jueves, 7 de julio de 2016

DE EL HOMBRE COMO MEDIATRIZ.

Convencidos ciertamente de la capacidad de sanación que el Tiempo en sí mismo posee, de la cual sobradas muestras se han dado, retomamos el que bien podría ser un tiempo nuevo, entendido como tal el que resulta propio de conciliar los deseos respecto de lo que la realidad ha deparado, usando como elemento determinante nada más, o nada menos, que los resultados que la cita electoral del pasado 26 J ha tenido a bien depararnos.

Es así que atendiendo más a la interpretación que a la lectura objetiva de los mencionados datos, que extraemos una serie de consecuencias la mayoría de las cuales, una vez sometidas a la luz de la Razón, lejos de enfrentarnos con un escenario diferenciador, tal y como cabría esperar si reducimos a lo fenotípico la fuente de nuestro proceder; acaba por arrojar una suerte de paralelismo en el que no resulta complicado hallar un síntoma de uniformidad, lo que viene a poner de manifiesto una vez más la importancia de proceder desde o a partir de lo esencial o sea, desde lo genotípico.

Es por eso que de la lectura no tanto de los datos, sino más bien de las sorpresas que éstos han venido a deparar, es de donde extraemos la certeza que nos lleva a superar la contingencia del hecho, para deparar en la necesidad de análisis que requiere no tanto el comprender los datos a posteriori, una vez han conformado mayorías; como sí más bien  a priori, o sea cuando todavía se dirimen en ellos connotaciones ya sean éstas de carácter ideológico o conceptual.
Resulta así el mejor escenario, el propio en el que aún cabe disponer, más que analizar, los preceptos a partir de los cuales llegar a concebir los que acabarán por erigirse en conceptos supuestamente llamados a nutrir lo que para unos serán listas de deseos, en lo que otros inferirán Programas Electorales.
De un modo u otro, lo que faculta la redacción del presente no es sino la constatación de lo que unos han llamado revuelo, otros lo resumiremos en sorpresa, tanto lo uno como lo otro delimita lo que objetivamente podemos considerar fiasco de PODEMOS no tanto por haber fracasado, como sí más bien por haberse quedado muy lejos de los sin duda magníficos resultados que la lectura de la Realidad hacía presagiar.

Renunciando a la fría cuantificación, dada a lo sumo a poner de manifiesto lo que por objetivo es sujeto de refrenda; que apostamos más bien por lo que resulta ajeno a la mesura, usado el concepto no como elemento de moderación, sino simplemente como determinación de lo cuantificable, a lo que llama la condición de concreción propia del sustantivo.
Centrada pues nuestra apuesta en las tenebrosas aguas de la abstracción, es desde donde elegimos iniciar el análisis del mal llamado fracaso de la nueva formación a partir de las emociones que nos proporciona la primera impresión de las caras de personajes tales como el Sr. Echenique y por supuesto el Sr. Errejón, una vez conocidos los resultados que habrían de ser propuestos para su definitiva elevación a definitivos.

Hablamos de ese sentimiento de frustración al que el Sr. Iglesias acudió cuando en resumidas cuentas, trataba de explicar a los demás algo que ni tan siquiera para él resultaba no tanto comprensible, como ni siquiera digno de explicación.
Porque la constatación de la derrota, lejos de aceptable, redundaba poco a poco en una suerte de concepciones cuya mera aparición chocaba de plano no tanto con la hasta ese momento ni siquiera planteada posibilidad según la cual perder era posible; sino que de madurar, la búsqueda de las causas de la derrota podía degenerar en una suerte de perjurio que de triunfar bien podría poner en serio peligro los pilares de una macroestructura que hasta este momento se había hecho grande a base, precisamente, de negar la existencia e incluso la necesidad de dichos pilares.

Porque a medida que el discurso que el Sr. Iglesias libra en pos no tanto de encontrar las causas de los que repito son como mucho unos resultados decepcionantes no en tanto que tal, sino una vez que han sido sometidos al juicio de la comparación respecto de las expectativas creadas; se convierte en un discurso comprensible en tanto que comenzamos  a descubrir en el mismo aspectos comunes con otros discursos que, ya fueran o no escritos para matizar una derrota esconden en cualquier caso la herrumbre propia del pasado, es cuando el Sr. Iglesias, y con él su criatura, a saber, PODEMOS, se muestran ante nosotros como lo que siempre fueron, en el fondo, un modo de reacción.

Así que cuando el Sr. Iglesias parece devanarse el cerebro buscando no tanto culpables, sino más bien la forma que ha adoptado la culpa en sí misma, pues cualquier valoración no esencial resulta para él insuficiente en tanto que el mensaje de PODEMOS resultaba tan atractivo que era imposible no resultar impactado por el mismo en tanto que era de carácter esencial; que termina por renunciar al autoanálisis, cayendo en la complacencia de buscar en el exterior los requerimientos que inexorablemente se encuentran formando parte del interior, de lo esencial, de lo genético si se desea.

Es entonces cuando el reflejo de intolerancia del que adolece el Sr. Iglesias, intolerancia que se tornan en indolencia en  muchos de los que más que conformar, vienen a secundar de manera más o menos conscientes las consignas que amparado en el seno de la misma, éste promueve; adquiere su rango máximo al venir a poner de relevancia la que es sin duda la madre de todas las contradicciones de las muchas que confluyen en PODEMOS, y que en este caso se pone de manifiesto al generar tal grado de colapso que conduce a los líderes no tanto a no poder, sino a no llegar si quiera a considerar, que pueden estar equivocados.

Así, cuanto mayor es la intensidad de los esfuerzos que el Sr. Iglesias pone en práctica para equiparar los datos que sus expectativas le proporcionaban en relación a los verdaderamente obtenidos, mayor es la grieta que entre él y esa realidad se forma. En cuanto a la causa, en el instante fue evidente, y el paso del tiempo la ha vuelto una obviedad: la que pasa por aceptar que una cosa es la fuerza percibida, y otra la recibida.

Iglesias y sus seguidores se muestran desde el 26 J no tanto decepcionados, como sí más bien altamente irascibles. La causa, evidente: No pueden entender por qué el electorado no ratificó por medio de su voto las bonanzas de su programa. ¿Acaso la gente es imbécil? Así parece deducirse del tratamiento de un proceso en el que la gente, lejos de promover el ascenso a los cielos de aquellos llamados a recuperar la Justicia Social, proveyendo de pan al hambriento; ha vuelto a apostar por las fuerzas que en principio se muestran como las que por medio de sus políticas arrebataron al pobre su pan… ¡Y todo ello desde el desazonador contexto de la corrupción como fuente de horizonte!

Un aviso para quienes llegados a este punto piensen que hoy nos estamos liando más que de costumbre. Incluso más que un aviso, una certeza: Hace rato que expusimos la que se erige en tesis central de la reflexión, la cual sirve para responder a las preguntas que seguro todavía a estas horas, el Sr. Iglesias se sigue haciendo. ¡Y para colmo de males, la misma no procede de un desarrollo nuevo e innovador, estuvo siempre en la Historia!

Constituye el Hombre la medida de todas las cosas. Cuando te enfrentas a algo nuevo, debes hacerlo partiendo del lugar exacto de la Historia al que la consideración de tamaña consigna te conduce cuando la analizas desde la perspectiva proporcionada por le hecho en cuestión. ¡Vamos a tomar el Cielo al asalto! Rezó una de las consignas más aclamadas. El Cielo es el Infinito, y el Hombre es la mediatriz que separa en dos la distancia que asemeja al cero, con el propio infinito.

Y es precisamente de la lectura de “El cero y el infinito”, increíble obra en la que Arthur KOESTLER pone de manifiesto la que está llamada a ser la enésima aberración desde la que el Hombre se relaciona con el Hombre; de donde extraemos una cuestión lapidaria: “Nosotros os traíamos la Verdad, y en nuestra boca sonaba como mentira. Os hemos traído la Libertad, y en nuestras manos se parece a un látigo. Os hemos traído la verdadera Vida, y allí donde se eleva nuestra voz los árboles se desecan, oyéndose crujir las hojas muertas. Os hemos traído la promesa de porvenir, pero nuestra lengua tartamudea y se traba…”

Llegados a este punto no soy capaz de decir qué resulta más dolorosos, si que el grado de alienación general sea tan grande que nos hace incapaces no ya de identificar la fuente donde se encuentra el agua destinada a saciar la sed que nos embarga; o  que su triunfo es absoluto, tanto o más cuando  nos incapacita para ser a lo sumo capaces de saber que tenesmo sed.

