miércoles, 29 de enero de 2014

CRÓNICA DE ESPAÑA, DE LA DISPLASIA DE ENRIQUE IV, A LAS CONDUCTAS EUNUCOIDES COMO REMEDIO GENERALIZADO.

Sumidos una vez más en el inapelable respeto que en principio ha de rodear todo ejercicio que desde una perspectiva seria pretenda cuando no dar respuesta, sí al menos abordar algunas de las cuestiones que, hoy por  hoy, se nos antojan más importantes; lo cierto es que ya parece del todo inabordable semejante práctica, sin acudir para ello al siempre seguro puerto en el que se convierte la Historia, en sus más diversas facetas.

Alcanzados estos momentos, en los que haber llegado al epílogo del día intacto, al menos en lo que concierne a los presupuestos morales con los que uno arrancó la jornada; lo cierto es que lo que se convierte no ya en una odisea, sino en un ejercicio de auténtico valor es el saber con absoluta certeza que los previos desde los que habrá que afrontar el nuevo día no serán, de ninguna manera, mucho más prometedores que aquéllos que ya la constatación de la verdad que hoy se escapa ha terminado por elevar al rango de certezas.

Desde semejante tesitura, y toda vez que gracias entre otros quehaceres al triunfo de las una tras otras desalentadoras Reformas Educativas las cuales han terminado por fraguar de todas, todas una generación famélica e inoperante que practica su estulticia a base de no ser capaz ni de expresar una protesta de forma no ya semánticamente válida, sino gramaticalmente coherente; lo cierto es que una de las cosas que ampara el permanente ejercicio de miseria al que se ha lanzado este Gobierno no es sino la certeza de que en contra de lo que le pasó a su antecesor en términos de conducta, a saber Enrique IV de Castilla; a Rajoy, al menos en principio, nadie le va a escribir una “Danza de la Dulce Muerte”, como a aquél si se lo hiciera Hernando DEL PULGAR.

Porque si definitivamente narrar la Historia de la España Moderna, la que va de “Cena con Varones de Castilla” de Hernán DE LAS TORRES, a “El Asedio” de PÉREZ-REVERTE entiéndase bien; requiere de cierta sorna torera, lo cierto es que en ausencia de tragicómicos de postín, lo cierto es que yo me atrevería a decir que el nunca suficientemente valorado D. Enrique JARDIEL PONCELA, con su insigne obra “¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes?”, bien podría servirnos, humildemente por supuesto, de parapeto discrecional.

Dicho lo cual, habremos de asentir sin malicia alguna, faltaría más, cuando una vez más hemos de constatar cómo en España hacemos las cosas sencillamente a nuestra manera.
Así, mientras en cualquier país civilizado, acepten por favor como tales aquéllos en los que unos no han provocado una guerra para llevarse por delante a otros, aunque en la mala medida hayan terminado por llevarse por delante a su propio hermano; en definitiva lo cierto es que en ésos, en  los civilizados, primero se crean partidos políticos, y luego se generan las fuentes de manipulación destinadas no tanto a atraer adeptos, como sí más bien a ensalzar las bonanzas propias. Pero aquí, en España, es al revés. Primero gestamos toda una red de palmeros, abraza-farolas y estómagos agradecidos (muchos de los cuales aspiran a tener La Razón), y luego nos vemos obligados a generar la estructura política necesaria para dar cabida a tamaño amasijo, por no decir engendro, a la vista de que ya ni los espacios más profundos de los sótanos olvidados existentes en estructuras previas, resultan suficientemente adecuados como para mantener aislada a la Bestia.

Se supera entonces el que ya denominamos “Asunto Frankenstein”. De “El Caso Hyde” ni hablamos. Y todo porque una serie de inauditos, de insensatos, en una palabra de irreverentes, han decidido rescatar los planes a los que a la vista de sus inefables resultados, incluso SHELLEY y el propio SCOTTH ya renunciaron en su momento. Y lo que es peor, reconociendo una vez más en su conducta el peor de los males de cuantos pueden atenazar al Hombre. Aquél que pasa por la osadía de pensar que hoy somos mejores de lo que fuimos ayer.

Así, cuando la ignorancia no solo deja de ser una excusa, sino que francamente la vemos convertirse en el definitivo de los agravios; lo cierto es que detrás de los paupérrimos movimientos estratégicos que algunos comienzan a desarrollar, y de cuyas últimas consecuencias aún no somos elevados conocedores, lo cierto es que bien podría ocultarse, como en el caso de la bestia creada con pedazos de carne procedente de cadáveres, un espectro de la muerte el cual, ahora sí, bien pueda arrastras tras de su  miseria a muchos de cuantos una vez integraron una vetusta estructura que, empeñada en la prestidigitación, embelesada en el ilusionismo, se empeñó en acaudillar bajo un mismo pendón, banderas cuya disparidad hacía imposible la mera reconciliación.

Es desde semejante perspectiva, desde la que muy a nuestro penar hemos de exponer de una vez, públicamente, la que supone conciencia real en base a la cual como digo algunos estamos convencidos de lo imposible de que ciertos protocolos, ya sean de paz, o de ausencia de guerra, lleguen a  prosperar.
Así, cuando no solo ya las declaraciones de ciertos líderes del Partido Popular están no ya cerca de la neurosis, sino que lisa y llanamente nos abocan a la eneuresis; lo cierto es que nos vemos obligados a rescatar, solo que elevados al rango de certezas, discursos que en su momento constituían poco menos que el vertido, más o menos obsceno, de meras opiniones entre las que se encontraban aquéllas en base a las cuales la supervivencia política de ciertas líneas de acción, así como de las personas que las representaban; dependían inexorablemente de la no superación del estado de conflicto que la preeminencia de la banda terrorista ETA suponía.

