jueves, 30 de octubre de 2014

PORQUE TIENE QUE SER AQUÍ, PORQUE TIENE QUE SER AHORA.

Una vez hemos dejado transcurrir el tiempo, en pos de verificar si es o no cierta la teoría que le atribuye un poder casi místico que se manifiesta en la convicción de que “todo lo cura.” Una vez aceptamos como razón que las reacciones viscerales no por más o menos oportunas, pueden en realidad encerrar una trampa al constatar cómo efectivamente las formas pueden afectar al fondo, desgraciadamente dislocándolo. Es precisamente a partir de la constatación razonada de todas y cada una de las anteriores certezas, desde la que resulta no ya imprescindible, a la sazón casi obligatorio, continuar con el proceso anteriormente inaugurado, aplicando ahora si cabe la frialdad a la que es propensa el dejar pasar el tiempo, pudiéndose por ello exigir mayor grado de responsabilidad tanto a los hechos analizados, como por supuesto a las conclusiones alcanzadas.

Resulta así que, al hilo de la sucesión de acontecimientos que han iluminado la semana, una semana que ha transcurrido bajo el lento repicar del réquiem que para el sistema representa la ya infinita sucesión de hechos presuntamente delictivos que bajo el paraguas integrador del fenómeno de la corrupción se ha venido dando, nos conducen no sé si a una nueva realidad, aunque sin duda sí a una nueva percepción de ésta, en la que solo el ya desgraciadamente conocido problema de la defección ciudadana para con sus asuntos y obligaciones políticas, puede llevar a sus responsables espero que no a albergar una mínima esperanza de perdón, cuando sí una sin duda más que probable constatación de no recibir nunca el que podríamos llegar a denominar su justo castigo.

Lejos en mi ánimo hoy ni el polemizar, ni por supuesto el erigirme en constructor de polémicas diferidas; lo cierto es que no voy no obstante a perder la ocasión no tanto de regodearme, como sí más bien de traer a colación varios asuntos antaño ya revisados, los cuales de haber recibido en su momento la merecida atención, no digo que hubieran evitado el aquí y el ahora que para nuestra desgracia conforma nuestro presente, más aún en cualquier caso, de haber hecho menos oídos sordos a las advertencias que los mencionados constituían, bien que podríamos en todo caso haber construido alguna suerte de parapeto, cuando no de plataforma auxiliar, que hubiera absorbido el fuerte del impacto, protegiendo así el núcleo de una estructura sistémica que a mi humilde entender se encuentra, hoy por hoy, herida de muerte.

Resulta así que el continuo esfuerzo destinado a albergar en saco roto las permanentes alusiones a la debilidad de nuestro sistema con las que las más diversas instituciones llevan años decorando nuestra presencia en el ya de por si deteriorado escenario internacional; ha venido a demostrarnos lo trágico que en política puede llegar a convertirse el conducirse de la manera mediante la que el actual Gobierno, y en especial su Presidente, lo ha venido haciendo no ya en la actualidad, sino desde el primer momento, del que no lo olviden, nos separan ya casi tres largos años. Tres largos años de silencios, tres largos años de peroratas indescifrables salpicadas a lo sumo de algún momento de escenificación, que al final se desmayaba en “posturno”, cuando era sometido al análisis llevado a cabo unas veces por profesionales politólogos, en cuyo caso la conclusión se resumía en el consabido discurso de grado cero; para degenerar en vulgar memez, cuando no bufonada, si eran profesionales de la escenificación los que se mostraban dispuestos a regalarnos sus conclusiones.

Y en medio de todo esto, un sistema, un país, una sociedad, pero ante todo un conjunto de personas, de seres humanos, de ciudadanos, que sufrimos cuando no padecemos las consecuencias de la retahíla en la que se ha convertido este ir y venir de personas y de medidas que no hacían sino esconder, como los sofismas lo hacen para con los buenos discursos, una manifiesta y para nuestra desgracia para nada ambigua incompetencia disfrazada de cretinismo, con tintes de candidez.

Porque ahí es precisamente donde entra en juego la acusación que en este caso ha de trascender al político, para acabar obviamente afectándonos a los ciudadanos. Unos ciudadanos que embriagados por los efluvios procedentes no tanto de la Historia, como sí más bien de las interpretaciones interesadas que de la mismas nos han sido ofrecidas por quienes veían depender su supervivencia de tales menesteres, han ido poco a poco conformando primero un escenario, luego una verdadera realidad virtual en la que nada es lo que parece, en la que nadie es quien dice ser.
A medida que la mentira ha ido creciendo, los ciudadanos, últimos responsables de la misma, hemos aceptado entrar en una suerte de neurosis encaminada a hacer buena la filosofía que aspira a modificar la realidad, cuando no  nos satisface. Desde esta nueva perspectiva, términos y conceptos otrora estructurales quedan ahora relegados a niveles como decimos propios de los escenarios más chuscos y deslavazados; escenarios en los que el bufón es un señor, el truhán es un filósofo, y en los que el Rey pide perdón, asumiendo sus culpas, diluyendo de manera tan incomprensible como inaudita los últimos resquicios de un absolutismo dogmático que solo a la ignorancia podía atribuir su supervivencia.

