Convencidos ciertamente de la capacidad de sanación que el Tiempo en sí mismo posee, de la cual
sobradas muestras se han dado, retomamos el que bien podría ser un tiempo nuevo, entendido como tal el
que resulta propio de conciliar los deseos respecto de lo que la realidad ha
deparado, usando como elemento
determinante nada más, o nada menos, que los resultados que la cita
electoral del pasado 26 J ha tenido a bien depararnos.
Es así que atendiendo más a la interpretación que a la
lectura objetiva de los mencionados datos, que extraemos una serie de
consecuencias la mayoría de las cuales, una vez sometidas a la luz de la Razón, lejos de
enfrentarnos con un escenario diferenciador, tal y como cabría esperar si
reducimos a lo fenotípico la fuente
de nuestro proceder; acaba por arrojar una suerte de paralelismo en el que no
resulta complicado hallar un síntoma de uniformidad, lo que viene a poner de
manifiesto una vez más la importancia de proceder desde o a partir de lo esencial o sea, desde lo genotípico.
Es por eso que de la lectura no tanto de los datos, sino más
bien de las sorpresas que éstos han venido a deparar, es de donde extraemos la
certeza que nos lleva a superar la contingencia del hecho, para deparar en la
necesidad de análisis que requiere no tanto el comprender los datos a
posteriori, una vez han conformado mayorías; como sí más bien a priori, o sea cuando todavía se dirimen en
ellos connotaciones ya sean éstas de carácter ideológico o conceptual.
Resulta así el mejor escenario, el propio en el que aún cabe
disponer, más que analizar, los preceptos a partir de los cuales llegar a
concebir los que acabarán por erigirse en conceptos supuestamente llamados a
nutrir lo que para unos serán listas de
deseos, en lo que otros inferirán Programas
Electorales.
De un modo u otro, lo que faculta la redacción del presente
no es sino la constatación de lo que unos han llamado revuelo, otros lo resumiremos en sorpresa, tanto lo uno como lo otro delimita lo que objetivamente
podemos considerar fiasco de PODEMOS no
tanto por haber fracasado, como sí más bien por haberse quedado muy lejos de
los sin duda magníficos resultados que la lectura de la Realidad hacía
presagiar.
Renunciando a la fría cuantificación, dada a lo sumo a poner
de manifiesto lo que por objetivo es sujeto de refrenda; que apostamos más bien
por lo que resulta ajeno a la mesura, usado el concepto no como elemento de
moderación, sino simplemente como determinación de lo cuantificable, a lo que
llama la condición de concreción propia
del sustantivo.
Centrada pues nuestra apuesta en las tenebrosas aguas de la
abstracción, es desde donde elegimos iniciar el análisis del mal llamado
fracaso de la nueva formación a
partir de las emociones que nos proporciona la primera impresión de las caras
de personajes tales como el Sr. Echenique y por supuesto el Sr. Errejón, una
vez conocidos los resultados que habrían de ser propuestos para su definitiva
elevación a definitivos.
Hablamos de ese sentimiento
de frustración al que el Sr. Iglesias acudió cuando en resumidas cuentas,
trataba de explicar a los demás algo que ni tan siquiera para él resultaba no
tanto comprensible, como ni siquiera digno de explicación.
Porque la constatación de la derrota, lejos de aceptable,
redundaba poco a poco en una suerte de concepciones cuya mera aparición chocaba de plano no tanto con la hasta
ese momento ni siquiera planteada posibilidad según la cual perder era posible; sino que de madurar,
la búsqueda de las causas de la derrota podía degenerar en una suerte de perjurio que de triunfar bien podría
poner en serio peligro los pilares de una macroestructura que hasta este
momento se había hecho grande a base, precisamente, de negar la existencia e
incluso la necesidad de dichos pilares.
Porque a medida que el discurso que el Sr. Iglesias libra en pos no tanto de encontrar las
causas de los que repito son como mucho unos resultados decepcionantes no en tanto que tal, sino una vez que han
sido sometidos al juicio de la comparación respecto de las expectativas
creadas; se convierte en un discurso comprensible
en tanto que comenzamos a descubrir
en el mismo aspectos comunes con otros discursos que, ya fueran o no escritos
para matizar una derrota esconden en cualquier caso la herrumbre propia del pasado, es cuando el Sr. Iglesias, y con él
su criatura, a saber, PODEMOS, se
muestran ante nosotros como lo que siempre fueron, en el fondo, un modo de reacción.
