes a partir de los cuales poder recrear el conjunto de situaciones llamadas a proporcionarnos un atisbo de nitidez respecto de lo que, lejos de estar por venir, no ha hecho ya sino desbordarnos.

Porque en el fondo tan solo de eso se trata. El eufemismo, llamado hasta ahora a protegernos tras la iniquidad en la que a veces degenera el mero empleo de un tiempo verbal, toma ahora cuerpo de realidad en la medida en que lo que otrora se perfilaba a lo sumo como un concepto (pusilánime por vacuo, o en todo caso impropio), ha dado la cara ahora de manera del todo efectiva poniendo de manifiesto la debilidad de la que se suponía la principal de las variables (a saber la llamada a integrar el refugio de las actitudes), desgajando en presente continuo lo que solo puede materializarse por medio de la acción, o lo que es lo mismo, el desempeño propio de la acción, lo comúnmente llamado procedimiento.

Puede sonar paradójico, pero una vez más no es sino el aparente distanciamiento, lo que se materializa en la estúpida convicción de que a nosotros eso no puede pasarnos, lo que con más claridad pone de manifiesto lo expuesto que no ya nuestro proceder, sino más concretamente el contexto en el que éste se encuentra referido; aparece a la hora de valorar siquiera sinceramente las consecuencias que habrían de devengarse de tan solo un proceder dulcificado, lo que vendría a ser un simulacro, en el que a lo sumo se insinuara la posibilidad no ya de que todo aquello sobre lo que asentamos lo que creemos nuestra realidad pudiera versa amenazado. Imaginemos por un instante el trauma conceptual al que se vería sometido el hombre de tener que asumir, si cabe para agravar la situación aún más, en un corto periodo de tiempo, que todo lo que llama suyo no es en realidad sino el resultado de un préstamo, de una hipoteca cuyo protocolo hace mucho tiempo que fue firmado, tanto que está próximo a expirar.

Es ingente el catálogo de variables llamadas a definir que no a determinar los condicionantes que integran al Hombre en tanto que tal. Por ello, de existir un concepto meramente capaz de integrar todas y cada una de esas variables, ha de ser éste de un relativismo, o si se prefiere de una falta de concreción tal, que tenuemente habrá de recorrer las esencias de todos los conceptos implicados, sin quedar siquiera mancillado por ninguno de ellos, pues de ser de cualquier otro modo la magnitud que el mismo alcanzaría lo convertiría en inútil para nuestro proceder.
Es así que el concepto buscado es único del hombre en tanto que ente dotado de la mentalidad más compleja, a la sazón la única capaz de hacer de la autocomplacencia y el autoengaño recursos lo suficientemente fuertes como para hacer de ellos componentes imprescindibles a la hora de ser integrados en el vademecum de supervivencia del Hombre Moderno.
Adoptan tales conceptos en la actualidad múltiples formas. Las más refinadas, relacionadas con la prestidigitación o con el escapismo, sirven para dotar de un viso de espectáculo lo que de otra manera no habrían de ser sino conductas desdeñables, y absolutamente rastreras. Sin embargo éstas y otras de parecida ralea, son erigidas en pináculo de virtud una vez que la zozobra ha hecho acto de presencia, y ha convertido la supervivencia no en un concepto propio del recuerdo, sino en algo delimitado y llamado  a compilarse nuevamente en presagio funesto.

Porque de eso, de poco más, es de lo que en realidad se trata. La mentira en la que nos hallamos cómodamente instalados desde el final de la Segunda Guerra Mundial, una mentira llamada ficción en un intento de aportar decoro, está herida de muerte. El mero hecho de que cuestiones otrora inaceptables llamadas a ser consideradas como imposibles tan solo porque no encajaban con lo que conformaba nuestro estereotipo; emerjan ahora como complicados escaques en los cuales refugiarse una vez todo toca a su fin; configura una nueva realidad tan impresionante, que su mera intuición, no hablemos de su aceptación, suena a improbable.
Es así que la certeza y la convicción son llamados al destierro, pues lo posible, edulcorado con potencialidad se convierten en el elixir llamado a hacer más llevadero este trajín en el que incluso inconscientemente nos hemos metido.

La facilidad con la que se desmoronan estructuras en otro tiempo tenidas por colosales, no hace sino poner de manifiesto que edificios en otro tiempo llamados a contener nuestra protección (metáfora exigua de lo que podríamos denominar derechos adquiridos), no hace sino enfrentarnos cada día de los llamados a conformar los tiempos modernos con la terrible certeza de poco o nada de lo que una vez creímos estaba destinado a conformar nuestra realidad, es en realidad nuestro.

Porque en el fondo, de eso y de nada más se trata. De asumir que no de comprender que gran parte de la consignación presupuestaria desde la que se ha planteado el momento histórico que nos toca, y que se esgrime como tiempo de crisis, merece su proceder a partir de la aceptación del hecho capital llamado a resumirse en la certeza de que el mero paso del tiempo no ha de producir en sí mismo progreso.
El hecho cuantitativo inherente a la afirmación, y que se materializa en lo inexorable de el paso del tiempo, no ha de despistarnos ni siquiera por un instante de la contemplación de la variable fundamental, y que en este caso tiene naturaleza cualitativa, como corresponde al hecho de ser la destinada a apaciguar las aguas de un conflicto dialéctico llamado a enfrentar en este caso a los que defienden la adaptación, con aquellos que afirman abiertamente que a la vista de lo que conforma nuestro presente, la hora del cambio ha llegado.

Atribuimos a la adaptación la suerte de desarrollo destinado a promover una serie de modificaciones perfectamente delimitados en pro de cuya consecución se generan movimientos a saber, estructuras dinámicas y controladas cuyo ámbito de aplicación, y por ello su supervivencia misma, aparecen inexorablemente ligados a la consecución de los cambios originariamente establecidos.
Se configura el cambio como una realidad de carácter inherentemente procedimental de naturaleza mucho más radical, por ello más beligerante; llamada sobre todo a generar nuevas realidades que pueden, o no, guardar componentes procedentes de los entes de los que siquiera esencialmente proceden. Es así que su protocolo natural es la revolución, a saber: una suerte de proceder ineludiblemente vinculada no tanto a la renovación como sí más bien a la génesis de realidades originales; la cual trasciende en naturaleza y proceder a aquello para lo que siquiera aparentemente estaba destinado. Es así que la revolución tiene carta de naturaleza propia.

