miércoles, 30 de julio de 2014

DE SABER DE DÓNDE NOS VIENEN LOS PICORES.

Una vez aceptamos como inexorable nuestro tránsito en pos no ya del tiempo, como sí más bien de la interminable y a la sazón más que irreparable lista de miserias con las que se nos regala nuestro devenir por el que se ha tenido a bien configurar como nuestro presente; lo cierto es que cada vez nos resulta menos prosaico, menos doloroso, empezar a asumir cómo, efectivamente, somos los dueños de un instante en el que solo lo patético parece superar a lo vulgarmente lamentable.

Instalados en la falacia del sueño, confundimos ensoñación con lo que legítimamente podría constituir la sana actividad de tratar de ver siempre el vaso medio lleno. Y como muestra de tal hecho, pongamos por ejemplo la evolución que ha sufrido en los últimos años un concepto tan nuestro, como lo es el de la propia crisis.

Objeto de controversias, análisis y contraanálisis, lo cierto es que las toneladas de papel que a tal efecto han rodado; los cientos de horas de televisión y radio que a tenor se han emitido, para poco más que para poner de manifiesto nuestra supina ignorancia han servido.
De manera altamente desquiciante, el concepto se ha mostrado no ya esquivo, sino más bien propenso a mutar, cada vez que alguien osaba no ya aproximarse, cuando sí más bien o tan solo hacer algo más que especular al respecto, empecinado en la casi suicida labor de emitir un juicio fidedigno en relación al rebuscado concepto.
Así a lo largo de estos ya más de siete años, los conceptos y las definiciones atribuidas al respecto han ido evolucionando, como a la sazón parece haberlo hecho el propio monstruo. Primero fue una crisis de confianza. Luego fue una crisis de Capital. Luego, en lo que se comenzaba a atisbar como el reconocimiento expreso de nuestra supina ignorancia, alguien acuñó el término grandilocuente de la madre de todas las crisis. Finalmente, y de manera un tanto paradójica, hemos tenido que esperar al final, para que la definición más científica, aquélla que definitivamente la ubica como una Crisis de Deuda (Pública), nos permita a algunos determinar de manera tan apremiante como subjetiva, que ciertamente no estamos ante una crisis, cuando sí ante una supina y pormenorizadamente preparada estafa.

Si en algo me amparo a la hora de considerar que, efectivamente estamos saliendo, no es, ni con mucho, en los datos que proporcionan ni el Sr. Ministro de Hacienda, ni por supuesto los que aporta su colega de andanzas, el Sr. Ministro de Economía. Si verdaderamente en algo me apoyo a la hora de hacerme alguna ilusión en pos de saber que al menos llegaré a intuir la salida del actual estado de mentiras y miserias en el que no hallamos instalados, es en el pormenorizado análisis que día tras día llevo a cabo de la evolución de las arengas que los golfos adscritos al poder llevan a cabo desde los medios que para tal fin se ponen a su disposición.

Una vez analizado el discurso, una vez revisada la farfulla, a saber suerte de discurso inconexo, deslavazado y carente de coherencia que se vuelve ininteligible en caso de desarrollarse de manera oral; comprobamos cómo a la vez de lo acontecido en la Grecia Clásica con los Sofistas: Nos vemos inmersos en una base de de Política de grado cero.

Desde semejante cuando no parecidamente desde la misma laxitud, me sorprendo hoy con un ¿valiente? Artículo de uno de esos opinadotes profesionales que, empeñado en ocultar tras un viso de legitimidad intelectual lo que en realidad no es sino otra manera de vivir del cuento; se afana en explicar por qué ha abandonado en este caso una tertulia de la sexta por, presuntamente, haberse cansado de jugar el papel de tonto útil.
Siguiendo estrictamente el canon que tal fórmula especifica, viene a ser el tonto útil, aquél que de manera inconsciente, por la interpretación malintencionada llevada a cabo por  los que antes o después se manifiestan como sus antagonistas, termina por hacer de sus palabras o actos justificantes válidos de lo que éstos quieren en realidad defender.
Dicho de otra manera, en términos más coloquiales, viene a ser el efecto que se produce cuando tras escuchar a Florentino PÉREZ hablar de fútbol, te haces desasosegadamente antimadridista.

Aunque sin perder la compostura, y volviendo no obstante a la sinrazón, la que paradójicamente se convierte en la única fuente de recursos válida para el ejercicio que hemos emprendido; lo cierto es que escuchar hoy en una de las emisoras de los Padres Escolapios afirmar que rotundamente podemos decir sin el menor lugar a la duda que, efectivamente nos hallamos ante una crisis de deuda; es algo que me deja mucho más tranquilo.
Y lo hace no porque confíe en sus reflexiones, de hecho si verdaderamente se tratara de una crisis de deuda, habríamos definitivamente de asumir que la única manera de resolverla pasaría de manera igualmente inexorable por pagar esa deuda, lo que se traduciría en que fomentar el ahorro sería la única medida lógica, de manera que promover el consumo, ése que precisamente jalean como aparente impulsor de las bonanzas, no sería sino promover otro tsunami.

Pero de verdad, no se preocupen. Y por supuesto no traten de aplicar criterios lógicos a lo que definitivamente carece de lógica.

Simplemente esperen porque como muy bien dice el slogan de la Episcopecal: “Cadena Cope, estar informados”.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 23 de julio de 2014

DE CUANDO LA TORMENTA LLEGA. DE CUANDO LA DESTRUCCIÓN NO RESULTA SINO VERDADERAMENTE RECOMENDABLE.

Surgiendo a título de denominador común en todas las grandes citas de la Historia, bien podríamos concluir la existencia de una especie de denominador común en base al cual nada, o deberíamos decir casi nada, apunta ni tan siquiera unos instantes antes el volumen, cuando no la magnitud del evento que bien está ocurriendo, bien está a punto de acontecer.

Camuflando aunque sea de manera velada en apenas dos párrafos la que supone segunda injusticia más cruel que se puede cometer en el ejercicio histórico, que pasa por imponer a realidades acontecidas en el pasado, perspectivas del todo viciadas por el conocimiento obvio que nos aporta el presente; bien podemos decir que en contra de las técnicas francamente vinculadas al desasosiego a las que algunos han encomendado la práctica totalidad de su futuro, no solo político, en algunos casos también personal; lo cierto es el que el rumor de la ola es hoy por hoy a todas luces imparable.

Ubicando nuestro en apariencia divagante discurso, acudiremos una vez más, y como no puede ser de otra manera a la Historia, buscando en este caso no consejo, sino sencillamente en pos de consejos prácticos.
Así, resultan evidentes por numerosos los casos en los que la necesaria modificación de la perspectiva nos lleva de manera casi inexorable a la formulación de la pregunta: ¿Cómo es posible que no lo vieran venir?

Desde los avisos que las cenizas volcánicas dieron antes de sumergir Pompeya en lo que supuso su desaparición a fuego; hasta los desarrollos beligerantes de un Adolf HÍTLER cada vez más preñado de sí mismo que bien pudo hacer sucumbir Europa; lo cierto es que a menudo el desarrollo histórico, o más concretamente la lectura que del mismo se hace a posteriori, parecen venir a componer sin el menor género de dudas un escenario que de forma en apariencia meticulosa parece venir a hacer bueno el principio del saber popular que se formula en base al aforismo según el cual no hay más ciego que el que no quiere ver.

A medida que el rumor se hace cada vez más y más fuerte. Una vez que las olas comienzan a azotar con fuerza la costa y el bramido ensordecedor convierte en casi inviable la opción de comunicarse, es cuando por enésima vez la actitud conservadora desarrollada por aquéllos que siguen apalancados en el “cualquier tiempo fue mejor” se muestra no ya como una opción incorrecta, sino más bien imprudente.
Así, cuando la alerta de tsunami suena, lo único de lo que todos estamos seguros es de que efectivamente, una vez más vuelve a ser tarde.

En pos de facilitar la crítica a todos los que tengan la inmensa muestra de amabilidad de considerar estas palabras como dignas de ser sometidas a alguna suerte de análisis, les diré que, al menos con los datos de los que disponemos, hablar de tsunamis bien podría constituir una opción ciertamente errónea, o al menos descontextualizada. Sin embargo, y clamando no a mi salvación, cuando sí más bien a la coherencia, diré que de un calmado análisis de la realidad conceptual que nos rodea, puedo apostillar que la distancia que nos separa geográficamente de los territorios efectivamente azotados por tsunamis, no es mayor al menos en unidades metafóricas de la que nos separa de los países en los que de verdad se practica la Democracia.