En cualquier caso, Sr. Iglesias, su castigo no será menor. Su penitencia, la de saber que pese a toda su formación, ésta no le ha servido para saber que, digan lo que digan, si no todo, sí la mayoría de las cosas siempre estuvo en los libros.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 30 de junio de 2016

DE VER SUCUMBIR A “UTOPÍA”.

“Qui nescit simulare, nescit regnare”. Quien no es capaz de fingir, no lo será de reinar. DELLA ROVERE, Giuliano.

Proféticas palabras, máxime si tenemos en cuenta que su autor, el que estaba llamado a ser nombrado Sumo Pontífice de Roma, y que reinaría bajo el nombre de Julio II; las escribió en el borrador de la misiva que, dirigida al que por entonces era aún Papa (Alejandro VI); habrían probablemente de servir como muestra de condolencia por la dramática pérdida que éste había sufrido una vez hallado el cadáver de su hijo cosido a puñaladas y arrojado a un vertedero Pues tal fue el destino de Juan Borgia, Duque de Gandia, asesinado precisamente por estas mismas fechas, de 1497.

En lo concerniente a aquellos que ahora mismo tratan de dilucidar dónde se encuentra la causa que me ha llevado a considerar conforme a contexto tamaña cita, espero baste con decirles que en la larga lista de nombres que se barajaba a la hora de encontrar a los responsables del fatídico hecho, se encontraba, y curiosamente no despertaba por ello ningún recelo, el del propio Della Rovere. La prueba de que no hubo suspicacias, o de que si las hubo no fueron tomadas en consideración, se encuentran en que finalmente se le consideró como el más adecuado para portar El Anillo de Pedro. Y había múltiples aspirantes. Casi tantos como para dar muerte al propio Juan BORGIA.

Desde entonces hasta hoy, múltiples han sido las muestras aportadas por la Historias de casos en los que simulación, traición y poder han ido de la mano. Ya sea para conseguir el poder o para mantenerlo, la traición se ha mostrado como el más eficaz de los procedimientos ya sea en pos de lograr giros inesperados, por ejemplo en batallas; o como imprescindible método destinado a franquear el paso a unidades enemigas hasta el interior de ciudades cuya magnífica defensa hubiera teñido de imposible tamaño menester, a la vista de las defensas. Que se lo digan a Publio Cornelio SCIPION, a la hora elevar a público el proceso mediante el cual se forzó la toma de algunas poblaciones bárbaras, como por ejemplo la que me viene a la memoria, situada en lo que hoy es Soria; cuyo devenir estará inexorablemente ligado a los relatos destinados a convertir en inmortales las hazañas del que a pesar de todo habrá de ser considerado como uno de los más grandes estrategas y conquistadores.

Entonces como ahora, el miedo guarda la linde. Dicho de otro modo el miedo, o por ser más exactos la valoración de los condicionantes que desde el mismo se lleva a cabo, conduce a menudo a elaborar listas de objetivos, y por supuesto de los procedimientos que estamos dispuestos a poner en marcha en pos de lograr tales objetivos; cuyo único denominador común pasa por la observancia de que lo que en condiciones normales podría ser considerado como una absoluta inepcia, alumbrado por la nueva luz que aporta el miedo, alcanza visos no solo de conveniencia, sino incluso de verdadera optimización.

Nos vemos así pues en la obligación de constatar que, a la vista de los nuevos escenarios que se suscitan una vez que nuestras emociones alteran nuestras capacidad para separar con diligencia dónde acaba lo real, y comienza lo supuesto; que hemos de tomar en consideración la posibilidad de que sin llegar a los extremos decretados por DESCARTES cuando llega a formalizar la tesis según la cual no podemos dilucidar la existencia que separa el mundo que percibimos despiertos, respecto del que interpretamos cuando estamos dormidos; lo cierto es que muy probablemente la alteración de la percepción que puede llegar a promoverse a partir de la incitación del miedo puede desencadenar una serie de conductas absolutamente incomprensibles para el mismo individuo una vez éste las analiza ajeno eso sí, a los elementos que le han infundido el miedo.

Es así que la valoración de considerandos tales como el propio miedo, la percepción que de sí mismo tiene el individuo, la valoración de su progresos a lo largo de su pasado reciente y lo que es más importante, las expectativas que al respecto de su futuro se han venido conformando por parte de sí mismo, y de su entorno más cercano; pueden ayudar a entender, cuando no incluso a explicar, cuestiones tales como la del extraño caso del votante de IU que, de manera incomprensible si nos atenemos a los considerandos rutinarios que rigen su actitud para con el Partido, el pasado día 26 de junio decidió no ir a votar o lo que es “peor”, decidió hacerlo en pos de la lista presentada por el PSOE.

Tamaño proceder, en principio incomprensible, alcanza visos de notoriedad no tanto porque su verosimilitud crezca de manera exponencial a medida que la perspectiva crece, como lo hace el tiempo transcurrido desde la última cita electoral; como sí más bien porque la propia Historia, a través de uno de sus protagonistas, el llamado a su vez a descifrarla, nos aporta claves de indudable valor. Dirá así Erich FROMM que no es la Libertad ceder al azar. Los seres humanos tenemos una serie de estructuras específicas que solo pueden desarrollarse en virtud de la norma. Se entiende entonces que el ejercicio de la Libertad no pasa por librarse de todos estos principios guía, sino que ésta se ejerce cuando crecemos de acuerdo a las leyes de la estructura de la existencia humana (…) Significa obedecer las leyes que gobiernan el desarrollo humano óptimo.

Asumir la existencia de un desarrollo humano óptimo, conlleva aceptar a su vez la existencia de un escenario en el que tal desarrollo se lleve a cabo de manera óptima. Sea como fuere, nos encontramos ante la constatación de que todo ejercicio de rebeldía, cualquier acción encaminada a promover no tanto la superación, como sí más bien el crecimiento del Ser Humano en Libertad, se muestra no solo estéril sino abruptamente insostenible toda vez que la comprensión del escenario nos lleva a comprender que cualquier pensamiento surgido en su seno, resulta maravillosamente pernicioso.

Es así que UTOPÍA cayó, y lo hizo como NUMANCIA, salvedad hecha de que aquí no queda sitio para los héroes.

UTOPÍA se desmorona. Se desmorona por fin a través del uso de ese votante de IU que incapaz de asumir la necesidad de integración (o cabría decirse la desintegración) de su formación en el seno de PODEMOS, decide hacer lo que nunca pensó realizaría. No solo se pasa al PSOE, sino que encuentra fuerzas para justificar tamaña acción, e incluso la explica con fines didácticos cuando es para ello requerido por otros camaradas.

Sucumbe así pues una vez más la realidad, y vuelve a hacerlo paradójicamente ante el peso de los argumentos de un alemán. Argumentos que sirven para explicar cómo es posible que una formación política prefiera suicidarse impidiendo el triunfo de la opción que sin duda se hubiera traducido en el incremento de su poder en forma de más representantes en el Parlamento; creyendo que tal acción no habrá de tener consecuencias o sea, que dentro de un tiempo podrán volver a resurgir, como si no hubiese pasado nada, para construir de nuevo ese lugar imaginario en el que no existe pesar, toda vez que no hay responsabilidades que puedan ser exigidas.

Como dijo Rodrigo Borgia a la vista del cadáver de su hijo cosido a puñaladas: “¡Dios! ¿Acaso no es para volverse loco?”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 22 de junio de 2016

EL SILENCIO DE LOS CORDEROS.

