miércoles, 30 de octubre de 2013

DE LA GUERRA DE LOS MUNDOS, A LA GUERRA DE LOS MUERTOS.

Tal día como hoy, de hace exactamente 75 años, un periodista de apenas 23 años, revolucionaba de manera casi inaudita la en apariencia absoluta tranquilidad de una sociedad que, como en tantas otras ocasiones, pasadas y futuras escondía, tras una fabulación de bienestar y simpatía, una ingente cantidad de miedos, angustias y sonrojos que, como en la mayoría de las ocasiones, no esperaban sino una mínima ocasión para brotar en forma de torrente inconcebible, convirtiendo pues en baldío, cualquier intento de represión posterior.

Aquél joven periodista no era otro que Orson WELLES, emitiendo en formato de Radio-Teatro La Guerra de los Mundos.

Más allá de las consideraciones profesionales de estricto carácter periodístico, cuyas consideraciones como ha de ser obvio dejaremos a los profesionales del medio; del análisis del conocido impacto que aquella emisión radiofónica produjo podemos extraer una serie de valiosas conclusiones, la mayoría de las cuales poseen importante información de cara no obstante a ser analizada aplicando para ello condicionantes propios de disciplinas tan diferentes como pueden ser la Psicología, o incluso la Sociología.

Si nos ceñimos en exclusiva al caos, y posterior pánico que la emisión provocó, nos bastará con una mínima aproximación para comprender que semejante combinación de causas y efectos es tan solo comprensible a tenor de acontecer en una sociedad que, en contra de lo que pueda parecer, vive realmente convencida de su absoluta superioridad, superioridad que juega en su contra al ser una mera sensación de cuya ilusión son perfectamente conscientes aquéllos que por otra parte la promulgan. El exceso de protección, unido al flagrante esfuerzo en pos de reforzar permanentemente esa sensación de sobreprotección, de la que todo el mundo es partícipe, y de la que de forma fundamental el propio Gobierno es partícipe, promoviéndola activamente; se conjugan en una maniobra infernal que salta efectivamente por los aires cuando el americano medio, prototipo de todos los males y grandezas del país, concibe en su entonces y en su allí, la constatación de que, efectivamente el único mal que puede amenazar su estabilidad ha de proceder, efectivamente, de otro mundo. ¡Y para su desgracia coincide precisamente con su entonces! De tal manera, que el miedo no emana de forma directa de la obra genial de H.G. WELLS. Sencillamente ésta se alimenta en realidad de todos los temores que se dan cita instantánea en la mente de una ciudadanía que es consciente de su absoluto analfabetismo conceptual, para huir del cual se han de envolver de manera continuada en una serie de principios, valores y normas cuyo dogmatismo no hace sino crear la falsa ilusión de protección que identifica a todos los que, de verdad, viven convencidos de contar en su acervo con alguna clase de certeza que el resto de mortales ignoramos. Y de la cual obviamente no se van a desprender.

Y si en 1938 estas consideraciones eran viables, al tratarse tal y como podemos comprobar de un ambiente de preguerra, lo cierto es que, hoy por hoy, que esas mismas que no otras variables converjan hasta el punto de lograr parecidas, si no las mismas consecuencias, sí que es, por otro lado, preocupante.

“Hoy, podemos constatar que efectivamente, tal vez desde principios de siglo (siglo XX), inteligencias alienígenas superiores a la nuestra en maldad y capacidad de destrucción, nos observaban con maliciosas intenciones…”
Semejante es la entrada de la locución. Así comenzaba el texto de Invadidos, la adaptación consabida para radio, causante, al menos en el aspecto formal, del caos consabido. Seguro que sin darle muchas vueltas, y por supuesto sin tener necesidad de acudir a encriptaciones de tipo alguno, son rápidamente capaces de encontrar puntos de engarce con nuestro aquí, y por supuesto con nuestro ahora.

El ambiente necesario para que lo que ocurrió, pudiera realmente ocurrir, ni puede, ni debe realmente ser buscado en la propia obra. Hacerlo constituiría un grave error al entrar en confrontación con una de las que ha terminado por revelarse como ley fundamental de procedimiento; y que no es otra que la que versa en relación al grado de afección que existe entre una determinada creación, sea ésta del tipo que sea, y por supuesto el contexto en el que la misma es alumbrada, y de la que obviamente resulta prisionera para siempre.
La esencia de lo expuesto será fácilmente comprendido, lo cual no garantiza que sea igualmente compartida, cuando hemos de aseverar que el grado de generación de contexto, solo comprensible por aproximación de contexto en base a la magnitud de la reacción consolidada; es del todo inaccesible por medio escuetamente achacables a una obra de ficción, o me atrevería incluso a decir que realista tampoco.

Es así que los antecedentes subjetivos que comparten sendas sociedades, la de 1938, y por supuesto la de 2013 son, en el caso que nos ocupa, idénticos.

Y lo son, sencillamente, porque ambas sociedades, o por ser más precisos, ambos modelos sociales, comparten en realidad grandes principios constitutivos que pasan, en este caso, por miedos comunes. Ambos modelos saben que han agotado las fuentes de las que proceden, y ambos saben que la superación de sus preceptos será tan solo posible mediante el desarrollo y en su caso exportación de un gran cataclismo.
El cataclismo al que hacemos mención es, en el caso de los ambientes propios a 1938, fácilmente reconocible. Un modelo Neocapitalista, que curiosamente también por estas fechas festeja otro conocido momento, el del crack acontecido unos muy pocos años antes, es netamente consciente de que su fin por extinción se agota, haciendo imprescindible la imposición de todo un proyecto de teorías que en la práctica desembocarán en la II Guerra Mundial.

