miércoles, 26 de diciembre de 2012

DE LOS DISCURSOS ENCORSETADOS, O DE CUANDO DEFITIVAMENTE NOS PASAMOS AL “LADO OSCURO”


Asisto, una vez más, con renovada desgana, al periplo anual y no por ello menos rutinario que el espectáculo navideño predispone a mi alrededor. Como no puede ser de otra manera, y para estar a la altura, me dispongo a verificar con ahínco los modos y maneras mediante los que la sempiterna crisis se manifestará en esta ocasión, en tales momentos. Y la verdad, uno tras otros, los aspectos más importantes al respecto van siendo desgranados sin que de verdad me sienta satisfecho a la hora de poder decir, sin que pueda quedar lugar que albergue a la tan temida duda; de que efectivamente semejante ecuación ha sido definitivamente resuelta. Así,  ni la sobriedad lastimosa del anuncio de Freixenet, ni el patetismo estudiado del spot de El Corte Inglés, acuden en esta ocasión en mi ayuda.

Sin duda, habrá que buscar los atuendos en otros dispensarios.

Y es entonces cuando, felizmente, el aforismo de Anaxágoras de Clazomene adquiere plena vigencia: “A menudo, ante la dificultad de un problema, me siento a pensar, y la solución se cristaliza por sí misma, mostrándose única y certera ante mis ojos.”

Ahí estaba. Contundente, rutinario, afín, didáctico. Monárquico y dogmático, como no podía ser de otra manera, El Discurso de Navidad de Su Majestad el Rey D. Juan Carlos I

¿Qué puede llevar al Ser Humano, en su condición de Ser Social por antonomasia, a aceptar el imperativo que supone la existencia de un Rey? Puestos a desmenuzar la cuestión, cierto es que no se trata de criticar de manera eficiente la existencia de un monarca. Lo que lleva a la presente reflexión, es el porqué precisamente de la necesidad de la existencia de tales figuras.
Representa la Monarquía, como mera institución, el más bajo en lo que a escalafón social se refiere de los estratos de gobierno a los que el Hombre en tanto que ente social puede aspirar. El principio del uno manda, y los demás obedecen, adquiere poco a poco, y con el tiempo, un tinte patético, un tufillo propio de la carne putrefacta que no ha sido extirpada cuando debía, que de nuevo nos recuerda la certeza tan conocida en nuestro país, según la cual nuestros fantasmas vuelven, periódicamente, para tener su cita con la Historia.

Puestos a revisar, Monarquía y Religión comparten, en especial en el caso de España, principios e incluso protocolos de funcionamiento, que son gráficos y descriptivos, en nuestro caso del elevado nivel de ostracismo moral en el que realmente aparece sumido nuestro pueblo. Dogmatismo, Universalidad, Absolutismo, son términos para nada laxos en sí mismos, en tanto que verdaderamente se muestran del todo enfrentados con otros tales como Democracia, Libertad (no sólo de expresión) e incluso Dialéctica, que supuestamente plagan y concitan nuestra realidad, nuestro día a día.

Entonces, de ser así ¿Cómo es posible que puedan convivir sin “hacerse pupa, sin discutir?

No ya para entender la pregunta, sino más bien para aceptar su mera formulación, habremos sencillamente de analizar, con la imprescindible sinceridad, el grado de certeza con el que podemos afirmar la existencia de unos, y de otros porque ¿puede sinceramente un país como el nuestro aceptar rigurosamente la existencia de un monarca, sin hacerse eco del grado de constricción política que tan ente exige de forma necesaria?

De nuevo, la paradoja aflora ante nosotros, ya que el quid de la cuestión no radica en la resolución de la consigna. El verdadero dilema se desata una vez más cuando comprobamos que la esencia de la pregunta nos pone en el disparadero de otra si cabe más tendenciosa: ¿Ha evolucionado tanto este país como nos creemos, cuando aún hoy damos carta de valencia a las afirmaciones dogmáticas de un ungido?

Llegados a este punto, en el que ya muchos habrán dejado de leer (si no ha sido así, es porque a mis palabras les falta contundencia) hemos de atacar ya de plano las excusas que algunos de los que siguen leyendo, están deseosos de poner. Es el Rey campechano. Es el Rey del Pueblo. Es el designado para traer la concordia a España.
Y es aquí, llegados a este punto, cuando no puedo más. Aquí abandono el carácter objetivo de hoy, para pasar con contundencia y sin piedad al teatro que me brinda el ejercicio de la opinión.