En definitiva, el miedo que sentimos a la hora de tratar de comprender nuestro presente, es el miedo a lo inexorable. Porque de inexorable podemos tachar el hecho de que nuestro presente se conjuga en realidad en futuro, pues el ahora ha sucumbido a la constatación de que solo lo que está por venir podrá ofrecernos respuestas.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



miércoles, 8 de marzo de 2017

DE NUEVO, UNA SIMPLE CUESTIÓN DE RESPONSABILIDAD.

Una vez superados los límites de lo comprensible, esos que solo se consideran una vez que vemos a la realidad dejar remotamente atrás a una  ficción que ni en nuestras peores pesadillas llegamos a considerar, es cuando de verdad comenzamos a ser conscientes de que a lo sumo los actos de fe podrán llevarnos algún día a intuir (pues entenderlo es ya del todo una misión imposible), la magnitud de los hechos que hoy forman parte inescrutable de nuestro día a día.

Actos magníficos en todo caso si atendemos exclusivamente al grado de impacto que sobre la estructura de toda la sociedad llevan a cabo; y que solo una vez hemos dejado atrás el reino de lo objetivo para introducirnos en el siempre desasosegante reino de la opinión, podemos afirmar hallarnos en el momento  y en el instante adecuados si no para comprender la magnificencia cuantitativa de los mismos, sí por supuesto para hacernos una idea siquiera mínimamente acertada en lo concerniente a la consideración del coste que en lo concerniente a la valía del Ser Humano los actuales acontecimientos llegarán a suponer.

Decía SCHUBERT que “Si Dios me hubiese querido objetivo, como objeto habría sido considerado. Si como sujeto nací, se trata sin duda a la voluntad divina de apreciar en mí la capacidad subjetiva.” Sea como fuere, lo cierto es que no hace falta interpelar al compositor al menos en lo concerniente a la valía cuantitativa de los hechos que hoy muestran la gravedad del instante que nos ha tocado vivir, sino que más bien acude a nosotros la exposición tan sugerente que casi sin querer el mencionado nos ofrece a la hora de manifestar la diferencia entre precio y valor.
Responde el precio de las cosas  a una estimación netamente cuantitativa. Sujeta por ende a un dato, el precio se fija, varía y se somete a  las consideraciones de una realidad aristotélica (por ende cambiante), sometida en todo momento a disposiciones tácitas es decir, de recorrido transicional y a la sazón contingente.
Es por ende el valor de las cosas, algo en sí mismo eficaz. Como tal, no se sujeta a nada pues en el mismo radica la consideración de estima, revelándose pues como ente con valor necesario, y de cuya interpretación netamente dogmática habrán de extraerse los paradigmas al respecto de los cuales enfocar la cámara llamada a proporcionarnos la perspectiva desde la que llevar a cabo la concreción de lo que llamamos “realidad”.

Delimitados pues los escenarios, y lo que es más importante definidos los campos en los que podrán llevarse a cabo los choques destinados a superar las controversias (siempre desde el a priori de que no es el momento actual sino otro de esos instantes tan dados a la historia proclives a materializar en El Hombre un proceso de avance mitificado en la aparente certeza de que solo la superación del drama conjuga la consecución del tan ansiado progreso, es desde donde en el fondo podemos llegar a interpretar con claridad la certeza de que un peligro ingente y desconocido por hallarse conformado a partir de variables hasta ahora desconocidas se erige no solo en obstáculo sino en potencial destructor de todo cuando hemos creído conocer hasta el momento sencillamente porque pone de manifiesto la debilidad de unas estructuras que si bien estaban llamadas a soportar el peso de todo cuanto conocíamos, el mero esfuerzo que la comprensión de tal concepto supone ya ha de ponernos sobre aviso de la magnitud de los hechos de los que estamos hablando.

Sin entrar en demasiados detalles, y aplacado el carácter de toda consideración al respecto sin que se haga necesaria valoración alguna en relación a los detalles técnicos, la abstracción que el concepto humanista nos regala sirve por sí sola para darnos una idea de lo magnífico de unos valores que ya tan solo por aproximación, son inequívocamente soberbios.

Así, el dilema aparece claro ante nosotros: O como en el milagro que volar supone, y en el que las aves nos llevan distancia en lo concerniente a la evolución; hemos adelgazado el peso de las estructuras destinadas a soportar a modo de andamiaje  el peso de la llamada nuestra realidad; o el peso precisamente de eso, lo llamado a componer nuestra realidad, no era tan ingente como nuestra falta de humildad una vez más nos llevó a pensar.

Detengámonos pues por un instante en el recorrido que tamaña afirmación puede llegar a tener. En contra de lo que pueda parecer, el hecho de que la estructura que soporta la interpretación que como sociedad hacemos de la realidad se mantenga firme no hace sino poner de manifiesto lo liviano de los materiales con los que la misma ha sido elaborada.
Retomando la metáfora antes esgrimida, la solidez y por ende el peso de la construcción llamada sociedad está directamente vinculado al rigor de los componentes llamados en última instancia a materializar su conformación. En pocas palabras, la contingencia campa por sus designios allí donde siempre dimos por hecho que no era sino el rigor de la necesidad lo que hacía presagiar milenios de éxito y perseverancia  a estructuras llamadas a eso, a perseverar.

Se pone así pues de manifiesto el drama en toda su extensión. Una extensión que nos lleva a superar el mundo de lo inteligible (antaño lo llamado a ser conceptualizado), para acabar nadando en las procelosas aguas de lo procedimental.
Abandonada toda esperanza de encontrar en la actual realidad un atisbo de necesidad vinculada tal vez a la existencia de realidades dotadas de valor inherente esto es, realidades destinadas a conformar de nuevo un catálogo axiológico de realidades destinadas a erigirse en nuevos valores; la actual sociedad se ha abandonado a la contingencia pura, descrita ésta en lo exasperante de tener que elevar al procedimiento al rango de Ley; escenificando el drama en la metáfora protagonizada por el que, hallándose en los estados iniciales del protocolo destinado a aprender a montar en bicicleta, liga su supervivencia a su capacidad para mantener en la inercia propia del movimiento sostenido la certeza de un equilibrio cuyos fundamentos (en este caso físicos), se le escapan.

La realidad, contumaz o si se prefiere, tozuda nos regala hoy por hoy ejemplos varios a cada cual más llamativo de todo lo que hoy osamos abarcar.