Pero es cierto que en aquel caso otras cuestiones de no menor calado, resultaban a la sazón de más sencilla composición. Así, el aspecto básico de la generación de un individuo, era ciertamente pan comido. La existencia de manera enfrentada por consideración de intereses, de fuerzas tan distantes en lo conceptual y en lo preceptivo, como podían ser en este caso Japón como estado, y el ya germinado movimiento Nacional Socialista en tanto que bloque ideológico, proporcionaban a USA, en aquel momento no el líder incontestable, aunque sí sin duda el más interesado, un escenario difícil de ignorar. Un escenario en el que además convergía otra de las consideraciones imprescindibles, en el ejercicio de la cual Estados Unidos se ha mostrado siempre como un verdadero maestro, y que pasa por sacar siempre fuera de sus fronteras, y por supuesto cuanto más lejos mejor, todo conflicto armado.

Y es ahí precisamente donde por otro lado se constata la mayor de las diferencias respecto de la forma de hacer las cosas, si la comparamos con nuestro aquí, y con nuestro ahora.

Constituye la derecha cavernaria, reaccionaria a la par que recalcitrante que a la sazón gobierna nuestros designios, un modelo a lo sumo conservador que no solo no posee, sino que jamás poseerá, ni uno solo de los valores que de hacerlo podrían llevarnos a considerar como aceptables algunas de las consideraciones que sus homólogos de ultramar pueden llegar a protagonizar.
Es así que nuestros conservadores, vestidos con sus nuevas indumentarias neoliberales, son incapaces de esconder del todo ese aspecto rancio que les lleva de vez en cuando, aunque últimamente de manera más reiterada que en los últimos tiempos, a poner de manifiesto que en el amor y en la guerra, todo vale. Aunque si bien optando por suprimir de su  discurso cualquier aproximación al romanticismo (no en vano en las celebraciones del Día de Todos los Santos de este año no se leerá “El Tenorio” por considerar su sensualidad explícita, siendo sustituido por un extracto de las aportaciones de AZNAR a los Cursos de Verano de FAES.) Lo cierto es que nuestra derecha no dudará nunca en aplicar su política de tierra quemada si con ello, logra “extirpar de España la mala ponzoña que el recuerdo de una República cuyo colapso provocó los acontecimientos de 1936” (sic Cadena COPE emisión del lunes 28 de octubre.)

Y no es más que  a partir de ahí, de la constatación no ya de la veracidad, sino de la mera existencia de afirmaciones como ésta, de donde puedo extraer conclusiones otrora ya mencionadas, y que inexorablemente han de pasar una vez más por traer a colación que este país no tiene más que lo que se merece,
Lo que se merece no tanto por no conocer su Historia, como sí en realidad por preferir olvidarla, convencido de que la amnesia, traería aparejada alguna extraña clase de redención.

Mientras, en la macabra danza de los muertos que un año más nos tienen preparada poco a poco, convencidos de que ya nada es posible, poco más que pelear por los restos de la mesa que otros disfrutaron nos queda. Pero es evidente que saciarse, como ocurriera en los ya olvidados banquetes, es algo que solo en la imaginación de los más proclives podrá acontecer.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 23 de octubre de 2013

DE LA LIBERTAD DILAPIDADA, QUE SE MANIFIESTA EN FORMA DE PRESENTE INDECOROSO.

“Y fue entonces, al tocar tierra en aquél puerto, sito en tierra extraña, que fue cuando pude por fin identificar la extraña sensación que me acompañaba desde el instante en el que decidí iniciar mi viaje.
Era una sensación extraña, que solo se puede comprender, instigando los motivos que la provocaron.
Nació de lo más profundo, de los lugares a los que solo se accede cuando comprendes que ya nada más te pueden arrebatar. Es ése instante en el que comprendes lo frágil que es la Naturaleza Humana. El instante en el que te conviertes en un animal, sencillamente porque como a la mayoría de ellos, comprendes que nada ya te une al resto de la Humanidad.
En mi caso, fue el instante en el que me topé de bruces con la más terrible de las sensaciones. Curiosamente aquélla por la que otros dicen que luchan y por la que sin duda merece la pena morir.
En mi caso, la libertad es una desgracia. Tal vez porque accedí a ella cuando tras dos años al servicio de su Majestad Imperial, volví a casa para encontrarla ardiendo, con los cadáveres de mi mujer y mis dos hijos todavía calientes.
Es ése instante, en el que comprendes que ya nada te une no ya a la Humanidad, sino ni tan siquiera al Género Humano, el que te enfrenta, por desgracia a la verdadera libertad. La que consiste en saber que ya nada te liga al mundo.”

Son palabras procedentes del diario de un militar español datadas en torno a 1580. Como ocurre con algunas otras de las realidades citadas, cuando no constatadas en este mismo espacio, se encuentran, a modo de testimonio, en la Casa de Contratación de Sevilla. Por aquél entonces, y de manera del todo indiscutible, el organismo más importante, en la ciudad más grandiosa, posiblemente del mundo.

Cedo una vez más ante la libidinosa satisfacción que me produce manifestarme en pos del aparente galimatías fruto de la mezcla inmisericorde de conceptos, a menudo abstractos; en una selva de tiempos de igual manera aparentemente inconexos. Se trata en realidad de un vano intento de dar forma al monstruo que aqueja mis sueños, arrastrándome preceptivamente hacia un terapéutico insomnio, todo lo cual no hace sino incrementar en lo que me rodea la certeza fiel de que ya nada, o al menos yo, carecemos tan siquiera de la esperanza de la reconciliación, cuando menos con los principios que redundan en éste aquí, en éste ahora.