Así que cuando el Sr. Iglesias parece devanarse el cerebro buscando no tanto culpables, sino más bien la forma que ha adoptado la culpa en sí
misma, pues cualquier valoración no esencial resulta para él insuficiente
en tanto que el mensaje de PODEMOS
resultaba tan atractivo que era imposible no resultar impactado por el mismo en
tanto que era de carácter esencial; que termina por renunciar al
autoanálisis, cayendo en la complacencia de buscar en el exterior los
requerimientos que inexorablemente se encuentran formando parte del interior,
de lo esencial, de lo genético si se desea.
Es entonces cuando el reflejo de intolerancia del que
adolece el Sr. Iglesias, intolerancia que se tornan en indolencia en muchos de los que más que conformar, vienen a
secundar de manera más o menos conscientes las consignas que amparado en el
seno de la misma, éste promueve; adquiere su rango máximo al venir a poner de
relevancia la que es sin duda la madre de
todas las contradicciones de las muchas que confluyen en PODEMOS, y que en
este caso se pone de manifiesto al generar tal grado de colapso que conduce a
los líderes no tanto a no poder, sino a no llegar si quiera a considerar, que
pueden estar equivocados.
Así, cuanto mayor es la intensidad de los esfuerzos que el
Sr. Iglesias pone en práctica para equiparar los datos que sus expectativas le
proporcionaban en relación a los verdaderamente obtenidos, mayor es la grieta
que entre él y esa realidad se forma. En cuanto a la causa, en el instante fue
evidente, y el paso del tiempo la ha vuelto una obviedad: la que pasa por
aceptar que una cosa es la fuerza percibida, y otra la recibida.
Iglesias y sus seguidores se muestran desde el 26 J no tanto
decepcionados, como sí más bien altamente
irascibles. La causa, evidente: No pueden entender por qué el electorado no
ratificó por medio de su voto las bonanzas de su programa. ¿Acaso la gente es imbécil? Así parece deducirse del
tratamiento de un proceso en el que la gente, lejos de promover el ascenso a
los cielos de aquellos llamados a recuperar la Justicia
Social , proveyendo
de pan al hambriento; ha vuelto a apostar por las fuerzas que en principio se
muestran como las que por medio de sus políticas arrebataron al pobre su pan…
¡Y todo ello desde el desazonador contexto de la corrupción como fuente de
horizonte!
Un aviso para quienes llegados a este punto piensen que hoy
nos estamos liando más que de costumbre. Incluso más que un aviso, una certeza:
Hace rato que expusimos la que se erige en tesis central de la reflexión, la
cual sirve para responder a las preguntas que seguro todavía a estas horas, el
Sr. Iglesias se sigue haciendo. ¡Y para colmo de males, la misma no procede de
un desarrollo nuevo e innovador, estuvo siempre en la Historia!
Constituye el Hombre
la medida de todas las cosas. Cuando te enfrentas a algo nuevo, debes hacerlo partiendo
del lugar exacto de la Historia al que la consideración de tamaña consigna te
conduce cuando la analizas desde la perspectiva proporcionada por le hecho en
cuestión. ¡Vamos a tomar el Cielo al asalto! Rezó una de las consignas más
aclamadas. El Cielo es el Infinito, y el Hombre es la mediatriz que separa en
dos la distancia que asemeja al cero, con el propio infinito.
Y es precisamente de la lectura de “El cero y el infinito”, increíble obra en la que Arthur KOESTLER
pone de manifiesto la que está llamada a ser la enésima aberración desde la que
el Hombre se relaciona con el Hombre; de donde extraemos una cuestión
lapidaria: “Nosotros os traíamos la Verdad, y en nuestra boca sonaba como
mentira. Os hemos traído la Libertad, y en nuestras manos se parece a un
látigo. Os hemos traído la
verdadera Vida , y allí donde se eleva nuestra voz los árboles
se desecan, oyéndose crujir las hojas muertas. Os hemos traído la promesa de
porvenir, pero nuestra lengua tartamudea y se traba…”
Llegados a este punto no soy capaz de decir qué resulta más
dolorosos, si que el grado de alienación general sea tan grande que nos hace
incapaces no ya de identificar la fuente donde se encuentra el agua destinada a
saciar la sed que nos embarga; o que su
triunfo es absoluto, tanto o más cuando
nos incapacita para ser a lo sumo capaces de saber que tenesmo sed.
En cualquier caso, Sr. Iglesias, su castigo no será menor.
Su penitencia, la de saber que pese a toda su formación, ésta no le ha servido
para saber que, digan lo que digan, si no todo, sí la mayoría de las cosas siempre estuvo en los libros.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.