Hasta hoy, mejor dicho, hasta el pasado día 24, jamás había hecho mención expresa de crítica a la figura del monarca. La causa, el ilusionismo. La ilusión que comparto con gran parte de mis compatriotas, en base a la cual prefiero creerme la sanción constitucional según la cual el Poder reside en el Pueblo, quedando para el Monarca la función de Pragmática Sanción.

Sin embargo el discurso del pasado día 24, a la sazón el menos seguido por los televidentes en los últimos 20 años, escondía una bomba de relojería. Sólo siguiendo una Política ligada a los recortes, y aceptando los sacrificios que la misma imponga, podremos, desde la asunción de las calamidades de hoy, garantizar un futuro mejor a las generaciones futuras.
¿Somos concientes de lo que semejante afirmación trae aparejado?

Para empezar, da al traste con la descafeinada afirmación según la cual el Rey no gobierna. No se trata tan solo de que se posicione descaradamente con un procedimiento ideológico que oculta un marcado proceder ideológico. Se trata más bien de que ofrece su apoyo total y sin fisuras, a una forma de gobernar que no se trata sólo haya resultado contraproducente para los españoles, es que esos mismos españoles están en la calle, de cada dos días el de en medio, manifestando su absoluta disconformidad con esos mismos procederes.

Es como si la Monarquía hubiera comprendido, tal y como lo ha hecho el Gobierno, de la imperiosa necesidad que ambos tienen de justificar su existencia. Es como si ambas instituciones hubieran tocado fondo, definitivamente, escenificando una realidad propia, ajena a la que el resto compartimos, en la cual su existencia sólo estuviera justificada para y por ellos mismos.

De nuevo, un invitado no esperado se apunta a la fiesta. Un invitado que se empeña en convencernos de que es tal nuestro grado de desconocimiento del mundo en el que vivimos, que ni tan siquiera somos competentes para dilucidar con exigencia sobre aquello que es esencialmente mejor para nosotros. Y es que, San Nicolás no es de los nuestros, nosotros somos, qué duda cabe, de los Reyes Magos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

DE LA IDEOLOGÍA, Y DE OTRAS COSAS QUE VERDADERAMENTE NO NOS PODEMOS PERMITIR.


La sorpresa previa a la desilusión más certera, es la sensación que hace presa de mi ser cada vez que concito en mi derredor a los hados de lo imaginario e imposible, toda vez que aquéllos cuya manifestación habría de ser propensa a reflejar la Realidad, me resultan demasiado complicados de cara a apropiarme de ellos una sola miaja que vaya más allá de la potencialidad.

Es de nuevo, llegado ese dramático momento, en el transcurso del cual la realidad se ve desvalijada por los monstruos de la sinrazón, cuando viajaba camino de la certeza; el instante mismo en el que la verdad se hace patente ante mí, revelando de paso, como si no fuese con ella, en esa recordada que no conocida sensación en base a la cual tenemos plena certeza de que algo que debería sernos desconocido, es sin embargo por nosotros recordado, como si en vez de habernos sido desvelado, no ha sido sino en realidad simplemente recordado; en el momento preciso en el que la luz que posee semejante certeza, se convierte en la encargada de desvelarnos la terrible revelación: llegados a éste aquí, a éste ahora, definitivamente, no podemos continuar.

La vana ilusión en la que falsamente hemos vivido cómodamente instalados, se rompe ahora dando paso a la terrible realidad en base a la cual las revelaciones adquieren, sin saber muy bien por qué, certeza de que no en vano nada volverá a ser igual. El todo vale, argumento inexcusable en el que se apoyaron tantas y tantas antaño certezas, se resquebraja ahora como el hielo en primavera, abandonando como en tal caso al intrépido si no imprudente transeúnte que se aventuró sólo, por este nuevo camino, el cual se presenta sólo tan oscuro como vacío.
La verdad, atisbada otrora en forma de certeza, ha abandonado el barco, y no es lo malo que no esté, es que ni tan siquiera se la espera.

Y en el nuevo teatro de operaciones que poco a poco se va dibujando, comprobamos no sin desolación, que sólo los petimetres, indocumentados, cuando no otra calaña de parecido abolengo, acudirán a probar fortuna, escenificando con ello una nueva tragedia. Sin embargo en el caso que nos ocupa, los ínclitos ni por asomo poseen la categoría de el de Florencia.