Acudo así pues, a la Historia, en pos cuando no del remedio, sí del conato de prestancia en base al cual hacer lo posible por, como el militar de cuyas reflexiones parte hoy nuestra propia reflexión, dilucidar si es otro lugar, o quién sabe si otro tiempo, donde se hallan los espacios o los tiempos que me son más proclives, toda vez que nada puede a ciencia cierta garantizarme que me sean más propicios.
Me retrotraigo así al que para mí es mi siglo pasado, en tanto que de cara a mis esquemas sigo en el siglo XX. Redundo pues en el siglo XIX, en busca de los factores que tal y como ocurriera en el XVIII, resultan imprescindibles para explicar cuando no para tratar de entender las consignas que removieron en este caso al XVII.
“Es la resignación virtud que le cabe al desgraciado, pero que no obstante le está vedada al culpable.”

Debería de bastar esta consigna, uno de los mejores resúmenes a mi humilde entender del Espíritu Romántico que impregna inexorablemente, como entonces debía de impregnar el cuerpo de las mujeres el Agua de Rosas; para actuar de inmisericorde catalizador, transportando hasta el incierto presente todas y cada una de las consideraciones, sensaciones y por qué no, incipientes conclusiones, a las que el por otro lado avispado lector haya podido llegar.

Es la máxima, como todas las que de merecer tal consideración se precia, digna de estudio y consideración. Extensa como Castilla, inquebrantable como el diamante  e inexorable como la propia muerte.
Como todo concepto propio del Romanticismo, ha de ser capaz de despertar en aquél sobre el que desarrolla su influjo, sensaciones contradictorias, asustadizas y cobardes, que no vienen sino a preconizar los aspectos más oscuros, sibilinos e incluso perversos, de aquél sobre el que ejerce su influjo, sea éste o no voluntario. Y siempre, participando de esa extraña simbiosis que todo lo rodea, y que se rodea en torno a la certeza casi mística de que algo terrible, está siempre, inexorablemente, por suceder.

Recuperamos así pues el testigo del tiempo el cual, en medio de su macabra danza caníbal que surge de comprobar el macabro rito por el cual ésta avanza a costa de  devorar a sus hijos, los años; justificando con ello una vez el innombrable retrato; retornamos nosotros igualmente a un presente que nos es sorprendentemente impropio, prueba evidente de que tal vez Cronos no ha saciado su apetito solo con sus hijos.
Y nos sorprendemos sobre todo de formar parte de una realidad en la que cualquier atisbo de certeza procedente de la comparación con vestigios, ni remotos ni cercanos, se muestra capaz de recordarnos dónde estamos.

Hemos retornado a un espacio en el que aunque parezca imposible, es nuestro tiempo lo que nos ha sido arrebatado. Nuestro presente, aquél que debía necesariamente de proceder de la evolución de un pasado cercano, y por ello conocido, el cual había casi inexorablemente de evolucionar siguiendo los esquemas que nosotros creíamos controlar, para como digo implementar el presente que hoy nos cabía esperar.

“Es la resignación virtud que le cabe al desgraciado, pero que no obstante le está vedada al culpable.”

¡Pobres de nosotros! ¡Ingenuos desvergonzados! ¡Aún creemos que controlamos algo, que podemos esperar algo! ¡Incluso dormimos convencidos de que sabemos algo!
Y es ahí donde inexorablemente, redunda su éxito. Un éxito forjado a base de arrebatar sueños promoviendo el insomnio, un éxito fraguado a base de arrebatar el pan de la boca, generando la certeza de que ni comer constituye, hoy por hoy, una verdadera necesidad.
Un éxito que por otro lado se manifiesta en algo tan sencillo como el tiempo verbal, el inexorable presente de indicativo desde el que narcotizan a un pueblo que inexorablemente asiste a la metabolización de su realidad, partiendo del componente taciturno que es propio de aquéllos que se levantan presas del pánico, incapaces de recordar un sueño cuyas sensaciones, por otro lado, casi rozan con la punta de los dedos. Un sueño de consecuencias tan drásticas como terribles, en tanto que el mismo está inducido. Se trata de una más, si no la más poderosa, de cuantas armas forman el arsenal de los integrantes de un sistema confeccionado en pos de la consecución de una bárbara meta, meta que en este caso pasa por crear de manera activa, y a poder ser rápida, del contexto determinante que les permita finalizar un proyecto para cuya consolidación se mostraron en el pasado siglo incompetentes. Tal vez porque la fruta no estaba madura.

Un proyecto para el que la correcta elección del tiempo verbal  supone mucho más que una condición anecdótica. Supone más bien una condición categórica ya que la misma constituye la frontera que separa a los que participan de la fagocitación, respecto de aquéllos otros que están siendo fagocitados.
Pasamos así pues a hablar en términos de abierta supervivencia. El instante del salto cualitativo, inexistente ya que, al contrario de lo que ha ocurrido hasta el momento en los reiterados casos en los que hemos jugado a este juego, por primera vez la alienación no ha hecho acto de presencia.
Venía a constituir, a grandes rasgos la alienación, el proceso por el cual el individuo era abducido de su medio, siendo apeado de su realidad, para pasar a formar parte de manera más o menos activa de una realidad que le era ajena.
Pero el proceso era, ante todo, imperfecto. La variable cambio esencial que era experimentado por el individuo dejaba una serie de restos que actuaban como una verdadera anomalía social fácilmente rastreable; lo que posibilitaba la detección del ente.
Hoy, semejante problema ha sido dramáticamente superado. La variable de imposición que lleva implícita, al menos en origen la alienación, se ha visto remontada por la inducción mediante cauces voluntarios, de los caracteres necesarios de cara a lograr la metamorfosis del individuo, que pasa a ser servil.
La manera, ya se ha dilucidado algunas líneas más arriba. En mitad del proceso descrito, y con la excusa de librarnos del terrible insomnio, nos venden el más poderoso de los narcóticos, el que procede de convencernos de que, efectivamente, somos más  libres de lo que lo hemos sido nunca.