Desde tales consideraciones, y una vez que los quehaceres de unos y de otros no solo no han contribuido a restar un ápice de validez a las mencionadas conclusiones, sino que más bien al contrario las cargan de razón; lo cierto es que casi nos vemos obligados a saludar con atención la llegada de ese nuevo partido que representa no ya un giro, sino abiertamente un verdadero derrape, dentro del cual por fin podrán sentirse no ya identificados, más bien ungidos, aquéllos que volverían a superar con actos lo que hoy suponen tan solo declaraciones.

Mas en cualquier caso, los efectos colaterales que están generándose a partir de la descomposición de todos cadáveres tanto políticos como conceptuales que dejó atrás la política del Sr. AZNAR; muchos de los cuales vienen ahora a cobrarse su precio, precio que se paga de las más diversas maneras, como puede ser devorándose a uno mismo a la vista por ejemplo de las medidas que el Partido Popular de Génova ha de tomar contra su corolario, el Partido Popular de El País Vasco; nos lleva de nuevo a plantearnos o, ¡qué demonios!, a afirmar tajantemente que esto no es sino la consecuencia “lógica” de unos tiempos en los que acuerdos como LIZARRA, o acceso de desvergüenza como el de asumir la política antiterrorista como un instrumento más de cara a la acción destinada a conquistar Moncloa, pasaba por cualquier sitio, incluyendo por ejemplo por entregar la Política Antiterrorista como rehén a asociaciones tales como la AVT, siempre en pos de mantener contento a Dios y al Diablo.

Y ya se sabe, a menudo el Demonio no es sino Dios con el traje de los domingos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 22 de enero de 2014

DE LAS PIEDRAS, DE SU USO, Y DE LAS INTERPELACIONES AL PASADO.

Resulta curioso cómo, a medida que nos acercamos a las cosas, y el tan temido relativismo hace su aparición, que podemos incluso acabar no ya por comprender la intensidad de ciertos asuntos, sino la importancia que las personas pueden llegar a atribuirles toda vez y en función del grado de afectación que de los mismos se derive.

Entramos así muy probablemente en contraposición de determinados elementos, llegando pronto a la conclusión de que, muy a menudo, no es el conocimiento de las cosas, sino a menudo el sencillo dar por hecho ciertas cosas, la que puede erigirse en normal cuando no en única fuente de la que proceden algunos de nuestros conocimientos más certeros.
Tal hecho no sería muy importante, al menos no redundaría en atribuciones de mayor importancia, en tanto en cuanto no afectara a consideraciones que, más pronto o tarde, terminasen por hacer mella en otras personas.

Y tal es el hecho desde el que nos vemos obligados a plantear el asunto una vez que los recientes acontecimientos, más concretamente aquéllos que se derivan de la diferente interpretación desde la que los miembros del Gobierno se empeñan  a impregnarnos con la actual ola de progreso y bienestar, que nos lleva por otro lado a volver a definir lo que en Historia se conocen como conceptos primos, esto es, conceptos cuya definición responde al rango de necesidad, toda vez que la misma se deduce de manera implícita.

En la Edad Media, la vida en los castillos era, evidentemente complicada. En contra de lo que pudiera parecer, y elevando al rango de generalización una certeza por muchos ya netamente aceptada, cual es la de participar de la dosis de acidez desde la que se elaboran los presentes artículos; lo cierto es que podríamos llegar a decir que era semejante cúmulo de dificultades e incomodidades una especie de regulador de incomodidades al venir todas y cada una de ellas incorporadas de serie esto es, no hacían diferencia real de clase.
Así, el ulular del viento que se colaba caprichosos por almenas de murallas primero, y por junturas de paredes después; terminaba por impregnar una por una todas las estancias del castillo por igual, dando pie a una especie de Justicia Poética al bello arte de pasar frío con clase; ejercicio éste al que sin duda debían entregarse por igual desde el más humilde de los palafraneros, hasta el más robusto de los Señores. Se trataba no en poco, de la voluntad de dios.

Pero es entonces cuando a mediados del siglo XII se registra la irrupción del conocido como calienta-camas. Se trata en última instancia, y sin demasiado miramiento, de la adaptación de una sutileza procedente como tantas otras de Oriente, que en su versión castellana viene conformada por el ejercicio de acomodar en el hogar de la cocina del castillo una suerte de piedras pulidas, de las comúnmente conocidas como de río, las cuales, tras como decirnos acumular el calor que a lo largo del todo el día producían las permanentemente encendidas chimeneas del castillo; eran debidamente conducidas al interior tanto de las alcobas de los señores en general, como a las mismas camas en particular, con el obvio pero eficaz propósito de hacer más llevadero el hasta ese momento más que problemático problema de irse a la cama en las frías noches de invierno.

Es así como la evolución, tan traída y llevada pero igualmente por todos agradecida, acabó por llegar también a este campo. Surge así, para regocijo de algunos, y concesión a la nostalgia de algunos, la que ágilmente pasamos a denominar botella de agua caliente. De ésa nuestras abuelas tienen, sin duda constancia.

Hechas las salvedades oportunas, podemos ir ya aclarando que la cuestión que nos trae hoy aquí es la de plantear seriamente qué país queremos para nuestros nietos, sin duda nosotros no lo veremos, una vez que los dados al vilipendio tengan a bien dar por finalizado el actual estado. ¿Queremos así una España de calienta-camas? O al contrario, y como prueba de la enjundia que el asunto tiene, preferimos una España de botellas de agua caliente.

En términos más objetivos, y por ende si cabe más objetivos, lo cierto es que el camino que ha tomado el Gobierno en su última derivada de perversión, pasa irreversiblemente por la constatación de la apuesta definitiva por el crecimiento pero, ¿qué es, y a quién beneficia el supuesto crecimiento preconizado por la Derecha?

