miércoles, 1 de octubre de 2014

NI DIOS, NI PATRIA, NI REY.

Asistimos imperturbables, quién sabe si haciendo gala al dicho popular en base al cual: resulta a menudo la ignorancia el mejor cuando no el único de los vestidos que lucen los valientes; a un proceso que como ningún otro, o tal vez deberíamos de decir que cuando ningún otro, acierta a poner no en tela de juicio sino más bien en franca duda, elementos y a la sazón realidades propias verdaderamente de los únicos componentes válidos a la hora de tratar de dar una respuesta científica, o sea carente en la medida de lo posible de matices pasionales; a cuestiones que verdaderamente se hallan implícitas en lo más profundo de la estructura tanto semántica como conceptual, de lo que bien podríamos devengar se entiende, o cuando menos es proclive de ser considerado como España.

En vista de lo terminales que ya desde un primer momento pueden resultar algunos de los conceptos esgrimidos, o lo que es lo mismo, en vista del peligro que puede desencadenarse a partir de un manejo poco adecuado de algunos de los conceptos puestos sobre la mesa; así como por supuesto a tenor de las consecuencias que la interpretación que de algunas de las potenciales conclusiones pueda llevarse a cabo; es por lo que ejercitando ¡cómo no! la prudencia, que acudiremos una vez más, y a pesar de los detractores, a la Historia en pos no tanto de consejo, como sí de testimonio, convencidos como estamos de que indefectiblemente, pocas son las realidades en las cuales, hoy por hoy, somos verdaderamente capaces de poner algo nuevo bajo el sol.
Es así que ya desde un primer y por ello somero análisis, que encontramos en el devenir meramente cronológico, la premisa fundamental sobre la que bien podríamos hilar nuestro comentario tanto conceptual, como por supuesto cronológico.

Es que una mera comprobación de las mencionadas cronologías resultará del todo suficiente para poner de manifiesto en este caso cómo las fechas que hoy aportan contexto temporal a nuestra convulsa actualidad, se hallan inexorablemente contenidas en medio de otras dos, cuyo peso en la Historia es ya lo suficientemente grande como sin duda lo acabarán siendo las actuales.
Así, las últimas calendas de septiembre han de servirnos para conmemorar la muerte de dos monarcas tan absolutistas ellos en sus dispendios, como absolutos en sus quehaceres al frente de sendas Españas. Tan diferentes que bien podrían pertenecer a países distintos.
Me refiero, como no puede ser de otra manera, a la coincidencia de nuestro presente con las fechas del 13 de septiembre de 1598, y 29 de septiembre de 1833 respectivamente, en las que tiene lugar el fallecimiento de dos monarcas, Felipe II y Fernando VII, tan distintos, que sin duda podrían considerarse reyes de dos países diferentes.

¿Alguien se imagina a Felipe II habiendo de subsanar alguna de las sinrazones que enturbian el sueño de las gentes de bien que conforman nuestra actual España?

Por supuesto sin caer en la trampa que puede suponer el analizar conductas presentes desde el conocimiento que las perspectiva aporta sobre modos de conducirse pasados, lo cierto es que visto y sobradamente conocido el empaque de un rey como Felipe II, lejos insisto de especular sobre un modo de conducta, lo cierto es que bastará en este caso con una sutil pincelada en pos de los que sin duda conformaron su catálogo de usos, para comprender hasta qué punto resulta incomprensible este país, incluso para aquéllos que formamos parte del mismo.

Así, y desde la misma senda procedimental, aunque iluminando en este caso una línea mucho menos decorosa, a la par que me atrevería a decir que mucho menos honrosa, las en otras ocasiones demostradas como menos inspiradas, e incluso más tendentes a la traición, como sin duda resultaron las tendencias demostradas por Fernando VII, nos llevan a quién sabe si vincular no tanto con su época, cuando sí más bien con su forma de gobernar, algunos de los condicionantes a los que, insisto, la actualidad, nos ha obligado a enfrentarnos.

Así, salvando las distancias temporales, y utilizando las diferencias que de las mismas son propias para en este caso conducir las realidades del Estado desde las obligaciones propias del Jefe del Estado, por definición el Rey; a un Presidente del Gobierno como en nuestro caso resulta constitucionalmente recomendable; pasamos a redefinir una situación en la que curiosamente Fernando VII no solamente no se hubiera sentido especialmente desvalido, sino que incluso me atrevería a decir que se movería con auténtica solvencia.

Tendidos una vez más los puentes entre el pasado, y el presente, o lo que es históricamente más adecuado, entre el primer tercio del XIX y hoy. ¿Cuántos os animáis a reconocer en la abulia, la apatía, e incluso en la semántica y por qué no en los modos de nuestro Presidente, algunos de los caracteres más irrefutablemente chuscos, de aquél que bien podría ser reconocido como el rey befo?

Sin quitar ni por supuesto añadir un ápice de responsabilidad a los ecos de las conductas que aquél desarrolló, y no obstante convencido de que la Historia se deshará de éste arrojándole a un parecido cajón, a saber el rotulado bajo los caracteres de para este viaje no hacían falta tantas alforjas; lo cierto es que la sinrazón desde la que hoy por hoy parecemos empeñarnos en articular todo lo que hacemos, amenaza en este caso con no resultar tan comprensiva como en su momento lo fue aquélla que era propia. Así, si el Sr. Presidente de verdad se cree que los usos y costumbres que amparaban aquél sin dios, resultan hoy refugio cómodo, lo cierto es que solo demostrará un absoluto desconocimiento de la realidad que le circunda. Y si bien este desconocimiento al anterior le sirvió, estamos seguros de que para él no solo no servirá, sino que más bien al contrario solo conducirá a la elaboración de un escenario tan asfixiante, como traumático.

Porque si bien España puede no haber cambiado, lo cierto es que los españoles sí lo hemos hecho. Por ello los experimentos será mejor que se queden para los laboratorios, no vaya a ser que como ya pasara en su momento, alguien clame por el cumplimiento de la Ley, exigiendo su cumplimiento de manera generalizada, incluyendo para ello a los dignatarios.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.



jueves, 25 de septiembre de 2014

DE CUANDO LA IDEOLOGÍA SE CONVIERTE EN EL EUFEMISMO DE LA SINRAZÓN.

Inmersos como estamos en un mundo en el que tan difícil resulta identificar no solo ya los conceptos primarios, en un mundo en el que a la par reconocernos a nosotros mismos constituye hoy por hoy una aventura cuyo desenlace nada ni nadie garantiza que vaya a ser satisfactorio; cada día resulta no obstante más evidente el esfuerzo que ha de ser llevado a cabo por aquéllos que se ganan el pan, sencillamente, creando en nuestro derredor escenarios paralelos, mundos en los que el ambiente nebuloso es el claro dominador, convencidos de que así, solo así, podrán sobrevivir, un día más.