Terrible libertad, aquélla que procede de enfrentarnos con nuestra propia esencia, la que surge de ponernos cara a cara con nuestro yo animal, el que por otro lado se manifiesta cuando, desgraciadamente, la sociedad te constata que no tienes nada que ofrecer, porque en realidad no tienes nada más que perder.

Constituye ése el momento en el que el presente se hace instante, y la ausencia de alienación, se confunde con el clamor del nihilismo. Un nihilismo propio del Despertar para morir.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

miércoles, 16 de octubre de 2013

DE LA TRAVESÍA DEL DESIERTO. DE LAS VICTORIAS POR AGOTAMIENTO.

Son éstas, a saber, las más odiadas de las victorias, sobre todo por ser las menos pródigas en lo que concierne a obtención de éxitos, ya sean éstos en forma de ascensos, galones o medallas; toda vez que las victorias, capitulaciones o rendidas que de ellas se obtienen, pocas veces pasan a la Historia.

Una Historia que se escribe por los grandes y que, al margen del principio por nosotros compartido de que “no en vano la Historia la escriben siempre los vencedores”, no es menos ciertos que son éstos los que con sus actos, ya se pronuncien los mismos como tributo al honor, o a la miseria; se conducen definitivamente a la tenencia manifiesta de los últimos valores.

Precisamente hoy, en la conmemoración del doscientos aniversario de la Batalla de Leipzig, podemos usar la misma como objeto práctico destinado a escenificar parte de la paradoja que, de nuevo, se yergue presta ante nuestras disquisiciones. Así, a saber, una derrota no vino sino a hacer más grande si cabe, la figura de aquél que esencia encerraba todo el interés de la batalla puesto que sí, efectivamente, Napoleón fue derrotado pero...sinceramente, ¿cuántos recuerdan el nombre de uno solo de los generales del ejército vencedor?

Cierto es que sin llegar obviamente a pedir sacrificios pírricos, no es por igual menos cierto que se echa de menos una mínima muestra de valor. Manifestaciones de fervor patrio como las protagonizadas hoy mismo por el Sr. Presidente cuando, nota en ristre acudía presto a la Constitución en pos de los valores encomiables a la hora de defender por enésima vez el listado de causas legales que impiden la escisión de Cataluña, lo cierto es que el Sr. Presidente se olvida, una vez más de esgrimir un solo motivo por el que yo, como el representante de los más tontos de la canasta, termine de encontrar como digo, un solo motivo por el que Cataluña haya, verdaderamente de pertenecer a España, sinceramente porque sea esto imprescindible; tanto para España, como para la propia Cataluña.

Seguro que, a poco que nos esforcemos, entre todos lo que sinceramente nos lo propongamos, podremos sin duda encontrar un justo término medio (ahora que el centro es lo que mola), en el que hasta el Sr. Presidente, en su curiosa visión de la Política, más al uso de la mezcla entre pitufo silencioso, y pitufo gruñón, pueda sin duda sentirse cómodo.
Así, hemos renunciado ya de todas, todas, a toparnos con las figuras de las que el presente posterga meros recuerdos:
“Un hombre cabizbajo en un bosque cubierto de nieve. Un cuervo negro que presagia la fatalidad. Sólo si uno inspecciona más detenidamente el cuadro advierte el casco dorado distintivo del uniforme de la caballería de élite francesa y consigue redondear el significado de la obra característica de Caspar David Friedrich, uno de los románticos alemanes que se ocupó de la Batalla de Leipzig como trágico elemento configurador del nacionalismo alemán, en contraposición al nacionalismo francés.” Sin duda, como digo, nos bastará con un justo término medio.

El justo término medio, sin duda otra muestra de las mil y una vestimentas tras las que se oculta en España la que supone una de las más hermosas paradojas, la que inexorablemente pasa por convertir al centro, en la acepción pormenorizada tras la que aparentemente se alinean todas y cada una de las piezas que componen el decálogo de las virtudes del Ejercicio Político, al menos en sus actuales condicionantes.
Se erige así pues el centro, como modelo de virtud. Un centro en el que lo proclive es confundir prudencia con ausencia de actividad, silencio con asentimiento, y respuesta con discusión.
Un centro en el que los tiempos se miden en silencios, en el que decoro y buenas formas llevan a la mayoría a considerar adecuado contestar con la elegancia del silencio  a las aberraciones que hacen o cometen algunos (más avezados en el arte de la calumnia, cuando no abiertamente en el de la mentira, por más que ésta se distraiga adoptando formas cuando no valores de sabia entelequia), y que en definitiva hace de la apatía preconizador de esencias.
Un centro creador de monstruos, hábitat de engendros, que queda identificado desde el momento en el que aquéllos que son hijos de la luz se desplazan por su fuero con absoluto conocimiento de causa, y que hace de la posición de Gabriel como mano izquierda de Dios, la última promesa de batalla creíble.

