Me sumo no sin cierta fruición, hay que decirlo, en el torrente de irreverencias, falacias,
medias verdades y mentiras enteras en las que un denominador común, a saber la
incompetencia de este Gobierno nos ha sumido; para concretar que,
definitivamente, la que suponía una de mis mayores incógnitas, a saber la de si
Fernando VII fue en realidad el peor gobernante de España, ha quedado
definitivamente resuelta. Como pista, basta decir que desde el pasado lunes el
monarca descansa más tranquilo bajo un virtual
epitafio que viene a rezar algo así como “A todo hay quien nos gana.”
Volviendo a la realidad, o por ser más conciso, al presente,
lo cierto es que tras seguir de manera minuciosa, o sea, sin pasión, el devenir
en el que nos ha sumido el proceso que supone, no lo olvidemos, el ingreso del
Ébola en Europa; lo único que tengo claro es que si de verdad la seguridad de
alguien depende de los que supuestamente velan
por nuestra integridad, las compañías de seguros bien harían en presentarse
en concurso de acreedores mañana mismo.
Abandonando el terreno de la ironía, y en este caso
cuidándome con absoluto escrúpulo de ni tan siquiera rozar los terrenos propios
del cinismo, lo cierto es que considero y así lo declaro abiertamente,
superados los terrenos hasta los cuales un Gobierno puede esperar clemencia.
Porque efectivamente aceptando que el presente asunto
responde de principio a fin a una gravedad que exige un tratamiento marcadamente
científico, lo cierto es que desde este momento me declaro inútil en pos de
albergar una mera sentencia válida a tal respecto. Sin embargo, y por
correlación conceptual esto es, sublimando los factores incidentes, no
considero menos acertado declarar que, efectivamente, los actuales terrenos han
de ser ya cuando menos propicios para comenzar a esbozar una opinión, la cual
sirva no para exponer la gravedad que la infección significa, cuando si más
bien el peligro político que supone que ciertas personas sigan al frente de
ciertas áreas, de ciertas responsabilidades.
Lo que viene a significar, e incluso se puede resumir en una
única proposición: ¿Qué clase de
filosofía o desarrollo conceptual resulta de aplicación para hacer comprensible
el hecho de que la Sra MATO
siga ejerciendo en España?
Apartando del presente, faltaría más, cualquier conato si no
atisbo de intención científica, pero considerando que ello no supone la merma
ni de un ápice en la importancia de cuanto podamos a bien desarrollar al respecto;
lo cierto es que llegados a este punto, en el que hace unas horas que el
Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid se ha despachado con la zafiedad
propia de dar por sentado que la culpa del espectáculo hay que atribuírsela a
las mentiras de la contagiada; lo cierto es amplio es el escenario que se nos
brinda a la hora de poder hacer descender la dignidad del discurso, sin que de
lejos hayamos de preocuparnos del riesgo que pueda supone tanto arrastrar por el
suelo nuestro discurso, ni por supuesto de la posibilidad de que con nuestra
desazón, menospreciemos la inteligencia de los españoles. La cuestión viene a
ser, una vez más, hasta que punto ellos no están subestimando el grado de aguante de los mismos.
Así, una vez descendidos al infierno de las cavernas, y tras
haber pagado a Caronte el precio de nuestro viaje, pululamos por la Estigia como protagonistas de una nueva Divina Comedia convencidos como el
precursor de que, efectivamente en la Historia podremos hallar no ya el
remedio, cuando sí más bien la última esperanza de no perder nuestra condición
de hombres.
Digo todo esto porque una vez revisados los discursos
emitidos hasta el presente, tanto los actuales
como los potenciales, o lo que viene a ser lo mismo comprendiendo lo que
algunos han efectivamente dicho, e interpretando lo que no se han atrevido a
decir; lo único que cada vez tengo más claro es que si no había ni un solo
condicionante científico que avalara lo acertado de traer a los pretéritos
infectados a España, a pesar de lo cual el Gobierno, desoyendo todos los
consejos de la hoy reclamada Comunidad Científica, decidió traerlos; tan solo
un condicionante parece albergar visos de mínima capacidad comprensiva,
condicionante que inexorablemente pasa por asumir que este Gobierno es el único
responsable de todo lo que está pasando.
Y recalco lo de este Gobierno, precisamente para evitar en
cualquiera la tentación de introducirme el matiz de la acción de gobernar. Porque de haberse producido, la acción de
gobernar digo, nos encontraríamos sin duda ante una excepción cual sería la de
haber descubierto el primer caso en España de acción directa con consecuencia
por parte de un Gobierno que nos había acostumbrado a la desazón del deja que el tiempo pase, que el tiempo lo
desactiva todo.
