Parecía
que la victoria de los socialistas franceses supondría una bocanada de aire
fresco para el gobierno español, que podría aprovechar el tirón galo, para
sumarse a ese frente contra Angela Merkel, que busca políticas de crecimiento,
en detrimento de las políticas de austeridad. Nada más lejos de la realidad.
Nuestro insigne presidente constató en la cumbre de la OTAN , que sus tesis están más
próximas a la canciller alemana que a los vientos de cambio que comienzan a
soplar por Europa.
¿Por
qué este empecinamiento con los ajustes a la brava cuando no han dado ningún
resultado? ¿Por qué este alineamiento servil con los alemanes? Resulta
inexplicable seguir erre que erre con el mazo en ristre, máxime cuando este
país tiene que hacer frente a dos duros años de recesión, 2012 y 2013, como
resalta, en su último informe la
OCDE , la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que además
augura una tasa de paro disparada con porcentajes que el próximo año podrían
superar el 25%.
Da
la impresión, de que el Gobierno del PP considera que todos los expertos están
equivocados en sus teorías y que solo al ejecutivo le asiste la razón. En poco
más de cinco meses, con esa política de recortes y más recortes, subidas de
impuestos, reformas laborales y financieras, esta última por partida doble, o
asalto a las joyas de la corona, sanidad y educación, lo único que se ha
conseguido es una precariedad laboral desconocida, una economía en estado
crítico, unos servicios públicos en la
UVI y un estado del bienestar camino del cementerio.
Para
más inri, este festival de reformas, no obedece a un patrón fijo, ahí está la
prueba de dos reformas financieras en dos meses, más bien parece un ejercicio
de improvisación, sin hoja de ruta alguna en la que se apoyen estas medidas tan
dolorosas para el ciudadano. Son aplaudidas si, por Alemania, obcecada con que
España cumpla con el objetivo del déficit. Así que todo lo que sea recortar
será bendecido por la primera economía europea.
Pero
no por los mercados, que apoyados por especuladores de todo pelaje, siguen sin
creer en la marca España, esa denominación que tanto gusta a los ideólogos del
Partido Popular. ¿Cuál es la razón? La constante e irritante pérdida de
credibilidad de un gobierno instalado en la mentira, la irresponsabilidad y el
partidismo. El descrédito al que ha llegado este país ya no es fruto de la
herencia recibida, esa a la que machaconamente se refieren Rajoy y sus
ministros a la mínima oportunidad, el descrédito llega a través de la farsa en
la que se ha convertido esta legislatura desde el primer día.
Un
hecho al que desde el ejecutivo no se le da ninguna importancia, enfrascado
como está en dar gusto al todopoderoso socio alemán, pero que debería hacerle
reflexionar dado que ya son muchos los ciudadanos que comienzan a desperezarse
y hartarse de ser los únicos que asumen el peso de este descalabro económico. Unos
ciudadanos que asisten, cada vez más indignados, al éxodo de altos directivos
bancarios que se van de rositas, portando un buen saco de millones de euros cuales
forajidos de leyenda.
Hasta
la coronilla está una buena parte de la ciudadanía, al comprobar con quien se alinea
su gobierno, a quien o a quienes defienden sus gobernantes y a quienes respetan
hasta la pleitesía. Desde luego que no son aquellos que les votaron en masa y
les encumbraron a un lugar que ya no merecen por apuñalar, sin más sentido que
el caprichoso, al estado del bienestar.
Los
españoles siguen esperando sentados una comparecencia pública de su presidente
para que les explique las razones de estos tremendos ajustes, para conocer si
los sacrificios van a servir para algo y, lo más importante, para saber hacia donde se dirige el país. Ya
no es necesario sino imprescindible que Mariano Rajoy cuente, sin rodeos, el
futuro a corto y medio plazo de España. Porque da la sensación de que este
presidente lo es cuando almuerza o se fotografía con sus homólogos
internacionales, con los Obama, Hollande, Merkel o Cameron, pero no cuando
ocupa el sillón dorado de La Moncloa. Y
ya está bien.
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