No estando dispuestos a desperdiciar un solo instante no ya en criticar, sino abiertamente en descuartizar no tanto las cifras, como sí más bien los marcadores a partir de los cuales esta caterva se empeña en elucubrar la que parece ser no ya la salida de la crisis, sino la manifiesta construcción de el Monte Olimpo; lo cierto es que para lo que no desistiremos ni un solo instante será para denunciar la flagrante estafa en base a la cual la paulatina agudización de la desigualdad social basada en las diferencias salariales se está convirtiendo no ya en un corolario del proceso de reversión de la crisis, cuando sí más bien en una consecuencia directa de la misma.
Dicho de otra manera, el asunto que justificaba nuestra disertación de la pasada semana, en base al cual no se trataba solo de salir de la crisis, sino de valorar con la suficiente antelación el modo y los costes necesarios a pagar para lograr semejante salida; ha alcanzado un grado de preponderancia, cuando no de actualidad, realmente considerable.

La manifiesta desaparición de la Clase Media, prueba evidente y constatable de la veracidad que encierran nuestras exposiciones, añade de manera para nada accidental el que se constituye por otra parte en componente imprescindible para la condimentación de nuestro guiso. La Ideología, componente tan básico como inexorable no tanto de la forma de hacer Política, como sí más bien de entender el ejercicio de la misma, que es lo que por otro lado trasciende a todas y cada una de las por otro lado beligerantes acciones del Gobierno del Partido Popular, nos lleva de manera inexorable a tener que considerar como ampliamente viable aquélla que hasta el momento no había sido sino considerada como una mera opción; la que pasa por considerar que todas y cada una de las personas, instituciones o empresas que se han ido quedando por el camino víctimas de la evolución de la crisis; nunca han conformado problema real para una Derecha no solo cavernaria, sino abiertamente rocosa que ha hecho de la eliminación de detritos su consigna tanto de conducta, como de confirmación moral de la misma.

En un país como el nuestro, en el que no se trata ya de que no haya lugar para la interpretación, es que ni tan siquiera lo hay ya para la lectura de los hechos, lo cierto es que corremos el riesgo de caer en la falacia de que antes estuvimos peor. Parafraseando a Eduardo II en Inglaterra, lo malo de Escocia no es sino que está lleno de escoceses. Me niego a pensar que España vea llegado el momento de tenerse que plantear firmemente el recurso de vacunarse contra aquéllos que componemos su presente, en un vano intento de salvar un hipotético futuro.

Desde tal perspectiva, lo único que verdaderamente debería preocuparnos una vez que parece haber llegado el momento en el que los adalides del crecimiento ante todo parece se disponen a recoger sus frutos, ha de ser el volverles a recordar que, muy a pesar de algunos una vez más somos las personas, y no las cuentas de resultados, las que ahora y siempre deberían haber sido las destinatarias últimas de todos y cada uno de los esfuerzos que en principio se han desarrollado en pos, supuestamente de lograr el final de un periodo que, muy a nuestro pesar, sin duda va a dejarnos a todos en un estado en el que va a resultar labor ardua al poder reconocernos sobre los vestigios del pasado de lo que una vez fue nuestra propia realidad.

Dicho de una vez y para siempre. A este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. Y nuestra desgracia reside en que todos, en mayor o menor medida somos partícipes activos de tal hecho.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.



miércoles, 15 de enero de 2014

DE LA DESIGUALDAD APLICADA DESDE LA DISTINTA PERSPECTIVA QUE OFRECE UNA CAJA DE BOMBONES.

Observo un día más el instante que me ha tocado vivir, y pese a ser testigo, afortunadamente no silencios de todo cuanto me rodea, lo cierto es que sin negar la certeza de los múltiples y algunos de los cuales incluso logrados cambios que conforman la mencionada realidad, la que no es propia, confieso que a pesar de todo, no puedo sino una vez más ceder a la constatación de la certeza de lo que nuevamente constituye la realidad que nos convierte en únicos, en irrepetibles. El ser humano es impresionante.

Impresionante, no tanto porque pueda pasar del ridículo al éxito en apenas unos segundos, sin que para ello sea imprescindible ni siquiera una solución de continuidad. Impresionante, no porque la realidad se empeñe una vez más, en lo que ya supone una costumbre que supera a la mera terquedad, en contra de todo cuanto un  grupo de desasosegantes colaboradores se empeñan en introducir a presión, sí, exactamente igual que como ocurre con la sangre en la morcilla de Burgos, pero en este caso con bastante menos éxito. Impresionante sencillamente porque una vez más, en lo que ya viene siendo un ejercicio casi recurrente, España se empeña en parecer un país tan solo cuando es capaz de pasar el filtro de la perspectiva.

Obviando como no puede ser de otra manera las consideraciones que a día de hoy han sido vertidas por varios a la par que prestigiosos dirigentes de este país, en base a las cuales y eso sí, sin someter a demasiada interpretación, todos aquellos que no corremos ya desde hoy a participar con ansia del regocijo que para todos ha de suponer la, ¡qué curioso, también en este caso mera interpretación de los datos!llevada a cabo en este caso por el Gobierno no somos sino unos meros traidores; lo cierto es que lo único que se me ocurre es que muy posiblemente, en España una vez más estemos recurriendo, tal y como llevamos siglos haciendo, a técnicas más o menos profundas, algunas de las cuales en sus técnicas más refinadas pasan por versiones tales como la manipulación, y que conservando todo su esplendor conducen, tanto en un caso como en otro, a impedir el que por otro lado no debería de ser sino el normal tránsito de los protocolos, en pos, como es obvio, de garantizar el lógico devenir de los acontecimientos.