Es así como el tiempo desactivó el asunto Prestige. Es así como el tiempo desactivó lo de las Huelgas de Educación. Es así como el
tiempo desactivó lo del 15 M . Sin embargo en este
caso el asunto es tan novedoso, que presenta una variable nueva y desconocida
cual es la de comprender que el tiempo en este caso juega indefectiblemente en
nuestra contra. La constatación de lo que digo es evidente. Estadísticamente es
tan solo cuestión de tiempo que una
enfermera muera por llevar a cabo de manera absolutamente profesional su
trabajo.
Y es ahí, en la redundancia de la expresión absolutamente profesional, pero más si
cabe en la concisión de las conclusiones que de la misma pueden extraerse;
donde pido un máximo de atención porque, si conforme a los protocolos establecidos,
el desarrollo del proceso fue conforme, a pesar de lo cual una profesional se
debate hoy entre la vida y la muerte, ¿podemos concluir que efectivamente fuera
cual fuera la conducta desarrollada resultaba imposible salvaguardar la
seguridad tanto de la profesional, como de cualquiera de los demás integrantes
de los equipos que ejercieron su labor en los días y lugares conocidos?
La cuestión no es arbitraria, ni mucho menos caprichosa. Más
bien ha de integrarse dentro del discurso
con el que algunos justificaron en su momento la ya demostrada como
netamente peligrosa conclusión del proceso que concluyó trayendo a España a los
dos misioneros que no lo olvidemos, desencadenen en términos netamente
objetivos las variables que conforman el actual escenario.
Así, a día de hoy no habría de resultar descabellado el
exigir la asunción de responsabilidades a todos los responsables políticos que
desde los distintos escalones de la Administración Pública
afirmaron ni cortos ni perezosos, que
el traslado de los misioneros no había
comportado riesgo alguno para la seguridad.
¿Lo entendemos, o de verdad hace falta un croquis?
Desbaratado desde su génesis cualquier proyecto que pudiera
redundar en alguna suerte de discurso político encomendado a exonerar culpas
(obviadas las zafiedades se entiende), creo llegado ya el momento de declarar
nulo el intento de implementar el ejercicio más cercano a la fe que ni tan
siquiera a la esperanza, por el cual algunos llevan casi setenta y dos horas
diciéndome que alguien asumirá sus
responsabilidades. Llegados a las horas que son, ciertamente horas ya no cristianas, me atrevo a
especular con la posibilidad de que efectivamente nos acostemos un día más no
ya con la satisfacción, sino abiertamente con la vergüenza, de comprobar que,
efectivamente ni Dios, parece estar
convencido de la necesidad de reponer la maltrecha moral, con dimisiones.
Echando la vista atrás, concretamente a aquellas fechas en
las que debatíamos si este Gobierno estaba conformado por tecnócratas, o más bien
por auténticos políticos, solo una
duda se nos materializaba, la que transcurría en la imposibilidad de ubicar con
viso de certeza ni en un lugar, ni en el otro, a la Sra. MATO. Así ,
su presencia en el Gobierno del, no lo olvidemos por favor, Presidente RAJOY,
había de responder a la única certeza que a tenor de la objetividad ideológica
podíamos esperar, certeza que se plasmó del todo cuando la vimos al frente de
la Cartera de Sanidad. Ideológicamente
el otro reducto en el que una persona de este calibre puede formar parte en un
Gobierno de Derechas es,
efectivamente, Educación.
Con ello, y una vez trasladado definitivamente el debate al
terreno de lo político, parafraseando al Sr. RAJOY, con palabras que él mismo
pronuncia en relación al grado de responsabilidad que en este caso existe entre
un hecho, y su responsable dirigente, confieso que en este caso me identifico
plenamente con él cuando afirma que: “(…) es
así que en virtud de una acción, las consecuencias que puedan derivarse tanto
del éxito, como por supuesto del fracaso de las mismas resultarán en todo
momento legítimamente atribuibles a quien ostente la máxima responsabilidad en
el momento esgrimido.”
Ciertamente, resulta difícil expresarlo mejor. De hecho, la
afirmación resulta tan precisa, tan inspiradora, que tal y como ocurriera con
la perla que la Sr. MATO
dirigiese contra la por entonces titular de Sanidad en el Gobierno de Zapatero
(seguro que os acordáis cuando a tenor de la expansión que de un caso de peste
porcina entre dos Comunidades Autónomas, afirmó que cuando una Ministra de Sanidad era incapaz de evitar la expansión de
una enfermedad, debía evidentemente de dimitir…) considero no ya licito,
sino abiertamente un ejercicio de responsabilidad, el ampliar el abanico de
personas a las que éstas han de serles exigidas. Si no por esperanza de que a
estas alturas sirva de algo, sí cuando menos por decoro.
Volviendo así a CERVANTES, Es cierto que la falsedad tiene alas y vuela, no menos cierto que la
verdad la sigue de lejos, arrastrándose.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario