jueves, 30 de junio de 2016

DE VER SUCUMBIR A “UTOPÍA”.

“Qui nescit simulare, nescit regnare”. Quien no es capaz de fingir, no lo será de reinar. DELLA ROVERE, Giuliano.

Proféticas palabras, máxime si tenemos en cuenta que su autor, el que estaba llamado a ser nombrado Sumo Pontífice de Roma, y que reinaría bajo el nombre de Julio II; las escribió en el borrador de la misiva que, dirigida al que por entonces era aún Papa (Alejandro VI); habrían probablemente de servir como muestra de condolencia por la dramática pérdida que éste había sufrido una vez hallado el cadáver de su hijo cosido a puñaladas y arrojado a un vertedero Pues tal fue el destino de Juan Borgia, Duque de Gandia, asesinado precisamente por estas mismas fechas, de 1497.

En lo concerniente a aquellos que ahora mismo tratan de dilucidar dónde se encuentra la causa que me ha llevado a considerar conforme a contexto tamaña cita, espero baste con decirles que en la larga lista de nombres que se barajaba a la hora de encontrar a los responsables del fatídico hecho, se encontraba, y curiosamente no despertaba por ello ningún recelo, el del propio Della Rovere. La prueba de que no hubo suspicacias, o de que si las hubo no fueron tomadas en consideración, se encuentran en que finalmente se le consideró como el más adecuado para portar El Anillo de Pedro. Y había múltiples aspirantes. Casi tantos como para dar muerte al propio Juan BORGIA.

Desde entonces hasta hoy, múltiples han sido las muestras aportadas por la Historias de casos en los que simulación, traición y poder han ido de la mano. Ya sea para conseguir el poder o para mantenerlo, la traición se ha mostrado como el más eficaz de los procedimientos ya sea en pos de lograr giros inesperados, por ejemplo en batallas; o como imprescindible método destinado a franquear el paso a unidades enemigas hasta el interior de ciudades cuya magnífica defensa hubiera teñido de imposible tamaño menester, a la vista de las defensas. Que se lo digan a Publio Cornelio SCIPION, a la hora elevar a público el proceso mediante el cual se forzó la toma de algunas poblaciones bárbaras, como por ejemplo la que me viene a la memoria, situada en lo que hoy es Soria; cuyo devenir estará inexorablemente ligado a los relatos destinados a convertir en inmortales las hazañas del que a pesar de todo habrá de ser considerado como uno de los más grandes estrategas y conquistadores.

Entonces como ahora, el miedo guarda la linde. Dicho de otro modo el miedo, o por ser más exactos la valoración de los condicionantes que desde el mismo se lleva a cabo, conduce a menudo a elaborar listas de objetivos, y por supuesto de los procedimientos que estamos dispuestos a poner en marcha en pos de lograr tales objetivos; cuyo único denominador común pasa por la observancia de que lo que en condiciones normales podría ser considerado como una absoluta inepcia, alumbrado por la nueva luz que aporta el miedo, alcanza visos no solo de conveniencia, sino incluso de verdadera optimización.

Nos vemos así pues en la obligación de constatar que, a la vista de los nuevos escenarios que se suscitan una vez que nuestras emociones alteran nuestras capacidad para separar con diligencia dónde acaba lo real, y comienza lo supuesto; que hemos de tomar en consideración la posibilidad de que sin llegar a los extremos decretados por DESCARTES cuando llega a formalizar la tesis según la cual no podemos dilucidar la existencia que separa el mundo que percibimos despiertos, respecto del que interpretamos cuando estamos dormidos; lo cierto es que muy probablemente la alteración de la percepción que puede llegar a promoverse a partir de la incitación del miedo puede desencadenar una serie de conductas absolutamente incomprensibles para el mismo individuo una vez éste las analiza ajeno eso sí, a los elementos que le han infundido el miedo.

Es así que la valoración de considerandos tales como el propio miedo, la percepción que de sí mismo tiene el individuo, la valoración de su progresos a lo largo de su pasado reciente y lo que es más importante, las expectativas que al respecto de su futuro se han venido conformando por parte de sí mismo, y de su entorno más cercano; pueden ayudar a entender, cuando no incluso a explicar, cuestiones tales como la del extraño caso del votante de IU que, de manera incomprensible si nos atenemos a los considerandos rutinarios que rigen su actitud para con el Partido, el pasado día 26 de junio decidió no ir a votar o lo que es “peor”, decidió hacerlo en pos de la lista presentada por el PSOE.

Tamaño proceder, en principio incomprensible, alcanza visos de notoriedad no tanto porque su verosimilitud crezca de manera exponencial a medida que la perspectiva crece, como lo hace el tiempo transcurrido desde la última cita electoral; como sí más bien porque la propia Historia, a través de uno de sus protagonistas, el llamado a su vez a descifrarla, nos aporta claves de indudable valor. Dirá así Erich FROMM que no es la Libertad ceder al azar. Los seres humanos tenemos una serie de estructuras específicas que solo pueden desarrollarse en virtud de la norma. Se entiende entonces que el ejercicio de la Libertad no pasa por librarse de todos estos principios guía, sino que ésta se ejerce cuando crecemos de acuerdo a las leyes de la estructura de la existencia humana (…) Significa obedecer las leyes que gobiernan el desarrollo humano óptimo.

Asumir la existencia de un desarrollo humano óptimo, conlleva aceptar a su vez la existencia de un escenario en el que tal desarrollo se lleve a cabo de manera óptima. Sea como fuere, nos encontramos ante la constatación de que todo ejercicio de rebeldía, cualquier acción encaminada a promover no tanto la superación, como sí más bien el crecimiento del Ser Humano en Libertad, se muestra no solo estéril sino abruptamente insostenible toda vez que la comprensión del escenario nos lleva a comprender que cualquier pensamiento surgido en su seno, resulta maravillosamente pernicioso.

Es así que UTOPÍA cayó, y lo hizo como NUMANCIA, salvedad hecha de que aquí no queda sitio para los héroes.

UTOPÍA se desmorona. Se desmorona por fin a través del uso de ese votante de IU que incapaz de asumir la necesidad de integración (o cabría decirse la desintegración) de su formación en el seno de PODEMOS, decide hacer lo que nunca pensó realizaría. No solo se pasa al PSOE, sino que encuentra fuerzas para justificar tamaña acción, e incluso la explica con fines didácticos cuando es para ello requerido por otros camaradas.

Sucumbe así pues una vez más la realidad, y vuelve a hacerlo paradójicamente ante el peso de los argumentos de un alemán. Argumentos que sirven para explicar cómo es posible que una formación política prefiera suicidarse impidiendo el triunfo de la opción que sin duda se hubiera traducido en el incremento de su poder en forma de más representantes en el Parlamento; creyendo que tal acción no habrá de tener consecuencias o sea, que dentro de un tiempo podrán volver a resurgir, como si no hubiese pasado nada, para construir de nuevo ese lugar imaginario en el que no existe pesar, toda vez que no hay responsabilidades que puedan ser exigidas.

Como dijo Rodrigo Borgia a la vista del cadáver de su hijo cosido a puñaladas: “¡Dios! ¿Acaso no es para volverse loco?”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 22 de junio de 2016

EL SILENCIO DE LOS CORDEROS.

Amparado en el resquicio de esperanza que me proporciona el saber que el solsticio de verano me proporcionará más horas de sol, las cuales serán puntualmente aprovechadas en el transcurrir del somero ejercicio de humildad del que cada escritor hace a su manera acopio cuando ha de someter su trabajo a la acción de las galeradas, ejercicio destinado a causar no tanto desazón por el tedio, cuando sí más bien mella en su ego, al hallarse anclada su vigencia en la postergación del momento destinado a encontrarse con su propio error; que las circunstancias que una vez más amparan, cuando no vienen directamente a justificar la existencia de estas mimas líneas, se muestran torpes quién sabe si al intuir que están llamadas cuando no a ser grandes por ellas mismas, si a convertirse en vehículos de grandeza cuando se erigen en el instrumento a partir del cual contar aspectos tan impresionantes como el que puede proceder de reconocer que, como no se había visto desde hace casi setenta años, el discurrir de esta noche de Solsticio de Verano tendrá como mudo testigo el brillo de una Luna Llena.

Lejos de incitar a la observación astral, ni encontrándose por supuesto entre mis intenciones el refrendar extravagantes tesis de índole tal como las amparadas por los que amparados por ejemplo en  lo catastrófico del clima que azotó el verano peninsular de 1815, extrapolan sus conclusiones a la afirmación de que el verano que se mostró como el más frío desde 1400 lo fue precisamente por el retorno desde el exilio de Fernando VII; no resulta menos cierto que salvando todas las distancias, hoy podemos llevar a cabo una extrapolación que muy probablemente acabe por enfrentarnos a la terrible realidad, la que pasa por intuir, cuando no abiertamente por poder afirmar que, efectivamente, las circunstancias redundantes en pos de constatar la premonición de que algo grande se está gestando, han pasado de ser una premonición, a formar parte del catálogo de evidencias y certezas.

Asumiendo que el Hogar de los Astros es lugar más propenso para dioses y mitos, no me resisto no obstante a celebrar la conducta que durante milenios alumbró la penumbra de aquellos hombres que acertaron a atisbar entre la niebla que la ignorancia dibujaba en su derredor, la tesis según la cual el brillo que las estrellas arrojaban permitía dibujar la senda que algunos elegidos mortales elegían para describir la que habría de ser su trayectoria vital.

Alejados pues no tanto por el paso del tiempo, como si más bien por la deslealtad para con las tradiciones, de lo concerniente a esta bella forma no tanto de ver, como sí más bien de interpretar; osamos mostrar nuestra osadía una vez más dibujando una suerte de extrapolación al permitirnos ver en las certezas del presente, visos de lo que una vez fue el pasado remoto.

Sea, como entonces, que las crónicas de entonces y de siempre han tendido más bien a recordar de entre lo malo, lo espantoso (tal vez por ello el propio Fernando VII, conocedor de que bien podrían pintar en espadas, decidió prohibir todo forma de prensa entre 1815 y 1820). Mas con todo, o sería mejor decir a pesar de todo, ni de ésta ni de ninguna otra ha habido ocasión en la que ya haya sido maleante y rufián, o sátrapa y dictador, se mostraren competentes para resumir al vacío del olvido todo un periodo histórico completo.

Parafraseando a Aquiles cuando en las previas a la conquista de Troya dirige su atención  a su primo Petronio diciéndole: “Vive. ¡Corre a esconderte y vive! Yo tal vez muera, pero de mi hacer en el combate tendrán su agradecimiento en siglos de trova. Tú por el contrario verás tu muerte velada por el silencio eterno del olvido”.

El presagio. Inundados por la semántica de la duda, presta a la irracional conducta que suele preceder a la declaración definitiva del miedo; el paralelismo que entre el entonces y el ahora nos permitimos establecer, encuentra su vórtice en la certeza de que ambos momentos son y fueron testigos de grandes acontecimientos.
En cualquier caso, ahí se acaban los paralelismos. De querer comparar los esfuerzos que llevaron a armar la que sería la más colosal Armada que antes hubiera visto el Hombre, con el principio de necedad desde el que parecen equipararse todos los ¿esfuerzos? que para comprender y actuar en consecuencia para con el ahora que se ha gestado, habríamos de asumir la penosa certeza de que ya no se trata de que no tengamos cronistas de la talla de Homero. El problema se encuentra más bien en la constatación evidente de que ya no hay hombres dispuestos a conformar las levas destinadas a plantar cara al destino. ¿O resultaría más preciso decir al infortunio?

Ya nadie contesta al grito de guerra promovido por los Mirmidones. De hecho, muchos me acusarán de hallarme falto de juicio cuando no de promotor de injurias, si mi prédica puede llegar a sembrar la duda en relación a la posibilidad de que, verdaderamente volvemos a estar en guerra. Una guerra sin batallas, quién sabe si para privar al pueblo hasta de sus héroes. Una guerra sin honor, pues no hay lugar donde sembrar la certeza del mismo. Pero con todo, una guerra con muertos, como refleja el llanto de aquellas que saben que sus hijos y esposos no volverán.

Y todo porque una vez más tenemos una cita con el infinito. Una cita que no hemos sabido identificar. Resulta el silencio la única forma racional de la que disponemos para interpretar el Infinito, tal vez porque es el silencio el estado natural de la nada, y la nada siempre estuvo, incluso antes de que ni tan siquiera la Idea de algo pudiera materializarse.