Y una vez más en medio, una vez más como meros espectadores, eso si de excepción, los ciudadanos. Unos ciudadanos cabreados unos, hastiados los más, pero afectados por el dogma todos. Un dogma que se traduce en la existencia de una suerte de fuerza mitológica, cuando no marcadamente mística, cuyos efectos son visibles en el poder que tiene para inmovilizar de pies y manos a todos y cada uno de los integrantes de una sociedad, de un país, que se muere de hambre lisa, simple y llanamente porque sus ciudadanos de verdad se creen saciados de toda necesidad.
¿Acaso no me creéis? Basta con acompañarme en un pequeño paseo virtual por un escenario que bien podría confundirse con las calles o con el barrio de cualquiera, para comprobar hasta qué punto no hace falta ningún esfuerzo para encontrarse con esforzados ciudadanos dispuestos por ejemplo a convencerte de que es éste un país rico en libertades, aunque él mismo se encuentre esposado de pies y manos; o lo que es peor, empecinado en demostrarte lo bien que vivimos en España, aunque acto seguido te haya de reconocer que su poder adquisitivo ha retrocedido a niveles de los años noventa.

Y así un largo etcétera de situaciones cuya enumeración conduciría la presente a una perorata de por sí inabordable, cuyo denominador común se encierra una vez más en la comprensión de un hecho imprescindible tanto en sus formas, como por supuesto en sus consecuencias. Estoy hablando de la responsabilidad.

Una responsabilidad que a la vista de los últimos acontecimientos, o para ser más exacto a la vista de los últimos sondeos, se encuentra satisfecha en la medida en que ha podido constatar cómo la gente, sin entrar en condicionantes formales, comienza a recuperar el concepto que le es propio, derivándose de tales actuaciones nuevas formas que iluminan nuevas perspectivas, las cuales no tardarán en alumbrar una nueva realidad.

Porque las formas han cambiado. Y sin duda lo ha hecho la manera mediante la propia responsabilidad se entiende, y por supuesto mediante la que se ejerce.
Un claro ejemplo de este cambio lo tenemos en la evolución que ha experimentado la naturaleza del proceso mediante el que exigíamos los cambios. Vemos así cómo, sorprendentemente al menos en principio, la intensidad y la cantidad de las manifestaciones, forma tradicionalmente elegida por la gente para expresar sus rechazos o sus repulsas, ha disminuido. De la lectura deforme, alienada y una vez más farragosa que de tal hecho hace el Gobierno, puede extraerse la conclusión malintencionada de que el pópulos está, verdaderamente adocenado.

Sin embargo, una vez que se levanta la neblina provocada por los artefactos disuasorios empleados por las huestes que dotadas del más diverso pelaje, operan en pos de la supervivencia de los que pergeñan la actual realidad, el escenario es notablemente distinto al que ellos mismos se construyen en este caso para su propia tranquilidad.
La realidad muestra la irrupción de una nueva forma de hacer política, nueva por los que la llevan a cabo, nueva por la naturaleza de los medios por ellos empleados, que ha pillado a todo el mundo por sorpresa.

Una nueva forma de hacer política que de forma paradójica se ha tomado su tiempo en pos de albergar en su esencia la recuperación en unos casos, la irrupción en otros, de una verdadera carga moral conformada en una propuesta de valores que sin duda ha calado en el pueblo. Valores regios en unos casos, adaptados a la nueva realidad en otros, que no hacen sino erigirse en la nueva salvaguarda destinada no solo a lograr la supervivencia de la gente, sino del propio ejercicio político,  aunque para ello hayan de erigirse en los destructores de un procedimiento que se ha mostrado miserable, al ser en sí mismo proclive a las corruptelas.

Aparece entonces la piedra de papel. Traductor no tanto de las nuevas pasiones, como sí más bien de las nuevas formas de canalizarlas, el voto en la urna, emitido en el momento que proceda, hará si cabe más ruido del que un adoquín arrojado contra un escaparate antaño hubiera hecho.

Me siento así pues muy orgulloso de formar parte de una generación que ha aprendido de sus errores, y que por ello se niega a prodigarse en episodios destinados a repetir nuestra propia “Noche de los Cristales Rotos.”
Mejor leemos a Anselmo de CANTERBURY: “Se aproxima el momento supremo en el que solo el penitente pasará.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 23 de octubre de 2014

DE LA ESPERANZA DE QUE AL MENOS TENGAN UN PLAN B.

Reviso con detenimiento el acervo cronológico en el que de forma consciente o inconsciente nos hallamos, y de tal ejercicio, sano y encomiable en la mayoría de los casos, se desprenden, lo cierto es que casi caen por su propio peso, dos fechas, en realidad dos citas geniales con la Historia, cuya repercusión, cuando no el peso que las mismas por sí mismo tienen, aumentan si cabe la desazón que nos cubre y que se muestra en toda su crudeza cuando procedemos con la comparación, en este caso más didáctica que odiosa, para con los tiempos que vienen a conformar nuestro presente.