Convergemos así pues de manera aparentemente anecdótica hacia un escenario en el que Democracia y Tsunami se ven vinculados por una suerte de fluctuación de conceptos que nos llevan a interpretar tamaña asociación como algo que, en contra de lo que en principio pudiera parecer no resulta para nada descabellada.
Es entonces cuando, apelando a esa parte de real que todas las metáforas encierran en su más profunda esencia, comprobamos cómo verdaderamente el actual tiempo político en el que se desarrollan los acontecimientos, a saber el tiempo político en el que se halla ubicada la Democracia está, ciertamente, viéndose azotado por un verdadero tsunami.

Sin embargo, esta tormenta presenta características tan propias que a la sazón resulta irreconocible. Al contrario de lo que siempre ha venido ocurriendo con las tormentas que azotaban nuestras costas, ésta no presenta ningún vestigio que nos permita identificarla, y a la sazón llevar a cabo alguna suerte de pronóstico que nos permita adelantar su rumbo.
Ciegos y mudos, incapaces de deducir ya sea mediante la implementación de métodos directos o indirectos la menor pista fiable que nos permita cuando menos albergar una mera ilusión de cobijo; nos disponemos tal vez por primera vez desde las elecciones que acabaron por traducir la República de 1931 a someternos a un proceso de desarrollo electoral y a la postre democrático en el que converge un claro miedo que se hace por ende claro en el momento en el que concluimos que, efectivamente, por primera vez en muchos años, al mismo incurre un invitado al que más allá de las consideraciones previas, a saber las imprescindibles para seguir haciendo llevadera esta farsa, no solo no somos capaces de atribuirle una misión, salvo claro está la de hacerlo saltar todo por los aires.

Siguiendo la máxima de CROWENLL, la que estipula que: “ al Sistema solo se le puede hacer daño desde dentro” conciliamos hoy una forma de reivindicación  en base a la cual sobre la misma por primera vez revierten toda una suerte de realidades y conceptos que vienen a constatar que el cambio es cuando menos, plausible. Tamaña certeza, visualizada en multitud de ocasiones, pero en tantas otras desestimadas, se erige aquí y ahora como un denominador común dispuesto a superar las limitaciones propias del concepto, para erigirse en un verdadero instrumento capaz de proponer no solo la necesidad de un cambio, sino capaz de diseñar un plan dinámico, revelador y por ende asumible, destinado  en todo caso a subvertir el orden, promoviendo pues, el cambio.

Es entonces cuando se produce la sorpresa. Una vez más, acudiendo a terminologías educadas, FROMM vuelve a recuperar la vigencia de la que antaño gozó, y que a la sazón nunca perdió, para vestir de científico lo que desde la calle vivimos como la constatación de que no hay peor oveja que la que no necesita pastor.
Es entonces cuando comprobamos cómo la catarsis es total y completa, arrojando sobre nosotros la lacónica imagen que la realidad ofrece, y que pasa por comprobar que, hoy por hoy el problema no subyace como antaño en las premisas de un debate destinado a saber si nuestros políticos representan o no a la población. Hoy el debate se ha subvertido hacia unos cánones en base a los cuales discutir si el Hombre merece o no ser salvado.

Ante el caos del que lo expuesto es solo mera representación, acertamos a escuchar las alarmas destinadas a guiar una supuesta evacuación controlada. No se arremolinen en las salidas de emergencia. Salgan en orden…En definitiva el Sistema, como un verdadero Ser Vivo, agrupa sus últimas energías en pos de unos estertores destinados a sobrevivir.

Pero ya es tarde, la orden de evacuar ha sido dada, y resulta imposible de detener, retrasar, y mucho menos abortar.

Cuando todo esto acabe, por primera vez en la Historia, es posible que nos hallemos ante un escenario no nuevo ni viejo. No atractivo ni demoníaco. Se tratará sin más de un escenario, del que nadie tiene diagnóstico previo.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 17 de julio de 2014

DE CONSTATAR QUE HASTA EL MAYOR DE LOS INCENDIOS NECESITA EN REALIDAD DEL SUMINISTRO DE COMBUSTIBLE.