Era el silencio de aquel entonces una forma de decisión, una manifestación pues, de la Virtud. Hoy el silencio es solo una manifestación de fracaso, del fracaso que se halla implícito en constatar del mismo la inmolación de todo por lo que desde entonces otros, ellos, todos…lucharon dando lo más propio que tenían: su disposición para elegir ser eternos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 15 de junio de 2016

SUSTO O MUERTE.

Hace apenas una quincena, la Iglesia de Roma conmemoraba la muerte de Juana de Arco, a saber, una de las figuras que, más allá de las observaciones metafísicas de las que pueda ser objeto, mejor refrendan el procedimiento natural desde el que resulta netamente comprensible el fenómeno de la consagración de un mito.

Muere un 30 de mayo la Juana de Arco terrenal, e inmediatamente toma el relevo la Juana leyenda. Como tal, ya no es que todas las imperfecciones e imposturas por ella cometidas en vida queden borradas, es que son obviamente ignoradas. Como tal, da igual que el resultado de su muerte, hay que recordar producida en la hoguera, tuviese lugar en cumplimiento de una sentencia pronunciada desde un Tribunal Religioso.
Todo eso, incluyendo la propia muerte, en tanto que tal, carece de importancia. Solo queda el hecho de que su capacidad para el martirio ha promovido no ya su supervivencia en forma de leyenda, sino la postergación de su recuerdo en cánones de eternidad.

Y todo, por saber jugar sus cartas. Aunque tal vez sería más justo decir que por estar en el momento adecuado, en el momento propicio. La historia decidió. Para algunos de su época, una heroína. Para otros, una loca iluminada. En cualquier caso, un mito. Y como premio, la posteridad.

De vuelta a la realidad, cuando adopta ésta la forma de presente, lo cierto es que inmersos como estamos en el contexto propiciatorio que nos proporciona el periodo electoral, no es poco cierto el suponer lo bien que le vendría, en especial a uno que yo me sé, dar con la tecla, aunque no para ello resulte imprescindible llegar al martirio; si bien en cualquier caso sí tiene igual de seguro que su desaparición, sea ésta en loor de multitudes, o en la soledad de un callejón llamado dimisión la misma tarde del día 26 de junio, viene a representar un hecho tan seguro como el que puede esperarse de afirmar que la lluvia moja.

Porque a la vista de los últimos acontecimientos, o más concretamente tras la interpretación que cabe hacerse no ya de algunas interpretaciones, como sí más bien de algunos silencios; la respuesta a la incógnita que resume la cuestión que en relación al futuro de Pedro Sánchez cabe hacerse, no pasa ya por si su futuro al frente del Partido Socialista ¿Obrero? Español es ya una quimera; la cuestión versa ya en torno a si la mencionada institución será capaz de sobreponerse, no tanto a la misma, sino más bien a los previsiblemente penosos resultados que las urnas les deparen. Unos resultados tan penosos, que bien podría hacer bueno a Almunia.

Una vez superado el trago del 26 de junio, ¡Ay! de aquellos que de verdad crean superado el trago. De hecho, el trago comenzará muy probablemente entonces. Porque de los resultados que de esa tarde de domingo trasciendan, o más concretamente de la interpretación que de los mismos se hagan, puede que dependan muchas cosas entre otras, y probablemente de las más importantes, que los socialistas puedan seguir así llamándose. O al menos que no tengan que pedir permiso a otros para hacerlo.

Porque de los resultados que las urnas arrojen el próximo domingo de cita electoral, o más concretamente de la polvareda que los mismos susciten a partir del lunes, podrá devengarse no ya la supervivencia del PSOE sino más bien el grado de certeza con el que podamos apostar a su recuperación, siquiera incierta, en un periodo de tiempo más o menos breve.