En Cataluña, la decidida apuesta por un sinsentido llamado a arrastrar consigo a propios y a extraños se erige en definición perfecta del corolario llamado a integrar lo procedimental en el seno de lo que antaño estaba reservado a la abstracción en tanto que solo de ésta cabía la posibilidad de extraerse algo conceptualmente valioso.
Así, la ciénaga llamada a contener la reproducción de todo lo considerado estrictamente cuantitativo se ha extendido hasta el punto de superar los espacios a efectos delimitados. En Centro Conceptual de las ciudades comparte hoy terreno y procederes con los arrabales, actuando la ciénaga de nexo. A falta de un motivo para sobrevivir, solo el no dejar de nadar se muestra como la única salvación, pues no se halla la muerte exclusivamente vinculada a la imposibilidad de mantener la cabeza fuera del fango pues como la realidad demuestra, ya hay muchos que están muertos, pero la inercia les incapacita para darse cuenta.

Es por ello que ahora como pocas veces en al menos los últimos dos siglos, detenerse materializa la acción más responsable que como artífices de nuestra realidad podemos regalarnos. Solo en la ausencia de ruido que preconiza el silencio de la nada, podremos en definitiva ser conscientes de que esta locura en la que a todas luces nos hallamos embarcados tiene que llegar a su fin.
No será fácil, no será barato, y muchos serán los daños colaterales. Pero lo único de lo que a estas alturas podemos estar seguros es de que si perseveramos en el error en el que lacónicamente nos encontramos inmersos, nos aproximamos cada vez con mayor velocidad a una suerte de destino en el que ya nada será contingente, y en el que una vez alcanzado de poca utilidad nos será nada de cuanto actualmente conforma no ya nuestra realidad, sino la interpretación que de la misma hacemos y que al menos hasta hoy, se ha mostrado como útil.

Una vez  más responsabilidad. Hemos fracasado en lo concerniente a saber quiénes somos. Respecto a de dónde venimos resulta imposible ponernos de acuerdo. Seamos cuando menos capaces de entender el peligro inherente a no asumir la importancia de concentrarnos en saber a dónde vamos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 1 de marzo de 2017

PRÓXIMO DESTINO: LA NEOMITOLOGÍA.

Inmerso en un eterno devenir, en el que no tanto el destino como sí más bien el periplo se erige en el encargado de aportar verosimilitud al viaje en sí mismo, es que encontramos al Hombre Moderno totalmente desasistido, perdido en el más peligroso de los laberintos, aquel capaz de pasar desapercibido hasta el punto de ser ignorado por quien en su senda compromete no solo su futuro, comprometiendo con ello el de la Humanidad entera.

Porque en un aquí y por supuesto en un ahora llamados a definir a partir de la absoluta integridad todos y cada uno de los valores destinados a conformar el catálogo axiológico imperante toda vez que destino de lo que habrá de ser considerado bueno, a partir de una razón más contundente que la mera oposición a lo que tenemos por malo; lo único cierto es que el nivel de exigencia ha de discurrir en paralelo al que se espera de un momento como el que nos ha tocado vivir; un momento excelso por lo absoluto, necesario por lo dogmático. Un momento en definitiva en el que los considerandos llamados a erigirse en valores, habrán de hacerlo por medio de procederes más vinculantes que el mero proceder a título de corolario es decir, no bastará con ser resultante de algo, por más que ese algo sea un sesudo razonamiento, o un pausado devenir.

No en vano, la complejidad en la que parece regocijarse el Hombre Moderno, (y regocijarse parece ser actualmente la única opción que por sí solo es capaz de llevar a cabo), pasa inexorablemente por reconocerse a sí mismo por primera vez no como un proceso, sino como un resultado. El Hombre Moderno, en lo que solo puede considerarse como un inconmensurable paso hacia la deshumanización, ha decidido que hasta aquí ha llegado.

Pero al contrario de lo que pueda parecer, el nuevo estadio al que nos referimos, un estadio de posición, en el que por primera vez la sensación de saltar sin red se hace no propensa que sí más bien manifiesta, sitúa al Hombre en un estado hasta el momento absolutamente original, a la paz que desconocido. Decimos original, y sin embargo hemos de retomar el concepto de manera inmediata toda vez que si atendiendo escrupulosamente a la acepción del término original su sentido no se adopta del todo hasta que asumimos la consideración de generar un estado comparable al existente en los instantes posteriores a determinado origen; lo cierto es que tales condiciones ya sean ambientales o esenciales no son reproducibles en tanto que tal y como ha quedado suficientemente demostrado, a nivel humano resulta del todo imposible recrear no ya un escenario, hablamos de una persona, que no presente alteración alguna procedente de su naturaleza social o coyuntural.

Es precisamente a partir de tales aseveraciones, que si estos o parecidos logros son los que se hallan en el principio que justifica la desazón en la que nos ha sumido esta especie de permanente experimento al que parece hemos reducido el día a día de lo llamado a ser tomado por nuestro presente, no estaría de más que alguien pusiera ya punto final al drama, reconociendo en el valor de lo factual que se está poniendo en riesgo, un hecho mucho más valioso que el potencial al que en principio parece se sigue optando.

Mientras esto ocurre, el Hombre Moderno inicia la enésima etapa de este periplo al que solo lo avanzado de nuestro estado de desarrollo nos permite poner nombre a saber: Progreso. Un progreso que en contra de lo que pueda parecer, no solo no es necesario o sea, no tiene en sí mismo la causa de su naturaleza; sino que más bien al contrario es muy frágil. Frágil porque requiere de mucho sacrificio, frágil porque como queda puesto de manifiesto a nivel ético: requiere ser regado a diario, como si de una delicada planta se tratase; a la par que en el terreno moral es capaz de exigir sacrificios proporcionales: y de eso la piel de nuestro Viejo Continente puede dar múltiples muestras y poner innumerables ejemplos.

Se impone así pues la paradoja en la más frustrante de sus paradojas, aquella que se define en el ejemplo de comprender que no hay mayor esclavo que el llamado a vivir en inconsciencia de la existencia de sus cadenas; y es cuando emerge ante nosotros en su primorosa magnitud la pavorosa realidad, la que procede de entender que el estado de abandono, soledad y hastío llamados a componer el epítome de la definición del Hombre Moderno pasa inexorablemente por entender que la incapacidad para comprender el tiempo llamado a serle propio procede de la paradoja por la cual define el presente como un absoluto, del cual se considera no ya un efecto, como sí más bien una causa.

Rota así pues definitivamente la relación entre pasado y presente (en base a la cual el presente, incluyendo por supuesto al propio Hombre, no puede sino concebirse como  resultado de la superposición de estratos llamados a conformar los distinto planos que lo definen); no podemos sino abandonarnos al segundo paso de nuestro nuevo caminar hacia el desierto, un desierto que en este caso adopta la abrumadora forma de renuncia para con el compromiso que el Hombre tenía perennemente firmado para con el futuro.