Es entonces cuando el centro, alimentado por la ignominia de aquellos que interesadamente lo pueblan, da muestras de su peligrosa impronta. Una impronta que por otro lado se halla implantada en su genoma, y que pasa por hacer de la renuncia, la última a la par que la más duradera, de cuantas posturas logran caracterizarla.
Renuncia, silencio, falta de identidad, incapacidad para la acción, propensión a la conducta reaccionaria. Constituyen los mencionados elementos poco halagüeños para cualquiera que se dedique con función seria a la actividad política. Sin embargo ¿Los reconocen? ¿Reconocen a aquél que de manera tan franca hace gala de los mismos a diario?

Haciendo uso del derecho de llamar a nuevos testigos en el caso de que éstos sean necesarios para rebatir algún argumento. Lo cierto es que lo malo no es tanto el comprobar lo fácil que resulta establecer las conexiones entre los mencionados, y la persona que en principio ejerce el control de España.
Lo realmente penoso pasa por establecer el patetismo del momento político que nos ha tocado vivir, y que realmente hace difícil responder a la pregunta de si el mismo es fruto de la insolvencia moral de la sociedad desde la que lo preconizamos; o más bien al contrario la sociedad no es causa, sino una consecuencia más del agujero negro en el que inexorablemente nos hundimos día tras día.

Somos los hijos de la mediocridad. Una sociedad resultado de su flagrante y abierta incapacidad para interpretar los síntomas, en tanto que la patente incapacidad existente para interpretar la catarata de sensaciones en la que la última década la tuvo sumida; se tradujo en la imposibilidad de analizar con esa misma solvencia los datos que el mundo, forma material que adopta la realidad, le mandaba.
Y como otra muestra más de la incapacidad para transigir con el mundo, la osadía del ignorante se convierte en el bochorno del que conoce. Haciendo bueno el dicho de que la ignorancia es osada, podemos tal vez llegar a intuir el proceso por el que ni tan siquiera Aristóteles se libra de la macabra convicción. Su conocido principio “..en la mitad se halla la virtud” resulta, como tantas otras cosas, maltratado por la vulgar interpretación a la que como tantas otras cosas, la chusma somete.
El resultado es evidente. Toda una declaración de intenciones en pos de la supuesta virtud de la mediocridad y por supuesto, de los mediocres.

Es mediocre el que raya en la mitad, de la información promovida desde los test de inteligencia. Abandonada la literalidad, y pasados al necesario campo del relativismo, mediocre es el que habita, con denodada satisfacción, y revertido ánimo, los frugales, infértiles y en definitiva estériles campos del centro.

En definitiva, ¿De verdad alguien en pleno dominio de sus facultades mentales puede decir con mínima solvencia que estos son los que nos van a sacar del actual atolladero?

Como suele ocurrir en la mayoría de ocasiones en las que los asuntos tratados tienen cierta relevancia; el objetivo primario, a saber arrojar luz sobre algún determinado asunto; se ve pronto desbordado por una a veces tediosa realidad que no obstante termina por consolidar otro proyecto que en el caso pasa por formular más preguntas. Desde esa tesitura cabe decir pues, si éstos no son capaces de solucionar nuestros problemas, puede que en realidad sea porque no son sino una más de las múltiples traducciones que los mismos adoptan.

El sin par genio que el Gobierno, y en especial su líder, se dan a la hora de guardar silencio, de echar balones fuera, de tergiversar la verdad por más que ésta venga avalada por sea cual sea la fuente o la intensidad de los datos; no hace sino permitir que lo que en principio comenzó como una casi inocente duda razonable, se erija hoy en constatación expresa de aquello que define con precisión los medios de los que la política española se sirve en la actualidad.
Es así que el silencio, las vaguedades, el ostracismo y finalmente la ausencia de liderazgo; se han hecho fuertes en España, apoderándose tanto de las Cámaras, como de la Política de la que las mismas son sedes.

La acción política ha adoptado otras formas, unas en las que la acción en definitiva se considera sinónimo poco menos que de violencia, real o conceptual, lo que ha llevado al práctico desmantelamiento de la denominada Realidad Democrática.

Y todo ello, en apenas dos años, con el silencio de la oposición, y con la connivencia de los ciudadanos. Connivencia que comenzó en aquéllos que elevaron a un mediocre al poder, connivencia que continúa con aquéllos que hacen del voto útil la esperanza de los mismos para poder mantenerse en el poder.



Luis Jonás VEGAS VELASCO. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

DE LA NEUROSIS COMO FUENTE DE INSPIRACIÓN.

Abocados como estamos ya, al desastre definitivo, por primera vez dudo seriamente no ya de la conveniencia de plasmar mis disquisiciones, sino más bien de la mera validez de las mismas, sencillamente por el mero hecho de que las mismas puedan existir, y no sean en realidad otra muestra más del elevado grado de desquiciamiento en el que irremediablemente ya nos hemos sumergidos.

Porque en vista no tanto ya de las interpretaciones, como sinceramente del hecho de que las mismas existan; lo cierto es que hoy por hoy la única certeza de la que en mayor medida todos parecemos participar, es de aquélla en base a la cual, todo está perdido hasta el punto de que nada, absolutamente, volverá a ser lo que una vez fue.
Porque ya ni la luz del sol ilumina igual nuestros amaneceres. Porque ya ni la lluvia logra refrescarnos. Porque en definitiva nada logra ya desposeernos de esta capa que, como un fino barniz primero, y una mate capa de moho después, se ha apoderado de nosotros, alejándonos poco a poco de todo y de todos, en especial primero de aquéllos que conocíamos (o que creíamos conocer), para acabar finalmente aislándonos en nuestra propia certeza, la que procede de entender que, efectivamente, una vez más, nos han vuelto engañar.