Coincidentes en lo concerniente a los meses, aunque obviamente separados por siglos, dos hechos convergen en derredor de nosotros a colación de esta semana, en la que la mortaja de octubre ya está siendo atalantada. Así, tal día como hoy, pero de 1520, tenía lugar la definitiva proclamación de Carlos I como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
El hecho en tanto que tal supone una de esas contadas ocasiones en las que la práctica totalidad de los profesionales del ramo, considerando como tales en este caso a los estudiosos de la Historia, vienen a ponerse de acuerdo en pos de reconocer que si bien tal hecho no repercutió de manera definitiva en nada directamente achacable al recorrido práctico de las acciones del monarca, a partir de ese momento emperador, lo cierto es que como en muchos otros casos tendrá en el coeficiente añadido del prestigio, indiscutible en el caso que nos ocupa, un motivo más que suficiente.

El otro instante, cita más beligerante, y tal vez por ello más atractiva, tiene su lugar en el continuo formado por el espacio y el tiempo en la madrugada del 21 de octubre de 1805, frente a las costas de la hoy localidad de Barbate.
En el contexto de la eterna voluntad una y mil veces pronunciada por Napoleón y referida a la imprescindible maniobra de invadir Gran Bretaña. La armada española debía en este caso concreto distraer a la británica, alejándola efectivamente del Canal de la Mancha, dejando con ello una suerte de paso expedito por el que transitaría de manera evidente la armada francesa, con el propio Napoleón al frente.

Lejos de querer hoy convertir estas líneas en una perorata inconexa en la que resulte al menos en apariencia poco menos que imposible encontrar una sola llamada para con la situación actual; lo cierto es que llegados a este punto me permito llamar la atención al lector sobre dos circunstancias sin duda muy dignas de ser tenidas en cuenta, cuales son la presencia en ambas ocasiones de dos hechos comunes cuales son, por un lado la existencia de sendas personalidades capaces por su autoridad moral, cuando no por su carisma, de sostener sobre sus hombros los deseos, cuando no los anhelos e incluso los miedos, de todo un Pueblo.
Así, de la biografía que anterior a los acontecimientos descritos puede extraerse de la figura de Carlos I, como por supuesto de la que sin duda puede extractarse a partir del mencionado nombramiento una realidad se impone por encima de todas, plantando sin duda cara sobre todo a la multitud de críticas que seguramente argumentadas pueden en pos proferirse; cual es la ingente capacidad para el Gobierno, la innata predisposición para asumir el mando, que el protagonista tenía en este caso para asumir, dentro de las circunstancias temporales que le fueron propias, las prerrogativas de capacidad, mando y por qué no decirlo, dogma, que un sistema coherente con su tiempo como sin duda era el Absolutismo, bien podemos decir, obligaba.

En el otro caso, más cercano, principios del Siglo XIX, será en Nelson donde tenga lugar la reformulación del personalismo. Un personalismo amparado en la necesidad que en los tiempos de decadencia, cuando no de crisis, el común casi implora convencido de que la fortuna de poder identificar en una determinada figura al que habrá de ser su paladín en uno u otro sentido, convertirá en sin duda más llevaderas las penas del momento.

Y es precisamente ahí donde subyace no ya el denominador común existente entre los momentos y los personajes históricos seleccionados; sino que incluso podemos extender tal suerte de conexión hasta nuestros días, externalizando en este caso la ausencia que de tales fenómenos y protagonistas adolecemos sin duda hoy en día.

Porque hoy, sin duda, estamos huérfanos de héroes.

No seré yo quien acabe, presa de cierto grado de histeria mal o bien contenida, predicando la necesidad de acudir a alguna forma de Lanzarotes que en este caso acudan raudos a salvar a las nuevas Ginebras. Sin embargo, sin caer en la trampa sempiterna del Romanticismo no resulta por ello menos evidente poner de manifiesto que con todas las salvedades, limitaciones y correcciones que sean de rigor, lo cierto es que por más que la evolución y el progreso hayan llevado a cabo de manera flagrante su misión, solo una cosa queda clara, la que pasa por asumir que cuando menos en lo concerniente al capítulo de las responsabilidades devengadas, uno y solo uno ha de ser, en última instancia, el protagonista, haciendo en este caso de su cargo, cuando el carisma resulta insuficiente, la prenda que una vez más habrá de ser entregada en sacrificio para calmar las iras del nuevo Leviatán.

Acudiendo, cuando no retornando a la actualidad, lo cierto es que la sensación que nos acompaña en tamaño tránsito, pasa sin duda por la acumulación de una serie de emociones entre las que sin duda la melancolía ocupa un lugar destacado.
Melancolía no ya de un tiempo mejor, cuando sí de un tiempo consistente, en el que las coherencias estaban claras, las contradicciones perfectamente delimitadas, Un tiempo en el que todavía quedaba espacio para las conductas necesarias, en franca oposición a las contingentes.

Resulta así pues que, por mera oposición dialéctica, resulta casi sencillo proceder con el establecimiento cuando menos semántico de los puentes a partir de los cuales deducir la existencia de un marco coherente en el que cuestiones esenciales como las correspondientes a los valores morales, y otras múltiples cuestiones esenciales adquirían por sí solas visos de conformar aspectos estructurales de una semántica destinada a interpretar el presente en términos de autoridad, carisma, respeto e incluso proyección hacia el futuro que resultan hoy por hoy imposibles de identificar en nuestro tiempo.