De parecida manera a como la complicación social inherente a la evolución erigió al Arte como mucho más que una mera herramienta destinada quién sabe si a expresar certezas de las que ni el propio Hombre tenía consciencia; así es como hoy la Política parece haberse erigido, sin duda por méritos propios, en la aparente nueva religión a partir de la cual el Nuevo Hombre se desarrolla, desde la cual se erigen, como es propio y por ende imprescindible, nuevos mitos, protagonizados en ocasiones por nuevos ídolos.
Mas se da la circunstancia, paradoja podríamos llegar a decir, de que la Política, en tanto que manifestación de índole estrictamente pragmática, debería estar en principio liberada de las tentaciones propias de los escenarios proclives al quehacer de los dioses; habiendo de ser tanto sus gustos como por supuesto sus acepciones, más del remilgo de los caracteres corpóreos.
Es entonces cuando ante la indisociable presencia de dos características intrínsecamente contrapuestas, que hemos de arbitrar los protocolos destinados bien a identificar el posible error tras cuya funesta comisión se ha permitido la funesta paradoja; o en caso de que el mencionado no se presente, hayamos de entrar en razón la posibilidad de que tal error no se halle presente, momento a partir del cual podremos afirmar que, efectivamente, hemos dado con una realidad de naturaleza ciertamente original, en tanto que novedosa.

En el caso de aceptar, cuando no de asumir éstos, todavía corolarios, lo cierto es que lejos de haber ubicado la solución al problema, lo que hemos hecho ha sido en realidad incrementar tanto el volumen como por supuesto la intensidad del mismo. La causa, es evidente, y se pone de manifiesto en el momento a partir del cual conduce nuestros razonamientos hacia el callejón sin salida en el que se convierte el tener que aplicar estructuras de pensamiento inductivas (o lo que es lo mismo ideas propias de ser analizadas exclusivamente desde la Razón); a elementos que por su naturaleza a posteriori serían propicias de una metodología deductiva (lo que inexorablemente vinculado a la experiencia, terreno ineludible para la Praxis.)

Pero lejos por supuesto en nuestro interés el plantear un solo proceso ciertamente propenso al devaneo que degenere en una mínima pérdida de interés, lo cierto es que volviendo al Arte como elemento catalizador de fenómenos sociales, y por ende intrínsecamente ligados al Hombre, lo cierto es que si analizamos las consecuencias de los actos según los cuales el proceder artístico ha servido pare desvelar auténticos misterios ligados a los espacios más profundos del Hombre; podríamos sin demasiado esfuerzo trazar un esquema temporal en el cual, imbricados con las distintas Revoluciones Artísticas, podríamos sin demasiado esfuerzo localizar algunos de los grandes cambios cuyas consecuencias se han traducido en grandes fenómenos de evolución unas veces, y de involución otras, dentro del escenario del Ser Humano Moderno.

Es pues a partir de este nuevo escenario, desde donde hemos de llevar a cabo las trasposiciones conceptuales y procedimentales necesarias en pos de lograr la correcta disposición que se traduzca en la configuración de un escenario en el que sean reconocibles tanto las circunstancias que rodean al Hombre Moderno, como tal Hombre en sí mismo.

Asumidas las nuevas concepciones, podríamos llevar a cabo una suerte de trasposición tal que la Política, al menos en principio en su vertiente más científica, podría haber asumido algunas de las funciones que anteriormente hemos identificado en modo positivo dentro del Arte como conducta. Atendiendo a tales preceptos, la política vendría a ser el medio natural destinado no solo a traducir las demandas y múltiples necesidades del Hombre en su más amplia acepción, sino que más allá de tales preceptos, se vería suficientemente bien atalantada como para poder erigirse en recurso suficiente a la hora de satisfacer, o en su defecto sublimar, la práctica totalidad de cuantas necesidades resultasen propias al Hombre.

Resulta suficiente un mero vistazo a nuestro derredor, para comprobar que dicho escenario, lejos de verse cumplido, redunda en realidad en una esperanza propia de uno de esos mitos antes aducido.
Podemos así pues comprobar cómo la evolución del Hombre, reducida un tanto en este caso a escenario y proceso diseñado en pos de conseguir la excelencia del Hombre; ha fracasado. La prueba, nosotros mismos. La causa, en algún cruce del camino tomamos una dirección equivocadas.

Caminos, cruces, direcciones… En definitiva conceptos vinculados al campo semántico de la Moral, y por ello propios a ser devengados acudiendo para ello a elementos tales como la Responsabilidad, en la más abstracta y por ende en la más amplia de las acepciones.
Pero como rápidamente podemos constatar, el escenario no resiste ni tan siquiera a los primeros envites. La falacia conceptual se identifica rápidamente con el cartón piedra, y juntos vienen a erigirse en las únicas realidades desde las que podemos llegar a inducir el grado de mentira que forma parte de la esencia de ésta tramoya que llevamos años aceptando como realidad.

Obligados no tanto por responsabilidad, como sí más bien por hábito de supervivencia el momento en el que se produjo la catarsis, a saber el momento a partir del cual elegimos mal un cruce, circulando pues desde entonces por lugares indómitos; hemos de identificar el instante preciso en el que se produjo la decisión incorrecta.

Comprobamos así cómo desde el momento en el que la ideología superó a la política como medio viable en pos del cual llevar a cabo las averiguaciones competentes de cara a diferenciar lo verdadero de lo falso en lo concerniente a desarrollos humanos; que sin duda podemos afirmar como tal el instante desde el que la mayoría de las decisiones vinculadas al quehacer de la política están en realidad intoxicadas, a modo y ejemplo de como lo hace la calumnia; haciendo desde luego poco recomendable la adopción de cualquiera de las mismas en pos de una consecución saludable en términos políticos.

Solo desde tales consideraciones podemos llegar a intuir la profundidad desde la que considerar el grado de perversión con el que han defenestrado a GALLARDÓN.
Considerado sin duda uno de los grandes supervivientes de la política, y haciendo de tal afirmación un elogio; lo cierto es que la misma solo tiene sentido cuando tenemos en cuenta que la imprescindible habilidad para sortear obstáculos, aptitud imprescindible para cualquiera que sea merecedor de tal calificativo, encontraba en Alberto RUIZ GALLARDÓN a su más fiel ejemplo.
Torero competente hasta la extenuación, el hoy ya Exministro demostró sus virtudes hasta el punto de poner a propios y a extraños en la tesitura de no saber si nos encontrábamos con un rojo entre fachosos, o si en todo caso era un actor como la copa de un pino.
Capaz, muy capaz para jugar las bazas con el trilero que fuera, GALLARDÓN, lejos de amilanarse o tan siquiera ofenderse, disfrutó del halo de misterio que sus conductas le devengaban en pos de confeccionarse una suerte de imagen que ante todo le servía para ocultar su esencia, así como el frío disimula lo nauseabundo en los efluvios de un cadáver.