Por eso cuando esta misma mañana me levantaba con una crónica radiofónica según la cual “la cesión por parte de los poderes de Burgos a las presiones de unos desarrapados no significaba sino otro episodio del ya previsible quebrantamiento del Estado de Derecho.” Lo cierto es que, una vez superada la sonrisa, esa sonrisa que supone el preámbulo a la escenificación del trauma, ya sabéis, el que nos infecta a todos los de la Izquierda en base al cual permitimos, cuando no abiertamente jaleamos, todas y cada una de las tropelías que estos golfos pertenecientes a la Derecha más cavernaria y reaccionaria tienen a bien ejecutar; me ha llevado a decir definitivamente ¡Basta!
Diremos para que nadie se llame a engaño,  o en cualquier caso aunque solo sea por respeto al tiempo ajeno y no siga leyendo la presente reflexión si lo que espera es una  rectificación al final, la cual hoy menos que nunca ha de producirse; que España no es, definitivamente, un país normal. Pero no me refiero, para lograr tal definición, a ninguna posición extraña, ni con mucho extravagante. Me resulta suficiente para llegar a ella el constatar por enésima vez que en España no solo no seguimos la norma, sintiéndonos además definitivamente orgullosos de tal hecho.

Así, y solo así podemos constatar, y de hecho y si cabe sin gran esfuerzo constatamos, hechos tales como que fiscales jueguen a defensores (precisamente el día que Bruselas tiene a bien publicar sendos informes en los que nos dice que no está de acuerdo con los métodos mediante los que en España se nombran cargos tales como el de Fiscal General de el Estado) sencillamente porque según sus conclusiones el cargo parece manifiestamente politizado.

Pero sencillamente, y una vez abierta la veda, lo cierto es que no necesitamos hilar tan fino. Y obrando una vez más en pos del respeto al tiempo ajeno, concitemos la cuestión que a algunos, de nuevo lo confieso, lleva meses quitándonos el sueño.
Una vez superada la cuestión inicial, ya saben aquélla que pasaba por saber cómo era posible que en España la Derecha hubiera vuelto a ganar las elecciones; lo cierto es que como digo resulta, al menos en mi opinión necesario replantear la cuestión, elevando no por supuesto el tono, cuando sí el componente proverbial de la misma, planteándonos a día de hoy: ¿Cómo es posible que una Derecha como ésta perviva en el puesto?

Sin cuestionar como no puede ser de otra manera uno solo de los preceptos legales que en términos constitucionales y a la sazón democráticos, han terminado por elevar al Partido Popular al elenco de aquéllos que mandan, lo cierto es que desde todas las salvedades que al respecto podamos o queramos aplicar, una y solo una es la cuestión que a mi entender ha de ser salvada. La que pasa por explicar cómo han solventado las consideraciones algebraicas.
Una vez aceptado el vínculo a mi entender inalienable que existe entre posición conceptual, y ubicación ideológica a la que en principio el individuo ha de permanecer vinculado, lo cierto es que haciendo de la categorización económica el filtro más potente, y una vez aplicados los correctores de rigor; lo cierto es que resulta del todo imposible explicar el éxito cuantitativo que resultó para la Derecha de las últimas Elecciones a Cortes Generales.

Alcanzada tal conclusión, y una vez constatada por medio del argumento más fuerte, aquél que procede de la realidad, la contradicción cuando no el error en el que parece caemos; habremos de indagar en otra dirección esto es, habremos de aplicar líneas de razonamientos vinculadas abiertamente a otras consideraciones de carácter si se prefiere, más subjetivas.
Así, recuperando de nuevo para la actualidad el ya mencionado argumento del Spanish is diferent, lo cierto es que cuando fallan las cuestiones de orden cuantitativo, bien puede ser porque el análisis al que se somete a las mismas esté en realidad manifiestamente equivocado esto es, requiera de una supervisión cualitativa.

Traídos a semejante tesitura puede resultar hasta sencillo comprender que, en un país como el nuestro, en el que la táctica de la deserción del arado ha tenido no ya solo adeptos, sino auténticos maestros algunos de los cuales fuman hoy incluso en pipa; se pueda, incluso se deba insisto, justificar que determinados antaño ¿cómo era....? ¿Desgarramantas? Presidan hoy por hoy, por ejemplo, Diputaciones Provinciales cuando habrían de estar inhabilitados incluso para ejercer como presidentes de una comunidad de propietarios si en ésta convergen más de cinco propietarios.

Pero sin llegar a tales extremos, no tanto porque no se deba o se pueda, como sí más bien porque tan solo con ésos siguen sin cuadrarme las cuentas; lo cierto es que cediendo una vez más a las tentaciones del álgebra, habremos necesariamente de buscar en otro sitio los sufragios que se tradujeron en la que ya se conoce en todos los  sitios como manifestación democrática del Pueblo, también conocido en ocasiones como “mayoría silenciosa” la cual, sin que para ello quepa menor duda, habilita hasta para gobernar en su contra; amparado semejante hecho en la constatación evidente de que el ciudadano, una vez abandona su condición de “elector potencial”, recupera aquélla que según el político condiciona su verdadero yo, y que inexcusablemente se traduce en ser incapaz de saber ni tan siquiera qué es aquello que más le beneficia.

Alcanzada tal postura, constatamos no ya que lo que se ha roto es, efectivamente el Estado de Derecho, cuya debilidad dicho sea de paso no hace sino demostrar una vez más la fragilidad de la falacia de la que de manera más o menos consciente todos formamos parte; sino que otro de los cánones que ha sido demolido en el tránsito de la mudanza ha sido el Estado del Bienestar, al representar éste el ejemplo magnífico de lo que podríamos denominar “cerrado por reforma”.