Así, el Relativismo como forma de entender no solo la complejidad del enfrentamiento para con la realidad, se ha adueñado de todos y cada uno de los estamentos que rigen y circunscriben la conducta del Hombre, incluyendo por supuesto su facete política, configurando una suerte de esperpento que extiende sus dominios tanto por los límites del espacio, como incluso por los del tiempo, sumiendo al Hombre en una suerte de letargo existencial cuya existencia, imposible de cuantificar, resulta por otro lado del todo imprescindible a la hora de justificar en unos casos conductas, en otros la ausencia de las mismas del propio Género Humano.

De semejantes componendas, y sin llegar por supuesto a la trasposición, alcanzamos no es menos cierto un estado en el que por otra parte podemos identificar en el presente muchas de las características que conformaron la realidad inmediatamente posterior a la que se daba una vez acaecidos los hechos referidos. Así, y sin el menor ánimo beligerante por supuesto, podemos sin mucho esfuerzo identificar en la realidad que conforma nuestro presente vestigios de aquélla otra que formaba parte de una realidad, por ejemplo de postguerra, cercana en este caso y más concretamente al Periodo de Entre Guerra.
Así, la componenda más pragmática, a saber la dictada por la variable económica, obviamente igual de injuriada que ahora auque en este caso por un motivo objetivamente determinado, acababa no ya por influir, cuando sí por determinar, otro mucho más subjetivo como era sencillamente el de la voluntad de los individuos integrantes de la Sociedad.
Solo a partir de la asunción de estos principios, podemos en cualquier caso establecer un canal coherente por el que transitarán tanto los acontecimientos, como por supuesto la ingente verbena de cambios que sobre los mismos se produjeron en el periodo mencionado. Cambios cuya flagrante magnitud, estrepitosa podríamos decir con tan solo llevar a cabo una superficial aproximación, son concebibles se llevaran a cabo a partir del apriori de una Sociedad narcotizada en este caso por el miedo a los horrores conocidos de una guerra ya pasada, cuyo cierre en falso convierte en casi imprescindible arrojarse en brazos de otra en un periodo de tiempo tan impredecible como por otro lado imprescindible.

Y hoy es precisamente el reconocimiento de ese tufo compañero inseparable del miedo, el que nos permite identificar en las constatables realidades subjetivas de nuestro presente la realidad por otro lado contraindicada por la inexistencia de esas otras imprescindibles componendas materiales.
Tenemos así pues, que si bien no nos hallamos en un flagrante estado de declaración de guerra, insisto en que no es menos cierto, y cualquiera con ojos en la cara puede detenerse un instante a comprobarlo, que las consecuencias en principio achacables a lo mismo están por otro lado, más que presentes.
Una economía manifiestamente hundida. Una Sociedad virtualmente desgajada. Manifiesto deterioro de las realidades éticas y morales, incapacitando con ello para encontrar un solo vestigio de orden al que agarrarse en pos de no inmolarse en sacrificio a la imperante deidad del caos, conforman definitivamente una realidad que viene a hacer buena la teoría de que resulta difícil poner nada nuevo bajo el sol.

Definitivamente: ¿De verdad no se os antoja ni un poquito atractivo el poder contar en la alineación con un parecido a Felipe II en San Quintín?


Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

DE LO DIFÍCIL QUE HOY RESULTA IDENTIFICAR A UN ESPAÑOL. DE JULIÁN MARÍAS A LA REALIDAD, PASANDO POR LOS CARTELES PÚBLICOS.

Acudo una vez más a esta ya casi necesaria reunión en pos de un instante, sorprendido ante la preeminencia que una vez más, y ahora ya sí es posible que como denuncia definitiva, la realidad, con todos sus matices aunque eso sí, ausente de todo misticismo, se empeña en arrojar sobre nosotros, quién sabe si verdaderamente asqueada de que incluso los analistas más obscenos sigan empeñados en edulcorarla toda vez que aquello que han de reflejar tiene tintes de verdadera bazofia.

Ante la triste perspectiva que una vez más parece acompañarnos a la hora de hacer frente a la que en definitiva no es sino una forma de interpretación de la realidad, es por lo que en esta ocasión acepto el reto que sin duda propone el cambio de perspectiva, y me brindo a dotar de verdadera premura a la realidad en sí misma. Los resultados, como cabía esperar, no solo no se hacen esperar, sino que además no dejan indiferentes a nadie.

Paseando mi por qué no decirlo aburrida mirada por los abigarrados carteles que luchan por conquistar nuestra atención colonizando cada milímetro de terreno del vallado que se identifica con el perímetro de un centro público de mi localidad, fue este mismo lunes que me topo con un cartel que literalmente rezaba: “Se informa de que el próximo lunes este centro permanecerá cerrado por la festividad que se celebra el día doce.”