Surge en consecuencia una nueva realidad. Un ente formal y temporal en el que la moral se ve supeditada de manera osada a un nuevo código en el que otros habrán de ser los elementos que conciten el orden, así como las categorías selectivas. Un nuevo código en el que como consecuencia directa, lo contingente acabe por superar a lo necesario, en el que los bufones superen a los filósofos, no en la posesión de la verdad, sino en la capacidad para seleccionarla, hecho éste que a su vez constituirá la máxima de las aspiraciones a las que el pobre mortal parezca estar designado.

Es entonces cuando se considera llegado el momento en el que la Razón se ve superada de cara a mantenerse firme como elemento preconizador de los atributos que puedan consolidar un hecho determinado como verdadera cristalización de la verdad. Es más, llegado ese momento es la propia verdad la que se ve desbordada. Ya no importa ni tan siquiera tal verdad, interesan más sus atributos.

De la involución que resulta de semejante hecho, se deriva la mayor de las pérdidas de cuantas han sido sometidas en los tiempos que llevamos osando analizar la realidad. Es el momento en el que la ideología se vuelve instrucción, momento en el que la Ciencia se ve superada por la Creencia.

Constituye la ideología un peligroso juez toda vez que haya de ser quien dirima las cuestiones de corrección en asuntos de moral. Como todo lo estrictamente humano, aparece revestido de unos aditamentos de subjetividad que la convierten en impredecible, toda vez que en este caso, además, los mencionados se ven alimentados y cebados por un peligroso componente, el pasional, que no contribuye sino a aumentar el coeficiente de indignidad que muchas veces se hace presente en tales oficios, haciendo poco prudente en todo caso acudir a semejantes jueces para tamañas disputas.

La ideología, la pasión, y el vicio y la corrupción, se presentan así ante nosotros como antiguos convidados que antaño sin duda formaron parte del acervo instintivo de nuestros predecesores, pero que toda vez que su época pasó, acudir a ellos como instigadores, cuando no guías de nuestro proceder, bien que no parece ser el camino más adecuado si lo que buscamos es en realidad el camino más digno, más social, cuando no abiertamente el más humano.

Sin embargo, no es menos cierto que no tiene por qué ser éste el objetivo de todos los comportamientos. Es más, el componente pasional, instintivo y animal, bien ha quedado patente se halla presente en determinadas conductas humanas, las cuales a su vez graban su impronta inconfundible en pareceres, conductas y morales con las que guardan relación de coherencia fácilmente identificables por otro lado a nuestro alrededor.
Surge así todo un cúmulo de conductas las cuales, en caso de ser juzgadas atendiendo a criterios abiertamente racionales, aquéllos que no lo olvidemos formaban parte de los códigos del pasado; no hay duda constituirían objeto de desgana, cuando no de absoluta apatía.
Pero hemos de recordar que estamos en un nuevo tiempo, Un tiempo en el que las primacías proceden no tanto de la Razón, como de los Instintos, un tiempo en el que las conductas vuelven a proceder más del estómago, que del cerebro.

Y ante tales antecedentes, las pasiones y los bajos instintos se adueñan de toda realidad, ya sea ésta presente o futura. La pasión y la subjetividad se apoderan de todo lo que es propenso al designio. La Realidad no importa, todo es cuestión de perspectiva, del cristal con el que se mire.
Con tales consideraciones, no sólo la razón, sino que incluso la  memoria  y el recuerdo abandonan el barco.

Queda con ello todo preparado.

La Derecha, la que sólo puede gobernar a tenor de la obtención de resultados electorales que imperiosamente se traducen en la mayoría absoluta, hace de la pasión procedente de la argumentación visceral su máximo eslogan.

Y ahí, y sólo ahí podemos en consecuencia ubicar el valor de la IDEOLOGÍA, en toda su brillante extensión.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


martes, 18 de diciembre de 2012

DEL CLAMOR DEL SILENCIO.


Acudo un día más, a deleitarme con los placeres que sólo el silencio, la oscuridad y la ausencia de nada que vaya más allá de mi propia por deseada soledad, pueda provocarme; de cara sobre todo no ya a la necesidad de rememorar los valores de aquello que ha sido logrado en el transcurso de la jornada; sino más bien al imprescindible análisis que desde el plano netamente diagnóstico ha de llevarse a cabo hoy en día, para avaluar cuáles y de qué calibre serán las realidades a las que mañana habrás sin duda de hacer frente, en tanto que cuántas serán igualmente las circunstancias que hoy disfrutaste, pero que con toda seguridad mañana te serán cercenadas.