Amparado en el resquicio de esperanza que me proporciona el saber que el solsticio de verano me proporcionará más horas de sol, las cuales serán puntualmente aprovechadas en el transcurrir del somero ejercicio de humildad del que cada escritor hace a su manera acopio cuando ha de someter su trabajo a la acción de las galeradas, ejercicio destinado a causar no tanto desazón por el tedio, cuando sí más bien mella en su ego, al hallarse anclada su vigencia en la postergación del momento destinado a encontrarse con su propio error; que las circunstancias que una vez más amparan, cuando no vienen directamente a justificar la existencia de estas mimas líneas, se muestran torpes quién sabe si al intuir que están llamadas cuando no a ser grandes por ellas mismas, si a convertirse en vehículos de grandeza cuando se erigen en el instrumento a partir del cual contar aspectos tan impresionantes como el que puede proceder de reconocer que, como no se había visto desde hace casi setenta años, el discurrir de esta noche de Solsticio de Verano tendrá como mudo testigo el brillo de una Luna Llena.

Lejos de incitar a la observación astral, ni encontrándose por supuesto entre mis intenciones el refrendar extravagantes tesis de índole tal como las amparadas por los que amparados por ejemplo en  lo catastrófico del clima que azotó el verano peninsular de 1815, extrapolan sus conclusiones a la afirmación de que el verano que se mostró como el más frío desde 1400 lo fue precisamente por el retorno desde el exilio de Fernando VII; no resulta menos cierto que salvando todas las distancias, hoy podemos llevar a cabo una extrapolación que muy probablemente acabe por enfrentarnos a la terrible realidad, la que pasa por intuir, cuando no abiertamente por poder afirmar que, efectivamente, las circunstancias redundantes en pos de constatar la premonición de que algo grande se está gestando, han pasado de ser una premonición, a formar parte del catálogo de evidencias y certezas.

Asumiendo que el Hogar de los Astros es lugar más propenso para dioses y mitos, no me resisto no obstante a celebrar la conducta que durante milenios alumbró la penumbra de aquellos hombres que acertaron a atisbar entre la niebla que la ignorancia dibujaba en su derredor, la tesis según la cual el brillo que las estrellas arrojaban permitía dibujar la senda que algunos elegidos mortales elegían para describir la que habría de ser su trayectoria vital.

Alejados pues no tanto por el paso del tiempo, como si más bien por la deslealtad para con las tradiciones, de lo concerniente a esta bella forma no tanto de ver, como sí más bien de interpretar; osamos mostrar nuestra osadía una vez más dibujando una suerte de extrapolación al permitirnos ver en las certezas del presente, visos de lo que una vez fue el pasado remoto.

Sea, como entonces, que las crónicas de entonces y de siempre han tendido más bien a recordar de entre lo malo, lo espantoso (tal vez por ello el propio Fernando VII, conocedor de que bien podrían pintar en espadas, decidió prohibir todo forma de prensa entre 1815 y 1820). Mas con todo, o sería mejor decir a pesar de todo, ni de ésta ni de ninguna otra ha habido ocasión en la que ya haya sido maleante y rufián, o sátrapa y dictador, se mostraren competentes para resumir al vacío del olvido todo un periodo histórico completo.

Parafraseando a Aquiles cuando en las previas a la conquista de Troya dirige su atención  a su primo Petronio diciéndole: “Vive. ¡Corre a esconderte y vive! Yo tal vez muera, pero de mi hacer en el combate tendrán su agradecimiento en siglos de trova. Tú por el contrario verás tu muerte velada por el silencio eterno del olvido”.

El presagio. Inundados por la semántica de la duda, presta a la irracional conducta que suele preceder a la declaración definitiva del miedo; el paralelismo que entre el entonces y el ahora nos permitimos establecer, encuentra su vórtice en la certeza de que ambos momentos son y fueron testigos de grandes acontecimientos.
En cualquier caso, ahí se acaban los paralelismos. De querer comparar los esfuerzos que llevaron a armar la que sería la más colosal Armada que antes hubiera visto el Hombre, con el principio de necedad desde el que parecen equipararse todos los ¿esfuerzos? que para comprender y actuar en consecuencia para con el ahora que se ha gestado, habríamos de asumir la penosa certeza de que ya no se trata de que no tengamos cronistas de la talla de Homero. El problema se encuentra más bien en la constatación evidente de que ya no hay hombres dispuestos a conformar las levas destinadas a plantar cara al destino. ¿O resultaría más preciso decir al infortunio?

Ya nadie contesta al grito de guerra promovido por los Mirmidones. De hecho, muchos me acusarán de hallarme falto de juicio cuando no de promotor de injurias, si mi prédica puede llegar a sembrar la duda en relación a la posibilidad de que, verdaderamente volvemos a estar en guerra. Una guerra sin batallas, quién sabe si para privar al pueblo hasta de sus héroes. Una guerra sin honor, pues no hay lugar donde sembrar la certeza del mismo. Pero con todo, una guerra con muertos, como refleja el llanto de aquellas que saben que sus hijos y esposos no volverán.

Y todo porque una vez más tenemos una cita con el infinito. Una cita que no hemos sabido identificar. Resulta el silencio la única forma racional de la que disponemos para interpretar el Infinito, tal vez porque es el silencio el estado natural de la nada, y la nada siempre estuvo, incluso antes de que ni tan siquiera la Idea de algo pudiera materializarse.

Era el silencio de aquel entonces una forma de decisión, una manifestación pues, de la Virtud. Hoy el silencio es solo una manifestación de fracaso, del fracaso que se halla implícito en constatar del mismo la inmolación de todo por lo que desde entonces otros, ellos, todos…lucharon dando lo más propio que tenían: su disposición para elegir ser eternos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 15 de junio de 2016

SUSTO O MUERTE.

Hace apenas una quincena, la Iglesia de Roma conmemoraba la muerte de Juana de Arco, a saber, una de las figuras que, más allá de las observaciones metafísicas de las que pueda ser objeto, mejor refrendan el procedimiento natural desde el que resulta netamente comprensible el fenómeno de la consagración de un mito.

Muere un 30 de mayo la Juana de Arco terrenal, e inmediatamente toma el relevo la Juana leyenda. Como tal, ya no es que todas las imperfecciones e imposturas por ella cometidas en vida queden borradas, es que son obviamente ignoradas. Como tal, da igual que el resultado de su muerte, hay que recordar producida en la hoguera, tuviese lugar en cumplimiento de una sentencia pronunciada desde un Tribunal Religioso.
Todo eso, incluyendo la propia muerte, en tanto que tal, carece de importancia. Solo queda el hecho de que su capacidad para el martirio ha promovido no ya su supervivencia en forma de leyenda, sino la postergación de su recuerdo en cánones de eternidad.

Y todo, por saber jugar sus cartas. Aunque tal vez sería más justo decir que por estar en el momento adecuado, en el momento propicio. La historia decidió. Para algunos de su época, una heroína. Para otros, una loca iluminada. En cualquier caso, un mito. Y como premio, la posteridad.

De vuelta a la realidad, cuando adopta ésta la forma de presente, lo cierto es que inmersos como estamos en el contexto propiciatorio que nos proporciona el periodo electoral, no es poco cierto el suponer lo bien que le vendría, en especial a uno que yo me sé, dar con la tecla, aunque no para ello resulte imprescindible llegar al martirio; si bien en cualquier caso sí tiene igual de seguro que su desaparición, sea ésta en loor de multitudes, o en la soledad de un callejón llamado dimisión la misma tarde del día 26 de junio, viene a representar un hecho tan seguro como el que puede esperarse de afirmar que la lluvia moja.

Porque a la vista de los últimos acontecimientos, o más concretamente tras la interpretación que cabe hacerse no ya de algunas interpretaciones, como sí más bien de algunos silencios; la respuesta a la incógnita que resume la cuestión que en relación al futuro de Pedro Sánchez cabe hacerse, no pasa ya por si su futuro al frente del Partido Socialista ¿Obrero? Español es ya una quimera; la cuestión versa ya en torno a si la mencionada institución será capaz de sobreponerse, no tanto a la misma, sino más bien a los previsiblemente penosos resultados que las urnas les deparen. Unos resultados tan penosos, que bien podría hacer bueno a Almunia.

Una vez superado el trago del 26 de junio, ¡Ay! de aquellos que de verdad crean superado el trago. De hecho, el trago comenzará muy probablemente entonces. Porque de los resultados que de esa tarde de domingo trasciendan, o más concretamente de la interpretación que de los mismos se hagan, puede que dependan muchas cosas entre otras, y probablemente de las más importantes, que los socialistas puedan seguir así llamándose. O al menos que no tengan que pedir permiso a otros para hacerlo.

