miércoles, 16 de mayo de 2012

DE CUANDO 783.000 MILLONES DE EUROS PARECEN SER LA CUESTIÓN DECISORIA.


Parece que hoy ha sido el día límite. Los estómagos no daban más de sí, y de tal situación parecían hacerse eco las caras de sus Ilustres Señorías. Con la prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos, La Bolsa en cifras de 2003, y los intereses de financiación del Bono a diez años en convertibles estratosféricos, ya parece una realidad clamada a voces, de nuevo en el Salón de los Pasos Perdidos, la que viene a decir que solos, no podemos continuar el camino.
Pero a pesar de todo, o tal vez haciendo bueno el dicho que reza lo difícil que resulta desprenderse de las costumbres bien asumidas; a la salida de la Sesión de Control al Gobierno de cada miércoles; aún ahí, el Sr Presidente del Gobierno, D. Mariano RAJOY, parecía seguir empeñado en dos cosas. La primera, seguir empeñado en que parezca que no lo es. O sea, sigue activo el papel según el cual todavía a estas alturas, todo lo que ocurre dentro, o incluso alrededor de este país, sigue teniendo su origen en la nefasta herencia recibida. La segunda, seguir convencido en aparentar no ya que a nuestro país no le pasa nada, sino lo que es aún peor, haber comenzado a manejar, tal vez con demasiada solvencia la tesis de que a pesar de que a España le pase algo, aparentemente no hay dinero suficiente que faculte un hipotético rescate. Valiente solución; al final va a hacer bueno el precepto con el que la pasada semana me desmentía un dirigente del PP, según el cual, una de las cosas que diferencia a Mariano RAJOY respecto del anterior Presidente, pasa porque éste prefiere guardar silencio cuando no tiene nada que decir. Por el contrario el anterior Presidente no dudaba en mentir. Argumento de peso, no cabe duda.

Revisados los acontecimientos acaecidos en el terreno de la Política Europea, y atendiendo a las circunstancias por los mismos provocadas en el discurrir de la, en este caso Política Doméstica, comprobamos qué, una vez más, las circunstancias atinentes no ya a la adopción de medidas, sino incluso a la propia capacidad para disertar de manera ordenada sobre la lista y condicionantes que sobre la misma operan en relación a la calidad y categoría de los problemas que expresamente habrá de afrontar nuestro país; pasa indefectiblemente por comprender la naturaleza de las circunstancias que llevaron en su momento a la adopción de Políticas Marco sobre las que hoy se asienta la mayoría de nuestra Acción de Gobierno, atendiendo especialmente no ya a la naturaleza específica de las mismas, sino que habremos de prestar un cuidado específico a los cambios radicales que en muchos aspectos habrán sufridos elementos que en su momento representaban un factor de aporte estructural.

Seguro que llegados a este punto, a nadie que permanezca mínimamente atento, le resultará extraño que traiga a colación algo tan aparentemente elemental como es El Tratado de Maastricht, y más concretamente las condiciones tan especiales, y por qué no reseñarlo tan concretas, en el que el mismo fue redactado.
Maastricht era mucho más que un acuerdo entre países. Suponía el acuerdo por excelencia. Venía a suponer el triunfo definitivo a la par que absoluto de los que durante años habían auspiciado la superación de los viejos resquemores fundamentados el miedo al resquebrajamiento de las identidades nacionales, en beneficio de la aparente unidad política y conceptual que prodigaba un acuerdo que por fin se quitaba el trauma de los acuerdos previos, sobre todo el de Roma de 1957; para, mediante la aportación de una verdadera carta de Derechos al Parlamento Europeo, comenzar de manera eficiente la construcción del Edificio Europeo.
Sin embargo, todos estos buenos deseos, no podían ni debían esconder el verdadero problema que, con ser planteado por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, quedaba por otro lado muy lejos de ser resuelto. Su formulación, por otro lado es, en realidad, sencilla: “Los verdaderos peligros a los que ha de enfrentarse El Tratado, en caso de que verdaderamente quiera convertirse en el motor de inspiración del verdadero Proyecto que finalice con la unificación total de Europa bajo una misma realidad Política y Conceptual, responde a realidades eminentemente internas, de los propios países. Y éstas se manifestarán a medida que los pasos que se den en la dirección aglutinadora de la que hace gala el Proyecto, pongan en peligro no ya el concepto patrio del propio país, sino las consecuciones que aparentemente haya ido obteniendo de su condición de País Miembro, Fondos de Cohesión, Fondos FEDER, etc.
Sin embargo, el mayor problema al que tiene que hacer frente la Unión Europea, a partir de su concreción definitiva en el propio Tratado de Maastricht, pasa precisamente por la excesiva maquetación de la que el mismo hace gala. Del mismo resulta una unidad demasiado compacta, maciza y aparentemente perfecta. Tan perfecta, que carece absolutamente de las mínimas nociones de adaptación a las nuevas realidades, sean éstas de la naturaleza que sean, forzando con ello la imposibilidad de tan siquiera imaginar cualquier escenario que no respondiera al que en el mismo se planteaba.
De ahí el miedo a la nueva situación que la potencial salida de Grecia de la Unidad Económica plantea, no ya el peso de su propia economía, que no llega al 3% del Producto Interior Bruto de la Zona Euro.

La semana pasada, haciendo mención específica de éste hecho, aunque sin señalarlo expresamente, hube de decir que la impronta teutona, tan ampliamente desarrollada en la mentalidad germana, nos obliga, si queremos ser responsables, a comprender, y actuar en consecuencia de ese hecho según el cual, los logros y desarrollos de Alemania corren y se producen de manera inversamente proporcional a como se desarrollan las consecuciones de la Unión Europea.
El 7 de febrero de 1992, momento en el que Maastricht queda definitivamente constituido, algunos creen ciertamente conjurado semejante problema. Sin embargo, la consideración sosegada de los hechos, llevada a cabo desde la perspectiva de los años, ya han pasado veinte, nos lleva a exponer de manera sucinta una cuestión igualmente fundamental: Los condicionantes económicos que desembocaron en la constitución del Tratado, parten viciados de la realidad de estar ampliamente determinados por las circunstancias recurrentes de una Alemania que, en aquellos momentos se encuentra inmersa en las dificultades de una Reunificación que, de estar avalada por los términos del propio Tratado, hubiera sido totalmente imposible de ser afrontada.”

Decir que los intereses de Alemania no corren paralelos a los de Europa, no debería constituir motivo de agravio, máxime cuando la realidad diaria nos demuestra con hechos, relativos en éste caso a la constitución de Deuda Soberana, que al Banco Central Alemán le viene bien la especulación que sobre la economía de ciertos países miembros se está llevando a cabo. Los bajos intereses a pagar, convierten en muy atractivo al Bono Alemán de cara a convertirse en refugio de los que especularon sobre economías como la griega. A propósito, uno de los países que nunca cobró la totalidad de los capitales a los que Alemania debía hacer frente en concepto de resarcimiento por daños de guerra, era la propia Grecia. Si alguien tuviera el valor de exigir a Alemania la reactivación de los mencionados pagos, con intereses y reajustes inflacionistas, estos supondrían casi el 300% del total del PIB de la zona Euro.

Lo dicho, las caras de hoy hacían presagiar como ciertas las convicciones qua algunos manejamos según las cuales la Troika lleva meses recabando los miles de millones de euros que hacen falta para un potencial rescate económico de España. En números redondos, tres cuartos de billón de Euros. ¿Contribuirá Alemania?

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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