Hemos participado todos de la que podríamos llamar la enésima mentira paradójica. En tanto que enésima, guarda un gran parecido con tantas otras, quién sabe si en realidad con todas las que componen cuantas conforman el exultante tejido de lo que entre todos hemos aceptado como nuestra Historia.
En consecuencia, si como parece resulta sencillo, más bien casi evidente localizar los puntos que determinan la igualdad de la patraña; lo realmente interesante pasa sin duda por localizar los elementos que confieren a nuestra actual mentira, cierto grado de originalidad, o quizás hasta de verosimilitud.

Indagamos así un poco, lo justo que nos permite el esfuerzo propiciado por el menester encaminado a aliviarnos de nuestra capa de moho, que es como quiera que encontramos pronto uno de los primeros, y quién sabe si de los más importantes integrantes de la que a partir de ahora denominaremos nuestra gran mentira mohosa.
Es así que el éxito de nuestra gran fiesta mohosa, viene inexorablemente ligado a un proceso cuya primera variable computa proporcionalmente en pos de entender, y lograr a la vez que todos entiendan, que resulta imprescindible pasar desapercibidos.
Tal y como la propia Historia demuestra, la variable imprescindible de cara a garantizar el éxito de estafas del calibre de la que en definitiva estamos describiendo, pasa sencillamente por lograr que los que forman parte eficaz de la misma no solo lo desconozcan, sino que además se muestren firmemente implicados en la misma, tanto que por otro lado estén convencidos de la necesidad de participar activamente en su defensa.

Pero el grado, el calibre de la mentira llega a ser de tal magnitud, que la única manera de mantener en marcha la falacia necesita no ya de una maniobra de ocultamiento, sino que ésta ha de ser sustituida a su vez por un ejercicio de sincera e ingente prestidigitación.

Se hace necesario construir no ya una nueva mentira. Es imprescindible confeccionar una nueva verdad, una clara y sincera Realidad Virtual, que recoja con firmeza y precisión todos y cada uno de los elementos que una vez constituyeron nuestra certeza, nuestra Realidad Clara y Analítica que hubiera categorizado DESCARTES, y nos lleve a la duda que el propio autor ya concitó en su momento: “…Es así que entonces, ha de resultar no tanto difícil, como sí tal vez imposible, identificar con certeza la realidad que procede de la vivencia, en tanto que la que procede del sueño.”

Pero si a la duda razonable que DESCARTES plantea en su obra le queda algún viso de motivación, ésta se desvirtúa completamente una vez sometemos nuestro presente al análisis de los potentes medios con los cuales contamos.

Es así entonces que la pregunta surge con toda su fuerza y su crudeza. ¿Cómo y por qué hemos sido engañados?

La mera conductividad de la cuestión, resumida en el modo mediante el que está formulada la pregunta, constituye ya en sí mismo no tanto una parte de la respuesta, como sí indefectiblemente un grado de sutileza de cara a albergar la esperanza de que podamos, más bien de que nos dejen, llegar a intuir una parte de la respuesta.
Porque si así entendemos que la presencia del cómo introduce la existencia de un método, de una técnica si se prefiere; la mera presencia del por qué, sugiere la terrible certeza de una finalidad, de una motivación extrínseca.

Estamos pues, lisa y llanamente, descifrando parte de las claves de un acertijo que ya desde su potencial más superficial, nos permite invariablemente considerar manifiestamente la presencia de toda una tremenda por lo tupida red de conspiración. Una conspiración que precisamente tiene en la constatación de la variable tiempo, esto es del tiempo que literalmente lleva desarrollándose, una de las máximas normas de certeza a la hora de poder considerar ciertamente su existencia real.

Indaguemos así pues, brevemente en el tiempo para, siguiendo la pista del otro gran elemento disciplinar presente en la ecuación, a saber el modelo económico vinculante, ser mínimamente capaces de integrar las piezas de nuestro ingente tanto por tamaño como por consecuencias, rompecabezas en el que muy probablemente se encuentren sumergidas las lecturas correctas del mundo en el que nos hallamos actualmente inmersos, como muy probablemente del mundo en el que viviremos quién sabe si durante las próximas generaciones.

Fruto de la nueva perspectiva que proponemos a su vez para aproximarnos a la nueva realidad, constatamos sin muchos esfuerzos que el gran dislate conceptual que preconiza la consolidación conjunta de todas las variables que componen la implantación del nuevo modelo al que hacemos referencia, aparecen de manera brillante, casi ordenada, a la hora de componer el nuevo escenario que resulta de la II Guerra Mundial, más bien de los procederes que se siguieron en el periodo inmediatamente posterior a su finalización.

Es así que con posterioridad a las conversaciones que quedaron plasmadas en la Conferencia de Yalta,  quién sabe si ocultas tras los presagios que  la puesta en marcha de la altisonante Sociedad de Naciones; no hubieran ido interesadamente ocultas desde el principio las sibilinas pretensiones de un nuevo modelo, más económico que social, que respondiera implícitamente a las respuestas de todos, por un lado a las que muchos bien posicionados se hacían ya, pero sobre todo a las que otros que ni tan siquiera habíamos nacido todavía, sin duda nos haríamos en un futuro más o menos lejano.