Porque de los resultados que las urnas arrojen el próximo domingo de cita electoral, o más concretamente de la polvareda que los mismos susciten a partir del lunes, podrá devengarse no ya la supervivencia del PSOE sino más bien el grado de certeza con el que podamos apostar a su recuperación, siquiera incierta, en un periodo de tiempo más o menos breve.

La cuestión es sencilla, y se resume más o menos en el siguiente esquema:

Si el PSOE decide inmolarse por medio del procedimiento que representaría su cesión al yugo de los intereses de la coalición formada por IU y PODEMOS; su muerte habría de aducirse a una suerte de inmolación la cual podría describirse a partir de la asunción de conceptos tales como los que proceden del sacrificio que supone ser fagocitado.
Se trataría de una muerte sí, pero no de una muerte definitiva. Dicho de otro modo, la cita con lo legendario que de tal sacrificio describiría, bien podría traducirse en la gestación de un espacio-tiempo en el que la Idea Socialista podría permanecer en suspensión, sumida en una especie de letargo, del que la previsible mejora de las circunstancias vinculada al mero paso del tiempo, haría no solo posible, incluso recomendable, un retorno del PSOE.

Si por el contrario es la idea de la gran coalición junto al PP la que seduce al PSOE, no seríamos pocos los que atribuiríamos tamaño desatino no tanto a la toma de una decisión amparada no tanto en el bien del Partido, como sí más bien en la supervivencia del asiento al que parece inherentemente vinculado su actual Secretario General. Es así que de darse esta suerte de muerte garantizada, cualquier vestigio de loa quedaría inexorablemente borrado.
No es ya que el futuro del PSOE penda de un hilo. Es que muy probablemente, de tal proceder, pueda extraerse una derivada en apariencia no contemplada por las altas esferas, que se traduzca en la manifiesta incapacidad para hacer transitar por los caminos que la Lógica exige, a las que sin duda inevitables explicaciones que a las bases del partido habrá que dar. Unas explicaciones que se volverán de inevitables a muy probablemente incomprensibles cuando los mismos que a PODEMOS le negaron el pan y la sal, justifiquen ahora un festín al que el Partido Popular asista como invitado de honor.

Comienza pues la reunión del Santo Tribunal de la Inquisición….



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 8 de junio de 2016

DE LO ADECUADO ENTENDIDO COMO LO CORRECTO, EN SU MOMENTO.

Puede parecer mentira. De hecho, si lo pensamos bien, la mera existencia del pensamiento, o la suerte de esperanza que se esconde tras el contexto que parece venir a justificar al pensamiento en sí mismo; bien podría redundar en una actitud que podría llegar a catalogarse como de optimista.
Efectivamente, todo parecía marchar bien. Y si no lo hacía, no era porque no se estuviesen llevando a cabo todos los esfuerzos posibles, lo que según se mire viene a redundar en que unos verdaderamente empleaban su esfuerzo y su energía en cambiar el mundo (pobres ilusos), mientras que en lo concerniente a otros, sus esfuerzos iban en este caso dirigidos simplemente a conjurar una suerte de, ¿cómo se dice ahora? Creo que “posturno”, destinado a ocultar aquellas que siempre fueron sus verdaderas intenciones, las que se resumen en el históricamente conocido “cambiemos unas pocas cosas, para que en definitiva no cambie nada”.

En cualquier caso, todo parecía ser sencillamente normal. Nada hacía presagiar que hoy todo fuese a cambiar. Que todo así, de repente, fuese a ir mejor, de hecho bastaba con que nada amenazase con poder ir realmente a peor.
Y entonces, como cada día, al encender la radio, así, sin más, a traición, con la misma traición con la que los primeros pájaros irrumpen con sus cantos matutinos dando definitivamente al traste con tus aspiraciones de continuar con el que hasta ese momento había sido un sueño reparador; surge la gran pregunta: ¿Qué es la Ética?

Despierto de golpe no tanto por la intensidad de la pregunta, como sí más bien por el cúmulo de posibilidades que la respuesta ofrece, afilo mi metafórico cuchillo destinado en este caso a reflejar en su brillante hoja el fulgor del que a esas horas hace ya rato que dejó de ser el primer rayo proferido por el sol, con la esperanza no ya de que podamos dar respuesta a la pregunta, sino más bien de que la imposibilidad para encontrar ejemplos contemporáneos que alberguen esperanza en torno a la misma, nos lleve finalmente a entender al menos, que tenemos un problema.

Porque si bien algunos llegarán a decir, y si se empeñan un poquito lograrán hacerlo incluso de manera razonada, que no tenemos derecho a exigir que todo el mundo se halle en condiciones de responder digamos científicamente a la cuestión referida en este caso a la naturaleza de la Ética; no es menos ciertos que ni esas mismas personas, ni por supuesto todos los esfuerzos por ellos realizados a lo largo del espacio y del tiempo, han de resultar suficientes para lograr despistarnos a la hora de enjuiciar a los que ostentando cargos de responsabilidad, han desarrollado su actividad careciendo netamente de lo que hoy justifica la presente a saber, Ética.

Y es precisamente ahí donde me reengancho al discurso, o por ser más específicos y coherentes, ahí es donde ubico de nuevo la esperanza a la que al principio de la presente reflexión apostaba todo mi por otro lado agotado optimismo.

Porque en contra de lo que pueda parecer, el futuro de la Humanidad bien es posible que no se halle en mayor o menor peligro según resulte del recuento de personas capaces de definir con corrección el término Ética. Este mundo tendrá definitivamente contados sus días en la medida en veamos aproximarse el instante en el que nadie sea capaz de identificar como de poco ético un comportamiento.

Porque la Ética, y no en menor medida la Moral, son conceptos. Como tales refieren y a la par determinan, pues nunca limitan, los parámetros esenciales a los cuales el Hombre ha de referirse cuando desea o bien reencontrarse consigo mismo, o en el peor de los casos, recuperar su esencia una vez que la vida le ha desordenado hasta el extremo de necesitar buscar ayuda en los clásicos.
En base a lo dicho, tanto los conceptos, entendidos como contenedores a los cuales referir las esencias; como la propia Realidad que queda por los anteriores interpretada, carecería de sentido, o en el peor de los casos, quedaría reducida a una burda manipulación si malinterpretando el sentido real de lo dicho, el hombre pudiera llegar a sacrificar el valor de la vivencia en primera persona, llegando con ello a gestar una suerte de realidad paralela en la que paradójicamente vivir no solo no sería recomendable, sino que incluso resultase contraproducente.

A la pregunta que de surgir lo haría en términos tendentes a ¿cuándo hemos de empezar a preocuparnos con cierta dosis de motivo?, responderemos que el peligro será una realidad precisamente cuando de la vivencia real seamos del todo incapaces de extraer una sola nota de discordancia respecto de lo que ha de considerarse como la vivencia tipo.
De esta manera, como en “Un mundo feliz”, la incapacidad para llorar habrá de preocuparnos no porque carezcamos de lágrimas, sino porque nos habrán arrebatado la capacidad para emocionarnos. De parecida manera, corremos el peligro de llegar a plantearnos hasta qué punto lo que algunos llaman optimismo, y lo premian dejándonos sobrevivir, no es en realidad sino la penúltima caracterización a la que ha accedido ese monstruo que lleva siglos con nosotros, proporcionando sentido a nuestra de otro modo insulsa vida precisamente en la medida en que perseguimos fantasmas, o cualquiera que sea el nombre desde el que en cada momento conceptualizamos lo que quiera que debamos buscar.

Recuperamos así pues a Dante, o el peor de los casos venimos a celebrar con displicencia no ya su jocosa tolerancia con la chusma, a la que como nadie identificó; como sí más bien el regalo que nos hizo al predisponernos para protegernos del peor de los ataques que desde la jauría podemos sufrir; el que procede de la indolencia, que en este caso determina la incapacidad para distinguir a los buenos de los malos; procediendo para ello no con métodos platónicos (lo que supondría indagar en las aptitudes y capacidades de los protagonistas); cuando sí más bien desplegando un mero procedimiento de observación, destinado a descifrar el enigma acudiendo sencillamente a la valoración de los actos que cada uno lleva a cabo. En palabras clásicas: “Vuestros actos os definirán”.