Pero a medida que ascendemos en la escala del éxito político, hemos de pagar una prenda por cada peldaño que subimos. De esta manera, poco a poco, nuestras virtudes en raras ocasiones, y nuestras virtudes en las más de ellas, quedan al descubierto, enfrentándonos en este caso con una escena tan abrumadora como espeluznante. La escena de un Hombre que ha visto cómo, poco a poco, la incapacidad para dar respuestas conceptualmente coherentes era sustituida por el más cruel de los antídotos que para el político tiene la Razón. Antídoto que no es otro que la Ideología.

Es entonces cuando desde esta nueva perspectiva, desarrollos propios del silogismo disyuntivo se reducen a meras proposiciones de Lógica Deductiva.
Es así cuando por otro lado decisiones tomadas en el pasado por nuestro protagonista, adquieren ahora literalmente todo su sentido, permitiéndonos ahora, precisamente (o no) cuando ha llegado el momento del holocausto del monstruo político, contemplar en todo su esplendor el semblante contumaz pero satisfecho del que bien podría ser el representante más cerril, cavernario, reaccionario y fachoso, de cuantos conforman el Universo PP de la Derecha Española.

Así, y solo así, podemos intuir los múltiples matices que su sacrificio lleva implícito.
Sacrificado por una decisión al menos cuya génesis no ha de serle del todo atribuida, el Auto de Fe en el que sus propios compañeros han convertido su salida del Gobierno tiene unos tintes que a mi humilde entender reúnen muchas características que son propias de lo que en términos de actualidad bien podríamos denominar conducta cercana al cortafuegos. Es desde esta nueva visión, pero sobre todo desde la perspectiva que nos proporciona el comprobar los efectos que no ya la dimisión, cuando sí más bien la retirada del Proyecto de Ley por todos conocido ha tenido, que podemos sin duda comprender el alcance del fracaso esencial que para el Partido Popular tiene que suponer el dar marcha atrás con la que a estas alturas bien pudiera ser última oportunidad que el Partido Popular tiene para hacer algo a derechas.

Sumidos en el tumulto que en los términos conocidos se traduce el aceptar sin compasión el devenir de las estructuras liberales; la dominación a la que el capítulo económico somete a todas las demás variables que componen el marco de acción de la política, se traduce en una sinrazón dentro de la cual la única posibilidad de supervivencia ha de buscarse en algo cercano a la Fe.
Y es desde semejante rango de condición, desde donde el Partido Popular ha sido víctima del más antiguo de los timos, aquél del que es precursor y artífice imprescindible la ausencia de humildad, y que le ha llevado a este escenario de no retorno, en el que solo el factor tiempo puede salvarle de un desastre de magnitudes ciclópeas.

Así que, hemos de suponer que en los próximos meses, lejos de buscar soluciones para el país, bien pudiera ser que el Partido Popular haya de enrocarse en la romántica misión de encontrarse a sí mismo.

¿Algún voluntario para guiar el proceso?



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

DE MARK TWAIN, Y LO DIFÍCIL QUE RESULTA HOY ENCONTRAR BUENOS PILOTOS.

Se empeñan, fundamentalmente quienes afirman que el secreto para conocer la Historia pasa inexorablemente por simplificarla; en prestarse de forma gratuita al favor atractivo que las frases hechas, sobre todo cuando acaban transformándose en muletillas, parecen cuando menos a priori, proporcionar.
De esta manera, que supone todo un ejercicio de adecuación, cuando no un verdadero esfuerzo, el no ceder a la tentación de acudir a lo manido, sobre todo cuando tras ello se oculta lo cómodo, lo adecuado, o lo políticamente correcto.

Es así que acudimos a Mark TWAIN, no solo por hacer una concesión a la satisfacción que produce indagar en su bibliografía, cuando sí en el caso especial que este autor nos ofrece; más bien al variopinto, nutrido y por qué no decirlo, excepcional nivel de los personajes a partir de los cuales el autor componía su galería, muchos de los cuales se valían, en apariencia por sí solos, para construir no solo la trama, sino absolutamente la práctica totalidad de tan brillantes obras.

Decía TWAIN que “No es que la Historia se repita. A lo sumo es que la misma se repite, y del entrelazado de los versos que podemos intuir de la misma, podemos averiguar una forma de rima. Es así que la Historia no se repite, a lo sumo, rima.”

La Historia rima. Y rima porque lo hacen sus versos. Una rima que es, en la mayoría de los casos de carácter asonante. Y no porque como en principio pueda parecer, suene mal, sino que más bien al contrario, se trata de una forma de rima en la que podemos encontrar originalidad. Originalidad que se traduce en la existencia de ciertas formas de versos sueltos.
Se observa pues, en la esperanza que para la calidad constructiva puede suponer la existencia de la rima asonante, un carácter novedoso, perverso y en muchos casos revolucionario. Porque efectivamente, en los tiempos que corren ha de ser bajo estos trapos donde se ubiquen los últimos resquicios de una indignación verdaderamente ejercida, último conato de la en apariencia desaparecida revolución sociocultural cuya no manifestación en las calles constituye ya, y sin duda lo hará en el futuro, la mayor pregunta a la que el futuro habrá de hacer frente cuando dentro de unos años no se estudie tanto la actual situación, como sí la absoluta falta de movimiento social que, en pos de denunciar primero, y de tratar de cambiar después el estado de las cosas, no parece a día de hoy estar dispuesto a dar la más mínima señal de vida.

Y si tal hecho es hoy por hoy tan fácil de constatar como puede serlo, por ejemplo, el comprobar si las recientes lluvias han traído o no consigo un descenso en las temperaturas que nos envuelven en estos días con los que acompañamos la letanía que nos conduce hacia el ocaso del verano; lo cierto es que no supone mayor problema en constatar, casi empleando para ello los mismos métodos de análisis directo que para la anterior prueba pueden ser recurrentes, el grado de apatía que supone el reconocer día tras día en todo lo que nos rodea, los trapicheos, farfullas y maledicencias que a estas alturas convergen en pos del otro método.

Identificamos, casi por contraposición, la técnica de la rima consonante, la que se produce, denota y a la sazón se define a partir de la enumeración de términos que a partir de la sílaba tónica, aquélla donde podría venir a residir la autoridad de la palabra, estrofa, y en virtud la que denota la esencia del concepto; guarda absoluta concordancia.
Se trata pues de la rima pobre, previsible, ordenada y me Melitón. En definitiva, la rima facilota. Aquella en la que solo los auténticos genios, los artistas si en este caso se prefiere por lo de mantener la pureza de las formas, pueden albergar esperanzas de lograr algún merecido triunfo.

Y sin con el estudio de la estética asociada a la Poesía el discurso resulta al menos en lo atinente a la morfología, atractivo, lo cierto es que si ponemos de manifiesto el motivo de toda exposición, que no es otro que el de conmover al lector proponiéndole ahora unan transposición de los términos hasta ubicarlos dentro del campo semántico que nos es propio, cual es el de el análisis político; tal vez podamos como digo llegar a conmoverlo, si bien no tanto desde el punto de vista de la valía estética, donde sin duda alberga el motivo de su existencia la Poesía, como sí más bien desde el punto de vista de la comprensión conceptual, donde sin duda se mueve con más señorío el ya mencionado proceder analítico.