Se traduce este proceso, en la lenta a la par que inexorable, desaparición de la clase media. Identificamos como parte de la miscelánea que a priori vendría a conformar tal estamento, a los nuevos burgueses, y que van, como en tantos otros casos representativos de la Historia de España, repitiendo un proceso que ya en la crisis del XVII identificaba a los valdíos que abandonaban las tierras del señor, buscando en las ciudades un futuro ciertamente incierto, aunque previsiblemente mejor, enrolándose en los talleres de la incipiente industrialización que en los burgos comenzaba a aflorar.
Y exactamente igual a como pasaba en aquellos tiempos, algunos no solo perseveraban, sino que incluso hacían fortuna, logrando al menos de cara a los demás, superar su lamentable cuando no funesto pasado.
Pero sucede hoy igual que entonces, el aroma que deja la miseria se pega, se introduce en cada intersticio, y pasa a formar parte de cada comisura, hasta el punto de que se funda con nuestra realidad, con la que nos es más propia, aquélla que nos acompaña a solas en nuestra soledad cada noche, en ese momento que unos dedican a sus oraciones, y que otros usamos para recapitular.

Y ahora como entonces, se hace imperioso tomar medidas. En otros tiempos, el matrimonio venía a salvar el problema. Una buena dote apaciguaba el ánimo de cualquier padre perteneciente a la condición de los hidalgos pobres. Cierto es que para el pagador el sacrificio contenía el saber que él nunca vería acompañada su fortuna, con las pretensiones que regala un buen apellido. Pero igual de cierto es que su hija bien sería consorte, y que llegados a sus nietos, nadie osaría cuestionar el origen de otra sin duda Familia de Rancia Nobleza, cuya nobleza sin duda se hunde en lo más profundo de las raíces de aquello que compone lo que un día se dio en llamar Los Grandes de España.

Hoy en día resulta más sencillo. Es suficiente con haber sustituido la pareja de bueyes  por digamos, un puesto en una portería, por ejemplo de un banco, que incluía llevar el café al director de la sucursal. Transcurridos algunos años nuestros hijos habrán olvidado lo que es tener tierra entre las uñas, para pasar a estudiar en un privado concertado, y por supuesto disfrutar de quince días en un Erasmus. Nosotros, por supuesto, habremos alcanzado el derecho a tener dos coches en la puerta, y el colmo de disfrutar de treinta días de vacaciones pagadas las cuales usaremos para ir a ver el cementerio de Lisboa, no porque nos llame la atención, sino sencillamente porque así podremos decir que, efectivamente, hemos salido al extranjero.

Y sí, para finalizar, ¿qué nos falta? Obviamente poder decir que sí, nosotros también votamos al Partido Popular.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de enero de 2014

DE LA SUPERACIÓN DE LAS PALABRAS. DE LO IRREVERSIBLE DE LOS TIEMPOS.

Acontecen en mi derredor situaciones límite, de cuyo rigor, a la par que de cuye certeza me doy cuenta tan solo al constatar que cada vez resulta más difícil expresar con un mínimo de rigor aquello que en torno a las mismas acontece. Y no se trata tan solo de constatar de manera más o menos evidente que día a día resulta cada vez más imprescindible ampliar casi hasta el infinito en campo semántico desde el que aproximarnos a la funesta realidad, sino que más bien la constatación se hace expresa a partir del momento en el que comprobamos, por supuesto sin rubor alguno, la manera mediante la que poco a poco asistimos a lo que bien podríamos denominar superación de la realidad.

Comprometidos firmemente y a la sazón una vez más con lo que supone la enésima constatación práctica de la teoría de la superación ficticia, en resumidas cuentas aquélla que viene a hacer bueno el dicho en base al cual la perspectiva, o más bien la ausencia de ésta, constituye para muchos la única excusa a la hora no ya de sobrevivir, sino de evitar pasarse a modo de defensa propia a lo que habría de constituir un acto en pro del nihilismo activo; lo cierto es que cada uno a su nivel esto es, la infanta de España afirmando que no sabe por qué se ha montado tanto revuelo con su caso; y el pueblo español consintiendo no ya hoy el que tengan lugar estas declaraciones, sino el seguir tragando quina desde el año 2010: lo cierto es que, sin necesidad de acudir a relevos astronómicos, no necesitamos mirar a las estrellas para entender que efectivamente, la Justicia no es igual para todos. De manera imperecedera cierto es que unos nacen con estrella y otros, pues ya se sabe.

Y de la conjunción de semejantes extremos, es que viene a conformarse en torno a las concesiones que un día más hago a mis diatribas la constatación fascinante de que verdaderamente, existen substancias que son, física e incluso químicamente inabordables. Es así que, al igual que el agua y el aceite se revelan para cualquier observador como realidades cuya fusión en un mismo tiempo y espacio, viene a constituir tema para poco menos que una paradoja; no es menos cierto que en otros campos en apariencia un tanto alejados, entre los que podemos encontrar los propios de La Política, La Moral, e incluso La Justicia; asistimos en silencio, y con creciente expectación a fenómenos igualmente sometidos a los principios no de la constatación pragmática, sino de la más rotunda de las paradojas.
Sin embargo y en este caso, el mundo de lo pragmático, al que en definitiva se ciñen entre otras de manera inexorable los principios que rigen las certezas y por ende sus constataciones; atribuye su supervivencia al rigor que procede de tener mecanismos inviolables que convierten a la acción empírica en único juez verdaderamente competente a la hora de estableces, si no de abordar, los regímenes propios a la hora de considerar bajo qué parámetros se han definido por ejemplos los parámetros de un experimento en el que, siguiendo el ejemplo, el agua y el aceite hubieran resultado fielmente ligados, sin que hubiera sido necesario para ello vencer a priori una gran resistencia.
De no ser así, sin duda que podríamos llegar a considerar ciertamente la posibilidad de que, efectivamente, nos hubieran cambiado el mundo en el que vivimos.
Pero si nos detenemos unos segundos, si abandonamos por un instante la vorágine en la que nos encontramos instalados, comprobaremos sin demasiados esfuerzos cómo a eso es, precisamente, a lo que una serie de grupos interesados nos han traído.