Podremos pues afirmar que nos hallaremos ante un verdadero problema, cuando ni tan siquiera a la vista de las consecuencias de una injusticia, podamos detectar la presencia de la misma.

Entonces, probablemente, ya será tarde. ¿Acaso el cinismo demostrado por algunos al volver a pedir el voto no supone prueba eficaz de que ese momento ha llegado?

Tal vez por ello el planteamiento de la cuestión origen no resulte en absoluto erróneo.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 2 de junio de 2016

A PROPÓSITO DEL REALISMO MÁGICO. UNA INTERPRETACIÓN DEL MUNDO.

Se erige la Semiótica como la rama de la Filosofía destinada al estudio de los símbolos, de su interrelación, y especialmente de la relación de éstos para con la realidad, de la que obviamente dependen toda vez que no es sino de ella de la que deriva la existencia propia de tales signos, y por ende de la estructura.

Tamaña confusión, la que se traduce ir del hecho de no poder distinguir con claridad dónde empieza la esencia de la realidad, respecto del momento en el que la misma empieza a diluirse en el sucedáneo al que bien puede quedar referido el símbolo, podría sin duda convertirse en el eje vertebrador de la presente reflexión toda vez que la misma queda no tanto limitada, como sí más bien matizada, en la concreción del hecho a partir del cual la máxima aspiración a la que puede tender el Hombre Moderno no pasa por lograr la comprensión del medio que lo envuelve, sino que más bien, o sería mejor decir más mal, a éste ha de bastarle con asumir las limitaciones respecto de lo real como un catalizador destinado a infligir en el mismo el mal menor.

Es así que si disponemos de la suficiente sangre fría como para detener durante unos segundos el carrusel en el que nos hallamos inmersos, corremos el peligro de darnos de bruces con la realidad. Una realidad que vista así, a pelo, bien puede llegar a resultar borde, siquiera soez; pero que pese a quien pese, es nuestra realidad; aquella que unida a nuestro presente, se erige en el todo que nos ha tocado vivir.

Para todos aquellos que llegados a este punto se regodean no tanto de entender lo que planteo, cuando sí más bien de poder desprestigiarlo al tildarlo de inexacto, ya sea por equivocado, o por tratarse de una obviedad; a todos esos, les planteo un reto que bien podría cifrarse en la consecución de una suerte de reto personal en base al cual más que decirme a mí, estuviesen dispuestos a decirse a sí mismos, se da por supuesto que de forma absolutamente sincera, cuántas son las veces a lo largo del día en las que en realidad son capaces de poder justificar de manera neta los motivos cuando no las causas, que acaban por traducirse en el motor que les induce a apropiarse de determinada acción. Lo cierto es que a plantear el reto en términos según los cuales resultara preciso también asumir las consecuencias elevaba la cuestión a unos términos no asumibles.

Como todo experimento, no tanto la valía como sí el sentido propio del mismo no se encuentra en la esencia de éste. Se trata pues de una contingencia, hallando la necesidad del mismo como es de suponer, en su exterior o sea, en la valoración del medio respecto del que se extrapolan las variables. Dicho de otra manera, este sencillo proceder bien puede resultar insuficiente, incluso inadecuado, para computar variables de carácter cuantitativos; mas al contrario, se erige en recurso de valor incuestionable una vez inferimos del mismo una serie de consecuencias irrenunciables  a la hora de validar las consecuencias cualitativas.

Resulta así que del análisis de estas así como de otras variables, puede inferirse la sorprendente conclusión en base a la cual si aceptamos que vivir es desarrollarse conforme al medio, bien sea por superación, o por evolución; podremos concluir sin miedo a equivocarnos que estamos muertos.
La causa de tan severa a la par que sorprendente conclusión, hay que buscarla en la Semiótica, o más concretamente en la relación que el Hombre Moderno ha establecido con los símbolos (los cuales no debemos olvidar se erigen en los instrumentos cuando no las herramientas de las que el mismo se dota para interpretar o directamente para enfrentarse con el medio). Así, el Hombre Moderno, lejos de evolucionar (lo que supondría un esfuerzo versado en la acumulación de toda una suerte de cambios destinados a promoverlo en la escala de la Vida), ha preferido sublevarse modificando sus conductas en pos no de cambiar él, como sí más bien de modificar el medio en el que vive. Un medio del que a base de creerse sus propias conclusiones, ha terminado por apropiarse, a lo cual lleva decenios dedicado, dando ahora el paso definitivo, paso que como digo se traduce en la implementación de medidas estructurales las cuales acabarán por volver irreconocible al propio medio.

Modificamos así el medio, pero lejos de obtener satisfacciones esenciales fruto del aprendizaje que hacernos con el conocimiento de tales modificaciones; lo que hacemos no es en realidad sino lastrar la capacidad de mejora del propio ser; toda vez que la misma aparece vinculada a la superación de problemas en tanto que el Hombre los asume como propios.

Nos alejamos así pues de la Realidad, la domesticamos. El eufemismo nos hace más fácil la vida, pero corremos el peligro de olvidar la esencia del tabú al que éste le debe su existencia. El poder definitorio del Logos sucumbe al poder evocador del Mito. Vivimos así pues menos, pero sin duda lo hacemos con mayor comodidad.

Sucumben ante el poder de esta tesis todos y cada uno de los componentes llamados a integrar lo que conocemos como Realidad, y de éstos, los más afortunados, los que en mayor medida ganan con el cambio son, obviamente, los subjetivos. ¿Y acaso hay algo más subjetivo que la interpretación realizada de un determinado proceder político?

Es la Política, con mucho, el reino en el que con mayor desenfreno puede instaurarse no solo el proceder, sino más bien la norma en base a lo cual todo lo sugerido hasta el momento acaba por volverse específico. Es en el mundo de la Política, donde Héroes y Villanos vuelven siquiera una y mil veces a desempolvar las batallas destinadas a desentrañar la que otrora se mostrara ya como la gran duda que atormenta al Hombre en tanto que éste se ve castigado al ser el único con conciencia propia de sí mismo. Tal condena, imposible para la mayoría, lleva a unos a erigirse en Pegasos (para trasladar a los Dioses); mientras que otros son Prometeos (abrazados a la atroz idea de la permanente rebelión ofuscados en el doble sentido que aporta saberse conocedor de sus propias limitaciones, objeto imprescindible para hacerse merecedor de la superación de las mismas”.
Sea como fuere, y en el contexto llamemos de perversión en el seno del cual hemos erigido la semántica de nuestra exposición, incapaces para reconocer como nuestra a la Realidad esperpéntica, damos siquiera un rodeo osando descubrirla por aproximación o sea, accediendo a la misma a través de los seres políticos que en la misma se mimetizan.

Hemos así pues de concluir que el marco que rige la actual relación del Hombre con la Política, en el cual la repugnancia ha acabado por imponerse como el concepto más descriptivo, constituye en realidad una falacia, un sinsentido basado en lo que Freud denominaría acto fallido cual es el de negarnos a aceptar la posición que respecto de nosotros mismos han de guardar los objetos que componen la realidad. ¿O sería más exacto decir que somos nosotros los llamados a guardar esa distancia?

De la respuesta que demos a la cuestión anterior, habremos de inferir las consecuencias de aceptar en qué medida la no aceptación de la realidad tiene su manifestación en lo incomprensible que al menos en apariencia resulta hoy por hoy la Política. Formando parte de otra de las múltiples contradicciones que configuran el escenario de la actualidad (no en vano resultaría legítimo suponer que la una sociedad formada lo está en especial para responder a los usos responsables, y el uso político lo es hasta la extenuación), basta un vistazo al instante para sobrecogernos ante el mero escenario de tener que asumir el conjunto procedente de las personad que desisten voluntariamente no solo de su deber representacional, incluso más bien de su deber de entender en toda su magnitud las implicaciones del proceder político.

Con todo, el Hombre Moderno renuncia a sus obligaciones, desiste así pues de la que de llevarse a cabo, está llamada a ser la conducta propensa a promover las mayores satisfacciones. Se priva así pues el Hombre Moderno voluntariamente de su mayor virtud. La pregunta es evidente: ¿Lo hace siendo consciente, o es por el contrario parte de un magnífico engaño?