Así, debidamente salvadas las diferencias, resultan casi evidentes los mentados paralelismos.

Tenemos pues sobre la mesa una suerte de dialéctica surgida de la contraposición casi necesaria de una forma de hacer Política que ha apostado digamos, sobre seguro. Se trata de una Política en consonante. Una Política repetitiva, parca más que austera. Que se ha olvidado de lo que a priori estaba dado por sentado, y que no es otra cosa que la de cumplir con su obligación, a saber el convertirse de manera eficaz en correa de distribución destinada a comunicar de manera franca su propia génesis, con los modos, maneras y por ende necesidades de quienes debidamente habrían de estar destinados a ser los beneficiarios de cuantas acciones de la misma surgieran, a saber, los ciudadanos. Partiendo siempre y cuando de la concesión que supone el dar por sentado que los procederes del espíritu representativo son los que imperan en su génesis.

Transcurrido no más de un instante en pos de conceder el margen de seguridad destinado a verificar que efectivamente hemos situado todas las piezas en el puzzle, lo cierto es que para nuestra desgracia, comprobamos el grado acomodaticio del que tanto la Poesía, como por supuesto la Política, vienen a hacer gala en los últimos tiempos.
Tal y como se desprende de cualquier análisis que tengamos a bien proponer, y por supuesto sin la menor necesidad de que el mismo esté especialmente bien elaborado, pronto llegaremos, por nosotros mismos, a la constatación de la permanente cesión a la que tanto la una como la otra, han hecho gala.
Constatamos de tal que la Política se ha desvinculado de manera lenta, pero contumaz, y por ello sombría, de todos y cada uno de los aditamentos de los que el tamiz del cambio de el que en los últimos años se disfrazó, le habían dotado.
Es así como toda la frescura, novedad, en definitiva toda la chispa con la que en su momento nos deslumbró, se ha tornado ahora en una miseria conceptual, reflejo inequívoco de la miseria moral que resulta en este caso atribuible al momento social, dentro del cual se concatenan uno tras otro los problemas de una sociedad que lejos de enfrentarse a ellos, prefiere agruparlos bajo el epitafio que de la mencionada sociedad resulta hoy la permanente mención al concepto, ya vacío, que representa la crisis.

Es como si todo se hubiera, dramáticamente, fundido a negro.

Sin embargo, vacío resulta hoy por hoy cualquier intento destinado a promover la localización de la génesis del problema, dentro del propio problema. Dicho de otra manera, caer en la tentación de hacer responsable al sistema de todos los males resulta, a estas alturas, tan infantil, como tendencioso.

El sistema se compone, en primera y última instancia, de personas. Es por ello que retrotrayéndonos al prefacio, nos vemos en la obligación de rescatar de nuevo al genial TWAIN, quien además de disfrutar y hacernos disfrutar con la elaboración de fantásticas tramas, nos ponía hábilmente enfrente de los verdaderos problemas, logrando nuestra irrupción en los mismos clamando a nuestra empatía, por medio de la construcción brillante en especial de unos personajes cuya sutileza se revelaba pronto como su mejor arma de cara a enfrentarse a la realidad de la que solo TWAIN era capaz de hacernos partícipes.

Topamos así casi por accidente con “Las Aventuras de Tom SAWYER.” Publicado en el último cuarto del XIX, el libro hace mención entre otros a los geniales pilotos responsables de que la navegación de los vapores que surcaban el Misisipi, transcurriera sin peligro.
Así, hace mención expresa al hecho de que la humildad se mostraba pronto como una de las mejores virtudes de las que éstos podían hacer gala. Cada piloto podía a lo sumo conocer “su tramo del río”. Se trataba de un medio tan cambiante, que las corrientes, los bancos de arena y otros, hacían que las rutas que ayer habían sido practicables, fueran hoy del todo inútiles.

Y es así como en la Política actual, echamos verdaderamente de menos esta humildad. Es así como los pilotos que se muestran incapaces de hacer gala de la misma, hacen por el contrario mérito para hundirse definitivamente, en los arenales. Los rápidos hacen presa en ellos, para arrojarlos unas veces contra los pedregales de la orilla, para arrastrarles al fondo en los turbulentos remolinos que en otras ocasiones se forman.

Esperemos no obstante que en esta ocasión el barco vaya vacío.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 11 de septiembre de 2014

DE CARONTE, MONEDAS, DIADAS Y OTRAS CUESTIONES NO YA PRECEPTIVAS SINO CIERTAMENTE IMPORTANTES.

Resulta curioso, una vez más, comprobar cómo a menudo el grado de saturación al que ha llegado el sistema es tan elevado, que ante determinada circunstancia, el mero hecho de no tener opinión, o en el mejor de los casos el pretender guardártela para ti mismo, acaba degenerando en un pupurrí de condicionantes la conclusión de los cuales acaba por determinar que, en contra de lo que podrías haber llegado a imaginar, sí que tenías opinión.

A título de contexto, si es que tal expresión es eficaz, suficiente, o en el mejor de los casos resulta lo suficientemente descriptiva una vez ha pasado el filtro de aquéllos que, adalides del sistema, y quién sabe si de la patria misma; lo cierto es que el respeto, sin más, me había llevado hasta el momento a guardar silencio en relación a la que se ha convertido en la gran noticia. Mi opinión al respecto, que obviamente la tengo, iba, tal vez por una vez, a permanecer a buen recaudo en el alféizar de la ventana, a la espera de mejores tiempos, de aguas menos turbulentas, o simplemente en un segundo plano.
Sin embargo, al amanecer hoy como cada día rodeado de la jauría de apandadotes morales que integran los conatos de tertulia con los que la Derecha Cavernaria se regala los oídos, y quién sabe si algo más mañana tras mañana; me ha obligado hoy a retrasar por prudencia la hora de mi desayuno.
“Castilla es España. El resto es tierra conquistada al Moro.” Pero si algo es España, si algo permite discernir mejor sus fronteras, si algo hace asequible a un español reconocerse a otro más allá del tiempo, más allá del espacio…Ese algo lo compone, sin duda, la Tradición. Y qué tradición hay más española, más castiza, que la de la plañidera.
Redunda así en la plañidera española todo el peso de la Historia. “En España no te entierran, a lo sumo te dan tierra, si el cortejo no hace morirse de envidia a la anterior viuda.” El aforismo, extractado de la ingente obra de BLASCO IBÁÑEZ, viene a albergar en nuestro derredor al que por méritos propios se erige en el otro gran convidado al que hemos de rendir pleitesía si de verdad queremos ser justos con España y con su Historia. Es así, sin duda, como hemos de interpretar la necesaria, yo diría imprescindible, aportación del otro ingrediente, a saber, la envidia.