Pero aunque este desconocido estado de absolutismo en el que el Hombre ha abandonado su itínere para asumir un estatismo propio de una condición cercana a lo mítico pudiera llegar a concebirse, esto es, a considerarse; un hecho no puede pasarnos desapercibidos. Un hecho que pasa por constatar que el medio llamado hasta este momento a resultar natural para el Hombre, no podrá ahora sino rebelarse como un medio netamente hostil, toda vez que el mismo fue concebido y pergeñado para su uso y disfrute en unas condiciones en las que la conductas prioritarias del Hombre respondían a un canon de contingencia, no de necesidad.

Tal vez desde esta nueva perspectiva, las rupturas que el devenir entre Hombre y Medio que cada día nos depara, no solo sean mejor comprendidas, sino que incluso puedan llegar a considerarse como inevitables.
Así, elementos y consideraciones otrora integrantes de los sustratos más profundos de nuestra psique, son hoy puestos en duda con una facilidad que sin entrar en consideraciones de más enjundia bien podrían estar llamados a poner en grave peligro elementos conformadores de los planos más profundos de las llamadas a ser estructuras definitorias de nuestro mundo, y tal vez por ello de nosotros mismos.
Abandonada pues la seguridad de la certeza, es cuando la duda, otrora síntoma de enriquecimiento pues solo a partir de ella cabe el descubrimiento, se erige en patrón de procederes menos benignos, o en todo caso nada satisfactorios; destinados a violentar los cánones establecidos no con el sano propósito de superarlos, sino con la burda intención de sustituirlos por otros que si bien no han demostrado en ningún momento estar dotados de mayor enjundia, sí que no obstante resultan más digeribles, proporcionando en poco tiempo a los llamados a ser sus portadores, una posición de auténtico privilegio, que bien hará suponer las dificultades que de las mismas habrán de devengarse cuando sea necesario desbancar a estos nuevos dioses de los espacios que ahora ocupan, y de los que fue necesario desterrar a los que antaño ostentaban valores propios de gobernantes, experimentados maestros, o incluso filósofos.

Pero hoy ya nada de todo eso sirve, o mentarlo se convierte incluso en anatema. Cuando pronunciar la verdad que procede de la comprensión del mundo se convierte en motivo para el oprobio, lo que quede del Hombre amante del Logos habrá de abandonar voluntariamente la Polis. Mejor la condena pública al ostracismo, que la vida privada en permanente idiotez.
Mas aún peor es la cesión voluntaria de todo lo aprendido, que se traduciría en al renuncia al Logos, retrocediendo entonces en la senda definitiva del Progreso, retornando al tiempo de los Mitos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 15 de febrero de 2017

LA FRUSTRACIÓN DE PROMETEO.

Me sumerjo de nuevo en la cada vez más complicada tarea que supone no ya el dar sentido a la vida, que sí más bien el ser capaz de vislumbrar cuál es mi papel en el mismo; que lejos de sentirme menospreciado por la incertidumbre que tal menester pueda generar en quienes todavía aspiran a entender, pues todavía no comprenden la paz que tal conclusión es capaz de llegar a suscitar, necesitan seguir interpretando allí donde en absoluto existen dudas, necesitando de reconstruirse su propia realidad a partir de los andrajos que la otrora exuberante si bien hoy del todo inexistente, convierte en certeza lo que hasta ahora no ser sino mero presagio o sea, que el principio del sufrimiento no está tanto en las cosas, como sí más bien en el hombre, responsable último en tanto que único competente para desarrollar la que se revela como la misión a ultranza esto es, la interpretación, ejercicio por excelencia de la subjetividad.

Porque llegados a estas alturas, puede que en interpretar nos vaya la vida. Un hombre cuya sensibilidad le brindó la oportunidad de ganar un pasaje para el infinito en tanto que su obra (a saber el medio por el cual nos regalaba esa interpretación) le permitió ser reconocido en cualquier instinto de este largo baile que nos hemos dado en llamar historia; estoy hablando de SCHUBERT, afirmó que “Ser sensible es ser subjetivo. Y se es subjetivo en gran medida porque se ha nacido sujeto. De haber querido una conducta objetiva, la naturaleza le habría creado objeto”.
Hechas las salvedades pertinentes, y ubicados a una distancia mucho más corta de lo que en el caso de atender a criterios exclusivamente cronológicos cabría de esperarse; lo cierto es que una interpretación semántica bien podría arrojarnos la tremenda sorpresa de ver hasta qué punto el escenario destinado a crear el mundo emotivo propio de SCHUBERT dista muy poco del llamado a quedar determinado como el mundo que nos es propio a nosotros. En cualquiera de los dos casos la incertidumbre (manifestación edulcorada de lo que no es sino miedo), y la inseguridad (valor previo en el que se refugian los previos a la violencia), tomaban posiciones en torno a la configuración de una realidad llamada inexorablemente a determinar el tipo de hombre que le era propio.

¡Ay de aquel que siga creyéndose competente para cambiar el mundo! Así como lo que el manantial es flujo, acaba convirtiéndose en corriente a medida que descendemos en el cauce del río. Cierto es que en ambos casos la naturaleza del río queda representada en la necesidad de alcanzar el mar, cerrando con ello un ciclo dando pues la pista exacta de cuanto cabe esperar, si con propiedad hablamos de tal, de un ciclo.
Y si precisamente no es sino otro ciclo lo llamado a erigirse en metáfora de lo que es propio del hombre en tanto que vive, bien podríamos tratar a ese río, así como a su fluir, como un elemento competente a la hora de reflejar lo que por otro lado hemos considerado como lo propio del hombre.
Nace así pues el hombre no volcado a la consecución de un objetivo, sino que ser el logro de tal noción algo que le venga poco a poco, como ocurre con el desarrollo de lo que otrora está destinado a erigirse en certeza. Será precisamente el logro de tal certeza, lo que promueva en el hombre la necesidad de un nuevo flujo, de una nueva fuerza destinada no tanto a modificar el tránsito, como si más bien las formas destinadas a desenvolverse en tal menester. Se trata, en definitiva, del impulso que, en pleno cauce medio, permite al hombre incrementar la fuerza de su corriente, facultando con ello el desarrollo tanto de nuevas realidades, como de formas originales por medio de las cuales afrontar la conquista de entes que no por conocidas, resultaban menos inquebrantables.