Venimos de una sociedad de la luz. En ella, toda la actividad, empezando por la que era evidente, que tenía resultados visibles, y por ende era objeto de la física; y continuando por aquélla propensa netamente al pensamiento, destinado éste claramente a la conformación de las realidades mentales previas que a continuación, y de manera indivisible daría luego lugar a las realidades propiamente dichas, y ya anteriormente tratadas; eran en todo momento desarrolladas a plena luz.
La realidad, y sus respectivos desarrollos alcanzados en sus múltiples connotaciones, tenían siempre un objetivo innato de ser vistos. Todo, absolutamente todo, tenía impresa en su origen la predisposición a ser visto, analizado, criticado y mejorado, siempre desde la óptica aparentemente natural de la crítica evidentemente constructiva.

En consecuencia, semejante manera de proceder convoca, o por el contrario es propia, de una sociedad proclive a la observación y al análisis, en términos eminentemente suaves o pulcros; o más bien destinada a satisfacer las necesidades intelectuales, culturales, artísticas e incluso políticas, de aquéllos que sin tapujos, y alejados estructuralmente de la necesidad de la certeza, ni de lejos pueden intuir la acción mediocre de la censura.

Venimos de una sociedad de mirones. Porque todo es, en esencia, virtualmente observable. Porque todos tenemos derecho a opinar, y la esencia de la opinión respetuosa parte precisamente de haber dedicado el tiempo necesario a aquello que habrá de ser objeto de nuestra opinión.

Pero resulta más que suficiente un pequeño paseo a nuestro alrededor, para comprobar que todo eso ha cambiado. La luz, en sus múltiples formas, las cuales igualmente tendían a modificar, matizar y discernir a aquéllos que imperiosamente habían de convertirse en sus adalides, sucumbe ahora en un ejercicio de exorcismo ritualista a una nueva discreción, encaminada no tanto a no ver, como en realidad a manipular el hecho mismo que condiciona la acción de mirar.
Y la manera más eficaz de hacer esto, todo buen publicista la conoce, pasa inexorablemente por cambiar la iluminación de las cosas.

Atacan así, de manera netamente comprendida, e incluso concienzuda, a la luz. Sucumbe pues la edad de la luz, y pasamos rápidamente, de manera casi imperceptible, a la edad de las tinieblas. Y los resultados, como no podía ser de otra manera, se hacen perceptibles de manera inmediata. Allí donde antes imperaba la sutileza de los brillos, se gestiona ahora la grosería propia de las sombras, donde antes se perfilaban matices, ahora vuelve a triunfar el grosso modo. Donde una vez se buscó la certeza, ahora la mediocridad satisface, unifica y aturde.

Y claro está, no es suficiente con la Ética, han de dar imperiosamente el salto a la Moral. Porque no les es suficiente con cambiar el tapiz del cuadro, han de reestablecer incluso los futuros equilibrios, manipulando los marcos.
Y tras el silencioso derrocamiento de la ética y la moral, han de venir, de manera inevitable, los ascensos al poder de cuantos y cuanto conforman su catálogo de seguidores. Correveidiles, sepulcros encalados, estómagos agradecidos, y tantos otros que  conforman tamaña escenografía, destinada a llevar a cabo la representación de ésa obra de teatro para la que algunos llevan casi cuarenta años preparándose. En cualquier caso, vampiros todos, no tanto porque vayan a reclamar para ellos hasta nuestra sangre, que lo harán, sin duda, como por el hecho de que en la realidad que están creando, será imprescindible moverse con soltura en la oscuridad.

Triunfa así, de manera indiscutible ya, la Sociedad de la Oscuridad. La prestidigitación y el ocultismo se hacen con el control.

Por ello, en otros tiempos, análisis como éste gustaban de ser escrito al amanecer, cuando los primeros rayos de sol anunciaban no tanto el triunfo de la luz sobre la oscuridad, como la apuesta por la labor descriptiva de la propia luz. Hoy, las elucubraciones a cuya categoría muchos reducirán mi otrora opiniones, han de hacerse acompañados tan sólo por la rutilante luz que proporciona un candil, y por la débil expectativa que concierta un adagio, como el de Samuel BARBER.

Y todo de nuevo, acudiendo por enésima vez al refranero popular porque de noche todos los gatos son pardos.