La cuestión es sencilla, y se resume más o menos en el siguiente esquema:

Si el PSOE decide inmolarse por medio del procedimiento que representaría su cesión al yugo de los intereses de la coalición formada por IU y PODEMOS; su muerte habría de aducirse a una suerte de inmolación la cual podría describirse a partir de la asunción de conceptos tales como los que proceden del sacrificio que supone ser fagocitado.
Se trataría de una muerte sí, pero no de una muerte definitiva. Dicho de otro modo, la cita con lo legendario que de tal sacrificio describiría, bien podría traducirse en la gestación de un espacio-tiempo en el que la Idea Socialista podría permanecer en suspensión, sumida en una especie de letargo, del que la previsible mejora de las circunstancias vinculada al mero paso del tiempo, haría no solo posible, incluso recomendable, un retorno del PSOE.

Si por el contrario es la idea de la gran coalición junto al PP la que seduce al PSOE, no seríamos pocos los que atribuiríamos tamaño desatino no tanto a la toma de una decisión amparada no tanto en el bien del Partido, como sí más bien en la supervivencia del asiento al que parece inherentemente vinculado su actual Secretario General. Es así que de darse esta suerte de muerte garantizada, cualquier vestigio de loa quedaría inexorablemente borrado.
No es ya que el futuro del PSOE penda de un hilo. Es que muy probablemente, de tal proceder, pueda extraerse una derivada en apariencia no contemplada por las altas esferas, que se traduzca en la manifiesta incapacidad para hacer transitar por los caminos que la Lógica exige, a las que sin duda inevitables explicaciones que a las bases del partido habrá que dar. Unas explicaciones que se volverán de inevitables a muy probablemente incomprensibles cuando los mismos que a PODEMOS le negaron el pan y la sal, justifiquen ahora un festín al que el Partido Popular asista como invitado de honor.

Comienza pues la reunión del Santo Tribunal de la Inquisición….



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de junio de 2016

DE LO ADECUADO ENTENDIDO COMO LO CORRECTO, EN SU MOMENTO.

Puede parecer mentira. De hecho, si lo pensamos bien, la mera existencia del pensamiento, o la suerte de esperanza que se esconde tras el contexto que parece venir a justificar al pensamiento en sí mismo; bien podría redundar en una actitud que podría llegar a catalogarse como de optimista.
Efectivamente, todo parecía marchar bien. Y si no lo hacía, no era porque no se estuviesen llevando a cabo todos los esfuerzos posibles, lo que según se mire viene a redundar en que unos verdaderamente empleaban su esfuerzo y su energía en cambiar el mundo (pobres ilusos), mientras que en lo concerniente a otros, sus esfuerzos iban en este caso dirigidos simplemente a conjurar una suerte de, ¿cómo se dice ahora? Creo que “posturno”, destinado a ocultar aquellas que siempre fueron sus verdaderas intenciones, las que se resumen en el históricamente conocido “cambiemos unas pocas cosas, para que en definitiva no cambie nada”.

En cualquier caso, todo parecía ser sencillamente normal. Nada hacía presagiar que hoy todo fuese a cambiar. Que todo así, de repente, fuese a ir mejor, de hecho bastaba con que nada amenazase con poder ir realmente a peor.
Y entonces, como cada día, al encender la radio, así, sin más, a traición, con la misma traición con la que los primeros pájaros irrumpen con sus cantos matutinos dando definitivamente al traste con tus aspiraciones de continuar con el que hasta ese momento había sido un sueño reparador; surge la gran pregunta: ¿Qué es la Ética?

Despierto de golpe no tanto por la intensidad de la pregunta, como sí más bien por el cúmulo de posibilidades que la respuesta ofrece, afilo mi metafórico cuchillo destinado en este caso a reflejar en su brillante hoja el fulgor del que a esas horas hace ya rato que dejó de ser el primer rayo proferido por el sol, con la esperanza no ya de que podamos dar respuesta a la pregunta, sino más bien de que la imposibilidad para encontrar ejemplos contemporáneos que alberguen esperanza en torno a la misma, nos lleve finalmente a entender al menos, que tenemos un problema.

Porque si bien algunos llegarán a decir, y si se empeñan un poquito lograrán hacerlo incluso de manera razonada, que no tenemos derecho a exigir que todo el mundo se halle en condiciones de responder digamos científicamente a la cuestión referida en este caso a la naturaleza de la Ética; no es menos ciertos que ni esas mismas personas, ni por supuesto todos los esfuerzos por ellos realizados a lo largo del espacio y del tiempo, han de resultar suficientes para lograr despistarnos a la hora de enjuiciar a los que ostentando cargos de responsabilidad, han desarrollado su actividad careciendo netamente de lo que hoy justifica la presente a saber, Ética.