Una vez transcurrido el tiempo mínimo suficiente, imprescindible hemos de decir en pos de lograr una adecuada maceración, será cuando estemos en disposición de contestar a aquéllos que, presa del orgullo, quién sabe si del victimismo, e incapaces por sí mismos de inventar un solo término que venga a incrementar de manera original la glosa (¿emilianense?), han de pasar al Plan B, a saber, el de malversar de manera temprana (solo estamos a día once del mes), el veneno que les ha sido asignado por sus mandos, veneno que ha de ser sabiamente vertido contra sus enemigos, los rojos del diablo, que tal y como quedaba claro en la mañana de hoy, formaban un grupo en el que a parte de figurar los que habitualmente lo estamos, se veía hoy engrosado supongo que para sorpresa de muchos por quienes a estas horas no han emitido de manera expresa su pésame o, en el peor de los casos han osado no hacerlo siguiendo los cánones de la guía que a tal efecto ellos están editando desde ayer.
No parece bastarles ya con que el cortejo de plañideras sea suficiente en número o en tono. Tampoco con que El Réquiem suene como dios manda. Los señores tienen que ir más allá. Tienen que meterse en nuestra cabeza, tamizar nuestros pensamientos. Ver así, en una palabra, si sentimos como personas, toda vez que ellos tienen muy claro que, definitivamente, no nos comportamos como tales.
Es así cómo, siguiendo esos cánones, ya sabemos, los mismos que se cifran en ese prodigio de pensamiento que se resume en la tesis “si no piensas como yo, entonces estás equivocado”; es como se atreven, en una maldad recíproca, a arengar a sus masas descifrando en alguna suerte de perversión que “todo aquél que no opina sobre la muerte de un ser humano, en realidad se alegra de la misma”.

Son estos pensamientos, estas expresiones, pero sin duda la descarnada maldad que los mismos se imbrica, la que me lleva una vez más a sentirme no solo orgulloso de formar parte del grupo con cuyo catálogo moral me identifico, sino quién sabe si más orgulloso de que mis convicciones, y la pública expresión de las mismas me garantizan que nunca podré ser confundido con el que ellos conforman.

Así, y con todo, solo una cuestión: ¿Aceptará Caronte Visa, o llevará el finado cambio? ¿Alguien tiene dos monedas para un paseo por La Estigia?

Pero lo cierto es que mientras en Altamira 16 lloran con todo el derecho faltaría más, a sus muertos, en otros lugares hay gente que verdaderamente está muerta en vida, o que en el peor de los casos desea verdaderamente morirse. ¿Existe una verdadera relación entre tales consideraciones? ¿Es lo uno causa o efecto de lo otro? Lo único cierto es que a la misma velocidad con la que en España crece el número de desahuciados, de expropiados, o de desarrapados; España presenta unas estadísticas en las que queda claro, negro sobre blanco, que en ningún otro lugar de Europa crece tanto y tan deprisa la desigualdad, una desigualdad cuya crueldad parece menos macabra si la enterramos bajo el eufemismo de brecha social.

Pero antes de que la cohorte de plañideros salga a mi encuentro con su decálogo conceptual retributivo, ya sabéis, aquél que alberga perlas del tipo de “sin duda con su esfuerzo se lo ha ganado.” Antes de conducirles al desagradable “tanto tienes, tanto vales”. Lo cierto es que romperé una lanza en su defensa afirmando que cosas así, la verdad, solo ocurren en España.

Porque solo es España podemos permitir, e incluso promover, que un Borbón, el primero para más seña, esté literalmente descojonándose comprobando la que logró liar. Nunca una derrota, ni en Historia, ni en ninguna otra naturaleza trajo aparejados resultados tan difíciles de catalogar como los que se refieren a los que tuvieron lugar el 11 de septiembre de 1714.

Solo en un país como España, o por ser más justos, solo en un escenario como el que los españoles facilitamos, puede albergarse un cúmulo de circunstancias como el que nos trae realmente a este aquí, y lo que es peor, a este ahora.
La Diada, no tanto otra farsa, como sí otro más de los múltiples ejemplos que circunvalan la Historia de España jalonando ésta de batallas que han de ser continuamente revisadas, al estar entre otros casos rebujadas en la leyenda de héroes de dudoso trapío; viene a erigirse en ejemplo si no fiel sí adecuado para explicar por medio del ejemplo adecuado qué es lo que ocurre cuando los deseos de sucesivos farsantes harapientos en términos históricos y morales, necesitan de desdibujar una y mil veces la ya de por sí dudosa realidad, en pos de acabar alcanzando empleando para ello los métodos que sean necesarios, una suerte de versión que les sea satisfactoria, concretando esta satisfacción al instante determinado en el que se encuentre su ensoñación.
Pero como suele ocurrir en estos casos, y acudiendo de nuevo al ideario popular, “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”. Y qué decir cuando este mentiroso corre además con sus facultades físicas mermadas no solo por la acción del tiempo, sino por otras cuestiones de carácter más terrenal, como bien podría ser en este caso el arrastrar tras de sí un pesado fardo en el que se arrebuja no una sutil impedimenta, cuando sí el resultado de años y años de cruel avaricia.

Pero por no reducir el comentario a lo vulgar, al peso del vil metal, me atrevo a someter al tributo de los que esto leen una cuestión a estas horas básicas. ¿Con qué estómago participan hoy de unos fastos claramente politizados aquéllos que forman parte de esa otra turba, a saber la compuesta por los contribuyentes catalanes que llevan años lamiéndose una herida que deja en sus carnes una curiosa forma de un tres por ciento. Al menos DUMAS tuvo la clase de regalarnos una Flor de Lis.

De acuerdo, de acuerdo. Lo cierto es que una cosa son las andanzas del Sr. PUJOL, y otra muy distinta las que su fiel y a la sazón ferviente y declarado seguidor haya llevado a cabo.
Es cierto. Pero a tenor del contrapunto, para aportar si se prefiere el argumento, no dudo una vez más de concederme el beneficio de acudir a la Historia que, en esta ocasión en forma de Literatura, acude a mi auxilio.

“Dice así que llegados a Tierras de la Villa de Cenicientos, que Lázaro y el ciego se topan con una viña que, quién sabe si por las prisas, o tal vez por el insuficiente buen hacer de los a tales menesteres destinados; aún presentaba racimos en sus cepas.
-Hagamos un alto en el camino Lázaro, y dispongámonos a celebrar la fortuna que la providencia nos regala. ¡Deléitate Lázaro! Pero con mesura.