He de recordar, casi necesariamente, las palabras otrosí proféticas, en este caso pronunciadas por Rosa DÍEZ, cuando vino a decir que lo que convierte en realmente peligrosos a los hijos de la oscuridad, es la habilidad que tienen para utilizar en nuestra contra las armas que la propia luz nos proporciona. Han pasado más de dos años de las que se han demostrado inteligentes palabras, y no es menos cierto que empiezan a tener visos de certeza casi legendaria. ¿Disponía acaso la Sra. Díez de alguna clase de información de la que por otro lado el resto carecíamos? Evidentemente, sí. Rosa Díez contaba con la imperturbable voz de la experiencia. Una experiencia que en aquel caso permitía anticipar un hecho que en la Historia de la Humanidad se lleva repitiendo durante demasiado tiempo, la certeza de que, en los momentos decisivos, la constancia y el esfuerzo, son recursos de por sí demasiados escasos como para justificar la sostenibilidad de un sistema que requiere por otro lado de tanto esfuerzo, a la par que tan sostenido.

¿Cómo si no, entender lo realmente poco que les ha costado desarmar todo aquello que, al menos en apariencia tan sólidamente parecía estar armado?

La respuesta es tan sencilla de proferir, como insoportable de conciliar. Parte de conciliar una certeza, la de comprobar que en realidad, nadie si acaso unos pocos, han sido verdaderamente capaces de comprender la magnitud del proyecto en el que verdaderamente se hallaban inmersos. Así y sólo así puede comprenderse el que hayan osado escatimar esfuerzos hasta el punto de dar al traste con el mismo.

Porque sí, de nuevo, nos han derrotado. Una vez más, la certeza de la razón, la apología de la moral, o la certidumbre de que efectivamente, nos encontrábamos en posesión de lo legítimo; han sido en sí mismos argumentos suficientes capaces de articular por sí mismos un tejido social lo suficientemente denso como para acoger en su seno la masa social que tan ambicioso proyecto hacía imprescindible movilizar.

Sin embargo, la verdadera debacle no radica ahí. Una vez más, el desasosiego de la sinrazón no procede del hecho de la derrota en sí misma. La frustración procede, una vez más, de comprobar el escaso o nulo nivel de compromiso que la gente ha asumido, en realidad.
Y digo esto, porque ciertamente sin entrar en discusiones de respeto o valoración, cada día me cuesta más comprender cómo es posible que, viviendo bajo el mismo sol, habiéndonos bañado en los mismos ríos, pueda haber tanta gente que sigue viendo, o en el peor de los casos ve ahora por primera vez, en el proyecto que la Derecha Española encarna; la solución a los males de nuestro país.  ¿Cómo se puede, un día más, ayudar a escenificar el triunfo de la Derecha?

Y sin duda, los votos están. Cada una de las papeletas que se han sacado de las urnas, no tanto de las elecciones nacionales hace ya más de un año, sino de las autonómicas gallegas y catalanas fundamentalmente, constituyen en sí mismas un bofetón contra cualquier esperanza de sentido común al que pueda o deba apelar nuestro país.
Son esas papeletas, la materialización de que, en el fondo, este país es de derechas, y confía a niveles cercanos a los de la superchería, en la magia simpática de la Derecha. O eso, o nos va la marcha.

Y como en mi caso, ni lo uno, ni lo otro, es por lo que voy considerando seriamente que tal vez, mi momento ha pasado.

Puede que el momento de tapar la caverna con su losa, haya vuelto a hacerse presente.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.




miércoles, 12 de diciembre de 2012

DE CUANDO GOBERNAR SE REDUCE A “REPARTIR DOLOR”


Me sorprendo una vez más, habiendo de pedir poco menos que disculpas por el hecho de reconocer explícitamente el que, como viene ocurriendo con demasiada frecuencia en los últimos tiempos, tanto el sentido como el contenido de estos escritos, cambia de manera radical pocos instantes antes de verse “plasmados” en esta realidad virtual a la que hoy por hoy acudimos; hecho que acaece, sospechosamente, por el carácter de realidad virtual en el que poco a poco, pero cada vez con más parecemos habernos instalado todos.

Un día más, nos instalamos en ese constante estado de sopor en el que la manida crisis nos ha embebido definitivamente, para comprender cómo, a estas alturas, el deterioro sistémico en el que nos encontramos instalados es de tal calibre, que ya ni las aberraciones nos despiertan.
Amanecemos, día tras día, permanentemente ubicados ya en este largo trance, que dura ya más de cinco años, para comprobar con desasosiego como el mirar día tras día las fauces del monstruo, nos ha vacunado contra el mismo, generando con ello la desagradable sensación de que ya nada, por sí solo, podrá en realidad volverse aún peor.