Sea como fuere, la negación de la Política, además de constituir conceptualmente un silogismo destinado a perseverar en la mayor de las falacias, desencadena en torno al Hombre una suerte de trauma conceptual cuya última sistematización redunda en la aceptación de que lo que lo que realmente se oculta tras tamaña aberración no es sino la negación consciente del mundo que le es propio.
Renuncia, es el concepto imperante en toda la reflexión. Es la renuncia el imperativo que subyace a la frustración, y es desde el estado propio de la frustración desde donde podemos escenificar la comprensión de un presente en el que la devaluación de la Política se muestra en lo irreverente de la Clase Política que a priori le es propia.

La capacidad que sigamos atesorando para sentir nauseas de ésta, se erigirá en el instrumento destinado a medir el tiempo que aún nos queda para aspirar a nuestra salvación, a ser dignos de la misma.

La gran diferencia, como siempre, en la paradoja. Una paradoja que en este caso se resume en un de nosotros depende.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 26 de mayo de 2016

HONNI SOIT QUI MAL Y PENSE.

Tan convencidos como estamos de nuestra superioridad, ya proceda tal convicción del efecto evolutivo cuando surge de compararnos con otras especies; o de la comparación que efectuamos respecto de nosotros mismos, cuando la comparación se lleva a cabo respecto de semejantes que nos antecedieron en un tiempo más o menos remoto; que de una u otra forma nuestra pedantería vuelve a jugarnos una muy mala pasada cuyo reflejo se aprecia de forma específica en la incapacidad que demostramos para identificar de manera efectiva al que no es sino el verdadero enemigo.

Vivimos sin duda tiempos complicados. La afirmación, en apariencia redundante, e incluso inadecuada dirán algunos de aplicarse a los tiempos que corren, adquiere su absoluta vigencia cuando a la misma le aplicamos el matiz destinado a poner de manifiesto la alevosía referida cuando el problema denunciado conmueve no tanto a nuestras disposiciones pecuniarias, como si más bien a aquellas destinadas a refrendar nuestra posiciones más éticas.

“Honni soit qui mal y pense”. Infame sea el que piense mal. Así, desde un primer momento habremos de dejar claro el espíritu llamado a refrendar no tanto las tesis como sí más bien el proceder llamado a secundarlas, espíritu desde el que el proceder clama por la puesta en vigor no tanto de procederes manidos, lacerados por la ignominia y en ocasiones flagrantemente traicionados.

Alcanzado el actual momento, y una vez superado el límite propio a considerar el mismo tan solo como nuestro mero presente; para pasar a un rango superior como es el propio de apreciar el tiempo como una mera sucesión de acontecimientos; bien podríamos llegar a entender que lo que llamamos aquí y ahora es mucho más que una mera sucesión de instantes y de momentos; para pasar en realidad a convertirse en una consecuencia; la consecuencia propia de ser el resultado de la multitud de variables cuya convergencia, aparentemente azarosa y presuntamente caótica, de profundizar un poco bien podría llegar a proporcionarnos una visión mucho más complicada, en la que un concepto hasta el momento nunca asociado a estos menesteres, a saber el de la responsabilidad, nos traslada a un nuevo escenario en el que el aquí se aprecia en realidad como el resultado de una suma de procederes que han surgido como la respuesta que a lo largo de un periodo casi infinito han acabado por erigirse como las respuestas que el hombre ha ido dando a las grandes cuestiones; fruto siempre de la acción de una tendencia multidisciplinar cuyo núcleo de convergencia se halla implícito en el propio hombre.

Presumimos así pues un escenario en el que el hombre bien puede ser considerado como un resultado. Sin embargo, tal resultado no ha seguido un proceso lineal (de ser así nuestro proceso estaría sin duda mucho más avanzado) ni ha sido capaz de librarse de los efectos de lo que bien podríamos llamar toma de decisiones erróneas, las cuales obviamente no son apreciables, mas sus consecuencias sí lo son, manifestándose éstas en una suerte de retroceso en el proceso que tiene como resultado la vuelta sobre nuestros pasos haciendo que el hombre se enfrente a menudo con episodios que creía ya superados.


Definimos entonces, casi sin querer, lo que bien podría constituir hoy el nudo de nuestra reflexión a saber, la relación que el hombre ha seguido con ese extraño e infatigable compañero de viaje que es la ignorancia. La ignorancia, ya sea como concepto, ya sea como proceder, ha estado ligada al hombre desde el principio, si bien y como es de suponer su presencia solo ha podido ser captada una vez que el hombre ha dispuesto de los medios, fundamentalmente de carácter conceptual, que le han permitido identificarla. Aunque como por todos es sabido estos medios no han sido capaces de erradicarla.

Es la ignorancia un concepto más propenso a ser sufrido que a ser comprendido. Superada la consideración individual, la propia que nos lleva a pensar qué la hace tan atractiva cuando comprobamos la felicidad en la conducta del individuo que de manera consciente vive inmerso en su cálido abrazo; resulta evidente que nos referimos hoy a la ignorancia social, a aquella cuyos efectos redundan a partir de la conducta de grupo, y cuyas consecuencias se extienden por ello trascendiendo de lo ético, para afectar a lo moral.

Resumimos pues la ignorancia social como el fenómeno que nos lleva a tomar por lógico esperar resultados diferentes, a partir de sendos procesos en los cuales hemos repetido uno por uno de manera del todo literal todos los procedimientos  implícitos de una u otra manera, llamados a afectar en el resultado.
Es como si una cocinera tratara de convencernos de que una tortilla que ha hecho hoy resulta obviamente más sabrosa que otra hecha ayer, cuando tanto los ingredientes, como la sartén e incluso el aceite empleados para  su elaboración, son exactamente los mismos.

¿Absurdo no? Entonces, si es tan absurdo, por qué es tan difícil de comprender que de la lectura atenta del estado en el que se encuentra no ya España, como sí más bien Europa, no resulta para nada descabellado presagiar una explosión semejante a la que el continente ya sufriera en el primer tercio del pasado siglo.
Siguiendo con el paralelismo culinario, el estado de los ingredientes es parecido, tanto las patatas como la cebolla han sido preparadas, la sartén lleva tiempo al fuego, y lo que se desprende de la observación es que los cocineros de hoy parecen especialmente deseosos de aplicar al pie de la letra la receta que deparó el resultado conocido. Entonces, puede alguien justificarme que no es una conducta ignorante dar por sentado que, pese a la evidencia, el resultado no puede ser como el que ya evidentemente fue.

Es precisamente esa suerte de inmunidad que parece recorrer cada uno de nuestros poros, otra muestra más de lo embebidos que en realidad estamos. Precisamente creer que a nosotros nada puede pasarnos, se identifica de manera precisa con el pensamiento de aquel que de entre todos podemos identificar sin esfuerzo como digno de ser tenido por ignorante. La paradoja; el ignorante es el único de todos que como ocurre con los muertos, no es consciente de su condición; y si se le apura, llega a mostrarse convencido de que todos los demás comprenden en realidad el catálogo de los llamados a considerarse como dignos de la acepción.

Ejemplos de tal conducta nos sobran, si bien no me resisto a poner de manifiesto alguno precisamente por su carácter de palmario. Porque ¿cómo hemos de considerar al que se va a Venezuela a buscar lo que bien podría haber encontrado en su casa, ahorrándonos así el esfuerzo o el pago de su excursión?

Sin embargo, malo si lo anecdótico fuera una vez  más capaz de desplazar nuestra atención del  que se constituye en foco del problema. Así, Europa arde, y para no verlo hay que ser mucho más que ignorante.
Mientras Francia se enfrenta a un serio peligro de colapso en respuesta a una imposición gubernativa, en Austria nos hemos vuelto a asomar peligrosamente al precipicio. Y lo peor es que mucha gente comienza a ver el salto al vacío con buenos ojos.

¿De verdad necesitamos más avisos? ¿Acaso el salto sin red vuelve a ser una opción?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

jueves, 19 de mayo de 2016

DE LA REFLEXIÓN COMO ÚLTIMO REFUGIO.