-Fue así que Lázaro y el ciego acordaron comer del racimo respetando el orden, y con la premisa de tomar las uvas solo de una en una.
Acabado el racimo, el ciego reprochó a Lázaro:
-No puedo probarlo, pero diría que has comido las uvas de tres en tres.
-¡Me ofende Vuestra Merced!- Replica Lázaro sorprendido por la verdad que encierran las palabras del ciego.
-Mas, ¿en qué certezas apoya Vuestra Merced sus palabras?
-En la de comprobar que yo las comía de dos en dos, y tú no me hacías reproche alguno.”
Puedo así pues acabar como empecé. Afirmando que sí, efectivamente, hay cosas ante las que cabe una y solo una opinión. Opinión que además ha de ser expresada de manera inequívoca. En todos los demás casos el silencio es, ciertamente, cómplice.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 4 de septiembre de 2014

DE LA INCONGRUENCIA DE LA LÓGICA CUANDO SE USA PARA JUSTIFICAR EL PATERNALISMO.


Cansado como en muchas otras ocasiones de la realidad en la que me debato, me sumerjo en la búsqueda, disimulada en la constatación efusiva de que el pasado que recuerdo no fue solo un sueño, convencido de que indagar en las viejas cajas rotuladas con la etiqueta de trastos, pueda proporcionarme la tan ansiada prueba de que aquel viejo sueño, aquel extraño recuerdo cuya certeza inconexa escapa a de mí en el último momento, forman en realidad parte de algo más sólido que una ilusión probablemente construida a partir de frustraciones.

Indago, rebusco, analizo. Y cuando estoy a punto de dar por finalizada la penosa acción, cuando empiezo a dar por hecho que una vez más la mera sensación de haber perdido el tiempo será todo cuanto obtenga de una tarde escabrosa, es cuando me doy de bruces con una Enciclopedia. “Historia del Socialismo” reza en su lomo.

Una enciclopedia que permanece, extrañamente, precintada.

Dos son los motivos que llevan a alguien a escribir un libro como este a saber, la necesidad de explicar algo nuevo, en cuyo caso la mera condición de originalidad nos llevaría a celebrar su existencia; o la necesidad de recordar a esa misma sociedad la existencia de cierto tipo de conocimientos, realidades o el peor de los casos, tradiciones, que en opinión del autor bien pudieran haber sido olvidadas, obviadas, o incluso traicionadas.

Desde semejante perspectiva, y asumiendo pues que el condicionante histórico que sin duda reverbera en el concepto general nos lleva a priori a decantarnos por el contenido basado en el recuerdo, una pregunta lapidaria toma forma en nuestra mente: ¿Qué suerte de traición ha llevado al autor a pensar que se hacía necesaria, incluso imprescindible, una reedición de la naturaleza de la hoy traída a colación?

Lejos de considerar tan siquiera la posibilidad de poner de manifiesto ni uno solo de los principios que sustentan al Socialismo; y por ende lejos de hacerlo con ni una sola de cuantas ideologías o concepciones de las que vienen a convergen en la construcción del mundo hoy por hoy hacemos; lo cierto es que sí al contrario me veo en la necesidad perentoria de poner a contraluz el efecto que el paso del tiempo ha tenido sobre alguno de esos conceptos, atañendo con ello a los efectos que sus cambios han supuesto para con la nueva realidad.

Partiendo de la conocida máxima según la cual no podemos esperar que el mero paso del tiempo evolucione el progreso, es como casi queda respondida una de las cuestiones que arriba se volvían como casi imprescindibles, y a la sazón inabordables.
Antes de que la presente pueda parecer degenere en una mera constatación del efecto que viejas cuestiones han traído para con el hoy, para con el presente, lo cierto es que la mera constatación de que muchas de las realidades que constituyen nuestro presente, hunden sus raíces en el pasado, debería ser lo suficientemente ilustrativo para conformar en nosotros la certeza de que muy probablemente, lo que nosotros llamamos progreso, y sobre lo que en definitiva construimos nuestra ilusión de realidad, no es sino una construcción hueca.

¿Por qué? Sencillamente porque ese amago de construcción, ese ejercicio fallido, carece del componente humano por excelencia. El que viene promocionado por la responsabilidad.

Una Sociedad informada no tiene que ser necesariamente una Sociedad formada. Nos topamos ahora con otro de los grandes iconos de lo que bien pudiera ser el arquetipo que responde a muchas de las cuestiones actuales.
Así como los malentendidos se erigen a menudo en la razón que en el campo de lo individual dan paso a grandes desastres; así es como en el campo de lo social la aceptación de cuestiones como ésta, que dan lugar a paradigmas que nadie se ha molestado en contrastar, originan procedimientos encaminados a llevar a una sociedad a una forma de desastre.

De esta manera, el dar por hecho nos enfrenta a escenarios rocambolescos como el que podemos imaginar a partir de la conjugación de los componentes que nos ponen frente a una sociedad que tras casi cuarenta años de algo denominado Transición, se da de bruces con la dura realidad que supone comprobar cómo la orgía de satisfacción permanentemente orgásmica en la que se halla sumida desde 1978 se traduce hoy en la constatación palmaria de la definitiva pérdida a efectos políticos de una generación que se encuentra hoy del todo incapacitada para luchar en pos de unos derechos que le han sido dados, toda vez que no conoce las obligaciones cuya aceptación le ha sido en muchos casos, impuesta.

Para los que no se encuentren muy despiertos, o sencillamente no se hagan una idea, me refiero a esa generación que recientemente grita en manifestaciones, o te explica razonadamente si le das un instante para explicarse, que ellos no votaron esta Constitución. Y si después de escuchar con atención tienes la valentía de ser tú mismo quien te dedicas unos minutos en pos de analizar lo que semejante afirmación lleva implícita, llegarás sencillamente a una serie de constataciones que frugalmente pueden quedar resumidas en una afirmación que, sea cual sea su forma, puede formar parte de un ideario que gira en torno a la asunción de que ninguna opción ideológica sea a priori buena o mala, puede ser en realidad tenida como propia cuando en la base resulta ser el resultado de una imposición. Por muy buena, práctica y si se me apura, rentable, que la misma haya sido.

Componiendo poco a poco el cesto que de tales mimbres podemos ir urdiendo, lo cierto es que no hace falta ser ni tan siquiera ágil para comprender que las atribuciones ideológicas que algunos pueden estar llevando a cabo en forma de aparente imposición. Que las aparentes contradicciones en las que muchos pueden a priori parecer estar cayendo al emborronar con expresiones aparentemente populistas cuestiones por otro lado perfectamente legítimas; no viene en realidad sino a poner de manifiesto la realidad de un país cuyo surrealismo es verdaderamente peligroso toda vez que sus artífices carecen del sincretismo de VALLE-INCLÁN, y por supuesto no han leído a CARROLL. Además, y para su desgracia, no pueden como por ejemplo JARDIEL PONCELA, acurrucarse en pos de un sentido del humor arquetipo de una inteligencia desbordante.

Por eso, tal vez por eso, por el recuerdo de los esperpentos, sea por lo que el actual panorama se desdibuja a partir de la comprensión de un tiempo en el que el debate ha girado alrededor de la cuestión de si la primacía se hallaba en la escenografía, o si por el contrario la misma se atesoraba en los personajes.
De una u otra manera, lo cierto es que el tiempo ha hecho caducar la obra. Y lo cierto es que ha envejecido terriblemente. Hasta el punto de que, hoy por hoy, unos y otros resultan del todo irreconocibles. De ahí la necesidad imparable de reconstruir la obra.