Pero las desgracias, como es de todos sabido, nunca vienen solas. Por ello en el caso que nos ocupa hoy, acuden a nosotros acompañados de un Ministro.
Renuncio por ello a mi habitual estado, y por ello accedo a mirar dentro de las fauces de la bestia, y es entonces cuando me enfrento con la terrible realidad, aquélla que por otro lado procede de saber que en contra de lo que pueda parecer, la negrura que encierra las entrañas de la bestia, no sólo no está cercana a aminorar su intensidad, sino que yo me atrevería a afirmar, sin el menor riesgo de poder parecer antipatriota, cuando no alguna cosa peor, que no estamos lejos de comenzar a mejorar, sino que ni tan siquiera hemos comenzado a aminorar el procesote declive en el que a todas luces estamos inmersos.

De tal modo, que el monstruo no sólo no ha puesto coto a sus demandas, sino que embravecido, como no en vano dirían algunos, se presta para poner bajo asedio algunas de las últimas plazas que le quedan por conquistar.
El Estado de Bienestar y el Estado de Derecho en el que últimamente hemos vivido, ya han caído. La falsa muralla que les ofrecía una vana protección, débil tal y como las pruebas han demostrado, se han derrumbado con absoluto estrépito, tal y como entonces lo hicieron las de Jerícó. En tales tiempos bíblicos, testigos como ninguno otro de catástrofes como las que el Hombre no ha vuelto a padecer, bien podríamos comenzar a buscar los indicadores que sin duda nos proporcionen la justa medida de la actual situación en la que nos hallamos inmersos.

De hacerlo, de tener el valor suficiente  que no es otro que el imprescindible para enfrentarnos al hecho de ser capaces de reconocer la verdad cuando la tengamos delante, podremos por ejemplo concluir que como entonces, el ruido de las trompetas no sirvió sino para distraer la atención de los otrora moradores de Jericó, para alejarles de la verdadera causa de sus desgracia, los zapadores que encubiertos por el ruido que proferían las trompetas, socavaban poco a poco, pero con paso firme, la estabilidad de las hasta llegado tal momento, imperturbables murallas.

Pero de nuevo, una vez más, nos enfrentamos con la desasosegante certeza de que, hoy en día, los trompeteros son más burdos. Igual de eficaces, pero sin duda mucho más burdos. Así y sólo así puede comprenderse, cuando nos habemos de enfrentar con la circunstancia de que personajes de tan poco trapío, como pueden ser el Sr WERT, o incluso el antaño ingente GALLARDÓN, se disputen el privilegio de ser los piqueros de su excelsa majestad.

Hemos de recalar una vez más, en el siempre sosegado puerto que para el discurso representa el reconocer que vivimos en un país único, cuando no difícilmente definible. Pero hemos de hacerlo de nuevo toda vez que circunstancias en cualquier otro sitio como de lamentables o complicadas, se tornan aquí imprescindibles, cuando no verdaderos parapetos del alarde de Sistema que nos hemos creado. Así y sólo así, podremos aceptar sin necesidad de sonrojarnos ante el resto de invitados, que circunstancias como el bipartidismo a ultranza que en cualquier otro país civilizado que se encuentre en plenas celebraciones de sus 34 años de supuesta recuperación de la Libertad supondría motivo de congoja; suponga en nuestro caso en realidad la última esperanza de salvación que aparentemente nos quede.
Un bipartidismo que, lejos de ofuscarnos cuando menos en el terreno de la Política, cuando no abiertamente en el de la Democracia, nos arroja sin piedad en el baúl de los orgullos, convirtiéndose cuando no queda ya otra circunstancia o método, en el último bastión del que se sirve la Derecha, para emerger cuando no manifiestamente recuperada, casi rejuvenecida, hastiada de disimulos, y macabra en su hediondez, presta a cumplir con sus funciones, aquéllas para las que sin duda fue creada, y por las cuales, qué duda cabe, ha sobrevivido.

Y es así que prestos, raudos y veloces,  sus campeones, sus paladines corren a sus puestos, ansiosos por comenzar el torneo.

Fuera las máscaras, cae el último telón. Ya no hace falta fingir. Bienvenidos a la representación que para ustedes tiene preparada la Derecha Cavernaria. ¡Lástima que tan sólo sea una revisión de la última que representó en éste mismo lugar, hace 75 años, y de la que todavía no nos hemos recuperado plenamente!

Aquí los tenemos de nuevo. En sus blancos corceles, con sus brillantes armaduras, y sus afiladas lanzas. Y hoy el pendón al que deben pleitesía, aunque se aleja un poco del de la Cruz, se acerca no obstante, aunque de forma ciertamente obscena, al de el Nuevo Dios.