No es la piedad buen consejero, de hecho se convierte en un mal presagio, si se erige en la última de las justificaciones a la hora de promover una suerte de bondad en lo concerniente a las acciones de la conducta política. Resulta así paradójico que si bien en el trato individual, resulta la conducta piadosa como algo digno de ser encuadrado dentro de los aspectos digamos, virtuosos; no es menos cierto que cuando tal menester se prodiga dentro de los aspectos sociales, de los vinculados al grupo; la experiencia antropológica ligada a la psique social atribuye de forma contundente un elevado componente de dramatismo en forma de debilidad procedimental al grupo que da muestra de ello.

Vivimos tiempos convulsos, y una prueba de la certeza de tal afirmación pasa por el hecho unívoco que se manifiesta a partir de constatar lo elevado del número de ocasiones en las que necesitamos acudir a  lo que otrora denominamos grandes cuestiones, con la diferencia de que cada vez el contexto dentro del cual necesitamos implementar tales, es en realidad menos trascendental, menos importante; llegándose a dar la circunstancia de que a menudo el uso no solo resulta abusivo, sino que alcanza rasgos de verdaderamente superfluo.

Aparece entonces ante nosotros el que habrá de ser otro de los elementos digno de ser tenido muy en cuenta. Es la superficialidad uno de esos conceptos complejos, toda vez que dentro de sí esconde mucho más de lo que podría aparentar. No es en este caso, o al menos no del todo, que nos interese como concepto. Nos ocuparemos de él en consecuencia a partir de las valoraciones que desde su faceta de procedimiento, puede aportarnos a la hora de especificar esa suerte de escenario dentro del cual contextualizar el tiempo y el espacio en el que resulta mucho más sencillo entender el proceder referido en este caso a los criterios que le resultan propios a la sociedad dentro de la cual nos encuadramos.
Tenemos así que nos interesa más la conducta superficial. Sobre todo como ejemplo no ya del proceder de un sujeto, sino a partir de las valoraciones que llevan a considerar las causas que pueden consolidar en el mismo la conveniencia de proceder de manera superficial. El fracaso que se halla implícito en tal proceder, podría llevarnos a un análisis erróneo si las consecuencias derivadas del mismo se restringieran a un componente ético (en tanto que afectan a un solo individuo), impidiendo con ello la profundización hasta estratos más severos, tanto que afectarían no ya al individuo, sino que tendrían a bien la puesta en marcha de acciones destinadas a poner de manifiesto la necesidad de buscar en el compendio de lo moral el verdadero campo semántico del problema.

Porque solo desvelando la existencia de este error, podremos ponernos en antecedentes a la hora de anticipar las consecuencias del otro error, de carácter éste por supuesto mucho más sensible, de cuya magnitud apenas podemos tener conciencia en tanto que más que conocerla, solo podemos intuirla.

Dicho de otra manera, solo a partir de la asunción de nuestra incapacidad para comprender la realidad en toda su magnitud, podemos aceptar como válido lo que no es sino un sencillo gesto de piedad que se demuestra ante hechos tales como los de pensar que como ciudadanos españoles podemos seguir sintiéndonos orgullosos de lo que hemos creado, a pesar de que para ellos tengamos que obviar la parte de la totalidad que no nos gusta.
Podemos así no digo ya dormir tranquilos, sino aceptar levantarnos; aunque para ello, y como condición sine qua non hayamos de aceptar que el total del esfuerzo que como ciudadanos llevamos a cabo, se encuentre y no por ventura absolutamente hipotecado toda vez que aquéllos que justificaban lo injustificable en términos de actitud hacia lo demás, lo hacían amparados en una supuesta superioridad que parecía dotarles de una inmunidad a cuya concreción, he de confesar, nunca llegué a acceder. ¿Se encontraba acaso tal justificación en la repetida tesis según la cual ellos sabían gestionar? No entiendo de Ingeniería Financiera, pero apuesto todos mis ahorros a que los que sí saben de ello, estarán conmigo en que las cifras recién publicadas en base a las cuales la totalidad del PIB que podamos generar a lo largo del ciclo interanual, se encuentra ya totalmente comprometido; me traslada a una realidad en la que ni las Matemáticas, ni la Lengua, diría que ni siquiera la Filosofía, resultan de ninguna utilidad. Y si no resultan de utilidad, no es porque hayan dejado de ser útiles aquí, en lo que bien podríamos denominar mundo real. Si no resultan de utilidad es porque allí donde habitan los que al menos en teoría han de resolver nuestros problemas, tanto el tiempo como el espacio parecen hoy discurrir a una velocidad diferente, y a la sazón inconmensurable.

Resumiendo, o por ser más específicos, integrando todo lo expuesto hasta el momento; tenemos planteada una ecuación paradójica según la cual los escenarios hipotéticamente comprendidos para salvaguardar el bienestar de la sociedad; a priori función a la que ha de referirse el Estado; han colapsado. Y todo parece indicar que tal colapso procede del interior de los propios escenarios, es decir, la causa forma parte de la naturaleza de los mismos.
En conclusión, los escenarios habilitados por el Estado son nulos de pleno derecho toda vez que los mismos encierran la contradicción innata de impedir en esencia el desarrollo de aquello para lo que estaban destinados. Y si la supervivencia del Estado viene ligada a su utilidad, hemos pues de concluir como lícita la superación de las actuales Ideas de Estado.

Sin entrar a valorar el efecto que la afirmación pueda invocar en el lector, sino que poniendo el foco simplemente en lo rocambolesco que el concepto puede parecer, tenemos no obstante que señalar el hecho según el cual la idea de un Estado usurpador más que inútil nos resulta más incómoda que increíble.
La respuesta a tal cuestión hay que buscarla en la tradición. Una tradición que se origina primero y como es normal en torno a los marcos formativos, los cuales como es de suponer trabajan activamente en el desarrollo de unos marcos destinados a limitar las aspiraciones de desarrollo de los que si bien hoy son aún infantes, acabarán por el mero trascurrir del tiempo convirtiéndose en líderes. Líderes que habrán de conservar en el futuro lo que para ello no habría de ser sino pasado, para lo cual resulta imprescindible la conformación de un plan perfectamente pergeñado y cuyo éxito se encuentra ligado no solo a la consecución de un modelo educativo que como hemos dicho actúa sobre los niños; sino que requiere una permanente renovación de las dosis de adoctrinamiento, de lo cual se encargan los medios de comunicación.

Porque si hasta aceptable puede resultar considerar que de niños nos programan, esa misma programación hace que nos resistamos a aceptar que siendo adultos seguimos respondiendo a respuestas programadas.
El dolor del despertar, metáfora a la que habremos de acudir para entender el esfuerzo necesario para asumir más que comprender la utopia a la que queda reducida la acción libre en la que creíamos estar permanentemente imbuidos; nos enfrenta con la terrible realidad de cuya aceptación habrá de depender por ejemplo el que entendamos que ese condicionamiento del que creemos ser plenamente conscientes cuando valoramos por ejemplo el efecto del fenómeno publicitario sobre nosotros, se extiende hasta aspectos mucho más profundos que los que podríamos tener en cuenta cuando aceptamos ser manipulados a la hora de fumar, o por ejemplo comprar un determinado coche.

Manipulación, he ahí la clave. Es la manipulación un concepto muy amplio, va desde la sensación que experimentamos cuando nuestra pareja condiciona la satisfacción de ciertos apetitos, a la puesta en práctica de ciertas conductas previas; hasta la sensación que experimentamos cuando en casos más concretos dirigen nuestro odio (carácter primario) hacia la conveniencia o no de que se enarbolen unos símbolos cuyo significado, no lo olvidemos, nos ha sido implementado precisamente por los mismos que ahora cuestionan su conveniencia.

Y en todos los casos, las sensaciones. Son las sensaciones competencia de la emotividad, y constituye la emotividad el campo más alejado de la razón. Porque si bien no está aislada de ésta, lo cierto es que son las consecuciones procedentes de desarrollos estrictamente emotivos las que más difíciles resultan de presagiar si nos empecinamos en emplear para ello componentes estrictamente racionales.
Es por ello que es ahí donde nos golpean. Lo hacen una y otra vez, y cuanto menos conscientes somos del golpe, más eficaz resulta éste de cara a satisfacer los intereses de los ingenieros responsables.