Y es precisamente ahí donde me reengancho al discurso, o por ser más específicos y coherentes, ahí es donde ubico de nuevo la esperanza a la que al principio de la presente reflexión apostaba todo mi por otro lado agotado optimismo.

Porque en contra de lo que pueda parecer, el futuro de la Humanidad bien es posible que no se halle en mayor o menor peligro según resulte del recuento de personas capaces de definir con corrección el término Ética. Este mundo tendrá definitivamente contados sus días en la medida en veamos aproximarse el instante en el que nadie sea capaz de identificar como de poco ético un comportamiento.

Porque la Ética, y no en menor medida la Moral, son conceptos. Como tales refieren y a la par determinan, pues nunca limitan, los parámetros esenciales a los cuales el Hombre ha de referirse cuando desea o bien reencontrarse consigo mismo, o en el peor de los casos, recuperar su esencia una vez que la vida le ha desordenado hasta el extremo de necesitar buscar ayuda en los clásicos.
En base a lo dicho, tanto los conceptos, entendidos como contenedores a los cuales referir las esencias; como la propia Realidad que queda por los anteriores interpretada, carecería de sentido, o en el peor de los casos, quedaría reducida a una burda manipulación si malinterpretando el sentido real de lo dicho, el hombre pudiera llegar a sacrificar el valor de la vivencia en primera persona, llegando con ello a gestar una suerte de realidad paralela en la que paradójicamente vivir no solo no sería recomendable, sino que incluso resultase contraproducente.

A la pregunta que de surgir lo haría en términos tendentes a ¿cuándo hemos de empezar a preocuparnos con cierta dosis de motivo?, responderemos que el peligro será una realidad precisamente cuando de la vivencia real seamos del todo incapaces de extraer una sola nota de discordancia respecto de lo que ha de considerarse como la vivencia tipo.
De esta manera, como en “Un mundo feliz”, la incapacidad para llorar habrá de preocuparnos no porque carezcamos de lágrimas, sino porque nos habrán arrebatado la capacidad para emocionarnos. De parecida manera, corremos el peligro de llegar a plantearnos hasta qué punto lo que algunos llaman optimismo, y lo premian dejándonos sobrevivir, no es en realidad sino la penúltima caracterización a la que ha accedido ese monstruo que lleva siglos con nosotros, proporcionando sentido a nuestra de otro modo insulsa vida precisamente en la medida en que perseguimos fantasmas, o cualquiera que sea el nombre desde el que en cada momento conceptualizamos lo que quiera que debamos buscar.

Recuperamos así pues a Dante, o el peor de los casos venimos a celebrar con displicencia no ya su jocosa tolerancia con la chusma, a la que como nadie identificó; como sí más bien el regalo que nos hizo al predisponernos para protegernos del peor de los ataques que desde la jauría podemos sufrir; el que procede de la indolencia, que en este caso determina la incapacidad para distinguir a los buenos de los malos; procediendo para ello no con métodos platónicos (lo que supondría indagar en las aptitudes y capacidades de los protagonistas); cuando sí más bien desplegando un mero procedimiento de observación, destinado a descifrar el enigma acudiendo sencillamente a la valoración de los actos que cada uno lleva a cabo. En palabras clásicas: “Vuestros actos os definirán”.

Podremos pues afirmar que nos hallaremos ante un verdadero problema, cuando ni tan siquiera a la vista de las consecuencias de una injusticia, podamos detectar la presencia de la misma.

Entonces, probablemente, ya será tarde. ¿Acaso el cinismo demostrado por algunos al volver a pedir el voto no supone prueba eficaz de que ese momento ha llegado?

Tal vez por ello el planteamiento de la cuestión origen no resulte en absoluto erróneo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 2 de junio de 2016

A PROPÓSITO DEL REALISMO MÁGICO. UNA INTERPRETACIÓN DEL MUNDO.

Se erige la Semiótica como la rama de la Filosofía destinada al estudio de los símbolos, de su interrelación, y especialmente de la relación de éstos para con la realidad, de la que obviamente dependen toda vez que no es sino de ella de la que deriva la existencia propia de tales signos, y por ende de la estructura.