Y con ello se acaba la magia. El sortilegio se desvanece. La fórmula que hasta hoy regía el encantamiento, ya sabéis, esa que reza como en el Oráculo de Delfos: “La Izquierda malgasta los caudales que la derecha gestiona”, Cae hoy presa de los designios de uno de sus Sumos Sacerdotes, a saber el Ministro GALLARDÓN, cuando hoy ha afirmado, en el santuario que le proporciona la Cadena COPE, que a menudo gobernar consiste en repartir dolor.

Sr. PRESIDENTE, en qué parte de la sarta de falacias y mentiras hemos de ubicar ésta nueva realidad que sus delfines nos dibujan día tras día.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.






miércoles, 5 de diciembre de 2012

DEL SILENCIO, DEL VACÍO, DE LA OSCURIDAD…DE LA VIDA.


Vivimos tiempos difíciles. Y una de las pruebas que con más certeza respalda semejante afirmación, pasa precisamente por el hecho de comprobar a diario cómo la vida, en sus más diversas acepciones, pasa a nuestro lado, sin tocarnos, con miedo a veces casi hasta de rozarnos, víctima también ella de esta velocidad vital a la que todos y todas nos hemos abrazados, para bailar una danza que, en la mayoría de ocasiones, no es capaz de ocultar la verdadera realidad. Una realidad oscura, lamentable y terrible. Una realidad que sólo desde el silencio puede expresar, el silencio propio que nos acompaña, cuando somos conscientes del miedo que en realidad nos da vivir.

Porque vivimos, o al menos eso creemos. Somos testigos de una vida que no es la nuestra, percibimos unos ambientes que en realidad  no nos pertenecen, y en la mayoría de ocasiones recorremos unas distancias que nos son ajenas, en la misma medida en la que pasear por los pasillos de un palacio del Renacimiento, no nos convierte en príncipes, o en princesas, de un cuento de hadas.
Por eso, vivir nuestra realidad, sea cual sea. Disfrutar de cada rayo de sol, de cada claro de luna. Comprender nuestra existencia en el regocijo de lo que somos capaces de crear en aquéllos que nos prestan un instante para decirnos que les importamos; puede en realidad acabar por convertirse en una responsabilidad, quién sabe si en realidad, ésa sea la única responsabilidad que, llegado el verdadero momento, valga en algo la pena.

Y por eso, porque nosotros tenemos tiempo, y somos más o menos conscientes de que mañana estaremos aquí, estamos en realidad más obligados si cabe no tanto a dar gracias por el tiempo concedido, como sí al menos de mostrarnos consecuentes con tal hecho, desarrollando para ello nuestros cometidos de la manera más consecuentes respecto de las que seamos capaces. No tanto por la obligación de sentirnos agradecidos, como sí por la certeza de saber que llegado el momento, esa será la única cosa que podamos llevarnos con nosotros, la tranquilidad que proporciona el saber que, fuera cual fuera nuestra función, la desarrollamos con decoro y eficiencia, siendo tan sólo vehementes en las contadas ocasiones en las que nuestra incipiente debilidad, manifestada en la certeza de nuestra muerte; fue en ocasiones superada por esos pequeños instantes de felicidad, en los que creímos poder estar cerca de Dios, abandonando durante unos instantes, la condena que nos acompaña siempre, adosada a nuestra certeza.

Es entonces cuando escuchar a personas como Pilar MANJÓN pasa, de ser una obligación, a convertirse en un auténtico privilegio. Pilar es una persona capaz de decir cosas, aún permaneciendo en silencio. Es una persona que convierte la distancia en cercanía, y la cercanía en auténtica proximidad. Tal vez porque sin quererlo, más bien sin necesitar quererlo, te toca el alma, haciendo que los instantes que puedes pasar junto a ella, contengan en realidad la esencia de mensajes que a cualquier otro le llevarían sin duda horas ser capaz de transmitir, y sin duda no las tendría todas consigo a la hora de evaluar el éxito de su labor, si es que labores como estas fueran propensas a ser evaluadas.