Confesada la incertidumbre que en un primer momento produjo en mí la comprobación de las aparentes reticencias que el autor o autores del cartel mostraron a la hora de identificar de manera más precisa dicha festividad, a saber El Día de La Hispanidad; fue que mi cabeza, cierto es que no en pos de un ejercicio de fervor patrio, como sí más bien en pos de sumergirse en las mil y una cábalas que el dilema ofrecía, fue que de manera tan inevitable como inconsciente se sumergió en pos de describir de la manera más exitosa posible el escenario que podía traducir el sentido de semejante castración.
Así, en un ejercicio que amparado en la praxis propias de otras ocasiones no solo no resulta descabellado, sino que en el caso de aplicarle determinadas normas de operatividad parece brillar dotado incluso de cierta pátina de solvencia; podríamos no en vano llegar a la consideración de que a la vista de lo conceptualmente multidisciplinar que se muestra ya la conformación de cualquier extracto de nuestra sociedad, la definición de un concepto tan racial como el de Sentimiento de Hispanidad bien pudiera ser tan arcaico como poco recomendable; lo cierto es que me sumergí en una suerte de compleja reflexión.

Asustado por lo apetitoso que resultaba sin duda el profesar un análisis desde el punto de vista propio de las recriminaciones nacionalistas (acudiendo en este caso al exacerbamiento de lo patrio;) confieso que en un primer momento atribuí el fenómeno a la más que presumible comprobación de otro de esos ejemplos de conducta mojigata que en términos individuales bien pudiera traducirse en el devenir ético de la tan conocida conducta española atribuible más si cabe a los últimos años, la cual se conduce sin duda en pos de satisfacer los réditos del por otro lado tan llevado y traído trauma asociado a ser español.

Asustado como digo por el cariz que para el análisis interno estaban adquiriendo los protocolos de conducta informados, fue por lo que en un ejercicio de autorreproche, me exigí indagar en pos de buscar condicionantes un poco menos manidos, aunque para ello hubiera de traducir análisis más profundos, o quién sabe si tener que acabar lidiando con conductas destinadas a mayores logros dentro del terreno de lo estrictamente ético.

Acudí así pues de nuevo a la realidad, convencido de que la misma se hallaba ahora más que nunca dotada para mostrarse generosa con sus concesiones, cuando un somero repaso de la misma, en sus más diversos calados me proporcionó no solo la respuesta, sino incluso la esencia desde la que la misma estaba conducida.

Ministras incompetentes que no saben cuando hablar. Consejeros que la pifian por no saber cuándo estar callados. Presidentes de Gobierno que siguen tomándonos por tontos en pos, quién sabe, si de disfrazar su propia estulticia. Vicepresidentas que venidas a más, no saben cuándo toca envainársela, y llevan a estados de desesperación a  expertos que por otro lado por ellos mismos han sido requeridos.
Y así, un largo rosario a cuya perla mejor que la anterior, reunidos en torno a un único denominador común a saber, lo poquito que hoy por hoy cuesta Ser Español.

Testigos mudos en mayor o menor medida de una realidad silenciosa cuya magnitud de depravación ciertamente comienza a azorarnos, la magnitud de la verdad ciertamente que una vez más nos sobrecoge. Comprobado de forma empírica el grado de descomposición al que la acción unas veces inconsciente, y otras ciertamente encomiable, desarrollada por unos y otros; ha empujado a nuestro país hasta aquí, lo cierto es que cada vez resulta no ya más sencillo, como sí menos complicado, entender ciertas cosas, entre otras el grado de inercia desde el que puede comprenderse el funcionamiento de muchas, cuando no de casi todas, las estructuras que se identifican bajo el gran paraguas conceptual que supone la integración en el mal llamado Estado del Bienestar.

Semejante inercia, otra muestra por sí sola del grado de abatimiento del que las estructuras hacen gala al mostrar por sí solo y como nadie el grado de colapso del sistema en tanto que son un magnífico testigo del triunfo de los procedimientos por encima de las esencias conceptuales;  se traduce en términos más propio en la muda aceptación del silencioso triunfo de los tecnócratas sobre los políticos, quién sabe si dentro del que bien pudiera llegar a tratarse del último debate al que asistiremos dentro del actual modelo de Estado.

La constatación pues del colapso al que hacemos mención, tiene así pues su correlato bien pudiera ser que definitivo en la consideración nunca por separado, sino más bien perfectamente integrados, de todas y cada una de las consecuencias que el sinfín de conductas atípicas al que últimamente estamos asistiendo, tiene para el sistema, cuando no para la supervivencia del mismo.
Porque no se trata ya por ejemplo de que personajes como el aún todavía Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid colabore activamente con la crisis, al menos en su inexorable Faceta Moral. Ni tampoco se trata de que algunos de los miembros del Consejo de Administración de BANKIA afirmen no entender dónde está el problema que se atribuye al uso de sus tarjetas opacas. Se trata de que sencillamente tales conductas, tales comportamientos, no solo no son reprochados, sino que más bien son reforzados por la propia realidad.

Con todo, que ciertamente no es poco, una última reflexión: A la vista no ya de cómo está todo, sino desde la constatación expresa de lo que va a costar volver en luz la cocina…¿De verdad resulta encomiable no tanto la celebración, como sí más bien la exaltación del concepto que en última instancia la instiga?

Definitivamente creo que no nos hace falta acudir a ningún tipo de proceder o sentir externo. Nos bastamos y servimos nosotros mismos para restregar por el barro tanto el concepto de Hispanidad, como todos y cada uno de los que como éste o de mayor calado nos pongan por delante.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de octubre de 2014

DE CONSTATAR QUE LAS SENTENCIAS CORTAS DERIVAN EN REALIDAD DE LA GRAN EXPERIENCIA.

