Determinados medios de
comunicación españoles de postín, se han empeñado en denigrar y deshonrar este
oficio, a golpe de difamaciones, insultos, injurias, falacias, enredos,
cambalaches, calumnias, insidias, chismorreos o lo que es más grave, a través
de juicios sumarísimos, en los que el encausado, sin posibilidad de defenderse
y generalmente inocente, pierde tal condición para convertirse en enemigo
público de la sociedad.
Solo ellos, solo los
profesionales de estos medios, si es que se les puede denominar así, parece que
están en posesión de la verdad absoluta. Suelen ser juez y parte, pero este
insignificante y minúsculo detalle, no se tiene en cuenta por los adictos a los
mensajes, quienes felices y gozosos reciben su dosis diaria, ya sea en columnas
de prensa, en programas de radio o de televisión.
A cualquier noticia, por
intrascendente que parezca, se le puede dar la vuelta y convertirla en un arma
arrojadiza contra el enemigo; enemigo es aquel que no piensa como ellos o
simplemente que no está con ellos. Raramente defraudan a la afición porque les
cuentan, justo, lo que quieren oír. Valiéndose de una mal entendida libertad de
expresión, se lanzan como posesos a una carrera, cuyo vencedor es aquel que
manifiesta el mayor disparate.
Instalados en ese reino del
despropósito tienen, en estos días, su momento más lúcido. Y no es otro que
Bankia. No hay que ser un lince para observar hasta que punto les ha escocido
que el Gobierno haya tenido que acudir al rescate de la cuarta entidad
financiera, del país, que con los batacazos que se está dando en la bolsa, a
este paso se va a situar en el furgón de cola bancario. Les ha dolido
especialmente que una entidad auspiciada por el PP tenga que estar en boca de
todos y sea el hazmerreír en los círculos económicos internacionales.
Pero fieles a su estilo, los
trompeteros han salido en tropel para culpar del desaguisado al presidente del
Banco de España, Miguel Angel Fernández Ordóñez, a José Luis Rodríguez
Zapatero, a Elena Salgado e incluso, pásmense, al exministro de Fomento José
Blanco. En ninguna de sus torticeras columnas hay mención alguna para el
exquisito Rodrigo Rato, quien, a juicio de estos gurús de la información, no
parece culpable de nada, incluso da la impresión de que no figuraba al frente
de Bankia. Es más, ni se menciona que percibirá una indemnización millonaria
pese a salir de la presidencia por la gatera.
Y es que cuando se trata de
lanzar dardos envenenados, nada mejor que acordarse de Zapatero y sus secuaces
y olvidarse de los verdaderos culpables. Aquí se demoniza todo lo que huele a
socialismo, a rojerío y a herencia recibida, y sin embargo se eleva a los
altares a quienes, sin sentido alguno de la responsabilidad, sin credibilidad y
a tijeretazo limpio, se están cargando el estado de bienestar con el
beneplácito de gran parte del país, que atenazado por el miedo asiste,
impasible, a este dislate en el que se ha convertido la vida económica y social
española.
Con un panorama que no puede
ser más desolador y con un país que no ve la manera de salir del atolladero,
estos tribuletes, de pluma afilada, están estos días que no caben en sí de
gozo, al observar, que al fin el Gobierno prepara el asalto a RTVE. La joya de la corona será tomada por las
bravas, sin consenso alguno y tras cambiar la ley de elección del presidente
del ente público, con el valor que da una mayoría absoluta, obtenida mediante
el engaño, la mentira y la desvergüenza.
Aquí se colocará lo más granado de la profesión. Aquellos
a los que hay que pagar por los servicios prestados. La televisión de todos
dejará de ser referencia internacional y se convertirá, de nuevo, en aparato de
propaganda. Acudirán como moscas para ocupar puestos que les permitan obtener
salarios escandalosos. ¿Qué les importa la crisis? Su hipocresía y demagogia no
conoce límites.
Son encantadores de serpientes porque no se les puede
catalogar de profesionales cuando adolecen de su sentido más estricto, informar
desde un punto de vista objetivo, o al menos, no tan sesgado como sucede
actualmente. Está claro que el periodista objetivo está en vías de extinción.
Ahora toca soportar este periodismo de colmillo retorcido, rastrero,
miserable, indigno y vil, impropio de una sociedad del siglo XXI.
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