Es entonces cuando con más fuerza se pone de manifiesto la verdad. Una verdad que a base de ser evidente, ha terminado por pasar desapercibida, convirtiendo a menudo en intransitable el camino cuyo recorrido es menester del hombre toda vez que por más que nos empeñemos en buscar excusas, existen ríos que solo por determinados puentes pueden ser salvados.
Una verdad que se cifra en torno a cuestiones tales como que no hay que temer al malvado, sino más bien al mediocre. Una verdad que se cifra en torno a certezas tales como que no es la oscuridad la llamada a empobrecer el alma del hombre, pues no hay alma más pobre que aquella que nada tiene que ofrecer a la hora siquiera de hacer sombra.

Basta un vistazo a lo que creemos nuestra realidad, para constatar que el desconocimiento que de la misma tenemos tan solo a dos consideraciones puede ofrecer tributo de verdad.. O no somos capaces de reconocerla como propia, o no somos capaces de reconocernos nosotros en ella. Sea como fuere, lo único cierto es que llegados a estas alturas el desconcierto no se preconiza en torno a saber si estamos o no ante una realidad paralela (una interpretación en cualquier caso), lo que aún tendría salvación, pues estaríamos ante los considerandos que DESCARTES promovió hace varios siglos cuando teorizó sobre la existencia de una realidad irreal pues nada permite al hombre considerar como real una realidad que bien puede proceder de la interpretación de un sueño o, en el peor de los casos, ser un sueño en sí misma. De más tórrida, cuando no nauseabunda merece ser tratada la segunda consideración, pues de ser tal la galardonada con el viso de la verdad, asumir que no es sino una incapacidad para vernos en nuestra vida aquello a cuanto obedece una realidad que no está sino preñada de frustración.

Entenderíamos entonces que no es al poderoso, sino a la incapacidad para acopiar poder, lo que mueve a los nuevos salvapatrias. Un conjunto de nuevos renegados destinados, al menos en apariencia, a señalarnos cuál es el sentido de los nuevos flujos, llamados a impregnar la corriente de los nuevos ríos, en el seno de un escenario en el que ellos no están menos perdidos que nosotros.

Estamos así pues condenados a emprender una nueva batalla destinada a ser necesaria en si misma, pues si bien es cierto que en tanto que batalla, cabría esperar que solo de instrumento en pro de las consecuciones que esperamos como propias cabría de ser tratada; lo cierto es que llegados a este punto la lucha ha alcanzado un valor intrínseco, siquiera el llamado a hacer bueno el paso del tiempo que en su fragor se consume.

Conclusión: es más que probable que Prometeo haya tardado demasiado, y que una vez robado el fuego a los dioses, aquí en la tierra ya no queden ni hombres dignos de tornarse en portadores de la misma, ni una realidad destinada a erigir por medio del juego de luces y sombras que provoca un destino que en forma de ilusión pueda tornarse en futuro.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de febrero de 2017

DE LO MODERNO A LO CHIC. TODA UNA SUERTE DE MATICES

Ocurre que a menudo, a base de ocultar lo inevitable, o de dar por hecho lo evidente, la Sociedad, en ese extraño gesto en el que acaba convirtiéndose el librar a las generaciones posteriores de los miedos que a ellos les fueron propios, no consiguen sino el contradictorio efecto de privar a éstas del que sin duda es uno de los medios de aprendizaje más útiles de cuantos existen, a saber, el de aprender a base de reconocer los efectos que el error, ya sea propio o ajeno, tiene en la propia Sociedad.

Este pernicioso ejercicio, que gráficamente puede ubicarse en la metáfora de hacerse trampas al “solitario”, bien puede estar detrás de muchas de esas circunstancias que, hoy por hoy, no solo convierten en impracticable el deseo de comprender la actualidad, sino que tornan en controvertido cualquier atisbo en relación a pronosticar lo que el destino habrá de depararnos.

Reducida así pues casi a cero toda posibilidad de albergar esperanzas en el futuro, más allá del que se aproxima a corto plazo, habrá de ser objeto de supervivencia que no de paradoja el buscar en el pasado las respuestas que el futuro nos niega; y todo, no lo olvidemos, para hacernos una mera idea del presente que, lo creamos o no, más que envolvernos nos arrastra.

Ponemos así pues nuestra vista en el pasado, concretamente en un pasado no demasiado remoto, pues del instante surgido al que habrá de surgir dista a menudo más el trazo de un deseo, que la realidad de un instante; y es poco a poco que aflora frente a nosotros todo ese procedimiento por otro lado tan poco complicado al que hemos de confiar la certeza de alumbrar el mundo en el que vivimos, o por ser más precisos el mundo en el que creemos vivir.
Porque dicho con el mayor de los respetos, la tranquilidad con la que afrontamos nuestro día a día, una tranquilidad que solo resulta plausible desde la asunción de una serie de certezas realmente enfermizas (las cuales sirven para definir a título individual la abulia con la que la mayoría se toma la actual situación política); sirven a la larga y tan solo para dar por sentado el alcance o la repercusión de esa suerte de neurosis colectiva en la que, ahora sí, la mayoría parece haberse instalado cada vez que aceptamos, o a lo sumo damos por bien empleado, cada uno de los sacrificios, en la mayoría de los casos no tanto económicos como sí más bien de carácter moral, o incluso de condición humana, a los que todos los días hemos de hacer frente; y todo ello para poder decir que vivimos en La Sociedad del Primer Mundo.

Solo intuyendo el escenario al que estamos abocados a medida que la aceptación del drama descrito va ganando no tanto posiciones como sí más bien adeptos, podemos comenzar a intuir la magnitud de ese otro drama, el llamado a desarrollarse en el interior ya sea primero de los individuos (que acaba por llevarles a renegar de sus principios), o de las sociedades (que implica renegar de los principios morales, a saber último reducto llamado a sostener los protocolos que dan cohesión a una sociedad como los pilares aportan solidez a un puente); el cual en cualquier caso parece abocarnos a una Nueva Realidad.

Dicho así, el a priori al que estamos acostumbrados nos lleva a apreciar un atisbo de esperanza en torno a la aparición del concepto nuevo. No en vano, una concepción superficial del término nuevo nos ha llevado a dar siempre por sentado que su presencia, ya sea como adjetivo o como sustantivo, garantiza la bondad ya sea del ente al que acompaña y califica, o del ente desde él mismo. Estamos una vez más ante la paradoja una y mil veces denunciada en base a la cual la concepción de que el mero paso del tiempo constituye en sí mismo una muestra o siquiera una esperanza de progreso, se erige en sí mismo como una de las mayores trampas a las que el Hombre Postmoderno ha de enfrentarse.