Casi cuarenta años han pasado, y nadie se ha dignado a dar un mal brochazo a las paredes. Pese a lo evidente de los desconchones, y siguiendo el paradigma de que el ojo del amo engorda al caballo, lo cierto es que alguien debería empezar a asumir que seguir riendo las gracias a los que afirman que el piso puede alquilarse un año más sin necesidad de correr con los inevitables gastos que una reforma lleva aparejados, constituye, hoy por hoy, un serio peligro; una imprudencia, sin duda, de la que demasiado bien parados saldremos si no tiene consecuencias más allá de las que a estas alturas hemos constatado.

Sea como fuere, lo cierto es que ahora mismo estoy buscando unas tijeras. El motivo, es bien sencillo. Soy algo torpe con las manos, lo que me lleva a tener que valerme de las mismas para quitar el precinto a esa enciclopedia de la que antes he hablado, y en la que me dispongo a indagar no tanto en busca de pócimas mágicas, o verdades absolutas. Lo cierto es que me daré por satisfecho si logro descubrir el espíritu desde el que el autor se planteó la casi mitológica tarea de recopilar el catálogo de principios que antaño llevó a algunos a estar seguros de que sin duda alguna, estaban haciendo algo grande.

A propósito, yo formo parte de la generación que ha tenido que asumir por imposición incluso sus derechos.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 27 de agosto de 2014

DE SABER QUE LA FORTUNA DE ROMA NO ESTABA EN SUS MURALLAS, SINO EN EL PLENO CONOCIMIENTO DE LO QUE SU INTERIOR ALBERGABA.

Desde la plena certeza no ya de la inseguridad del presente, sino más bien desde la plena consciencia de lo insostenible que resulta no ya esta realidad, sino incluso el presente; es desde donde considero necesario arrancar hoy este instante de reflexión, en pos no ya de alcanzar el gozo propio del que alcanza la respuesta, cuando sí más bien de continuar disfrutando la belleza que proporciona el saberse capaz de seguir planteando dudas, que a veces llegan a resulta útiles, en tanto que acaban por albergar un instante de esperanza, al convertirse en cuestiones.

Desde esa perspectiva, afrontamos un día más el que ha pasado de ser un hábito para convertirse de una vez en toda una obligación, en pos de la cual no resulta ya suficientemente escatológico el que semana tras semana me crea capacitado para dar mi opinión sobre los temas de actualidad; sino que además, en una confesa y por ende manifiesta franca ausencia de humildad, llegue a barajar seriamente la posibilidad de que a alguien le importe lo que yo opino…
Lo cierto es que, dicho sea de paso, esta última consideración me quita bastante menos el sueño.

Inmersos pues en una realidad cuyo único denominador común bien pudiera pasar por asumir como plenamente vigente la que no es sino una consideración regresiva del tiempo y de su transcurrir, lo cierto es que, hoy por hoy, me cuesta llegar a imaginar, si puedo prescindir para ello de los componentes románticos, un futuro positivo, si para el tiempo que está por venir.

Alejado del optimismo bienaventurado, y no en menor medida del pesimismo malintencionado, amparado tal vez, o mejor dicho quién sabe, si en una suerte de realismo bien informado; lo cierto es que uno de los pocos análisis con los que comulgo, no tanto en sus condiciones, como sí más bien a la hora de bendecir sus virtudes procedimentales, es aquél que viene a decir que, una vez desnortado el barco, la decisión prudente bien podría pasar por retrotraer el rumbo de la nave hasta la que fuera el último rumbo conocido, convencidos de poder, desde allí, retomar el norte.

Maravillados ya tan solo ante la flagrante perspectiva que se nos ofrece para convertir el pasado en fuente de futuro, lo cierto es que no demoraré un solo instante más la posibilidad de hacer de la Historia fuente de conocimiento orientado, destinado en este caso, y como es obvio, a orientar en pos de localizar en el pasado situaciones, cuando no actitudes, que puedan sernos hoy de alguna utilidad.

Así, convencido de que solo el estudio de estructuras sociales con las cuales denotemos algún parecido cuando no similitud, puedan a la postre suministrarnos información que finalmente pueda resultarnos útil, es de donde extraigo la certeza de que La Roma de la Antigüedad puede darnos algunas pistas.

Colofón a priori donde se encumbran la práctica totalidad de las variables cuya neta consecución parece asegurar el triunfo de un modelo social, lo cierto es que lejos de ponernos aquí y ahora a discernir en pos de la supuesta conveniencia de adoptar unos u otros métodos, lo cierto es que solo en dos aseveraciones máximas nos detendremos hoy.

La primera, la que informa de la peligrosidad innata que existe en asumir como adecuado el permanecer fuera de la Muralla de Roma después de la hora sexta.
La segunda, la que sirve para poner de manifiesto lo poco certero que resulta seguir el consejo que puede hallarse implícito en el ladrido de un perro que habitualmente padece los rigores del apaleamiento.

Vivimos tiempo convulsos, La mera constatación del hecho sirve, en contra de lo que pueda llegar a parecer, para darnos otra pista del rigor con el que azotan los malos tiempos. Unos malos tiempos que, en el caso concreto de la necesidad de reorientar los ya exiguos modelos sociales, nos han servido para constatar no tanto que el sistema se ha acabado, como sí más bien que de lo que en realidad adolece es del pleno y absoluto dominio de la certeza de que ha colapsado.

De la constatación de tal colapso, como fundamentalmente del conocimiento de los riesgos implícitos que el mismo trae consigo, surge la constatación, por otro lado casi inevitable, de que hay que empezar a dotarse, cuando no a crear, de nuevos modelos destinados a liderar, más pronto que tarde, el inminente proceso de reconversión social al que indefectiblemente estamos ya abocados.

Sin embargo, casi tan importante como saber elegir los modelos que resulten interesantes, será el poder ser críticos con las fuentes de las que tales modelos procedan. Así, acudir al consejo procedente de quienes por una u otra razón han constituido siempre el estrato social más golpeado por el sistema, nos conduce inexorablemente hacia posiciones revanchistas, cuando no abiertamente traumatizadas, de cuyo mensaje poco más que miseria, horror y envidia podamos extraer, sea cual sea el método que para el mencionado análisis elijamos.

Ciertamente, sin dejar que de mis palabras pueda interpretarse nada que vaya más allá de lo que escrupulosamente digo con cada punto, y con cada coma, lo cierto es que acudiendo a PÉREZ GALDÓS, a los “Episodios Nacionales” ¿Cómo no? Cito literalmente:

“No nos entendemos…Yo tengo órdenes que he de cumplir estrictamente. Para lanzarte sin freno a la perdición, necesitas oro. Es natural: sin dinero no se puede realizar el bien…,ni el mal. Para el bien tendrás lo que quieras Fernando. Demuéstrame que quieres el bien, abandona tus locos devaneos, y partiendo los dos de Madrid esta noche…(…) Usted puede perder el tiempo, yo no . Es inútil. Si cierra la puerta, me descolgaré por el balcón. No intente seguirme…corro yo más que usted.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 6 de agosto de 2014

DE CUANDO UNA VEZ MÁS, NO SE TRATA DE LO QUE QUEREMOS DECIR, COMO SÍ MÁS BIEN DE LO QUE LOS DEMÁS DESEAN ESCUCHAR.