El Capitalismo es pues que se muestra, una vez más como sempiterna fuerza, competente en el caso que nos ocupa no solo para responder a las preguntas que en el por aquél entonces pasado se dieron, sino que también se adapta de manera en este caso nauseabunda para satisfacer las cuestiones que su por entonces futuro, para nosotros presente, nos ofrece.

Es así pues que de la irrefutable suma de todas las variables que nos son conocidas, como por otro lado de tantas otras que nos son ignotas, pero que como en el caso de MENDELIEV y su Tabla Periódica, no por resultarnos menos ignotas, su existencia ha de ser menos cierta; habemos así de componer un cúmulo de certezas cuyo grado y precisión resulta a todas luces de tal solvencia y prestancia, que dejarlo totalmente en manos de la casualidad, cuando no de la gracia, constituiría un ejercicio casi lascivo.

Acabamos así pues, inevitablemente arrojados en brazos del a la postre último y por ende tal vez gran componente de nuestra teoría de la conspiración. A saber el porqué.
La mera constatación de la pregunta viene de nuevo a consolidar la existencia de una motivación, y el grado de superioridad que tal existencia presenta, analizada sobre todo en pos de la cuestión misma, nos lleva a asumir que la esencia se encuentra  no tanto en la respuesta (un resultado en sí mismo), como si en realidad en la propia pregunta ya que ¿Cómo explicar de otro modo la existencia de un mero por qué?

Hay pues, un fin en sí mismo, resultado a la par que precursor de todo cuanto ha acontecido nada más y nada menos que en el gran escenario en el que por otra parte se ha convertido el mundo.
Un mundo cuya complejidad ha aumentado de forma directamente proporcional a como lo hacían las variables que confluían o conformaban la realidad que inexorablemente llevaba aparejada, y que fruto del caos, manifestación expresa del triunfo de la falacia que acompaña a todo el proceso, se ha constatado a partir de la debacle que simboliza la esquizofrenia de ver al Hombre luchando contra el propio Hombre, en una lucha que supuestamente se libra en pos de la liberación del mismo, aunque para ello parezca imprescindible la liberación de fuerzas, o incluso la exhibición de armas que llevan aparejada la destrucción de aquellos para los que aparentemente se libran las batallas.

Estamos hablando de la neurosis que llevan implícita la adopción de medidas tales como las Políticas de restricción Económica, la privatización de la Sanidad, o por supuesto el bochorno al que estamos conduciendo a la Educación; los cuales sin duda ejemplifican las dosis de neurosis que implícitamente caracterizan los actuales métodos bajo cuyo auspicio se desencadena la ya a todas luces III Guerra Mundial.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.




miércoles, 2 de octubre de 2013

DE CUANDO LA NATURALIDAD NOS VUELVE PELIGROSOS. DE MARCELIUS AGRIPPA Y LOS PELIGROS DE LA “FILOSOFÍA NATURAL”.

Me sorprendo, una vez más, sorprendiéndome de cuanto  me rodea. Pero la verdad es que en este caso, lejos de poder decir que la existencia de tal sorpresa constituye en si mismo un motivo de alegría, como podría serlo el sorprenderse ante los tonos de un nuevo amanecer, o ante la ilusión de las todavía almas cándidas; lo cierto es que la sorpresa a la que hago mención tiende más, en este caso, a aquélla cuyo espacio converge por los ocupados por el sonrojo, y el cerceno.

Me sorprendo, definitivamente, cuando asisto no ya tanto a los hechos acontecidos este pasado sábado en la localidad madrileña de Quijorna, como sí a las en principio sorprendentes declaraciones efectuadas en la tarde de ayer por aquélla sobre la que recae tanto el gobierno como la representación de todos los vecinos de este pueblo madrileño; cuando en Cadena Ser vino a decir, de forma más o menos literal, que se sorprendía del grado que los acontecimientos habían adquirido toda vez que el acontecimiento se preparó con absoluta naturalidad.

Naturalidad, hermosa palabra. Como ocurre con todas las cosas hermosas, destinada a pintar las más bellas escenas, pero desgraciadamente propensa a desdibujar la sombra de las más espeluznantes miserias.

Es la naturalidad un término derivado de natural. Y es natural por ende otro procedente o relativo a lo que viene de la naturaleza. Es así que, navegando de manera somera, cuando no liviana, en los antecedentes de las Ciencias Modernas, encontramos poco antes del Renacimiento, una corriente conocida como Filosofía Natural, de la que entre otros el ya mentado AGRIPPA fue no solo precursor, sino marcadamente gran maestro; y entre cuyas  múltiples ocupaciones figuraban por ejemplo la sempiterna búsqueda de la Piedra Filosofal, la transmutación de los metales menores en oro, y, como argumento estrella, la convicción de la existencia práctica de un protocolo científico destinado a insuflar de nuevo vida, en aquello que ya parecía, al menos a los ojos de los hombres, definitivamente muerto.