Pero que nadie se confunda. Si hasta ahora la traslación que se daba entre lo nuevo y lo viejo se fundaba en un proceso de superación, en el que lo sustituido pasaba tan solo a un segundo plano (era, digamos, guardado), la nueva propuesta no es tan condescendiente, ni mucho menos. De hecho, el éxito de la maniobra con la que nos envuelve la Nueva Realidad depende implícitamente de la desaparición de cualquier referencia previa, de todo vestigio de lo anterior, puesto que cualquiera de esos digamos recuerdos, puede acabar por erigirse en un marco de comparación que con el tiempo puede servir para poner de manifiesto las miserias de la eterna promesa que es a lo que en definitiva se reduce (una vez hemos puesto de manifiesto su carencia de base y fundamento moral), esa certeza con la que más que presagiarnos nos asaltan.

En el caso que nos ocupa, la trampa es netamente semántica. Así, la correlación entre mero paso del tiempo y progreso viene a establecerse a través de la insidiosa certeza que establecemos cuando damos por sentado que el conocimiento experimental que procede por ejemplo de la constatación en el pasado de los efectos de ciertas conductas, sirve para garantizar en el presente lo acertado de las decisiones que se tomarán por parte de los llamados en este caso a elegir.

Muchos son los ejemplos a los que cada uno de nosotros podría sin duda referirse a la hora de aplicar este marco procedimental a, digamos, su propia zona de confort. Pero lógicamente, aunque sin que sea necesario desviarse mucho en lo que concierne a lo estrictamente procedimental, sin duda que podremos llevar a cabo una suerte de ampliación de campo, (algo así como hacer un zoom), posibilitando con ello la apreciación de una gran gama de paralelismo al respecto del devenir social.

La elección del nuevo Presidente de los Estados Unidos de América, sin ir más lejos. Al principio de su campaña electoral, pocos eran los que ni siquiera formando parte de sus filas llegaban a apostas un céntimo no ya por su éxito, ni siquiera por su continuidad. Quién podía en aquel momento (amparados por supuesto en el sentido común), haber pensado otra cosa…
Tengo más ejemplos (afortunadamente no tan dramáticos): En la Premier League, el sorprendente resultado de la apuesta basada en pronosticar qué equipo de la mencionada liga de fútbol se alzaría con el triunfo al final de la competición, llevó a una prestigiosa casa de apuestas a ver cómo su solvencia presagiaba seriamente.  ¿EL motivo? Habían aceptado una apuesta que de manifestarse se traduciría en resultados estratosféricos para un aficionado cuya pasión le llevó a hacer una apuesta escandalosa en pro del que era el equipo de sus amores, a la sazón un recién ascendido.

Pero también en un plano más cercano tenemos ejemplos en los que se pone de manifiesto cómo el dar por sentado las cosas acaba materializando auténticos esperpentos. Ahí tenéis el caso de la Nueva Izquierda Española. Una Izquierda que a base de reinventarse, ha terminado por ser resultar irreconocible incluso para si misma. La prueba: Sin su maravillosa aportación resultaría imposible concebir en esta Nueva Realidad que precisamente lo más rancio y reaccionario, representado ¡por supuesto! por el PP, siga gobernando nuestro país.

Ahí reside precisamente el peligro de dar por sentado que todo lo nuevo lo es, en sí mismo y sin más: En ver como lo viejo se alimenta de nuestra desidia y teje, con hilos viejos, una manta que, por más que parezca nueva, no hace sino cambiar los agujeros de sitio.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 1 de febrero de 2017

DE REHENES, A CÓMPLICES.