Constituye  una micela, la realidad física constituida en torno a la imposición física mediante la cual creamos una gota de aceite, rodeada de un entorno de agua. Lejos de una disertación al respecto, diremos a efectos ilustrativos que la supervivencia del mencionado ente, depende inexorablemente del juego, para nada accidental, de una serie de consideraciones entre las que destacan, por ejemplo, la existencia de substancia que ponen en juego factores tales como la hidrofilia, y por supuesto la hidrofobia.
Huyendo por supuesto de cualquier forma de complicación innecesaria, constataremos no obstante como la propia naturaleza ya arbitra, en un ejercicio de predisposición inexorable, argumentos de cara no solo a la supervivencia, sino al flagrante desarrollo, de realidades cuya mera supervivencia, y por ende posterior desarrollo, resultaban poco menos que impensables si nos ceñíamos estricta y escrupulosamente a las leyes marco.
Así y solo así, estableciendo por supuesto los puentes que resulten necesarios a la hora de salvar las múltiples y evidentes diferencias que existen entre los medios condicionados, que podremos establecer un paralelismo real  que nos sirva no ya para entender el actual estado de las cosas, sino que más bien nos acerque un poco a la perspectiva desde la que podamos responder a una de las cuestiones base, la que pasa por entender cómo hemos llegado hasta aquí.

Al igual que lograr el entendimiento entre dos personas que no comparten idioma o contexto, puede resultar un ejercicio aterrador; es así que muy posiblemente plantear hoy estas mismas cuestiones pueda verdaderamente constituir un ejercicio neta y absolutamente abocado al fracaso. Y la causa se encuentra ceñida neta y estructuralmente a esa misma consideración, la que pasa por constatar las inherentes, a la par que insalvables diferencias que existen entre el contexto que conforma nuestra realidad, y el que era propio a las dos décadas previas al estallido de la actual crisis.

Con el fin de facilitar la encomienda, acudiremos a un sencillo a la par que gráfico ejemplo. Cuando hace algunos años tratábamos de consolidar el contexto dentro del que se desarrollaban por ejemplo la vida de los hombres y mujeres que condicionaban la Edad Media, constituía para todos un verdadero ejercicio de complicación el acudir al diseño de un marco ético, moral o tan siquiera de conducta, dentro del cual ser capaces de dar cabida, de manera comprensible, a la multitud de variables, en apariencia aberrantes, que venían a conformar la en apariencia insufrible vida a la que estaba condenado todo habitante de este periodo.
Así, de manera más o menos complaciente, pero a la sazón siempre concesiva, terminábamos por elaborar una teoría más o menos rimbombante, pero eso sí siempre muy rica en detalles, destinados a comprender cómo, o cuando menos por qué, todos y cada uno de los paisanos que componían tal o cual realidad, no se rebelaban contra todos y cada uno  de los en principio usos abiertamente manipulativas que componían la siempre dura relación de los vasallos, con el Señor Feudal.

Y sin embargo nosotros, los mismos que hace unos instantes nos declaramos sin palabras  a la hora de ratificar los abusos mediante los que se disponían ante tal o cual cuestión señores y vasallos, permanecemos en absoluto e inconsciente silencio a la hora de someter al más mínimo análisis crítico una realidad cuyo presente nos acucia, y que nos permite constatar cosas como aquéllas en base a las cuales el detrimento en logros sociales ha alcanzado en los últimos cinco años, concentrados eso sí en los últimos dos, un grado no solo insultante, sino peligroso al mostrarse como franca y absolutamente competente de cara a dar al traste con rigores tan aparentemente cimentados como pueden ser el Estado del Bienestar, y por supuesto la clase social que le era propia, a saber la clase media.

Es así que si ahondando en el debate de la santa paciencia que parecía albergarse en los corazones de todos y cada uno de los habitantes de la Edad Media, y cuya máxima constatación se esgrime en el escaso número de rebeliones que se dieron a pesar de lo flagrante de los múltiples abusos que se dieron; no es menos cierto que hoy en día, a la vista de los datos reales y de constatación que rodean nuestro mundo, y que conforman nuestro tiempo, algunos, francamente, volvamos a hacernos la pregunta en pos del cómo es posible que la gente no solo aguante, sino que ni se echa definitivamente a la calle, ni vende sus destinos al primer populista que subido a una caja de sardinas arenque vende soluciones a cuatro pesetas.

Es así que una vez más, un país con más de seis millones de parados, con una tasa de desempleo juvenil que hoy ya supera el 60%. Un país  que en el último año, y no lo olvidemos como resultado específico de la Reforma Laboral del Gobierno que preside el sr. RAJOY ha destruido de manera flagrante más de 1.000.000 de puestos de trabajo. Un país que ha vuelto en términos de macroeconomía a cifras de los años 90, sea en realidad, un país que no solo no puede contar con sus políticos, sino que deliberadamente ha de defenderse de ellos.