Tamaña confusión, la que se traduce ir del hecho de no poder distinguir con claridad dónde empieza la esencia de la realidad, respecto del momento en el que la misma empieza a diluirse en el sucedáneo al que bien puede quedar referido el símbolo, podría sin duda convertirse en el eje vertebrador de la presente reflexión toda vez que la misma queda no tanto limitada, como sí más bien matizada, en la concreción del hecho a partir del cual la máxima aspiración a la que puede tender el Hombre Moderno no pasa por lograr la comprensión del medio que lo envuelve, sino que más bien, o sería mejor decir más mal, a éste ha de bastarle con asumir las limitaciones respecto de lo real como un catalizador destinado a infligir en el mismo el mal menor.

Es así que si disponemos de la suficiente sangre fría como para detener durante unos segundos el carrusel en el que nos hallamos inmersos, corremos el peligro de darnos de bruces con la realidad. Una realidad que vista así, a pelo, bien puede llegar a resultar borde, siquiera soez; pero que pese a quien pese, es nuestra realidad; aquella que unida a nuestro presente, se erige en el todo que nos ha tocado vivir.

Para todos aquellos que llegados a este punto se regodean no tanto de entender lo que planteo, cuando sí más bien de poder desprestigiarlo al tildarlo de inexacto, ya sea por equivocado, o por tratarse de una obviedad; a todos esos, les planteo un reto que bien podría cifrarse en la consecución de una suerte de reto personal en base al cual más que decirme a mí, estuviesen dispuestos a decirse a sí mismos, se da por supuesto que de forma absolutamente sincera, cuántas son las veces a lo largo del día en las que en realidad son capaces de poder justificar de manera neta los motivos cuando no las causas, que acaban por traducirse en el motor que les induce a apropiarse de determinada acción. Lo cierto es que a plantear el reto en términos según los cuales resultara preciso también asumir las consecuencias elevaba la cuestión a unos términos no asumibles.

Como todo experimento, no tanto la valía como sí el sentido propio del mismo no se encuentra en la esencia de éste. Se trata pues de una contingencia, hallando la necesidad del mismo como es de suponer, en su exterior o sea, en la valoración del medio respecto del que se extrapolan las variables. Dicho de otra manera, este sencillo proceder bien puede resultar insuficiente, incluso inadecuado, para computar variables de carácter cuantitativos; mas al contrario, se erige en recurso de valor incuestionable una vez inferimos del mismo una serie de consecuencias irrenunciables  a la hora de validar las consecuencias cualitativas.

Resulta así que del análisis de estas así como de otras variables, puede inferirse la sorprendente conclusión en base a la cual si aceptamos que vivir es desarrollarse conforme al medio, bien sea por superación, o por evolución; podremos concluir sin miedo a equivocarnos que estamos muertos.
La causa de tan severa a la par que sorprendente conclusión, hay que buscarla en la Semiótica, o más concretamente en la relación que el Hombre Moderno ha establecido con los símbolos (los cuales no debemos olvidar se erigen en los instrumentos cuando no las herramientas de las que el mismo se dota para interpretar o directamente para enfrentarse con el medio). Así, el Hombre Moderno, lejos de evolucionar (lo que supondría un esfuerzo versado en la acumulación de toda una suerte de cambios destinados a promoverlo en la escala de la Vida), ha preferido sublevarse modificando sus conductas en pos no de cambiar él, como sí más bien de modificar el medio en el que vive. Un medio del que a base de creerse sus propias conclusiones, ha terminado por apropiarse, a lo cual lleva decenios dedicado, dando ahora el paso definitivo, paso que como digo se traduce en la implementación de medidas estructurales las cuales acabarán por volver irreconocible al propio medio.

Modificamos así el medio, pero lejos de obtener satisfacciones esenciales fruto del aprendizaje que hacernos con el conocimiento de tales modificaciones; lo que hacemos no es en realidad sino lastrar la capacidad de mejora del propio ser; toda vez que la misma aparece vinculada a la superación de problemas en tanto que el Hombre los asume como propios.