I
nmersos como estamos en un presente en el que el tiempo, más que nunca, constriñe al Hombre, lo cierto es que ahora, precisamente ahora, y con mayor fuerza tal vez que en ocasiones anteriores, sea precisamente cuando más falta hace clamar sencillamente en pos de encontrar unos instantes de calma.
Es el de la calma un bello concepto en sí mismo, pero como suele ocurrir en la mayoría de ocasiones, gana muchos enteros cuando se combina con otros, a la sazón pertenecientes a su misma familia conceptual. Resulta pues que tras practicar tan sano ejercicio, emergen ante nosotros de manera natural, y tal vez por ello aparentemente sencilla, construcciones semánticas del tipo de capacidad para tomarse el tiempo necesario, que alcanzan su clímax no en vano cuando se ven acompañadas de otro gran olvidado, cual es el Sentido Común.

Sea como fuere, unas veces como consecuencia, otras como detonante, lo cierto es que jugando un papel determinante dentro de esta acongojante sociedad en la que el mero viso de instantaneidad parece consolidar por sí solo un motivo de triunfo; lo cierto es que ahora quién sabe si más que nunca, es cuando con mayor solvencia tales conceptos deberían formar parte inexcusable de la batería de referencia con la que habría de contar cualquiera que, de una u otra manera, desde cualquiera posición, se hallara en condiciones de comprender la calidad no tanto de las formas, cuando sí abiertamente de la semántica, del momento que estamos atravesando.

De una u otra manera, lo que a estas alturas al menos a mi entender parece ya una realidad, es que definitivamente, nos la están jugando. Para ser no tanto más justos, como sí más exactos, lo cierto es que estoy seguro de que llegado este momento, muchos comienzan ya a celebrar con deleite el que, una vez más, nos la han jugado.
Es así que, profundizando en más que lo que podría no obstante llegar a aportar el análisis del tiempo verbal que los jerarcas emplean a la hora de emitir sus oficios diarios en relación al estado de su crisis, lo cierto es que profundizando un poco en lo que importa, o sea en la verdadera calidad de sus conclusiones, lo cierto es que cada vez está más claro no solo el que consideran todo un triunfo en términos estratégicos sus logros, como que se sorprenden y por ello felicitan a diario tanto por la intensidad de los cambios devengados, como por el poco tiempo, a la sazón que los escasos esfuerzos implementados que la maniobra se ha cobrado.

Reducir el actual estado de las cosas a una mera interpretación de cifras sería algo tan carente de sensibilidad, como absurdo sería venir hoy a plantearles el ejercicio de simpleza mental derivado de reducir tanto las consecuencias, como la categoría de la actual crisis, a un mero soliloquio económico. Por ende, y retrotrayéndonos a marco deparado de la aceptación de las conclusiones anteriormente reflejadas, hemos de consolidar la teoría según la cual lo éxitos reseñados, y que se han apuntado efectivamente los actores protagonistas del descalabro conocido, vienen escenificados en logros que van mucho más allá, sin ningunear de modo alguno por supuesto, lo mencionados aspectos económicos.
Reunido hoy mismo con unos amigos en la Plaza de Callao, nuestra conversación ha comenzado, ¡cómo no¡ vinculada al nuevo escenario que Podemos parece abrir; para terminar, de manera sorprendente, delimitando el análisis que el Profesor PUJALTES lleva a cabo en relación a las en su opinión funestas interpretaciones que en Castellano se hacen de la famosa frase “Ser o no ser, tal es la cuestión.”  Parafraseando al Profesor, lo cierto es que en Castellano siempre se hace una nefasta traducción del término “question”. Así, el mencionado responde, al menos en instante histórico contemporáneo a Hamlet, la acepción de posibilidad, de elección; acepción por otro lado, desactivada hoy en día.
Resulta así que, desde semejante perspectiva, el monólogo de Hamlet adopta si se desea tintes mucho más trágicos al introducir, de manera evidente, la posibilidad de añadir el suicidio a la lista de opciones.

Retornando pues a nuestra cita con el presente, el cual por otro lado nunca hemos abandonado, ni etimológica ni conceptualmente, lo cierto es que el nexo que vincula ambas realidades pasa por la comprensión del drama que se deriva en este caso de comprender la manera tan funesta mediante la que los antaño aludidos han logrado arrebatarnos la herramienta más útil que el individuo tiene a la hora de actuar con sentido de cara a ejecutar con lucidez las acciones que son exigibles dentro del periplo democrático como es la capacidad de decidir.

Comenzaron atribuyéndose primero la capacidad de decidir qué es y qué no es ciertamente la crisis. Siguieron luego perseverando a la hora de cubicar por sus propios medios, y por supuesto de espaldas siempre a aquéllos que la sufríamos, la magnitud real de la misma para, en un giro implacable, y fruto como es de esperar del estado de sobraos que les alienta; hacernos responsables a los demás de toda la coyunda.

Y para terminar de entenderlo todo, para acabar de consolidar el toque final que aporte rotundidad y sabor al plato, el ingrediente exclusivo a saber, la conducta flagrantemente maniqueísta que rodea cualquier acción, y por supuesto cualquier interpretación, que de la acción política llevamos a cabo en este país.

Como testigo de nuestra flagrante estulticia, como elemento imprescindible a la hora de certificar nuestra anomalía democrática, propia como es obvio de la cerrazón que se halla implícita en los avatares propios de un país que incapaz de asumir lo anodino de su conducta política, prefiere no obstante seguir mirándose el ombligo, lo cierto es que no ya tanto España, como sí más bien sus electores, parecen empeñados en perder una vez más el tren de la modernidad. Un tren que pasa en forma de lo que hoy por hoy llamaríamos anomalía democrática, y que tiene en Podemos su más interesante representación.

Mas la revisión del actual estado de las cosas nos presenta un escenario tan patético, anodino a la par que depravado, que no hacer nada, ciertamente parece lo peor que podemos hacer. De ahí que, efectivamente, el gran reto que hoy se nos presenta, y que en las próximas semanas debería de ocupar todo nuestro campo cognoscitivo, habría de pasar por ser capaces de conjugar en nuestro modo acción, la forma de actuar con la suficiente rapidez como para que nuestros actos tengan verdaderas consecuencias, todo ello siendo capaces además de conjugar la calma, el sentido común así como el resto de valores antes mencionados.

Una vez más, de nosotros depende. Y los resultados habrán de ser sin duda, apasionantes.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.