Parece que hoy ha sido el día límite. Los estómagos no daban
más de sí, y de tal situación parecían hacerse eco las caras de sus Ilustres Señorías. Con la prima de riesgo por encima de los 500
puntos básicos, La Bolsa en cifras de 2003, y los intereses de financiación del Bono a diez años en convertibles
estratosféricos, ya parece una realidad clamada a voces, de nuevo en el Salón de los Pasos Perdidos, la que
viene a decir que solos, no podemos continuar el camino.
Pero a pesar de todo, o tal vez haciendo bueno el dicho que
reza lo difícil que resulta desprenderse de las costumbres bien asumidas; a la
salida de la Sesión de Control al
Gobierno de cada miércoles; aún ahí, el Sr Presidente del Gobierno, D.
Mariano RAJOY, parecía seguir empeñado en dos cosas. La primera, seguir
empeñado en que parezca que no lo es. O sea, sigue activo el papel según el
cual todavía a estas alturas, todo lo que ocurre dentro, o incluso alrededor de
este país, sigue teniendo su origen en la
nefasta herencia recibida. La segunda, seguir convencido en aparentar no ya
que a nuestro país no le pasa nada, sino lo que es aún peor, haber comenzado a
manejar, tal vez con demasiada solvencia la tesis de que a pesar de que a
España le pase algo, aparentemente no hay dinero suficiente que faculte un hipotético rescate. Valiente solución;
al final va a hacer bueno el precepto con el que la pasada semana me desmentía
un dirigente del PP, según el cual, una
de las cosas que diferencia a Mariano RAJOY respecto del anterior Presidente,
pasa porque éste prefiere guardar silencio cuando no tiene nada que decir. Por
el contrario el anterior Presidente no dudaba en mentir. Argumento de peso,
no cabe duda.
Revisados los acontecimientos acaecidos en el terreno de la Política Europea , y atendiendo a las circunstancias por los mismos provocadas en el
discurrir de la, en este caso Política
Doméstica, comprobamos qué, una vez más, las circunstancias atinentes no ya
a la adopción de medidas, sino incluso a la propia capacidad para disertar de
manera ordenada sobre la lista y condicionantes que sobre la misma operan
en relación a la calidad y categoría de los problemas que expresamente habrá de
afrontar nuestro país; pasa indefectiblemente por comprender la naturaleza de
las circunstancias que llevaron en su momento a la adopción de Políticas Marco sobre las que hoy se asienta la mayoría de nuestra Acción de Gobierno, atendiendo
especialmente no ya a la naturaleza específica de las mismas, sino que habremos
de prestar un cuidado específico a los cambios radicales que en muchos aspectos
habrán sufridos elementos que en su momento representaban un factor de aporte
estructural.
Seguro que llegados a este punto, a nadie que permanezca
mínimamente atento, le resultará extraño que traiga a colación algo tan
aparentemente elemental como es El
Tratado de Maastricht, y más concretamente las condiciones tan especiales,
y por qué no reseñarlo tan concretas, en el que el mismo fue redactado.
Maastricht era mucho más que un acuerdo entre
países. Suponía el acuerdo por excelencia. Venía a suponer el triunfo
definitivo a la par que absoluto de los que durante años habían auspiciado la
superación de los viejos resquemores fundamentados el miedo al resquebrajamiento de las identidades
nacionales, en beneficio de la aparente unidad
política y conceptual que prodigaba un acuerdo que por fin se quitaba el
trauma de los acuerdos previos, sobre todo el de Roma de 1957; para, mediante
la aportación de una verdadera carta de
Derechos al Parlamento Europeo, comenzar de manera eficiente la construcción
del Edificio Europeo.
Sin embargo, todos estos buenos
deseos, no podían ni debían esconder el verdadero problema que, con ser
planteado por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial , quedaba por otro lado muy lejos de ser resuelto. Su
formulación, por otro lado es, en realidad, sencilla: “Los verdaderos peligros
a los que ha de enfrentarse El Tratado, en caso de que verdaderamente quiera
convertirse en el motor de inspiración del
verdadero Proyecto que finalice con la unificación total de Europa bajo una
misma realidad Política y Conceptual, responde a realidades eminentemente
internas, de los propios países. Y éstas se manifestarán a medida que los pasos
que se den en la dirección aglutinadora de la que hace gala el Proyecto, pongan
en peligro no ya el concepto patrio del propio país, sino las consecuciones que
aparentemente haya ido obteniendo de su condición de País Miembro, Fondos de
Cohesión, Fondos FEDER, etc.
Sin embargo, el mayor problema al que tiene que hacer frente
la Unión Europea ,
a partir de su concreción definitiva en el propio Tratado de Maastricht, pasa
precisamente por la excesiva maquetación de
la que el mismo hace gala. Del mismo resulta una unidad demasiado compacta,
maciza y aparentemente perfecta. Tan perfecta, que carece absolutamente de las
mínimas nociones de adaptación a las nuevas realidades, sean éstas de la
naturaleza que sean, forzando con ello la imposibilidad de tan siquiera imaginar
cualquier escenario que no respondiera al que en el mismo se planteaba.
De ahí el miedo a la nueva situación que la potencial salida
de Grecia de la
Unidad Económica plantea, no ya el peso de su propia
economía, que no llega al 3% del Producto Interior Bruto de la Zona Euro.
La semana pasada, haciendo mención específica de éste hecho,
aunque sin señalarlo expresamente, hube de decir que la impronta teutona, tan ampliamente desarrollada en
la mentalidad germana, nos obliga, si
queremos ser responsables, a comprender, y actuar en consecuencia de ese hecho
según el cual, los logros y desarrollos de Alemania corren y se producen de
manera inversamente proporcional a como
se desarrollan las consecuciones de la Unión Europea.
El 7 de febrero de 1992, momento en el que Maastricht queda definitivamente
constituido, algunos creen ciertamente conjurado semejante problema. Sin
embargo, la consideración sosegada de los hechos, llevada a cabo desde la
perspectiva de los años, ya han pasado veinte, nos lleva a exponer de manera
sucinta una cuestión igualmente fundamental: Los condicionantes económicos que desembocaron en la constitución del
Tratado, parten viciados de la realidad de estar ampliamente determinados por
las circunstancias recurrentes de una Alemania que, en aquellos momentos se
encuentra inmersa en las dificultades de una Reunificación que, de estar
avalada por los términos del propio Tratado, hubiera sido totalmente imposible
de ser afrontada.”
Decir que los intereses de Alemania no corren paralelos a
los de Europa, no debería constituir motivo de agravio, máxime cuando la
realidad diaria nos demuestra con hechos, relativos en éste caso a la
constitución de Deuda Soberana, que
al Banco Central Alemán le viene bien la especulación que sobre la economía de
ciertos países miembros se está llevando a cabo. Los bajos intereses a pagar,
convierten en muy atractivo al Bono
Alemán de cara a convertirse en refugio de los que especularon sobre
economías como la griega. A
propósito, uno de los países que nunca cobró la totalidad de los capitales a
los que Alemania debía hacer frente en concepto de resarcimiento por daños de guerra, era la propia Grecia. Si
alguien tuviera el valor de exigir a Alemania la reactivación de los
mencionados pagos, con intereses y reajustes inflacionistas, estos supondrían
casi el 300% del total del PIB de la zona Euro.
Lo dicho, las caras de hoy hacían presagiar como ciertas las
convicciones qua algunos manejamos según las cuales la Troika lleva meses recabando los miles de millones de euros que
hacen falta para un potencial rescate
económico de España. En números redondos, tres cuartos de billón de Euros. ¿Contribuirá
Alemania?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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