Nos alejamos así pues de la Realidad, la domesticamos. El eufemismo nos hace más fácil la vida, pero corremos el peligro de olvidar la esencia del tabú al que éste le debe su existencia. El poder definitorio del Logos sucumbe al poder evocador del Mito. Vivimos así pues menos, pero sin duda lo hacemos con mayor comodidad.

Sucumben ante el poder de esta tesis todos y cada uno de los componentes llamados a integrar lo que conocemos como Realidad, y de éstos, los más afortunados, los que en mayor medida ganan con el cambio son, obviamente, los subjetivos. ¿Y acaso hay algo más subjetivo que la interpretación realizada de un determinado proceder político?

Es la Política, con mucho, el reino en el que con mayor desenfreno puede instaurarse no solo el proceder, sino más bien la norma en base a lo cual todo lo sugerido hasta el momento acaba por volverse específico. Es en el mundo de la Política, donde Héroes y Villanos vuelven siquiera una y mil veces a desempolvar las batallas destinadas a desentrañar la que otrora se mostrara ya como la gran duda que atormenta al Hombre en tanto que éste se ve castigado al ser el único con conciencia propia de sí mismo. Tal condena, imposible para la mayoría, lleva a unos a erigirse en Pegasos (para trasladar a los Dioses); mientras que otros son Prometeos (abrazados a la atroz idea de la permanente rebelión ofuscados en el doble sentido que aporta saberse conocedor de sus propias limitaciones, objeto imprescindible para hacerse merecedor de la superación de las mismas”.
Sea como fuere, y en el contexto llamemos de perversión en el seno del cual hemos erigido la semántica de nuestra exposición, incapaces para reconocer como nuestra a la Realidad esperpéntica, damos siquiera un rodeo osando descubrirla por aproximación o sea, accediendo a la misma a través de los seres políticos que en la misma se mimetizan.

Hemos así pues de concluir que el marco que rige la actual relación del Hombre con la Política, en el cual la repugnancia ha acabado por imponerse como el concepto más descriptivo, constituye en realidad una falacia, un sinsentido basado en lo que Freud denominaría acto fallido cual es el de negarnos a aceptar la posición que respecto de nosotros mismos han de guardar los objetos que componen la realidad. ¿O sería más exacto decir que somos nosotros los llamados a guardar esa distancia?

De la respuesta que demos a la cuestión anterior, habremos de inferir las consecuencias de aceptar en qué medida la no aceptación de la realidad tiene su manifestación en lo incomprensible que al menos en apariencia resulta hoy por hoy la Política. Formando parte de otra de las múltiples contradicciones que configuran el escenario de la actualidad (no en vano resultaría legítimo suponer que la una sociedad formada lo está en especial para responder a los usos responsables, y el uso político lo es hasta la extenuación), basta un vistazo al instante para sobrecogernos ante el mero escenario de tener que asumir el conjunto procedente de las personad que desisten voluntariamente no solo de su deber representacional, incluso más bien de su deber de entender en toda su magnitud las implicaciones del proceder político.

Con todo, el Hombre Moderno renuncia a sus obligaciones, desiste así pues de la que de llevarse a cabo, está llamada a ser la conducta propensa a promover las mayores satisfacciones. Se priva así pues el Hombre Moderno voluntariamente de su mayor virtud. La pregunta es evidente: ¿Lo hace siendo consciente, o es por el contrario parte de un magnífico engaño?

Sea como fuere, la negación de la Política, además de constituir conceptualmente un silogismo destinado a perseverar en la mayor de las falacias, desencadena en torno al Hombre una suerte de trauma conceptual cuya última sistematización redunda en la aceptación de que lo que lo que realmente se oculta tras tamaña aberración no es sino la negación consciente del mundo que le es propio.
Renuncia, es el concepto imperante en toda la reflexión. Es la renuncia el imperativo que subyace a la frustración, y es desde el estado propio de la frustración desde donde podemos escenificar la comprensión de un presente en el que la devaluación de la Política se muestra en lo irreverente de la Clase Política que a priori le es propia.

La capacidad que sigamos atesorando para sentir nauseas de ésta, se erigirá en el instrumento destinado a medir el tiempo que aún nos queda para aspirar a nuestra salvación, a ser dignos de la misma.

La gran diferencia, como siempre, en la paradoja. Una paradoja que en este caso se resume en un de nosotros depende.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.