De tal podría considerarse la evolución que el llamado a definirse como el proceder político destinado implícitamente a contener todo esfuerzo actual a tal propósito encomendado; parece conducirnos una vez constatado en el devenir de los últimos tiempos, el que sin duda puede definirse como sonado fracaso en el que se materializa la traducción eficaz del modelo político-representativo, el cual por otro lado estaba dotado, al menos hasta hace poco más de una hora, momento en el que llevé a cabo la última comprobación, de un marcado tono fundado en la naturaleza metafísica.
Resulta pues que de la suma no tanto de los elementos hasta ahora descritos, como sí más bien de las desazones causadas por el agravio por la sociedad sufrido, que procede fundamentalmente de la consabida incapacidad para entender (tal y como le viene ocurriendo a todo buen cocinero), por qué disponiendo de tan magníficos ingredientes es que somos del todo incapaces de llevar a cabo un guiso que resulte cuando menos comible, que surge con fuerza la primero llamada a ser considerada premisa, que pronto acabará dotada de la fuerza propia de la conclusión más substancial, en base a la cual bien podría ser que no son los cocineros, sino más bien los llamados a deleitarse con el consumo de las viandas, los que realmente han visto pasar no ya en torno de sí, cuando sí más bien a través, el paso de esa incerteza exacta llamada tiempo, la cual es tan imprecisa de definir, que solo a través de la evaluación de sus efectos podemos no tanto definirla, que si más bien determinar nuestra incapacidad comprobando una y mil veces nuestra incapacidad para ponerle coto.
Resulta pues más preciso decir ahora que aquí, si queremos ser certeros en la elección de las premisas que aliñadas con el saber que aporta la experiencia (forma matizada que adopta el tiempo), puedan de un modo u otro contribuir a la hora de determinar los parámetros que han terminado por consolidar este renovado proyecto que termina por ver la luz alumbrando con ello la nueva andadura de Ecos de la Caverna.
Convencidos no por inducción como sí más bien por deducción, de que el análisis de los acontecimientos desarrollados en lo que podríamos cifrar como el periodo que se extiende en torno a los últimos nueve meses, no han servido sino para  consolidar en su más amplia extensión la certeza tantas y tantas veces en este mismo medio defendida por la cual no podemos confiar al mero paso del tiempo la certeza de que su natural devenir acabe consolidando cualquier forma de progreso; la forma razonable que adopta la frustración (a saber el empacho de responsabilidad), se ha erigido en detonante definitivo para entender que una parte importante de las conclusiones a las que la comprensión que a futuro hagamos de los acontecimientos llamados a erigirse hoy en nuestra actualidad, servirán para entender que la irresponsabilidad fundada en nuestra incapacidad para encontrar nuestro camino en “el orden de las cosas”, se situará en el núcleo de las consideraciones destinadas a erigirse en el centro del modelo que gráficamente describirá el gráfico llamado a contener el diagrama de nuestro fracaso.
Porque por muy incomprensible que resulte. Por muy difícil que se antoje la labor de dar sentido a la realidad llamada a consolidarse como nuestra realidad; lo único cierto es que nosotros y nada más que nosotros seremos los responsables del  fracaso que en forma de desmoronamiento de las actuales estructuras sociales y políticas se esconde. Cualquier otra conclusión, ya sea de carácter procedimental, y qué decir si es de tipo conceptual, nos arrastraría de manera inexorable hacia la alienante certeza en base a la cual las estructuras de las que se sirve el actual modelo de gestión de la sociedad (lo que bien podríamos denominar “estructuras de gobierno”) gozarían en su naturaleza de una consideración de necesidad, lo que supondría aceptar que existen por sí mismas o sea, que su devenir es autónomo de la estructura que en principio las había creado.
No ya de la aceptación de tamaña conclusión, basta con la elevación al grado de ciertas de las premisas que componen el razonamiento; podríamos estar en condiciones de probar el que bien podría considerarse uno de los expolios más grandes de cuantos está llamado a soportar el “objetivamente” denominado “Hombre Moderno”. Un expolio que al igual que pasa con la mayoría de los que tal consideración han merecido los padecidos por el Hombre a lo largo de los siglos, debe su éxito a su capacidad para mimetizarse con el medio. Un medio que en este caso, al estar hablando de conceptos y procedimientos, hunde sus miembros en los cada vez más escabrosos preceptos de la ética y de la moral.
Porque para poner de manifiesto la tropelía de la que somos objeto, basta con poner de manifiesto el sinsentido en el que acaba por convertirse el constatar hasta qué punto la alineación ha triunfado. De no ser así, cómo entender que conceptos otrora primarios como podían ser los llamados a conformar nuestro desarrollo moral y ético, acaben por reconocer su alejamiento del elemento para el que fueron identificados; un alejamiento que se materializa en el hecho de que es el propio hombre el que reconoce como escabroso el periplo que ahora está obligado a padecer cada vez que trata de reconocer tales hechos; y qué decir del periplo que supone tener que reconocerse “a sí mismo” en ellos en tanto que de los mismos procede su propia madurez como consolidación del proceso que le ha llevado a ser un Ente con predisposición para la Política.
La comprensión de éstas y de parecidas cuestiones, así como fundamentalmente del inexorable deterioro al que las mismas han acabado por arrastrar el que estaba llamado a ser uno de nuestros mayores dones, a saber nuestra capacidad para la reflexión y la acción política; habrá inexorablemente de integrarse dentro del conjunto de consideraciones destinadas a avalar la certeza que ha provocado nuestra definitiva reacción. Una reacción fundada en la paulatina primero y somera después comprensión de ese aparentemente azaroso cúmulo de contingencias cuya ordenación sirve para constatar hasta qué punto El Hombre del Siglo XXI se mueve como cascarón inmerso en aguas procelosas toda vez que parece haber asumido la imposibilidad para hallar puerto seguro.
El triunfo de esa terrible certeza, de la que día a día somos testigos ya sea por medio de la constatación de grandes actos, o a través del sonrojo que nos produce la desazón de verla reflejada en pequeños actos, no viene sino a refrendar la tesis por la que se demuestra el lento a la par que inexorable avance de una nueva forma de nihilismo político el cual se abre paso a medida que la convicción que antaño primaba, amparada en el nada se puede hacer; ha evolucionado ahora hasta su destructiva forma: nada se debe hacer.
Abandonamos así pues la actitud pasiva (que nos llevaba a aceptar sin más nuestro devenir hacia la condición de IDIOTAS), para dar un paso más hasta convertirnos en cómplices de tal aberración. Evolucionamos así pues hasta un nuevo estadio, el que nos arroja como restos de un naufragio en una playa desierta, en la cual purgar nuestros pecados en tanto que citando el delito por omisión, somos responsables de nuestro ostracismo.
Y todo, en realidad, porque el tiempo me ha permitido releer a Voltaire: “…es una de las responsabilidades del que ha sido gratificado con la excelencia del saber, aprovechar la conducta que del mismo se hace tenedor (…) pues es deber del que sabe responsabilizarse, y será el ignominioso silencio que de no hacerlo se desprenda, causa suficiente para llamarle traidor, pues es el silencio por si solo causa propia de complicidad.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 7 de julio de 2016

DE EL HOMBRE COMO MEDIATRIZ.

Convencidos ciertamente de la capacidad de sanación que el Tiempo en sí mismo posee, de la cual sobradas muestras se han dado, retomamos el que bien podría ser un tiempo nuevo, entendido como tal el que resulta propio de conciliar los deseos respecto de lo que la realidad ha deparado, usando como elemento determinante nada más, o nada menos, que los resultados que la cita electoral del pasado 26 J ha tenido a bien depararnos.

Es así que atendiendo más a la interpretación que a la lectura objetiva de los mencionados datos, que extraemos una serie de consecuencias la mayoría de las cuales, una vez sometidas a la luz de la Razón, lejos de enfrentarnos con un escenario diferenciador, tal y como cabría esperar si reducimos a lo fenotípico la fuente de nuestro proceder; acaba por arrojar una suerte de paralelismo en el que no resulta complicado hallar un síntoma de uniformidad, lo que viene a poner de manifiesto una vez más la importancia de proceder desde o a partir de lo esencial o sea, desde lo genotípico.

Es por eso que de la lectura no tanto de los datos, sino más bien de las sorpresas que éstos han venido a deparar, es de donde extraemos la certeza que nos lleva a superar la contingencia del hecho, para deparar en la necesidad de análisis que requiere no tanto el comprender los datos a posteriori, una vez han conformado mayorías; como sí más bien  a priori, o sea cuando todavía se dirimen en ellos connotaciones ya sean éstas de carácter ideológico o conceptual.
Resulta así el mejor escenario, el propio en el que aún cabe disponer, más que analizar, los preceptos a partir de los cuales llegar a concebir los que acabarán por erigirse en conceptos supuestamente llamados a nutrir lo que para unos serán listas de deseos, en lo que otros inferirán Programas Electorales.
De un modo u otro, lo que faculta la redacción del presente no es sino la constatación de lo que unos han llamado revuelo, otros lo resumiremos en sorpresa, tanto lo uno como lo otro delimita lo que objetivamente podemos considerar fiasco de PODEMOS no tanto por haber fracasado, como sí más bien por haberse quedado muy lejos de los sin duda magníficos resultados que la lectura de la Realidad hacía presagiar.