Ocultándose poco menos que como apestados, los pensadores asociados a tales filosofías, fueron definitivamente denostados a partir del triunfo del Racionalismo, con el posterior triunfo que su pertrecho científico le proporcionaba, con el cual entre otros tejió su seda la Ilustración, viendo en principio el siglo XVIII los tímidos debates propuestos por los últimos que osaron esgrimir alguna tesis mínimamente identificable con semejantes principios.
Mas como suele ocurrir en estos casos, habrá que esperar a la denodada acción del más encarnecido de los rivales, para lograr se insufle un mínimo de aire en los pulmones de aquél que parecía irrefutablemente muerto.
Y será así que, en la ferviente cruzada que el Romanticismo del XIX emprende contra el racionalismo a ultranza que contra todo y contra todos ha esgrimido la Ilustración; el Romanticismo caiga definitivamente víctima de la pasión, siendo en este caso él quien resucite al muerto, la propia Filosofía Natural, como a sus muertos, a saber AGRIPPA y sus seguidores.
Y nacerá entonces no ya el Romanticismo, sino sus esperpentos los cuales, por dialéctica, inflamarán definitivamente el alma unas veces de sus seguidores, otras de sus detractores para, de manera a menudo inconsciente, lograr no solo que lo relativo a las emociones desplace a lo exclusivamente racional, resucitando con ello, de paso, viejos fantasmas.

Es entonces cuando, estableciendo de manera a nuestro parecer definitivamente clara el vínculo con el asunto Quijorna; lo que se debate hoy no es tanto la existencia de monstruos, como la mala fe o quién sabe si peor aún manifiesta indisciplina de los que no dudan en resucitarlos, para satisfacer no se sabe muy bien qué objetivos.

Porque cuando la Sra. Alcaldesa del Ayuntamiento de Quijorna se acaparaba ayer en el ya citado argumento de la naturalidad para hacer supuestamente más llevadero el asunto, no lo olvidemos asunto que incluye la flagrante exhibición de material con un marcado calado fascista dentro de las instalaciones del colegio público de la localidad; lo que inconscientemente estaba haciendo no era sino atribuirse de manera francamente impropia el papel de Mary SHELLEY quien, a la sombra de las tardes de otoño a la sombra de las montañas helvéticas ponía forma a los esperpentos monstruosos propios del Romanticismo, amparada en la naturalidad de lo monstruoso.

En ambos casos se está insuflando vida a un muerto. En ambos casos se apuesta por resucitar a un monstruo, con el cual defenderse de aquello que cada una de estas mujeres, en sus respectivos campos, considera sin duda un mal superior al cual hay que dar caza sin contemplaciones.
Pero si SHELLEY pudo argüir en su defensa, como así se expresa al final de la obra, el lógico desconocimiento de los efectos que liberar al KRAKEM traerían aparejados toda vez que no existía experiencia alguna al respecto, lo cierto es que la Sra. MARTÍN, alcaldesa de Quijorna, se encuentra del todo inhabilitada a efectos de usar tal argumento. El ejemplo constituido por la propia SHELLEY se convierte, de manera clara, en la muestra de los efectos que seguir tales consignas suelen traer aparejadas.

Pero claro, nada ni nadie puede a estas alturas garantizarnos que la Sra. MARTÍN haya leído a Mary SHELLEY. O lo que es peor, que considere oportuno hacerlo en un futuro no demasiado lejano.

Para no herir susceptibilidades, y ante todo para no desviar de manera inconsciente la atención del verdadero foco, hemos de decir, llegados a este punto, que quien esto escribe no cree que Quijorna sea el problema. Más bien al contrario, acontecimientos como el descrito, y más concretamente el corolario de reacciones suscitadas por el mismo, no hacen sino poner de manifiesto el grado de abotargamiento bajo el que vuelve a encontrarse la sociedad española. Un abotargamiento anticipo del colapso hacia el que indefectiblemente tiende nuestra sociedad, y que hace del silencio culpable de unos, y culposo de otros, la más atronadora de las pruebas.

Porque el que a estas alturas el propio SR. TORRES-DULCE haya de comparecer tildando de preocupantes para la estabilidad constitucional (nada menos), los acontecimientos sobre los que hoy esgrimimos, no hace sino poner de manifiesto toda una serie de acontecimientos, incluso de pensamientos, muchos de los cuales han sido convenientemente expresados en forma de opinión, por sus protagonistas unas veces, y por sus correligionarios otras; que convergen en un único y por ello si cabe más preocupante punto, el aumento de la intensidad del pensamiento fascista en España.

Pongo como casi siempre mucho cuidado tanto en las palabras que empleo, como en la forma de emplearlas. Así, me cuido muy mucho de mentar si quiera un posible conato de recuperación del fascismo en España, y lo hago no por consideración, sino sencillamente porque soy de la opinión de que en este país jamás ha habido de maneras consciente, ni tan siquiera un modelo fallido de fascismo. La causa de semejante afirmación pasa por entender que el fascismo parte del principio básico y vertebrador de pensar que su planteamiento responde a la consideración o tenencia de un modelo marcadamente exclusivo fruto del cual emergerán realidades o pensamientos que si bien cambiarían el mundo, lo harían de un modo y a unos niveles por otra parte Incomprensibles para el común de la plebe. Un común que, a lo sumo, habría de observar, eso sí por supuesto sin molestar, los usos y costumbres de quienes ejercerían el poder por ellos.

Nos encontramos así no ante el resurgir de nada. Se trata más bien de la confabulación de un nuevo monstruo, que se alimenta en este caso con el alma de cuantos se encuentran podríamos decir que muy subiditos. Un grupo que no me atrevería a catalogar como de exaltados, sino más bien como de víctimas toda vez que constituyen la primera remesa de logros de un nuevo plan destinado a hacer que la ideología más reaccionaria recupere su puesto. Un plan que comenzó con José María AZNAR, en 1996.

Y como en aquél, sin duda el monstruo se cobrará sin duda sus presas. La primera, su propio creador. Las siguientes, una vez más víctimas propiciatorias cuyo único delito es el de ser contemporáneas de una realidad estridente, que no comprende nada, que no comprende a nadie.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.