Vivimos tiempos míticos. Basta un ligero vistazo en nuestro derredor, para comprender hasta qué punto los otrora comprometedores comentarios en pos de constatar lo especialmente sensibles de los momentos que se han convertido en nuestro presente, constituyen en realidad una ingente cascada de realidades difícilmente constatables, y a la sazón incomprensible, destinadas en cualquier caso a definir el mundo que nos rodea.

No somos dueños de nuestro presente. La afirmación, contumaz y por supuesto carente de la menor de las delicadezas, muestra a partir del simple análisis de lo cruento de su construcción, el grado semántico de desastre que converge minuto tras minuto en pos del cada vez más tortuoso ejercicio en el que se convierte por otro lado no ya la labor de comprender el mundo, sino la ingente obligación de hallar motivos para seguir esperando que el mismo nos proporcione una explicación razonable.

Asumir en el fondo la imperiosa necesidad de aceptar la configuración de un mundo nuevo, se convierte en casi una obligación. Lo hacemos no porque sea la percepción de elementos novedosos, capaces en cualquier caso de insuflar en nosotros nuevas ilusiones, precisamente lo que más abunde. Más bien al contrario, la sensación de colapso, cuando no de franco “se acabó”, es lo que viene a constatar una vez más en nuestro derredor (porque dentro de nosotros mismos un miedo irracional nos impide aceptar las consecuencias implícitas que el hecho aporta).

Constatada la absoluta falta de capacidad para poner algo nuevo sobre la mesa, alcanza en este caso un grado superlativo. Comprender el verdadero valor de lo que esencialmente diferencia Las Revoluciones, de lo que no vendrían más que a suponer meros Movimientos; diferencia que se consagra en pos de la máxima según la cual “…el Movimiento nace siendo consciente de su imperiosa necesidad de detenerse, en tanto que La Revolución es capaz de generar energía destinada a su propio consumo, haciendo así pues posible su regeneración”, condiciona un ambiente en el que la certeza máxima, hoy por hoy, pasa por constatar la existencia de un escenario en el que las aportaciones exteriores son imprescindibles en este caso para evitar los cambios, no para producirlos.

La mera irrupción de PODEMOS, o incluso si se prefiere, y por ser más exactos, lo airado de los ánimos que su mera interpretación ha causado, no vienen sino a poner de manifiesto, al menos de manera somera, no hemos tenido aún verdadero tiempo para mayores profundidades, el grado de pánico que respecto de una mera ilusión de cambio, unos y otros manifiestan.
Porque, si nos detenemos a analizar con un mínimo de sosiego…¿De qué y de cuántos elementos disponemos a título real para llevar a cabo ni tan siquiera una mera especulación en pos no ya del cambio, sino de la nueva realidad que los supuestos instigadores de tal, en apariencia promueven?

La respuesta es sencilla. Y es sencilla porque precisamente posee la contundencia que se suscita a tenor del análisis sosegado de las cosas igualmente sencillas.
La respuesta es…Ninguna.

Si nos detenemos a analizar con sosiego, o sea, sin prejuicios, la mayoría de las consideraciones que penden en torno a los objetivos tanto de PODEMOS, como por supuesto de la figura humana en torno de la cual al menos hasta el momento se aglutina, comprobaremos no sin desasosiego que la mayoría de las consideraciones que a tenor del espectro político se le atribuyen; no responden en realidad cuando a valoraciones, análisis o en el peor de los casos, conclusiones, procedentes en la mayoría de ocasiones de personas o incluso de grupos de opinión, cuyo enfado procede en muchas ocasiones no de la constatación evidente de que han fracasado política y profesionalmente porque no han sido capaces de unir los puntos que desencadenan esta nueva perspectiva que ha adoptado la realidad. ¡En la mayoría de los casos su enfado se debe a algo tan pueril como lo que se constata de no ser capaces de ser coherentes ni siquiera con sus principios, y haber sido unos cobardes no atreviéndose a publicar en su momento los sondeos de intención de voto que presagiaban con acierto como hemos constatado después el grado de atracción que el grupo ha generado!