Renunciando a la fría cuantificación, dada a lo sumo a poner de manifiesto lo que por objetivo es sujeto de refrenda; que apostamos más bien por lo que resulta ajeno a la mesura, usado el concepto no como elemento de moderación, sino simplemente como determinación de lo cuantificable, a lo que llama la condición de concreción propia del sustantivo.
Centrada pues nuestra apuesta en las tenebrosas aguas de la abstracción, es desde donde elegimos iniciar el análisis del mal llamado fracaso de la nueva formación a partir de las emociones que nos proporciona la primera impresión de las caras de personajes tales como el Sr. Echenique y por supuesto el Sr. Errejón, una vez conocidos los resultados que habrían de ser propuestos para su definitiva elevación a definitivos.

Hablamos de ese sentimiento de frustración al que el Sr. Iglesias acudió cuando en resumidas cuentas, trataba de explicar a los demás algo que ni tan siquiera para él resultaba no tanto comprensible, como ni siquiera digno de explicación.
Porque la constatación de la derrota, lejos de aceptable, redundaba poco a poco en una suerte de concepciones cuya mera aparición chocaba de plano no tanto con la hasta ese momento ni siquiera planteada posibilidad según la cual perder era posible; sino que de madurar, la búsqueda de las causas de la derrota podía degenerar en una suerte de perjurio que de triunfar bien podría poner en serio peligro los pilares de una macroestructura que hasta este momento se había hecho grande a base, precisamente, de negar la existencia e incluso la necesidad de dichos pilares.

Porque a medida que el discurso que el Sr. Iglesias libra en pos no tanto de encontrar las causas de los que repito son como mucho unos resultados decepcionantes no en tanto que tal, sino una vez que han sido sometidos al juicio de la comparación respecto de las expectativas creadas; se convierte en un discurso comprensible en tanto que comenzamos  a descubrir en el mismo aspectos comunes con otros discursos que, ya fueran o no escritos para matizar una derrota esconden en cualquier caso la herrumbre propia del pasado, es cuando el Sr. Iglesias, y con él su criatura, a saber, PODEMOS, se muestran ante nosotros como lo que siempre fueron, en el fondo, un modo de reacción.

Así que cuando el Sr. Iglesias parece devanarse el cerebro buscando no tanto culpables, sino más bien la forma que ha adoptado la culpa en sí misma, pues cualquier valoración no esencial resulta para él insuficiente en tanto que el mensaje de PODEMOS resultaba tan atractivo que era imposible no resultar impactado por el mismo en tanto que era de carácter esencial; que termina por renunciar al autoanálisis, cayendo en la complacencia de buscar en el exterior los requerimientos que inexorablemente se encuentran formando parte del interior, de lo esencial, de lo genético si se desea.

Es entonces cuando el reflejo de intolerancia del que adolece el Sr. Iglesias, intolerancia que se tornan en indolencia en  muchos de los que más que conformar, vienen a secundar de manera más o menos conscientes las consignas que amparado en el seno de la misma, éste promueve; adquiere su rango máximo al venir a poner de relevancia la que es sin duda la madre de todas las contradicciones de las muchas que confluyen en PODEMOS, y que en este caso se pone de manifiesto al generar tal grado de colapso que conduce a los líderes no tanto a no poder, sino a no llegar si quiera a considerar, que pueden estar equivocados.

Así, cuanto mayor es la intensidad de los esfuerzos que el Sr. Iglesias pone en práctica para equiparar los datos que sus expectativas le proporcionaban en relación a los verdaderamente obtenidos, mayor es la grieta que entre él y esa realidad se forma. En cuanto a la causa, en el instante fue evidente, y el paso del tiempo la ha vuelto una obviedad: la que pasa por aceptar que una cosa es la fuerza percibida, y otra la recibida.

Iglesias y sus seguidores se muestran desde el 26 J no tanto decepcionados, como sí más bien altamente irascibles. La causa, evidente: No pueden entender por qué el electorado no ratificó por medio de su voto las bonanzas de su programa. ¿Acaso la gente es imbécil? Así parece deducirse del tratamiento de un proceso en el que la gente, lejos de promover el ascenso a los cielos de aquellos llamados a recuperar la Justicia Social, proveyendo de pan al hambriento; ha vuelto a apostar por las fuerzas que en principio se muestran como las que por medio de sus políticas arrebataron al pobre su pan… ¡Y todo ello desde el desazonador contexto de la corrupción como fuente de horizonte!

Un aviso para quienes llegados a este punto piensen que hoy nos estamos liando más que de costumbre. Incluso más que un aviso, una certeza: Hace rato que expusimos la que se erige en tesis central de la reflexión, la cual sirve para responder a las preguntas que seguro todavía a estas horas, el Sr. Iglesias se sigue haciendo. ¡Y para colmo de males, la misma no procede de un desarrollo nuevo e innovador, estuvo siempre en la Historia!

Constituye el Hombre la medida de todas las cosas. Cuando te enfrentas a algo nuevo, debes hacerlo partiendo del lugar exacto de la Historia al que la consideración de tamaña consigna te conduce cuando la analizas desde la perspectiva proporcionada por le hecho en cuestión. ¡Vamos a tomar el Cielo al asalto! Rezó una de las consignas más aclamadas. El Cielo es el Infinito, y el Hombre es la mediatriz que separa en dos la distancia que asemeja al cero, con el propio infinito.

Y es precisamente de la lectura de “El cero y el infinito”, increíble obra en la que Arthur KOESTLER pone de manifiesto la que está llamada a ser la enésima aberración desde la que el Hombre se relaciona con el Hombre; de donde extraemos una cuestión lapidaria: “Nosotros os traíamos la Verdad, y en nuestra boca sonaba como mentira. Os hemos traído la Libertad, y en nuestras manos se parece a un látigo. Os hemos traído la verdadera Vida, y allí donde se eleva nuestra voz los árboles se desecan, oyéndose crujir las hojas muertas. Os hemos traído la promesa de porvenir, pero nuestra lengua tartamudea y se traba…”

Llegados a este punto no soy capaz de decir qué resulta más dolorosos, si que el grado de alienación general sea tan grande que nos hace incapaces no ya de identificar la fuente donde se encuentra el agua destinada a saciar la sed que nos embarga; o  que su triunfo es absoluto, tanto o más cuando  nos incapacita para ser a lo sumo capaces de saber que tenesmo sed.

En cualquier caso, Sr. Iglesias, su castigo no será menor. Su penitencia, la de saber que pese a toda su formación, ésta no le ha servido para saber que, digan lo que digan, si no todo, sí la mayoría de las cosas siempre estuvo en los libros.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.