Es así que, en un dramático juego, las palabras, en términos conceptuales entiéndese siempre, se han visto definitivamente superadas. Los Mundos de Yupi en los que algunos se empeñan todavía hoy en vivir, se ponen de manifiesto como esas auténticas micelas a las que líneas arriba hacía mención. Micelas, mundos imaginarios o lo que es peor, empeños baldíos desde los que promover un emporio de conjeturas la mayoría de las cuales están condenadas al fracaso, condenándonos el resto a un largo cuasi eterno periodo de ostracismo para cuya implantación resultará inevitable, como resultaba propio en el resto de ejemplos esgrimidos hoy, poner en práctica una serie de procedimientos más o menos rebuscados cuyo objetivo final sea el de volver imbéciles, tanto en el sentido aristotélico, como en el psicológico del concepto, a todos y cada uno de los sencillos habitantes de este presente la mayoría de los cuales seguimos discutiendo si será o no posible juntar el aceite con el agua.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 1 de enero de 2014

A MEDIDA QUE AUMENTA EL CAPITAL LO HACE, SIN DUDA, EL BENEFICIO.

La máxima, si bien pudiera proceder de cualquiera de los manuales destinados a hacer comprensible al común de los mortales los por otra parte más que enrevesados principios de la lógica que articula no tanto el alma, como sí más bien los procederes de Mercados y otros considerandos propios del Capitalismo, está en realidad extractada de la película Mary Poppins. Curiosamente en la misma semana en la que el Departamento de Estudios Internacionales de Estados Unidos ha decidido atesorar dicho título llevando a cabo cuantas acciones resulten necesarias de cara a lograr la prevalencia del mismo, toda vez que ha quedado en apariencia sobradamente demostrado el bien que para la sociedad supone la existencia del mencionado título, máxime tras comprobar la corrección de los valores que el mencionado aporta.

Lejos de cuestionar la valía del razonamiento, y por supuesto declarándome aquí y ahora firme defensor de la mencionada película, lo cierto es que lo que pretendo trayendo a colación todo esto no es sino manifestar una vez más el desasosiego que me produce el acceder una vez más, y con inusitada calma todo hay que decirlo, al proceso paradójico por el que queda sobradamente constatado cómo el mismo modelo social, en este caso aquél preconizado desde los a priori liberales, puede no obstante absorber sin ningún rubor consideraciones de carácter no solo tan diferentes, sino tan abiertamente contradictorias, sin que ello suponga el menor inconveniente no haciendo por supuesto necesaria la menor revisión de conceptos cuando no sencillamente de principios.

Una paradoja sencillamente, inaceptable.

Sencillamente inaceptable porque en contra de lo que pueda parecer hablamos de personas. O cuando no de personas al menos en principio directamente, sí de personas en la medida en que aquello que es directamente objeto de revisión, conduce, cuando no preconiza de manera abierta a la par que deliberada, el comportamiento de las mismas.

Supone la constatación de estas incongruencias, en contra de lo que pueda parecer, una muestra tan directa como sencilla de las incongruencias sobre las que se halla montado todo el tinglado que de manera más o menos suntuosa esconden y protegen aquéllos que de una u otra manera se benefician del mismo.
Falacia, mentiras, incongruencias… y en definitiva toda una serie de subproductos muchas veces basados en la prestidigitación, que se ponen al servicio de unos virtuales arquitectos que desde hace decenios han empleado todas sus fuerzas en pos de construir un complicado edificio en el que albergar sus tesoros, pero sobre todo en el que proteger su terrible secreto. Un secreto que inexorablemente pasa por comprender que todo, absolutamente todo, es virtual, lo que eleva al grado de ficticio, de permanente potencia si necesitan considerarlo desde un primas más elegante, todas y cada una de las solo en apariencia certezas que una tras otra, vienen a conformar un edificio virtual.

Y por eso, por tratarse de algo ficticio y virtual, es por lo que he acudido a la visión de un niño. No tanto en busca de respuestas. Sencillamente con la esperanza de poder hacer las preguntas adecuadas.

Cayendo de forma tan violenta como instantánea en el miedo que francamente me produce la constatación, una vez más, del probable exceso de relativismo en el que de manera aparentemente inexorable nos hemos instalados, es por lo que hago una concesión al tiempo, así como a las circunstancias que le son propias, a saber su inexorable tránsito, y su inabordable perfección, en pos de poder construir un refugio conceptual dentro del cual, y aunque sea por unos segundos, llevar a cabo una parada en el transcurso de la cual proceder con una especie de recuento de efectivos a partir de la cual abordar con pleno dominio, o cuando no con verdadero conocimiento, la magnitud de la misión encomendada.
Salvedad hecha del instante de placer que produce la concesión de cierta valía al indolente principio de dogmatismo que aguarda tras el análisis de lo expuesto hasta el momento, lo cierto es que los tiempos que corren, tan propensos por otra parte a análisis cuando no a balances, guardan probablemente dentro de sí una inconmensurable promesa de tesoro la cual, obviamente, no puede estar exenta de peligros. Unos peligros entre los que sin duda bien podrían hallarse toda una serie de principios quién sabe si mágicos, o incluso sofismas los cuales, pronunciados desde un no sé que mágico tono propenso al maniqueismo, bien podría no obstante dar respuesta a la consabida pregunta que en tantas y tantas ocasiones se ha confabulado con las penas de muchos de los que no han hecho sino constatar su condición de víctimas ante los alardes de los procederes del Capitalismo.

Mas no achantarse ante la tentadora propuesta que suponen el tiempo y por ende sus dogmas, no requiere necesariamente mostrar absoluta indolencia hacia el mismo y hacia por supuesto sus logros.
Así, la percepción del mismo, y más concretamente la imposición que desde la misma se logra de toda esa serie de falacias cuya intencionalidad ya ha quedado suficientemente argumentada hacen del tiempo, y más concretamente de uno de sus parientes más cercanos, la tradición, el soporte vital imprescindible a partir del cual revertir de cierto grado de respetabilidad algo que de tener que actuar en solitario, no supondría sino el más violento de los fracasos porque de no ser así, cómo lograr dotar de la merecida credibilidad a un escenario en el que tal y como hemos expuesto desde el principio, la sola y mera trasposición de capitales, ha de traer, y en apariencia de manera inexorable, la consolidación de pingües a la vez que rápidos beneficios.