Me sumo no sin cierta fruición, hay que decirlo, en el torrente de irreverencias, falacias, medias verdades y mentiras enteras en las que un denominador común, a saber la incompetencia de este Gobierno nos ha sumido; para concretar que, definitivamente, la que suponía una de mis mayores incógnitas, a saber la de si Fernando VII fue en realidad el peor gobernante de España, ha quedado definitivamente resuelta. Como pista, basta decir que desde el pasado lunes el monarca descansa más tranquilo bajo un virtual epitafio que viene a rezar algo así como “A todo hay quien nos gana.”

Volviendo a la realidad, o por ser más conciso, al presente, lo cierto es que tras seguir de manera minuciosa, o sea, sin pasión, el devenir en el que nos ha sumido el proceso que supone, no lo olvidemos, el ingreso del Ébola en Europa; lo único que tengo claro es que si de verdad la seguridad de alguien depende de los que supuestamente velan por nuestra integridad, las compañías de seguros bien harían en presentarse en concurso de acreedores mañana mismo.

Abandonando el terreno de la ironía, y en este caso cuidándome con absoluto escrúpulo de ni tan siquiera rozar los terrenos propios del cinismo, lo cierto es que considero y así lo declaro abiertamente, superados los terrenos hasta los cuales un Gobierno puede esperar clemencia.
Porque efectivamente aceptando que el presente asunto responde de principio a fin a una gravedad que exige un tratamiento marcadamente científico, lo cierto es que desde este momento me declaro inútil en pos de albergar una mera sentencia válida a tal respecto. Sin embargo, y por correlación conceptual esto es, sublimando los factores incidentes, no considero menos acertado declarar que, efectivamente, los actuales terrenos han de ser ya cuando menos propicios para comenzar a esbozar una opinión, la cual sirva no para exponer la gravedad que la infección significa, cuando si más bien el peligro político que supone que ciertas personas sigan al frente de ciertas áreas, de ciertas responsabilidades.

Lo que viene a significar, e incluso se puede resumir en una única proposición: ¿Qué clase de filosofía o desarrollo conceptual resulta de aplicación para hacer comprensible el hecho de que la Sra MATO siga ejerciendo en España?

Apartando del presente, faltaría más, cualquier conato si no atisbo de intención científica, pero considerando que ello no supone la merma ni de un ápice en la importancia de cuanto podamos a bien desarrollar al respecto; lo cierto es que llegados a este punto, en el que hace unas horas que el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid se ha despachado con la zafiedad propia de dar por sentado que la culpa del espectáculo hay que atribuírsela a las mentiras de la contagiada; lo cierto es amplio es el escenario que se nos brinda a la hora de poder hacer descender la dignidad del discurso, sin que de lejos hayamos de preocuparnos del riesgo que pueda supone tanto arrastrar por el suelo nuestro discurso, ni por supuesto de la posibilidad de que con nuestra desazón, menospreciemos la inteligencia de los españoles. La cuestión viene a ser, una vez más, hasta que punto ellos no están subestimando el grado de aguante de los mismos.

Así, una vez descendidos al infierno de las cavernas, y tras haber pagado a Caronte el precio de nuestro viaje, pululamos por la Estigia como protagonistas de una nueva Divina Comedia convencidos como el precursor de que, efectivamente en la Historia podremos hallar no ya el remedio, cuando sí más bien la última esperanza de no perder nuestra condición de hombres.

Digo todo esto porque una vez revisados los discursos emitidos hasta el presente, tanto los actuales como los potenciales, o lo que viene a ser lo mismo comprendiendo lo que algunos han efectivamente dicho, e interpretando lo que no se han atrevido a decir; lo único que cada vez tengo más claro es que si no había ni un solo condicionante científico que avalara lo acertado de traer a los pretéritos infectados a España, a pesar de lo cual el Gobierno, desoyendo todos los consejos de la hoy reclamada Comunidad Científica, decidió traerlos; tan solo un condicionante parece albergar visos de mínima capacidad comprensiva, condicionante que inexorablemente pasa por asumir que este Gobierno es el único responsable de todo lo que está pasando.

Y recalco lo de este Gobierno, precisamente para evitar en cualquiera la tentación de introducirme el matiz de la acción de gobernar. Porque de haberse producido, la acción de gobernar digo, nos encontraríamos sin duda ante una excepción cual sería la de haber descubierto el primer caso en España de acción directa con consecuencia por parte de un Gobierno que nos había acostumbrado a la desazón del deja que el tiempo pase, que el tiempo lo desactiva todo.