Pero una vez horadada la superficie, una vez que la emisión de sangre sirve para constatar que el picotazo amenaza con infectarse, es cuando comprobamos en carne propia el evidente riesgo de infección.
Sabedores como somos del grado de decrepitud que tiene nuestra cocina, llevamos demasiados años empeñados en atender a las visitas en el salón. Pero claro, solo nuestra falta de perspectiva nos lleva a no entender que el tiempo pasa, incluso para nuestro salón. Y hoy ya no basta con una mano de pintura.
Es así como de manera casi violenta, una visita valiente, como no puede ser de otra manera, un niño, nos echa abajo el chiringuito que nos habíamos montado. Con el desparpajo que le es propio, y por qué no decirlo, con un poquito de mala leche que sin duda es aprendida, nos baja a los infiernos al ponernos de manifiesto nuestras miserias. Llamando a lo blanco, blanco.

Pero claro, no estamos preparados para el shock. Lejos de asumir la miseria, ser caballeros, y establecer un vínculo casi respetuoso entre el paso del tiempo, y sus naturales efectos en todo; preferimos parapetarnos tras un burdo misticismo que no se sostiene, y que inexorablemente tiene los días contados toda vez que nuestras absoluta desconfianza en la solidez del lamento, resulta por otro lado franca y manifiesta.
De ahí, al exabrupto, el camino es casi inevitable. Siguiendo con nuestra metáfora, correremos raudos a saciar nuestra venganza arrojando sobre la madre del infausto gañan el cúmulo de aparentes despropósitos con el que su grosero zagal nos ha regalado. Así, terminaremos desviando las acusaciones que pronto pasarán de ir dirigidas contra el crío (puesto que somos demasiado dignos como para hablar mal de un niño), para terminar atacando a la madre, aprovechando el vaso comunicante que la educación, y el fallo que al respecto supuestamente existe, así lo posibilita.

Pero en este caso tal protocolo se ve impropio. En este caso el niño es ya muy grande, y ciertamente no necesita de madre.
Así, la única opción que nos queda pasa por recorrer someramente los pasos que nos separan de nuestra casa, y asumir que al menos a partir de la escucha atenta de los acontecimientos, vamos a tener mucho tiempo de pelea porque, al menos que mudarnos entre en nuestros planes, el niño ha venido en principio para quedarse.

Lo que nos lleva a pensar que el marido habrá de prepararse. Es de suponer que alguien va a dormir en el balcón.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


jueves, 3 de julio de 2014

SEAMOS REALISTAS…

Alejado, una vez apreciado el juego semiótico al que la actualidad puede arrojarnos si en vez de sugerir, interpretamos el título; lo cierto es que, una vez más, la realidad, sus variables, y por supuesto la velocidad a la que se suceden los acontecimientos que vienen unas veces a conformarla, y otras a distorsionarla nos obligan, no obstante, a parapetarnos durante quién sabe si bastará con unos instantes, a partir de los cuales sobrevivir en este oasis en el que se convierte un día más, el momento destinado si no a la crítica necesaria, sí cuando menos a la reflexión imprescindible.

Haciendo del presente no ya virtud, pues tal conducta traería aparejadas connotaciones positivistas cuyas consecuencias serían a todas luces imposibles de predecir, y mucho menos de valorar; lo cierto es que lejos igualmente de caer en el sentido de falsa connotación que hizo grande a SHAKESPEARE cuando por ejemplo afirmó que el pasado no es sino el prólogo del presente; lo cierto es que algunos pensamos abiertamente que el mundo ha pasado de nadar en la abundancia retórica de las fortunas pasadas, a ahogarse empíricamente en la certeza del dramatismo que nos arroja el futuro.

En un ejercicio incomprensible, del que por cierto los momentos actuales no suponen ni con mucho el que podríamos considerar como el primer episodio (Descartes ya hubo de hacer mención y solucionar algo parecido cuando el Hombre de la época se enquistó de forma memorable en el debate Racionalismo-Empirismo); lo cierto es que el Hombre de hoy ha conseguido el innegable honor de superar con creces aquél destino. Si DESCARTES se enfrentó de lleno con el ingente peligro de discernir cuál había de ser la manera adecuada mediante la que el Hombre se aproximaba a la Verdad; la actualidad nos enfrenta en un debate en el que lo que está en juego es discernir qué es lo que el Hombre considera o no como Verdad.

Circunvalando la conclusión a la que habremos en algún momento de enfrentarnos, lo cierto es que una de las circunstancias que de manera más apremiantes ha de llamar nuestra atención, pasa inevitablemente por la constatación de lo estructural de lo implementado en el debate. Así, la mera consideración de la variable temporal, cuya constatación se hace presente si nos detenemos un instante a contemplar cómo una sentencia del XVIII adquiere hoy plena vigencia, ha de ser sin duda realidad obvia a partir de la cual construir la evidencia de lo esencial de los elementos discutidos.