Se trata pues de sobrevivir. Pero no a cualquier precio. Hay que sobrevivir poniendo en práctica el elemento cualitativo que nos diferencia. Así, si Aristóteles se vio necesitado de añadir “implume” a su definición de hombre cuando le demostraron que en la que previamente se había dado, cabía una gallina; al no ser nosotros Aristóteles bien podremos aceptar la conveniencia de poner en marcha todos nuestros recursos en pos de satisfacer la necesidad no de descubrir, como sí más bien de recordar, que como hombres la capacidad de reflexión es una de las que más nos caracterizan, tal vez porque nos diferencia.

Recuperemos pues nuestro lugar. Reflexionemos, y muy probablemente acabaremos por reencontrar nuestro camino.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 11 de mayo de 2016

DE CUANDO LA CONFUNSIÓN NOS LLEVA A NO CONOCER NI AL ENEMIGO.

Somos sin duda un país propio. Acostumbrado no tanto a la desazón, como sí más bien a convivir con los efectos que la misma produce; cuando ya anochece el día en el que se cumplen cien años del nacimiento de uno de esos grandes españoles que precisamente se ganó su fama describiendo con estilo las formas, eso sí sin disimular sus miserias, del que también y especialmente fue su país; no es por ello menos cierto que la polémica que sencillamente por esta apreciación puede tener lugar entre algunos, lejos de cuestionar lo afirmado, no viene sino a reforzar la tesis de que efectivamente, el si tú ciego, yo tuerto, sigue alimentando muchos estómagos, y no todos agradecidos.

Más allá de Premios Nóbel, lo que se dice a ras de suelo, comprobamos hoy por hoy, y no podemos negar que con gran desazón; el inicio de un proceso que al menos en apariencia parece destinado a dar al traste no solo con lo que hasta ahora ha sido el modo de proceder en lo que se ha llamado política convencional. Un proceso que ya desde su origen, cabe recordar que empezó así, casi sin querer; ha terminado por consolidarse, al menos en apariencia, como una forma no ya solo adecuada de hacer las cosas. Un proceso esencialmente revolucionario, llamado a asaltar tanto los protocolos, como por supuesto los cielos. Un proceso que a estas alturas, lo confieso, a lo único que a algunos nos ha conducido es a la desazón que procede de constatar hasta qué punto todo aquello que pensábamos estaba a salvo, se entiende que del enemigo convencional, ha comenzado a venirse abajo al recibir el ataque desde los lugares de retaguardia, desde los lugares que a priori siempre dimos por hecho que estaban protegidos.

Al igual que aquellos sitios cuyos largos asedios la Historia pone de manifiesto que solo pudieron ser conquistados desde la traición; la actualidad se erige una vez más ante nosotros como portadora del mal propio del que puede ser sincero, y una vez más nos arrebata el beneficio de la duda, enfrentándonos a la cruel realidad de saber que como entonces, en la batalla que está a punto de desencadenarse no habrá lugar para el romanticismo reservado otrora bien para los héroes victoriosos, bien para los destinados a morir haciendo de su muerte una causa digna, destinada quién sabe si a proferir al final el grito desgarrado que durante todo el tiempo que duró su ¿mísera? vida, hubo de permanecer callado.

Tal y como nos cuentan los que vivieron las previas, pues España es territorio afín a tales enfrentamientos, lo corto de la distancia se traducirá inexorablemente en un combate en el que el no poder hacer uso de las grandes armas, anulará cualquier atisbo de estrategia. Se hará entonces imprescindible desenfundar más que cargar. El arma corta pondrá pronto de manifiesto su eficacia, si bien esto no redundará ni por un instante en la mejora de la opinión que el uso de tales armas tiene en el campo del honor. Pero tales consideraciones tendrán el valor de eso, de consideraciones; y España y los españoles no estarán una vez más, para sutilezas como las que tales esgrimen.
Al contrario, una vez se disipe el humo a causa de los vientos procedentes no de la  victoria, como sí del llanto proferido por los patriotas, me refiero a los que por más que consideren la bandera como un trapo, nada les libra de ser precisamente los destinados a pagar el pato, habremos una vez más de enfrentarnos a la que no tanto por intensa, como sí más bien por repetida, se erige en portavoz de la mayoría de cuantas vienen a componer a este respecto las certezas de este país nuestro; la que procede de saber que mientras unos, a saber los de siempre, se desangran; arriba, observando desde la colina, el señorito, rodeado por su guardia pretoriana, observa desde la distancia.

Porque en última instancia de eso que no de otra cosa se trata, de distancia. Distancia que no se mide en lejanía, pues no se mide en metros ni en kilómetros la unidad atinente al hecho refrendado. Más bien, lo que hoy sigue manteniendo viva la llama que lejos de encender la vela que ilumine el camino de este país, amenaza de nuevo con prenderlo fuego a todo, no es sino la reminiscencia de viejos aunque no por ello olvidados fuegos que ya arrasaron una vez nuestras praderas y pastos, condenando a morir de hambre a ovejas que aunque pastaban en fértiles praderas, habían de morir ante la atenta mirada de lobos que decidían quién merecía morir, quién merecía vivir.

El tiempo ha pasado y las ovejas, lejos de aprovechar las ocasiones que el tiempo ha puesto a su lado para diseñar una estrategia destinada cuando menos a defenderse de los lobos; confunden su destino pues a lo único que aspiran no es a dejar de ser ovejas… ¡es a convertirse en lobos!
Pero si algo demuestra la Historia es que el monje ha de disponer de algo más que de hábito. Así, al contrario de lo que pasa con el lobo, que vestido de cordero el máximo miedo que puede disponer es el propio de ser descubierto; lo cierto es que las que llamaremos ventajas estructurales, las propias de ser lobo cuando te enfrentas contras ovejas, vienen a redundar en este caso en la certeza de que ni la más temible de las ovejas puede esperar salir indemne de un combate si éste se desarrolla en terreno de lobos, con reglas de lobo…

Es por ello que cuando escucho a los nuevos pastores insultar entre otros a Aristóteles una vez se han erigido ellos en el supuesto término medio, convirtiendo en nauseabundo el que otrora fue manjar si no elixir, manifestado en forma de la Virtud propia del término medio; es cuando definitivamente he de sublevarme. Y lo cierto es que no lo hago ¡faltaría más! para castigar a los que desean dejar de ser ovejas. No lo hago, por supuesto, para mostrarme contrariado porque el cordero plante cara y no vaya tímido al encuentro con la muerte.
Lo que me indigna, lo que me llena de desazón es el comprobar cómo una vez más, y en este caso una vez más con gran maestría, los lobos no necesitan ni tan siquiera correr para enfrentarnos con nuestro destino. En esta ocasión les basta con esperar a que nosotros solos, en nuestra carrera, acabemos disponiendo el conocido escenario en el que haya que elegir: O el lobo, o el barranco.

Porque algo hemos tenido que hacer rematadamente mal, cuando en las praderas otrora llenas de nuestros amables balidos, hoy vuelve a ser la imperturbable sombra del lobo la que impone su ley, ya sea con descaro, o por medio del disimulo.

Porque si a estas alturas hemos de comprobar cómo en horario de máxima audiencia, en una emisora de difusión nacional, un contertulio afirma, ni corto ni perezoso que: “no debemos olvidar que uno de los problemas que acucian a nuestro país pasa por comprobar la indolencia con la que permitimos que las clases medias utilicen en exceso los servicios públicos, sobre todo Sanidad y Educación…” y no es que ya sus compañeros de tertulia lo jaleen, es que nadie llama para mostrar su desazón al respecto; a lo que estamos asistiendo no es al desencadenamiento de la serie de procedimientos destinados a liberarnos de nuestros traumas propios de oveja. Lo que el silencio pone de manifiesto es nuestro oculto deseo de convertirnos en lobos.

Pero el lobo nace, no se hace. Su fuerza procede de la manada. Una manada que no acepta con facilidad la incorporación de nuevos protagonistas, salvo que éstos vengan a sustituir a los líderes muertos, o a proporcionarles una mejor visión de la realidad.

Por ello el lobo está disfrutando, pues donde la oveja ve el comienzo de su plácido pacer, él observa la división del rebaño.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.