Es así como el tiempo desactivó el asunto Prestige. Es así como el tiempo desactivó lo de las Huelgas de Educación. Es así como el tiempo desactivó lo del 15 M. Sin embargo en este caso el asunto es tan novedoso, que presenta una variable nueva y desconocida cual es la de comprender que el tiempo en este caso juega indefectiblemente en nuestra contra. La constatación de lo que digo es evidente. Estadísticamente es tan solo cuestión de tiempo que una enfermera muera por llevar a cabo de manera absolutamente profesional su trabajo.
Y es ahí, en la redundancia de la expresión absolutamente profesional, pero más si cabe en la concisión de las conclusiones que de la misma pueden extraerse; donde pido un máximo de atención porque, si conforme a los protocolos establecidos, el desarrollo del proceso fue conforme, a pesar de lo cual una profesional se debate hoy entre la vida y la muerte, ¿podemos concluir que efectivamente fuera cual fuera la conducta desarrollada resultaba imposible salvaguardar la seguridad tanto de la profesional, como de cualquiera de los demás integrantes de los equipos que ejercieron su labor en los días y lugares conocidos?

La cuestión no es arbitraria, ni mucho menos caprichosa. Más bien ha de integrarse dentro del discurso con el que algunos justificaron en su momento la ya demostrada como netamente peligrosa conclusión del proceso que concluyó trayendo a España a los dos misioneros que no lo olvidemos, desencadenen en términos netamente objetivos las variables que conforman el actual escenario.
Así, a día de hoy no habría de resultar descabellado el exigir la asunción de responsabilidades a todos los responsables políticos que desde los distintos escalones de la Administración Pública afirmaron ni cortos ni perezosos, que el traslado de los  misioneros no había comportado riesgo alguno para la seguridad.

¿Lo entendemos, o de verdad hace falta un croquis?

Desbaratado desde su génesis cualquier proyecto que pudiera redundar en alguna suerte de discurso político encomendado a exonerar culpas (obviadas las zafiedades se entiende), creo llegado ya el momento de declarar nulo el intento de implementar el ejercicio más cercano a la fe que ni tan siquiera a la esperanza, por el cual algunos llevan casi setenta y dos horas diciéndome que alguien asumirá sus responsabilidades. Llegados a las horas que son, ciertamente horas ya no cristianas, me atrevo a especular con la posibilidad de que efectivamente nos acostemos un día más no ya con la satisfacción, sino abiertamente con la vergüenza, de comprobar que, efectivamente ni Dios, parece estar convencido de la necesidad de reponer la maltrecha moral, con dimisiones.

Echando la vista atrás, concretamente a aquellas fechas en las que debatíamos si este Gobierno estaba conformado por tecnócratas, o más bien por auténticos políticos, solo una duda se nos materializaba, la que transcurría en la imposibilidad de ubicar con viso de certeza ni en un lugar, ni en el otro, a la Sra. MATO. Así, su presencia en el Gobierno del, no lo olvidemos por favor, Presidente RAJOY, había de responder a la única certeza que a tenor de la objetividad ideológica podíamos esperar, certeza que se plasmó del todo cuando la vimos al frente de la Cartera de Sanidad. Ideológicamente el otro reducto en el que una persona de este calibre puede formar parte en un Gobierno de Derechas es, efectivamente, Educación.

Con ello, y una vez trasladado definitivamente el debate al terreno de lo político, parafraseando al Sr. RAJOY, con palabras que él mismo pronuncia en relación al grado de responsabilidad que en este caso existe entre un hecho, y su responsable dirigente, confieso que en este caso me identifico plenamente con él cuando afirma que: “(…) es así que en virtud de una acción, las consecuencias que puedan derivarse tanto del éxito, como por supuesto del fracaso de las mismas resultarán en todo momento legítimamente atribuibles a quien ostente la máxima responsabilidad en el momento esgrimido.”

Ciertamente, resulta difícil expresarlo mejor. De hecho, la afirmación resulta tan precisa, tan inspiradora, que tal y como ocurriera con la perla que la Sr. MATO dirigiese contra la por entonces titular de Sanidad en el Gobierno de Zapatero (seguro que os acordáis cuando a tenor de la expansión que de un caso de peste porcina entre dos Comunidades Autónomas, afirmó que cuando una Ministra de Sanidad era incapaz de evitar la expansión de una enfermedad, debía evidentemente de dimitir…) considero no ya licito, sino abiertamente un ejercicio de responsabilidad, el ampliar el abanico de personas a las que éstas han de serles exigidas. Si no por esperanza de que a estas alturas sirva de algo, sí cuando menos por decoro.
Volviendo así a CERVANTES, Es cierto que la falsedad tiene alas y vuela, no menos cierto que la verdad la sigue de lejos, arrastrándose.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 1 de octubre de 2014

NI DIOS, NI PATRIA, NI REY.

Asistimos imperturbables, quién sabe si haciendo gala al dicho popular en base al cual: resulta a menudo la ignorancia el mejor cuando no el único de los vestidos que lucen los valientes; a un proceso que como ningún otro, o tal vez deberíamos de decir que cuando ningún otro, acierta a poner no en tela de juicio sino más bien en franca duda, elementos y a la sazón realidades propias verdaderamente de los únicos componentes válidos a la hora de tratar de dar una respuesta científica, o sea carente en la medida de lo posible de matices pasionales; a cuestiones que verdaderamente se hallan implícitas en lo más profundo de la estructura tanto semántica como conceptual, de lo que bien podríamos devengar se entiende, o cuando menos es proclive de ser considerado como España.