Pero si el proceso que en resumidas cuentas ha llevado a elevar al grado de religión a la práctica, evidentemente algo mágica qué duda cabe de la especulación, esperemos unos segundos destinados  a describir cuando menos someramente, al escenario dentro del cual las mencionadas prácticas se llevan a cabo una y otra vez.

Al albor de la constatación, al menos para ellos, de las prioridades concertadas de conformidad a los esquemas definidos de cara a responder a la nueva realidad resultante con motivo de la finalización de la Segunda Guerra Mundial; los gurús en cuyas manos se depositaron si no todas si al menos gran parte de las esperanzas del mundo, diseñaron un Plan que evidentemente se ha ido desarrollando con mejor o peor fortuna aproximadamente desde 1952 y que, si bien no lo ha hecho de manera constante, sí ha ofrecido una supuesta coherencia a la hora de presentar beneficios en la cuenta de resultados, en este caso conceptuales, que habría de imperar entre los que en definitiva lo confeccionaron.

Habiendo sido ya demostrado en esta misma sección el proceso de colapso de una de sus etapas, a saber la que denominamos de Capitalismo Productivo, y que a título de recordatorio englobamos dentro de los protocolos estrictamente industrializados; lo cierto es que el mencionado colapso, lejos de albergar un atisbo de fracaso como podría deducirse del empleo de un término cercano al desasosiego, cuando no abiertamente peyorativo; no viene sino a poner de manifiesto lo absolutamente planeado que el Sistema tiene todos y cada uno de sus pasos, así como de los tiempos a los que la constatación de los mismos da lugar, confeccionando con ello, y por supuesto con absoluta y rigurosa antelación, los escenario cuando no las realidades en las que cada uno de nosotros llevamos a cabo nuestra respectiva aproximación a una realidad la cual, lejos de ser nuestra no es sino cada vez más virtual.

Formando parte imprescindible de este intrincado procedimiento, que hace de la innecesaria complejidad un instrumento más, indefectiblemente puesto a su servicio; la generación de escenarios de pensamiento esto es, de marcos conceptuales dentro de los cuales albergar su intrincada existencia, se convierte evidentemente en uno de sus aspectos más necesarios.
Desde esa perspectiva, y en vista del éxito más que evidente experimentado por el resto de etapas, es que podemos hablar hoy de la consolidación dentro del que llamaríamos nuestro presente, de un proceder destinado a lograr la implantación primero, y consolidación después no tanto de un escenario práctico, tal hacer está ya definitivamente consolidado; sino de un parecer, que fija su máximo objetivo en la paulatina consolidación de una serie de credenciales axiológicas, esto es, ligadas al campo de las consideraciones normativas y morales del ser humano, destinadas obviamente a subvertir los principios desde los que hasta ahora llevábamos a cabo con peor o mejor fortuna la resolución de nuestros exclusivos dilemas morales; consiguiendo con ello la redefinición de esquemas estructurales básicos con el fin de modificar el rango de las respuestas que damos ante esos dilemas.

Solo desde los nuevos campos que tal consideración ofrece, podemos nosotros llegar a entender el grado de éxito alcanzado por el escenario moral desde el que se han arbitrado los juicios éticos que nos han traído al presente que nos es propio.

Desde la contemplación de un escenario revestido por el valor que le confiere el estar dotado de la más rabiosa actualidad, lo cierto es que la implementación de la ECONOMÍA DE LA INJUSTICIA basada en el absurdo principio de que el hecho de que los ricos lo sean cada vez más acaba por desencadenar una serie de acontecimientos que termina por revertir en el beneficio de estos mismos pobres, ha venido a conformarse en la esperanza desde la que parece explicarse si no toda, sí al menos la mayor parte de la Política Económica en la que el actual Gobierno de D. Mariano RAJOY ha puesto sus esperanzas.
Pero la teoría que en la práctica se explica desde la reiterada convicción de que la función de los pobre pasa por exportar riqueza al vaso de los ricos aceptando en silencio la resultante de la pérdida de renta; confiando en la máxima, por otro lado jamás probada de que cuando el vaso rebose ésta traerá la merecida justicia a esos mismos pobres, se sustenta en la falacia de no tener en cuenta la demostrada habilidad que los ricos tienen en nuestro país para hacer que el mencionado vaso sea cada vez, más grande.

Y si lamentables por despóticos resultan los razonamientos en los que se apoya la inexorable explicación a los procederes, qué decir del bagaje moral que al respecto de los mismos se hace.
Ligado inexorablemente a la constatación plausible tras la que se esconde el triunfo incipiente de lo que hace más de ciento cincuenta años NIETZSCHE definiera como la moral del esclavo, aquéllos que una vez más hemos de aguantar no solo el insulto de tener que llenar la cartera de los ricos, sino que además hemos de hacerlo con alegría (de lo contrario corremos el peligro de ser considerados antipatriotas) comprobamos además cómo desde ciertos medios, los mismos que por otro lado predican que la mejor acción social que puede llevar a cabo la empresa privada pasa por la continua promulgación de beneficios para los que conforman su catálogo de accionistas, promulgan letanías destinadas a convencernos de que los españoles estamos dando una lección de Democracia toda vez que somos capaces de interiorizar el espíritu de la crisis sin que de nuestra boca escape ni tan siquiera un mero lamento.

¿Es, o no es motivo para darle a más de uno un par de hostias? Sin duda merecidas las tienen.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.