Salvadas las opciones contingentes, a efectos de desarrollo será suficiente lo expuesto para comprender, a la par que para evidenciar, que una vez más, y de manera otrosí casi anecdótica, podemos una vez más discernir sin aparente género de dudas que lo estructural de los elementos sometidos a consideración se hace evidente a partir del momento en el que constatamos la tranquilidad con la que salvan sin el menor riesgo para su estabilidad, la cual permanece por otro lado intacta; la que para la mayoría de ocasiones constituye un reto insuperable, cual es el de el Tiempo.
Una vez constatado el rango estructural del elemento analizado, podemos concluir sin temor a equivocarnos que la concurrencia del mismo, bien sea ésta en un sentido o en otro, supone acción consistente a la hora de presuponer primero, y constatar después, el grado de influencia que la misma puede ejercer sobre el conjunto, sobre la estructura pues, de la Sociedad en tanto que la misma redunda en algo más que un mero agregado de individuos.

Es así que una vez superada la falacia que parte de suponer a la Sociedad como una mera congregación de individuos, hemos no obstante de superar las limitaciones que son propias a tal ejercicio implementando alguna variable que induzca a suponer la consecución por sí sola de alguna clase de desarrollo que fuera a priori inaccesible para el procedimiento, en caso de ejecutarlo siguiendo parámetros que presupusieran la mera agregación.
Traído a los términos que nos ocupan, la aceptación de la Sociedad como algo que supera en resultado a la mera agregación de individuos, aunque ésta venga inspirada en la consecución de logros que de otra manera, sobre todo por separado, fuera imposible, o en cualquier caso proporcionara resultados diferentes a los esperados; nos lleva inexorablemente a pensar en la Sociedad como algo realmente grande, algo que cuando menos tiene sentido por sí mismo.

Perdurando en tales reflexiones, así como por supuesto en la línea que las hace propicias; hemos de terminar extrayendo que la Sociedad constituye por sí sola una realidad del todo autónoma e independiente; una realidad que supera con mucho cualquier resultado que pudiera intuirse del hacer de alguna suerte de experimento basado en aglutinar individuos.
Así que, de la demostración palmaria de que efectivamente, el todo es mayor que la suma de sus partes, determinamos que la Sociedad constituye por sí sola una realidad autónoma e independiente, que expresa sus logros y necesidades por medio de un lenguaje propio, lo que no viene por otro lado a añadir complicaciones al permanecer en la base, el denominador común que es el Hombre.

Constatando así pues el Humanismo como una conducta no solo lógica, sino más bien natural del Hombre, empezamos poco menos que a atisbar una realidad que tanto en los parámetros espaciales, como por supuesto en los temporales, se comporta como uno solo.

Suponiendo a La Política como una forma de logro, lo que bien podría aceptarse en tanto que considerar a la Moral como una superación de la mera Ética (lo que supondría ver en la esperanza en la consecución del bien común una mejora respecto de la mera substanciación de los deseos individuales); habríamos igualmente de acabar aceptando que la debacle en la que actualmente nos hallamos según el fracaso implícito que hoy por hoy comprobamos a la hora de valorar el grado de consecución de lo expuesto hasta el momento; bien podría pasar por una suerte de inapetencia basada probablemente en la incapacidad que muestra el individuo actual para identificar, cuando no para ordenar, las variables mencionadas, aunque sea dentro de un nuevo contexto en el que cada vez resulta más evidente la existencia de nuevos patrones.

La constatación evidente de dicho fracaso, que resulta gravosa en términos implícitos desde el momento en el que el Hombre sufre en términos generales una suerte de neurosis que se traduce en la flagrante incapacidad que tiene para identificarse tanto a sí mismo en tanto que tal, como por supuesto en tanto que integrante de una suerte de Sociedad; nos lleva a reparar en una forma de desastre, en una degradación de los parámetros que componen, o en teoría habrían de componer una Sociedad Sana.