En vista de lo terminales que ya desde un primer momento pueden resultar algunos de los conceptos esgrimidos, o lo que es lo mismo, en vista del peligro que puede desencadenarse a partir de un manejo poco adecuado de algunos de los conceptos puestos sobre la mesa; así como por supuesto a tenor de las consecuencias que la interpretación que de algunas de las potenciales conclusiones pueda llevarse a cabo; es por lo que ejercitando ¡cómo no! la prudencia, que acudiremos una vez más, y a pesar de los detractores, a la Historia en pos no tanto de consejo, como sí de testimonio, convencidos como estamos de que indefectiblemente, pocas son las realidades en las cuales, hoy por hoy, somos verdaderamente capaces de poner algo nuevo bajo el sol.
Es así que ya desde un primer y por ello somero análisis, que encontramos en el devenir meramente cronológico, la premisa fundamental sobre la que bien podríamos hilar nuestro comentario tanto conceptual, como por supuesto cronológico.

Es que una mera comprobación de las mencionadas cronologías resultará del todo suficiente para poner de manifiesto en este caso cómo las fechas que hoy aportan contexto temporal a nuestra convulsa actualidad, se hallan inexorablemente contenidas en medio de otras dos, cuyo peso en la Historia es ya lo suficientemente grande como sin duda lo acabarán siendo las actuales.
Así, las últimas calendas de septiembre han de servirnos para conmemorar la muerte de dos monarcas tan absolutistas ellos en sus dispendios, como absolutos en sus quehaceres al frente de sendas Españas. Tan diferentes que bien podrían pertenecer a países distintos.
Me refiero, como no puede ser de otra manera, a la coincidencia de nuestro presente con las fechas del 13 de septiembre de 1598, y 29 de septiembre de 1833 respectivamente, en las que tiene lugar el fallecimiento de dos monarcas, Felipe II y Fernando VII, tan distintos, que sin duda podrían considerarse reyes de dos países diferentes.

¿Alguien se imagina a Felipe II habiendo de subsanar alguna de las sinrazones que enturbian el sueño de las gentes de bien que conforman nuestra actual España?

Por supuesto sin caer en la trampa que puede suponer el analizar conductas presentes desde el conocimiento que las perspectiva aporta sobre modos de conducirse pasados, lo cierto es que visto y sobradamente conocido el empaque de un rey como Felipe II, lejos insisto de especular sobre un modo de conducta, lo cierto es que bastará en este caso con una sutil pincelada en pos de los que sin duda conformaron su catálogo de usos, para comprender hasta qué punto resulta incomprensible este país, incluso para aquéllos que formamos parte del mismo.

Así, y desde la misma senda procedimental, aunque iluminando en este caso una línea mucho menos decorosa, a la par que me atrevería a decir que mucho menos honrosa, las en otras ocasiones demostradas como menos inspiradas, e incluso más tendentes a la traición, como sin duda resultaron las tendencias demostradas por Fernando VII, nos llevan a quién sabe si vincular no tanto con su época, cuando sí más bien con su forma de gobernar, algunos de los condicionantes a los que, insisto, la actualidad, nos ha obligado a enfrentarnos.

Así, salvando las distancias temporales, y utilizando las diferencias que de las mismas son propias para en este caso conducir las realidades del Estado desde las obligaciones propias del Jefe del Estado, por definición el Rey; a un Presidente del Gobierno como en nuestro caso resulta constitucionalmente recomendable; pasamos a redefinir una situación en la que curiosamente Fernando VII no solamente no se hubiera sentido especialmente desvalido, sino que incluso me atrevería a decir que se movería con auténtica solvencia.

Tendidos una vez más los puentes entre el pasado, y el presente, o lo que es históricamente más adecuado, entre el primer tercio del XIX y hoy. ¿Cuántos os animáis a reconocer en la abulia, la apatía, e incluso en la semántica y por qué no en los modos de nuestro Presidente, algunos de los caracteres más irrefutablemente chuscos, de aquél que bien podría ser reconocido como el rey befo?

Sin quitar ni por supuesto añadir un ápice de responsabilidad a los ecos de las conductas que aquél desarrolló, y no obstante convencido de que la Historia se deshará de éste arrojándole a un parecido cajón, a saber el rotulado bajo los caracteres de para este viaje no hacían falta tantas alforjas; lo cierto es que la sinrazón desde la que hoy por hoy parecemos empeñarnos en articular todo lo que hacemos, amenaza en este caso con no resultar tan comprensiva como en su momento lo fue aquélla que era propia. Así, si el Sr. Presidente de verdad se cree que los usos y costumbres que amparaban aquél sin dios, resultan hoy refugio cómodo, lo cierto es que solo demostrará un absoluto desconocimiento de la realidad que le circunda. Y si bien este desconocimiento al anterior le sirvió, estamos seguros de que para él no solo no servirá, sino que más bien al contrario solo conducirá a la elaboración de un escenario tan asfixiante, como traumático.

Porque si bien España puede no haber cambiado, lo cierto es que los españoles sí lo hemos hecho. Por ello los experimentos será mejor que se queden para los laboratorios, no vaya a ser que como ya pasara en su momento, alguien clame por el cumplimiento de la Ley, exigiendo su cumplimiento de manera generalizada, incluyendo para ello a los dignatarios.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.