Es Pilar MANJÓN, el antídoto a los tiempos que corren. Unos tiempos en los que el vacío, la hipocresía, la perspectiva del relativismo, y la conmiseración para con la mediocridad, han acabado por convertir nuestro aquí y nuestro ahora en un indecente baile en el que la miseria moral convive con la necesidad del olvido, configurando una ignominiosa amnesia que precisamente en un día como hoy, 6 de diciembre, debería estar más fuera de lugar que nunca.
Pero la vida, adormecida en una de sus múltiples facetas, la que proporciona la diplomacia, nos sumerge de cabeza en una ignominiosa algarabía en la que el ruido de las explosiones multicolores, en forma de políticas de inmersión lingüística, o de reformas educativas, nos aleja en realidad de esas otras hoy por hoy realidades, por más que hace algunos meses no fueran más que deseos vanos de mordaces apocalípticos, que se expresan en cifras de más de cinco millones de parados.

Otra causa de la Herencia Recibida, dirán algunos. Sí, sin duda, de herencias como la que promovieron episodios grotescos como la otrora famosa foto de Las Azores, reflejo soez de un episodio que, más directa que indirectamente, incluso como ya todo El Mundo sabe, nos trae a este aquí, y a este ahora.

Un aquí, y un ahora, que engloba nuestro presente, pero que en el despertar de aquél once de marzo de dos mil cuatro, no pasaríamos de ser una mera ensoñación ligada a algún sueño vano. Quién sabe si de algún amor, de algún proyecto, de alguna vida, en definitiva.

Una vida, cualquiera de las aquéllas casi doscientas, que en silencio fueron segadas. Y digo en silencio porque nunca la muerte de tantas personas, pudo ser ni probablemente será un acto tan inútil, a la par que tan desagradecido.

Silencio, eso hubiera sido sin duda, lo mejor a lo que todos aquéllos pobres desgraciados hubieran aspirado, una vez que ya los instantes posteriores a su muerte nos devolvió un cuadro de graznidos que nos permitía descifrar la incógnita que su muerte nos había traído, con tan sólo una certeza. No éramos dignos de su muerte.

Pero si el Pueblo no era digno de su muerte, peor fue si cabe la imagen de específica indignidad que nos regalaron nuestros políticos.
Cuando todavía el polvo no se había depositado. Cuando todavía el calor del hierro fundido no se había disipado. Cuando aún quedaban gritos de dolor por ser saciados…por los pasillos de ciertos palacios, éstos para nada de ensueño, ciertos linces, algún cuerno, y más de un cerdo; preparaban ya el coro de la que podría haber sido una de las mayores farsas a las que este país hubiera asistido en su Historia.

Por eso es precisamente ahora, una vez que el polvo se ha posado (dándonos perspectiva para anticipar el resultado de nuestros actos); ahora que el calor del hierro se ha disipado (liberándonos de la tensión que ciertos acaloramientos pueden provocar), cuando hemos de escuchar lo que personas como Pilar MANJÓN tiene que decirnos.

Es Pilar una persona de verbo fácil, qué duda cabe. Y eso que lo que tiene que contarnos no es sencillo. Mas en cualquier caso, la dificultad del relato que nos brinda, se compensa a todos los niveles con la fervorosa sinceridad con la que engloba todo lo que dice, e incluso, y tal vez más importante, aquello que guarda, en tanto que atesora, impidiendo con ello que el relato de la tamaña circunstancia que poco a poco desgrana, pueda acabar alcanzando tintes de perversión.
Porque lo que Pilar tiene que contarnos, constituye en realidad el relato de algo que no fue el principio de nada. Fue por el contrario el fin de un tiempo. Un tiempo de ingentes calamidades morales que llevaron al Ser Humano a pensar que la imposición, en cualquiera de sus múltiples formas, era una forma digna en tanto que necesaria, de regalar a los demás, incluso a aquéllos que no lo habían pedido, el pasaje hacia el mejor de los mundos, el nuestro.

Por eso, y por muchas otras cosas, escuchar a Pilar MANJÓN constituye una ocasión única de ajustar cuentas con el tiempo, en tanto que de su boca procede la crónica del pasado, del presente, y seguramente del futuro, de este país. Una crónica hecha sin odio. Una crónica hecha sin flagelaciones abnegadas. Una crónica hecha sin retornos al pasado, sino con una clara vocación de futuro.
Tal vez por todo ello, escuchar a Pilar es apostar por las palabras dichas por alguien que dice aunque parece que sólo habla. Palabras destinadas a ser escuchadas incluso por los que en apariencia sólo oyen. Porque son palabras cargadas, en las que el significado es superado por el sentido, en el que la dicción deja paso a lo interior.

En definitiva, un discurso que es un homenaje a todos, porque aunque olvidar es de humanos, el perdón queda reservado a los dioses.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.