La alienación que resulta ahora obvia, en tanto que una enfermedad tan severa, que afecta con tanta intensidad y en un grado tal de profundidad que nos obliga a considerar abiertamente la posibilidad de que el Hombre se halle ciertamente en su último grado, el previo a la decadencia antes de perder incluso su condición, tan solo resulta estimable si consideramos la posibilidad de que el tránsito de tiempo que pertinaz se esconde en el fragor de los últimos años, lejos de traer progreso, no ha hecho sino anticipar el desastre.

Paradójicamente, nuestra condición de Hombres nos inhabilita en términos procedimentales a la hora de tratar de llevar a cabo ejercicios fructíferos destinados a hallar en nuestra actual esencia diferencias que, por pérdida o agregación nos permitiera identificar diferencias para con el modelo absoluto de Hombre; modelo con el que se identificarían las conductas del Máximo Humanismo. La causa que explica tal imposibilidad, la cual resulta por otro lado descorazonadora es evidente. Se revela en todo su esplendor cuando constatamos que nosotros, en tanto que Hombres, ejemplo del logro de la evolución, no podemos identificar de manera consistentes cuáles son, y por supuesto dónde se hallan, los componentes que se asocian con la supuesta Máxima Humanidad.

Reconocida la incapacidad para acceder a los mencionados por métodos, digamos directos, propondremos una suerte de metodología indirecta que en el caso que nos ocupa bien puede pasar por la identificación de anomalías en los procesos por ejemplo de substanciación de los principios en los que se conciben las respuestas normales de lo que se supone humano.

Centrando así pues de manera totalmente interesada nuestra atención en la Política, y asumiendo como la mejor de las respuestas aquélla que valida una conducta en base a sus resultados de consecución del bien común, tenemos que el más que evidente alejamiento que para tales consideraciones tienen los resultados de la actualidad a tales efectos, nos llevan sin duda a asumir como ciertamente válida la teoría según la cual es más que posible que las conductas que la actualidad vierte como propias del desarrollo político, no esté en realidad destinada a satisfacer tales patrones en tanto que no solo no promueven el bien común sino que, en el colmo del la desazón, llegan a inferir de su desarrollo pautas destinadas a promover el claro perjuicio de esa mayoría.

En consecuencia, bien podemos suponer que los resultados que de las prácticas que son evidentes resultan, nos obliguen a declarar como ajenos al Hombre, en tanto que no promovidos por el Humanismo, conductas que hoy compilan la práctica totalidad no solo de nuestra forma de actuar, cuando abiertamente no son ya parte dominante del que denominamos acervo humano.

Y una prueba de esta transgresión, la experimentada por el que denominaremos fenómeno de la evolución de la estructura del Sistema.
Identificable desde finales del XIX como la máxima consecución del fenómeno de la Lucha de Clases; la Teoría de la Sociedad del Bienestar había logrado no ya solo tal legión de adeptos, cuando sí incluso tal grado de implementación, que parecía tener garantizada su supervivencia en tanto que ni los más tétricos del lugar habían ni tan siquiera albergado una posibilidad de, al menos abiertamente, llegar a considerar el cargar contra ella.
Sin embargo de un tiempo a esta parte, en un periodo que no llega a los diez años, ya ni los más viejos del lugar parecen acordarse ni de la teoría, si bien sí que añoran los logros prácticos que por otro lado vienen a constituir el tejido de los sueños de los escasos afortunados que hoy siguen soñando.

¿La causa de tal desastre? La eficacia del trabajo de los que habiendo estado siempre ahí, permanecieron resguardados, apaciguados, esperando su momento. En pos de que la conciencia de la chusma volviera a promover un contexto fértil.

¿La constatación palpable del grado de éxito? La tenemos en la contemplación de fenómenos como el que resulta obvio cuando vemos cómo, en un periodo insisto inferior a diez años, y actuando siempre a la sombra de la gran farsa, de la crisis, los de siempre han logrado urdir tapices capaces de hacernos confundir lo que una vez fueron políticas de mercado, con lo que hoy no supone sino la irrupción absoluta de la sociedad de mercado.

Sinceramente, creo que no estamos preparados para asumir la metamorfosis. ¿Hacemos algo por recuperar al organismo, o dejamos que sigan extirpando todo aquello que les resulta inadecuado?

Toma así pues la máxima que bien podría llevarnos a recuperar la senda del Humanismo una vez hemos perdido la Humanidad: “Seamos realistas, pidamos pues lo imposible.”



Luis Jonás VEGAS VELASCO.